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6 Martes, 7 de agosto de 2018

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Faltaba poco para las ocho cuando a Emily le empezó a sonar el móvil con Photograph de Ed Sheeran. Con reticencia, quitó la vista de la pantalla del portátil, donde tenía varias pestañas abiertas en el navegador, y miró la de su teléfono, el cual tenía sobre el escritorio, al alcance de la mano. Respiró hondo al ver que la llamaba Kyle. Dejó que la canción siguiera sonando unos segundos, sin saber qué hacer. Mientras tanto, su cabeza empezó a transformarse en un torbellino. Para cortar de raíz tantas dudas e interrogantes, y para aflojar el nudo que se le había formado en el estómago, impostó la voz y descolgó.

—Hola —saludó con sequedad, producto de los nervios.

—Hola, Milly —respondió él. Tras una pausa, añadió—: Soy Kyle.

—Sí, lo sé —se produjo una nueva pausa—, me ha aparecido tu nombre en la pantalla.

—¡Ah, claro! Como te apuntaste el número en un papel, no sabía si habías llegado a agregarme a contactos.

—Lo hice el sábado, al llegar a casa —le confesó ella.

A ambos les costaba comportarse de manera natural, estaban tensos y la conversación era muy forzada. Emily se levantó y caminó hacia la ventana de su estudio. Miró fuera; las vistas del parque Primrose Hill solían devolverle la paz interior cuando algo la inquietaba o la alejaba de su eje. En ese momento, necesitaba relajarse más que nunca. Paseó la mirada sobre las colinas y las múltiples farolas que había desperdigadas por todo el terreno.

—¿Y cómo me guardaste? ¿Como «el demente»? ¿«El espía»? —Kyle recurrió al humor para distender el ánimo. Esta táctica podría haber salido muy mal, pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Al oírlo, Emily dio un respingo porque no esperaba ese comentario. Antes de acabar la pregunta, ya sabía que lo había conseguido. Milly se rio al otro lado de la línea.

—Te he guardado como Kyle, ya está —aseveró ella, todavía con una sonrisa dibujada en los labios. Echó un último vistazo al parque antes de volver a su escritorio y sentarse donde había estado antes. Distraída, jugueteó con el recipiente de vidrio en el que una vela con aroma a fresias ardía despacio; pasó el dedo varias veces por el borde hasta que percibió el suave calor en la piel.

Mientras tanto, sentado sobre la hierba, Kyle se apoyó en el muro del jardín. Había salido para evitar que Bethany lo oyera. Después de cenar, su hija se había ido corriendo a su habitación para continuar con la lectura de una de las novelas de Miranda, así que él había aprovechado para llamarla.

—Espero no haber interrumpido nada importante… Sé que es tarde, pero, bueno, dime si quieres que llame a otra hora si estás ocupada o a punto de irte a dormir.

—La hora no es un problema, no te preocupes. Muchas veces me quedo trabajando hasta tarde, así que para mí incluso es pronto. Cuando llega la inspiración, me pongo a escribir y la hora se me pasa volando —contó. Sujetó el móvil con la mano izquierda y, con la derecha, cogió un lápiz y, de manera inconsciente, empezó a garabatear figuras circulares en el bloc de notas—. Ya sabes… es como si el tiempo no existiera, ¡pero vaya si existe! Cuando «vuelvo al presente», miro la hora pensando que solo han pasado unos minutos, pero me doy cuenta de que llevo horas inmersa en otra realidad. Es fascinante, ¿no crees?

—Lo es, y no sabes cuánto te comprendo. Me pasa lo mismo cuando me pongo delante de una antigüedad, cuando la observo e intento averiguar de dónde viene, dónde estuvo, por qué manos pasó… qué le provocó esa abolladura o ese rasguño, qué eventualidad pudo haber hecho que se le cascara el esmalte. Después, ya en una segunda etapa, desentraño esos misterios a través de la investigación, que me ayudan a reproducir la «vida» de ese objeto. Así que, igual que tú, puedo pasarme horas enteras realizando una misma tarea.

