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3 Sábado, 4 de agosto de 2018

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Emily esperó a que Kyle se fuera, entonces respiró hondo e intentó volver a la realidad. Comprobó otra vez que ya no quedaban lectores que quisieran una firma, de hecho, los otros autores ya recogían sus cosas para irse. Se sintió aliviada al ver que su discusión había pasado desapercibida.

Sin embargo, la escritora que aún quedaba sentada a su lado, y que había sido testigo del intercambio de palabras que había mantenido con Kyle, le dedicó una mirada llena de pena. Emily le sonrió a modo de respuesta, aunque no pudo evitar que el gesto se tiñera de melancolía. Suspiró y, mientras guardaba el bolígrafo en el bolso y recogía el resto de sus cosas, no pudo evitar echar la vista atrás. No paraba de volver a su adolescencia, a sus sueños juveniles, a su gran amor...

Escribir el relato había sido su respuesta a la necesidad de inmortalizar aquella etapa de su vida y su breve, pero trascendental, relación romántica con Kyle. Lo había querido de manera sincera, con el corazón y la inocencia de la adolescencia. Después, el paso del tiempo le había permitido enaltecer el recuerdo, limar las aristas dolorosas y borrar la decepción. Había preferido quedarse con los momentos felices. De este modo, había conseguido que el recuerdo de ese romance fuera perfecto. Esa era su teoría, y se la había presentado a Kyle.

No obstante, a lo largo de los años, ¿cuántas veces había fantaseado con un reencuentro? Eran tantas que había perdido la cuenta. Pero nunca creyó que volverían a verse. Entonces, cuando lo tuvo delante, en vez de en su imaginación, tuvo miedo de perder la perfección que había creado en su mente. Porque la realidad era muy diferente, no tenía nada que ver con las novelas románticas que escribía, llenas de fantasía e ilusión. En la vida real, los sueños y las risas debían convivir con el dolor, la traición, los corazones rotos y las almas hechas trizas.

Su intención había sido preservar ese recuerdo tan bonito de cuando aún estaban juntos, pero ahora que lo había perdido otra vez, ya no podía recordar su relación con la perfección con la que la había decorado. La realidad, cruel y con la memoria viva, había penetrado en la fantasía. «¿O es que quizá he perdido la única oportunidad de que la fantasía se vuelva realidad?», pensó. Suspiró ante lo que parecía la peor paradoja del destino.

—Creo que acabas de hacer una tontería —apostilló su colega sin que ella le pidiera su opinión, aunque respondiendo a lo que estaba pensando.

Emily la miró durante un momento mientras le daba vueltas a lo que acababa de decirle, que se le mezclaba en la mente con el pasado y el presente, donde hacía tiempo que había decidido que el amor no tenía cabida.

—No. He hecho lo correcto —aseguró.

«¿Realmente lo crees?», le preguntó una molesta vocecita que acalló de inmediato.

Unos veinte minutos después, Emily recogió sus cosas, se despidió de los editores, compañeros y libreros, y salió a la calle. No le dio tiempo ni a dar dos pasos cuando un niño de unos siete u ocho años se interpuso en su camino.

—Tome —le dijo el niño, y le dio un ramo de flores.

—Fresias… —susurró Milly con la voz ahogada y el corazón a mil por hora. De pronto, experimentaba lo mismo que había sentido Kyle al leer su escrito—. ¿Y esto? —preguntó cuando vio la tarjeta que asomaba entre las flores.

El regalo que me has hecho es precioso, pero no te quiero en mi mente. No quiero recordarte. Te quiero en mi realidad: tangible, palpable. Te quiero en mi vida, a mi lado.

Tienes razón, quizá esto no funcione; pero no puedo resignarme a que ni siquiera lo intentemos. Te pido perdón otra vez, porque hace dieciséis años no fui capaz de proteger lo que teníamos. Pero te juro que, si me das otra oportunidad, lucharé por lo nuestro con mi vida. Fuiste mi felicidad, mi primavera… mi gran amor. Vuelve a serlo, Milly. Vuelve a mi vida.

Emily levantó la vista hacia el niño, pero ya no estaba allí. En cambio, entre las lágrimas que le empañaban la mirada, consiguió ver como una figura alta y masculina se acercaba.

—Kyle…

—No pude irme sin ti —susurró con voz ronca—. No quiero resignarme a perderte otra vez.

Emily sonrió de esa manera que Kyle adoraba y que parecía iluminarlo todo. Era como si una luz incandescente y mágica la rodeara. Era felicidad pura, reconoció Kyle con el corazón en un puño a causa de la emoción.

—Me alegro de que no lo hicieras —respondió. Kyle dio un paso hacia delante; aunque ella levantó la mano para que parase—. Sin embargo, no puedo darte lo que me pides.

