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4 de enero

¡Bonitas ruedas!

“Mientras miraba a esos seres vivientes, vi junto a ellos cuatro ruedas que tocaban el suelo; a cada uno le correspondía una rueda. [...] el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas” (Ezequiel 1:15, 21, NTV).

Estamos en el año 1743, y tú estás sentado mirando una obra de teatro en Londres. Empiezas a dormitar pero, de repente, saltas en tu asiento cuando un actor atraviesa el escenario sobre ruedas de madera. ¿Qué era eso? Era un par de patines... bueno... más o menos. No sabemos a quién se le ocurrieron estas primitivas ruedas, pero el concepto tuvo mucho éxito. Unos años más tarde, Joseph Merlin tuvo la brillante idea de fabricar unos patines con las ruedas ubicadas en fila. Un gran trabajo el de Joseph, excepto por el hecho de que los patines no estaban hechos para frenar correctamente. Lo has adivinado. Una noche, en una cena, se lastimó bastante al chocar con un gran espejo de cristal. ¿Qué hacía patinando en una cena? No preguntes.

Y entonces, el 4 de enero de 1863, se inventaron los primeros patines parecidos a los que usamos hoy en día. James Plimpton, de Nueva York, patentó estas bellezas con un doble juego de ruedas, delante y detrás, y los llamó patines cuádruples. Ahora era más fácil y seguro que la gente lograra girar.

Los patines tuvieron un gran éxito y llevaron a la apertura de la primera pista de patinaje tres años después, en Newport, Rhode Island, Estados Unidos. El patín cuádruple de Plimpton pasó a dominar la industria del patinaje durante los siguientes cien años y dio lugar a otros inventos más emocionantes, como los monopatines, los patines en línea y las zapatillas con ruedas. Así que, la próxima vez que un niño pase delante de ti con sus zapatos con ruedas en un gran hipermercado, dile que le dé las gracias a James Plimpton y que, por favor, deje de atropellarte.

El profeta Ezequiel, en una visión, vio algo aun más sorprendente que un actor tambaleándose por un escenario londinense en “patines”. Nos dice: “se abrieron los cielos y tuve visiones de Dios” (Eze. 1:1, NTV). En esta visión, vio cuatro criaturas vivientes, con una rueda al lado de cada una. “Dentro de cada rueda había otra rueda, que giraba en forma transversal” (vers. 16). Las ruedas formaban parte de una gloriosa máquina que se movía con cuatro magníficos seres celestiales alrededor del trono de Dios. Los seres brillaban como carbones de fuego, y las ruedas giraban tan rápido que, entre ellas, pasaban corrientes de rayos. ¡Increíble! ¡Qué espectáculo tan impresionante debe de haber sido! Y ahí lo tienes. Cualquier cosa que los humanos puedan inventar, Dios puede sobrepasarla siempre con algo muy superior.

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