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8 de enero

Jim Elliot martirizado

“Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristomurió por nosotros” (Romanos 5:8, NVI).

Una de las historias más tristes que se han contado es la de cinco misioneros cristianos estadounidenses que fueron asesinados en la selva de Ecuador. Los nombres de estos jóvenes eran Jim Elliot, Peter Fleming, Edward McCully, Nate Saint y Roger Youderian. Su propósito era llevar el evangelio a una tribu primitiva de los indios Auca. Desgraciadamente, el plan les salió mal cuando los indios los atacaron desde la selva y mataron a los cinco hombres con flechas envenenadas.

Esta catástrofe ocurrió el 8 de enero de 1956 y, probablemente, pasará a los libros de historia cristiana como uno de los casos más trágicos de martirio. Los cinco hombres sabían que la situación era arriesgada porque otros hombres de empresas caucheras estadounidenses habían muerto a manos de los indios Auca. Sin embargo, todos decidieron arriesgarse de todos modos. Pensaron que, si podían presentarles a estas tribus a Jesús, valdría la pena el sacrificio. Cuando Jim y sus amigos consideraron las opciones, incluso la muerte no era un sacrificio demasiado grande. Para llegar a zonas remotas como la que habitaban los indios Auca, decidieron utilizar una pequeña avioneta. Viajar en avión era uno de los modos más nuevos de trasladarse y acortaría el tiempo. Lo que habría sido un viaje de varios días a la selva ahora podía hacerse en unos quince minutos. Por supuesto, los indios Auca no sabían nada de estos hombres cristianos que daban su tiempo y energía como misioneros para Jesús. En lugar de adivinar que los misioneros podrían estar trayendo amistad y las buenas noticias de la salvación, los indios supusieron que los hombres eran enemigos que invadían su territorio. No fue hasta mucho más tarde, cuando algunos miembros de las tribus Auca se convirtieron al cristianismo, que se dieron cuenta de lo terriblemente equivocados que habían estado.

¡Qué tragedia! Ellos conspiraron para matar a aquellos misioneros que habían venido a traerles la buena noticia de la vida eterna. Y esto no es muy diferente de lo que le hicimos a Jesús. Él vino a este mundo para traer la amistad y la vida eterna del Padre, pero ¡lo matamos! ¡Qué tragedia! Como los indios Auca, todo lo que podemos hacer ahora es decirle a Jesús cuánto lo sentimos y entregarle nuestro corazón. ¿Por qué no hacer eso hoy, y todos los días?

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