—Te prometo que haré las cosas bien —aseguró él.

—No es tan sencillo. Si te soy sincera, en este momento de mi vida no busco una relación de pareja. No tengo tiempo para pensar en el amor.

—El amor no se piensa, Milly, se siente.

—Da igual. En mi vida no hay tiempo ni lugar para esas cosas.

Kyle, que sentía que había avanzado un paso, no podía permitirse retroceder. Aunque Emily se resistía a la idea de tener una relación, sabía que se había emocionado con las flores y le había dicho que se alegraba de que no se hubiera ido. No podía pasar esas cosas por alto, aunque decidió actuar con premura.

—Déjame invitarte a un café, así podremos hablar tranquilamente —le pidió mientras le extendía la mano derecha con la palma hacia arriba.

—Siempre fuiste muy perseverante, veo que no has perdido esa virtud —acotó ella con una sonrisa, y aceptó la invitación con un asentimiento de cabeza.

—Sería muy tonto si no lo fuera contigo.

Al entrar en la cafetería Polly’s, vieron algunas mesas vacías delante del mostrador, pero pasaron de largo y se dirigieron al fondo. Habían pintado las paredes con colores claros y las habían decorado con cuadros de distintas temáticas, algunos en relieve, y lámparas que apenas iluminaban, por lo que el ambiente resultaba muy acogedor.

Al final se decantaron por una mesa que quedaba apartada, rodeada por tres paredes, las cuales estaban decoradas con un espejo y cuatro cuadros de jarrones. Un pasamanos de madera delimitaba ese sector de la cafetería, que quedaba alejado de la entrada y resultaba bastante tranquilo e íntimo al quedar fuera del ir y venir de la gente.

Una camarera les tomó nota: té Earl Grey para Emily, English Breakfast para Kyle. Después de que les sirvieran lo que habían pedido se vieron obligados a dejar de dilatar la charla, ya no les quedaban más excusas. Fue él quien rompió el silencio y lo hizo con contundencia.

—Hace dieciséis años las cosas entre nosotros no acabaron de la mejor manera.

—No podían acabar de otra manera teniendo en cuenta las decisiones que tomó cada uno —Emily acentuó sus palabras al arquear una ceja. La mirada inquisitiva que le dirigió y el tono de voz cortante daban a entender más cosas de las que había expuesto de manera explícita.

—Insisto en que la forma no fue justa para nuestra relación.

Milly respiró hondo para no replicar con un exabrupto.

—¿Y cuál crees que hubiese sido la mejor forma? ¿De verdad piensas que había alguna opción mejor?

—Sí, Milly, pero solo he sido capaz de verlo con el paso del tiempo, cuando la vida me ha hecho madurar. Por aquel entonces era un adolescente insensato que no supo valorar lo que tenía, y te juro que lo pagué con creces. Yo te quería de verdad. Y haciendo referencia a tus preguntas, esas que has escrito en el relato, ¡sí! Sentía lo mismo que tú, ¡y desde hacía bastante tiempo! Me gustabas. Mejor dicho, ¡me encantabas! Cuando entrabas en cualquier habitación, esta se llenaba de colores y de magia.

—Sin embargo, no dudaste a la hora de traicionarme —lo interrumpió ella, porque sus palabras la atravesaban como un puñal, haciendo que el engaño fuera aún más doloroso. No fue capaz de contenerse y el dolor amordazó a la razón—. ¡Pero claro, tú eres el primero que dice que el amor no se piensa, se siente! Ya veo que tampoco pensaste esa noche en Brighton —le reprochó con tono irónico.

—No, no pensé, ahí tengo que darte la razón. Pero no tuvo nada que ver con el amor, te lo juro. Fui un irresponsable, un estúpido, y lo acepto. Y te pediría perdón de rodillas si supiera que al hacerlo sería capaz de borrar el dolor que vi en tus ojos ese día, y el que veo ahora mismo.

—No te pediré que te pongas de rodillas, pero tampoco esperes que olvide el pasado y sus consecuencias. Aunque intentes excusarte diciendo que eras joven y no sabías nada de la vida, recuerda que teníamos la misma edad y que en ningún momento se me cruzó por la cabeza engañarte. Tú lo hiciste —le recriminó, y Kyle tuvo que aceptar que lo que decía era verdad.

Hacía dieciséis años, después de ese paseo por Holland Park y de su beso en el mercadillo de Portobello, Kyle y Emily habían empezado a salir. Se conocían desde parvulario, y la complicidad que habían desarrollado a lo largo de toda la vida no hizo más que crecer. El cariño que sentían el uno por el otro enseguida se transformó en un sentimiento más profundo y romántico. Idílico.