—Esto solo pasa cuando algo nos apasiona de verdad. Me alegra saber que, aunque no pudiste estudiar lo que querías, hayas encontrado la pasión en lo que haces —manifestó mientras seguía trazando garabatos: ahora el bloc de notas estaba lleno de flores unidas con trazos curvos, e incluso algunas rosas con las espinas marcadas.

—No te negaré que, al principio, renegué bastante de este oficio. Con dieciocho años, que apenas había acabado el instituto, me molestaba estar entre «trastos viejos». Es como llamaba a las antigüedades cada vez que discutía con mi padre —aclaró con una sonrisa nostálgica.

—Es completamente normal, Kyle. Seguro que estabas frustrado.

—¡Y que lo digas! Siempre quise tener un trabajo actual y moderno, y, en cambio, acabé encerrado entre cuatro paredes, rodeado de objetos que me producían rechazo. ¡Hasta el olor me resultaba insoportable!

—Aunque eso cambió, ¿no es así?

—¡Y que lo digas! —repitió para enfatizar cuánto había cambiado su percepción.

—¿Y qué hizo que pasaras a mirarlo con otros ojos? —quiso saber ella. Se reclinó en la silla de escritorio y mordisqueó el lápiz. Su mente de escritora nunca desperdiciaba una buena oportunidad para recabar datos que podría acabar utilizando en algún personaje o historia. Kyle se rio al otro lado, le encantaba su risa.

—Crecí. Maduré.

—Buen argumento —acotó ella.

—En primer lugar, comprendí y acepté que todo era una consecuencia directa de mis actos. Me lo había buscado yo solito, no podía culpar a nadie más. Con la aceptación, también llegó la resignación. De nada servía que siguiera lamentándome, como me hizo ver mi padre en una de nuestras discusiones. De esa manera, nunca avanzaría, y no podía olvidar que estaba a punto de ser padre. Era hora de madurar y pensar en el bebé. Mis sueños ya no importaban.

—Imagino que un hijo lo cambia todo.

—Un hijo se convierte en el centro de tu mundo. Lo descubrí el día que vi a Bethany por primera vez. Era tan pequeña… las enfermeras decían que era enorme porque pesó tres kilos y medio; pero yo la veía tan pequeña, tan indefensa. Y cuando su madre la abandonó a los pocos meses, solo me tenía a mí … dependía de mí para sobrevivir. Al principio entré en pánico. Me daba miedo no estar a la altura, no tenía ni idea de cómo ser padre —le confesó. Nunca se había abierto de esa manera con nadie, así que sintió cierto alivio al hacerlo.

—Dicen que nacemos con ese instinto, ¿no? Quizá no sepamos nada, pero la naturaleza nos guía. Imagino que eso ayudó a que lo hicieras bien. Además, por cómo hablas de ella, cualquiera puede ver que la quieres con locura —acotó Emily. Aunque pudiera resultar extraño, la conversación no la hacía sentir incómoda. No sentía celos de Bethany, aunque su concepción había sido el motivo de su ruptura. Sentía que ya habían superado la etapa de los reproches y que ahora resultaba más enriquecedor descubrir hacia dónde les había llevado la vida. El amor que Kyle sentía por su hija la conmovía.

—Al final, el anticuario se convirtió en una bendición, ya que me permitía trabajar sin descuidar a la niña. Mi padre me enseñó el oficio, a estudiar e investigar al respecto, y cuando quise darme cuenta, me encantaba lo que hacía, me apasionaba.

—¿Ya no sentías que estabas entre trastos viejos? —bromeó ella. Se notaba que ambos sonreían.

—No, ya no. Me parecía estar inmerso en un mundo mágico, plagado de ricas historias por desentrañar —respiró hondo—. Encontrar un objeto, restaurarlo, devolverle el esplendor sin que pierda la esencia, su alma. Y, después, saber a quién vendérselo: museos, coleccionistas… es toda una aventura. Supongo que te pasa lo mismo cuando escribes una novela, ¿no? —dedujo.

