Читать книгу Amarillo - Blanca Alexander - Страница 33
Debes entrar.
ОглавлениеSintió temor, su corazón latía con rapidez, pero se acercó al borde de la abertura y miró al interior.
—No puedo, Dan, no puedo. Tal vez esto fue un error, no soy quien debe entrar allí.
—¡Eres el indicado para hacerlo!
—Lo dices porque solo yo puedo ver lo que aparece en el pergamino, pero apenas ahora se me ocurre algo: lo intentamos entre nosotros nada más, tal vez si se lo mostramos a otras personas, vean lo mismo que yo.
—No, no lo digo por eso. Me refiero a que eres tú quien debe entrar porque es lo justo, todo esto se trata de justicia. —Dan se calzó en la mano derecha un guante púrpura que extrajo de su bolsillo.
—No entiendo… ¿Qué estás haciendo?
La mirada de su amigo se tornó tan fría como su voz.
—Llegó el momento de que se haga justicia.
—¡¿Qué?!
Dan levantó la mano enfundada en el guante y varios tentáculos negros emergieron del interior del túnel, rodearon a Sebastián y lo arrastraron hacia abajo.
—¡¡Auxilio!! ¡Auxilio! —El niño se retorcía, en un vano intento por resistirse.
—Nadie te escuchará, un hechizo alrededor de nosotros evita que puedan oírnos o vernos… Esa es la verdadera razón de que saliéramos de tu casa e ingresáramos al palacio tan fácilmente. No fue suerte… ¡Eres tan ingenuo!
—Tú eres quien…
—Sí, soy quien escribe en el pergamino. Durante estos años he llegado a conocerte, así que utilicé frases que te moverían… “Al fin entenderás por qué eres tan distinto”… Siempre te has sentido diferente y excluido… “Vas a cambiar al mundo”… Sé que eso es lo que quieres, a pesar de saber que es imposible, al menos para ti.
—¡No eres Dan! ¿Dónde está Dan? ¿¡Quién eres!? ¿Qué le hiciste a mi amigo!?
Dan sonreía con malicia y una mirada siniestra.
—¿¡Quién eres!? —Sebastián era incapaz de contener su furia y las lágrimas que resbalaban de sus ojos.
—Milton, Diora y Marcus ahora me pertenecen.
—¡¡No le harás daño a mi familia!!
De pronto, un resplandor verde destelló alrededor de varios tentáculos; un instante después, soltaron a Sebastián. Dan se desconcertó un poco y levantó su mano, más tentáculos emergieron del agujero para sujetar las piernas, los brazos y el dorso de Sebastián, luego lo arrastraron con dificultad al interior de la abertura.
—No les haré daño, solo quiero que estén a mi lado cuando gobierne el mundo…
La luz verde que envolvía a Sebastián se extinguió, los tentáculos ganaron la batalla.
La sonrisa de Dan se borró a medida que el suelo regresaba a la normalidad. Parecía que algo en su interior sembraba dudas sobre lo que había hecho, así que alzó la mano una vez más hacia el agujero cerrado.