Desde entonces, y durante los siguientes dos meses, se vieron cada día y su relación no hizo más que afianzarse. Buscaban cualquier excusa para verse: trabajos del instituto, el estreno de una película que querían ver, el concierto de la banda o artista que les gustaba, algún mensaje para sus padres… Y cuando no tenían ninguna excusa, se la inventaban. Disfrutaban hablando todo el rato, y después disfrutaron de los besos y las caricias furtivas. También acabó llegando el mayor acto de amor, confianza e intimidad que dos personas pueden compartir, donde demostraron con el cuerpo todo lo que sentía el corazón.

Los dos creían que la vida no era más que ilusiones y sueños. Vivían encerrados en una burbuja de perfección, de idílico romanticismo, hasta que ocurrió el desastre...

Había llegado mayo y, con ese mes, las vacaciones del tercer trimestre. Kyle se fue de viaje a Brighton con su familia. Tenía muchos amigos allí porque iba todos los veranos y siempre que tenía vacaciones; además de tener a sus primos ahí. Fueron ellos quienes lo llevaron a esa fiesta en la playa.

Esa noche solo había imperado la irresponsabilidad: varios cubatas de más, música, el estado de euforia que llevó al grupo a meterse en el mar, así como las risas junto a la hoguera para paliar el frío. Al ver que Kyle tiritaba, se le acercó una chica un par de años mayor que, con la sensual promesa de hacerlo entrar en calor, lo alejó del grupo. La excitación le hizo perder la cordura, que ya se encontraba bastante nublada por culpa del alcohol, y, sin oponer demasiada resistencia, Kyle se entregó al placer del momento.

El resultado de la ecuación estaba cantado: nueve meses después, Kyle era padre de un bebé precioso, la luz de sus ojos y único consuelo que le había dado su locura juvenil, porque había perdido a Emily y cualquier posibilidad de tener una relación con ella.

—Te aseguro que ya no queda nada de ese chico irresponsable. La vida me obligó a madurar de golpe.

—Me lo imagino. Ser padre es algo muy serio —reconoció ella. Le dio un sorbo al té, que había empezado a enfriarse, y observó a Kyle durante unos segundos.

Había sido el gran amor de su vida, pero también el artífice de su mayor decepción. El único, a decir verdad, ya que Emily se había negado a volver a enamorarse. En consecuencia, ninguna de sus relaciones posteriores había llegado a buen puerto. No había querido involucrarse demasiado con nadie, se había cerrado emocionalmente y había evitado hacer planes de futuro en los que hubiese alguien más que ella. Tampoco había esperado nada de las parejas que había tenido. Con el tiempo llegó a la conclusión de que estaba mejor sola, porque así nadie podría herirla. Además, su carrera no le dejaba tiempo para nada más y escribir era lo único que la hacía sentir plena.

—Es difícil, no te lo voy a negar —respondió Kyle al comentario que le había hecho—. Aunque el principio fue lo más duro —no pudo evitar sonreír ante el recuerdo—. No sabía qué hacer. Todavía era un niño, pero de pronto me encontré solo, criando un bebé.

Milly frunció el ceño.

—¿Solo? ¿Y la madre de tu hija? Deduzco que a día de hoy no estáis juntos, de lo contrario, no hubieses venido a buscarme —se apresuró a aclarar—. Pero todo este tiempo… Creía que vivíais los tres juntos.

—Pauline se quedó en casa de sus padres hasta que nació la niña, después, por sugerencia de los míos, nos fuimos a vivir juntos —negó con la cabeza—. Fue lo peor que pudimos hacer. Esa relación llevaba impresa la palabra fracaso desde el principio. Ella siempre fue una mujer muy independiente, demasiado como para atarse a un chico al que no quería y a una niña pequeña, aunque fuera su propia hija. Convivimos durante unos meses, hasta que hizo las maletas y se fue de casa sin mirar atrás. Desapareció para siempre.

La sorpresa hizo que Milly se enderezara en la silla. No podía creerse todo lo que acababa de contarle.

—¡Kyle! ¿Pauline os dejó? ¿Abandonó a su hija?

—Así es. Bethany ni siquiera gateaba, así que ya puedes imaginarte lo pequeña que era —sonrió, perdido en el recuerdo. Después se encogió de hombros mientras suspiraba, intentando quitarle hierro al asunto, ya que había pasado mucho tiempo y no podían hacer nada al respecto. Levantó la cabeza para mirar a Emily a los ojos y le confesó—: Te juro que no me creía capaz de conseguirlo. ¿Criar solo a un bebé cuando ni siquiera tenía veinte años?

—Pero lo hiciste, ¿verdad? —lo dijo como una afirmación, aunque al final agregó la pregunta.