—Ni más ni menos. Escribir una novela también es una gran aventura: es idear o reflejar un mundo que ya existe, y requiere llevar a cabo una gran investigación si quieres que el resultado sea creíble. Es componer cada personaje delineando sus características no solo físicas, también psicológicas, emocionales, su entorno, tiempo y lugar en el que transcurre la acción; y todo eso debe ser coherente. Es plantear una trama y, a partir de ella, crear una vida a esos seres que, para el escritor, son tan reales que puede llegar a producir escalofríos. Porque, mientras dure el proceso de escritura, convives con ellos, te involucras, los tienes en la cabeza, comparten contigo sus vivencias, sus diálogos, sus triunfos y fracasos. Te hacen enfadar o reír, te enamoran, te hacen sufrir… sientes todas y cada una de sus emociones. Eres parte de ellos y ellos son parte de ti. Puede que la vida del escritor no se refleje en la trama; pero es como si lo fuera. O, mejor dicho, durante ese tiempo, lo es. ¿Te das cuenta por qué digo que resulta escalofriante y al mismo tiempo maravilloso? Es de esas experiencias que no pueden llegar a explicarse con palabras… —sonrió—. ¡Y mira que me dedico a esto!

—Lo has hecho muy bien, Milly. Mientras hablabas, he cerrado los ojos y he sido capaz de ver cómo vives el proceso. Tienes un don, siempre lo has tenido. Inspiras —expresó, aunque no le dijo que había inspirado a su hija a ir en busca de sus raíces maternas.

—Gracias, Kyle —susurró ella. Aspiraba a transmitir todo eso a los demás, y aunque no estaba segura de lograrlo siempre, pese a esforzarse al máximo para conseguirlo, él le acababa de decir que lo hacía. Sus palabras le habían acariciado el alma y solo pudo quedarse en silencio, disfrutando.

—Acabo de ver una estrella fugaz —mencionó Kyle con frescura.

—¿Estás fuera?

—En el jardín. Se está muy bien.

—¿Y has pedido un deseo? —le preguntó mientras dibujaba estrellas fugaces, aunque la hoja ya estaba llena de garabatos.

Kyle cerró los ojos durante un segundo. Habían tenido una conversación parecida hacía muchos años, cuando un anochecer de abril los había encontrado en ese mismo jardín, tirados sobre el césped, mirando el cielo, con los dedos entrelazados y hablando de cualquier cosa. Había pedido un deseo, se había apoyado en un brazo e inclinado sobre ella para hacer realidad su deseo, que había coincidido con el de Milly.

—Sí, lo he pedido —confirmó. Después de un breve silencio, formuló una pregunta—. ¿Qué tono de llamadas tienes?

—¿Qué tono tengo? —inquirió Milly entre risas—. ¿Y eso a qué viene?

—Es mi deseo.

Emily volvió a reírse.

—¿Saber cómo suena mi teléfono?

—Conocerte. Volver a conocerte —aclaró Kyle—. Cuando nos reencontramos, dijiste que ya no éramos los mismos, y tienes razón. Hace dieciséis años odiaba el anticuario, pero ahora me apasiona. Antes lo sabíamos todo el uno del otro. Quiero eso… que volvamos a descubrirnos.

Photograph —susurró Emily, y a Kyle le empezó a latir el corazón a mil por hora. Con esa respuesta, Milly había dado a entender que no rechazaba sus intenciones; al menos, las de volver a conocerse.

—De Ed Sheeran —completó él.

—Sí, me gusta mucho. Es uno de mis artistas preferidos —manifestó, y en ese momento tomó la decisión de dejar esa canción solo para Kyle, así sabría, sin necesidad de mirar la pantalla, que él era quien la llamaba—. ¿Y tú, qué tono de llamadas tienes?

Paint it black.

—¡No me extraña! Era tu favorita de los Rolling Stones.

—¡Sigue siéndolo! Aún lo recuerdas…

—Claro que sí. Que no acabásemos de la mejor manera no significa que fuera a olvidar todo lo que compartimos durante... ¿cuánto? ¿Doce años? ¿Trece?

—Catorce. Desde parvulario. Y tienes razón, yo tampoco he olvidado nada.

—Ahora me toca preguntar a mí —clamó Emily, buscando desviarse de un tema de conversación que podía dejarlos demasiado expuestos a los dos—. Estos últimos años, ¿qué ha sido lo más loco que has hecho?

—Mmm… —Kyle se rio mientras le daba vueltas. Presentarse en la librería para verla y pedirle que retomaran el contacto después de dieciséis años había sido una de sus mayores locuras, pero prefirió no decirlo en voz alta—. Disfrazarme para interpretar el papel de León Cobarde de El Mago de Oz en una obra cuando Bethany tenía cinco años. También la llevé a un concierto de su grupo favorito, Imagine Dragons, cuando cumplió quince… no es que fuese una locura, pero fue divertido y diferente. Como ves, las cosas más locas, o esas que nunca creí que sería capaz de hacer, fueron por ella. ¿Y tú?

—Volar en parapente.

—¿¡Volar en parapente!? —Kyle tuvo que reprimirse para no gritar, aunque se inclinó hacia delante—. ¡No, no puede ser! ¡No me lo creo, Milly!

—¡Créetelo, te juro que es verdad! —clamó ella, entre risas. Desvió la mirada hacia una de las fotografías que decoraban la pared de su estudio y que certificaba sus palabras. La había sacado el instructor de parapente cuando se encontraban en pleno vuelo; se la veía asustada, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja—. Fue hace años —decidió contárselo—. La protagonista de la novela que estaba escribiendo tenía que volar en uno y decidí hacerlo yo para saber qué se sentía.

—¡Pero si tienes miedo a las alturas! O, al menos, lo tenías… ¡Cuando fuimos a la inauguración del London Eye te negaste a subir!

—Es verdad. Para volar en parapente tuve que enfrentarme a mi mayor miedo, y te aseguro que no fue fácil. Pero tenía tanta determinación, tantas ansias de conseguirlo, que asumí el desafío y llegué hasta el final. Y la sensación de libertad cuando por fin me animé a abrir los ojos fue increíble. Esa experiencia y, por supuesto, la ayuda psicológica previa y posterior que recibí, me ayudaron a superar mi acrofobia. De hecho, aunque te parezca increíble, ahora disfruto de las alturas, aunque no te negaré que, en algunas ocasiones, siguen provocándome un nudo en el estómago… pero ya no me parecen tan terribles ni mortales. La vida también es eso, ¿no? Asumir riesgos, desafíos, enfrentarse a los miedos y superarlos. Avanzar, nunca quedarse parado —reflexionó.

—Es muy admirable, Milly. Me siento un poco tonto por haber contado «mis locuras» —entonó las últimas palabras como si las hubiese entrecomillado.

—Todo lo contrario. Hemos tenido motores distintos, pero igual de importantes. Debes sentirte orgulloso de las cosas que has hecho por tu hija, sobre todo porque te ha movido tu amor como padre. ¿Puede haber algo más maravilloso que eso? Te aseguro que, para Bethany, eres un héroe.

—¿Realmente lo crees? No es que quiera que me vea como un héroe, ni siquiera me lo he planteado, solo me conformo con saber que estoy haciendo las cosas bien. A veces tengo tantas dudas…

—No tengo experiencia al respecto, pero me imagino que todos los padres tienen esas inquietudes. Pero no te preocupes, Kyle, intuyo que lo estás haciendo bien.

—Eso espero…

—¿Te das cuenta de que ha pasado casi una hora? —señaló después de echar un vistazo al reloj de pared, en el que destacaban tres mariposas azul índigo en pleno vuelo sobre un fondo de flores en tonos pastel.

Él no respondió de inmediato, solo curvó los labios en una sonrisa. Se sentía satisfecho porque había vislumbrado esa conexión que tenían antaño, cuando eran capaces de hablar durante horas y no paraban de hilar temas e irse por las ramas, solo para tomar un nuevo hilo. No sería tan iluso como para suponer que ya habían superado todas las barreras, claro que no; pero sí representaba un avance, un escalón más, un pequeño logro.

—Creo que ha llegado el momento de dejarte dormir —reconoció él. Antes de despedirse, le preguntó—: ¿Puedo volver a llamarte un día de estos?

Emily se mordió el labio inferior y cerró los ojos mientras respondía:

—Puedes.

Nuestra asignatura pendiente

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