—Lo hice —respondió él con una enorme sonrisa de satisfacción—. Todavía no sé cómo, pero lo hice.

Debido a la gran amistad que habían tenido, pero sobre todo al amor que habían sentido el uno por el otro, Emily se sintió muy orgullosa de él. Tanto que se le formó un nudo en la garganta. Asintió y se sirvió un poco más de té, el cual se bebió antes de formular otra pregunta.

—Me intriga saber cómo compaginaste el papel de padre con los estudios… Recuerdo que querías estudiar diseño gráfico y publicitario.

—Lo recuerdas bien, pero no, la verdad es que no pude hacer una carrera. Cuando acabé el instituto, tuve que ponerme a trabajar. Mis padres fueron muy claros: criar a Bethany era mi responsabilidad.

—Claro… entiendo su postura.

—No puedo culparlos. Pero no creas que no me ayudaron, siempre han estado presentes. De hecho, me dejaron trabajar en el anticuario de mi padre y me lo dejaron en herencia. Incluso dividieron la casa por la mitad y nos dieron una parte. En fin… no puedo quejarme: ahora tengo mi propia tienda, un hogar que ya he terminado de pagar y una hija de quince años que, por cierto, es tu fan número uno —ese fue su intento de encubrir lo que le faltaba: el amor de la mujer que tenía sentada delante.

—¿Así es cómo el libro llegó a tus manos? —quiso saber la escritora.

—Pues sí —confirmó él—. Bethany lo leía con tanto entusiasmo que le pregunté de qué iba. Ni te imaginas lo que sentí cuando leyó mi historia… nuestra historia. Creía que el corazón se me iba a salir del pecho.

Emily miró hacia abajo, suspiró y, poco después, alzó la cabeza para sostenerle la mirada. Mentiría si dijera que no le afectaba su presencia. Aunque lejanos, habían compartido muchos años que la habían marcado profundamente, para bien y para mal; habían dejado huella en el alma y contribuido a convertirla en la persona que era.

—No me sorprendí al descubrir que te habías convertido en una escritora de éxito, de hecho, me alegré muchísimo. ¡Naciste con el talento de crear otros mundos! ¿Cómo olvidar que, cuando éramos pequeños, me hablabas de personajes que vivían en tu cabeza, de hadas y duendes, de universos fantásticos…? Con el tiempo dejaste de hacerlo, aunque intuyo que nunca dejaste de crear.

—Intuyes bien. Desde que tengo uso de razón, mi cabeza siempre ha sido un hervidero de historias que convivían con la realidad, aunque no siempre me he animado a compartirlas con los demás. Un poco de locos, si lo piensas bien —bromeó.

—Una maravilla —aseguró él—. Tienes un don increíble, Milly. No sé si eres consciente de que tienes el poder de emocionar, de llegar al alma de la gente. Lo he sentido en mi propia piel, pero también he visto el efecto que tienes en mi hija.

Sin darse cuenta, después de decir todo lo que se habían guardado durante tantos años, se relajaron. La conversación fluía de manera natural, del mismo modo que cuando se veían cada día. Y es que media vida juntos no podía borrarse tan fácilmente.

—También es una gran responsabilidad… Me conformo con entretener a mis lectores, por esa razón escribo fantasía.

—Escribes sobre el amor —la corrigió.

—Lo que he dicho: escribo fantasía —repitió ella, desafiándolo con la mirada a que la contradijera.

Kyle prefirió pasar por alto el comentario. Era consciente de que la decepción que se había llevado por su culpa cuando era adolescente podía ser la culpable de que Emily afirmara con tanto convencimiento que el amor era solo una fantasía. Se odiaba por ello y se juró que haría todo lo que estuviera en sus manos para reparar el daño o, al menos, compensarlo.

—Me he enterado por tus redes sociales… Sí, admito que te busqué —se apresuró a confesar, avergonzado, cuando vio que ella alzaba una ceja—, pero en ese momento no me pareció correcto enviarte una solicitud de amistad o seguirte…

Emily se rio.

—¿Y ahora lo harás?

—Solo si te parece bien —respondió con seriedad.

Milly no respondió, solo sonrió mientras negaba con la cabeza, aunque no era una negativa a su petición de tener contacto a través de las redes sociales.

—Ibas a decirme algo —lo alentó a continuar.

—Sí, claro. Al buscarte por redes sociales —le guiñó un ojo para acompañar sus palabras y mantener el clima de cierta complicidad que habían logrado—, he descubierto que estás escribiendo una novela basada en la vida de tu abuela materna. Es un tema muy interesante y me alegro de que lo hagas. Tu abuela fue muy buena mujer y su historia, si no recuerdo mal, da para mucho.

—Es mi proyecto más ambicioso. El nombre de Malak le iba como anillo al dedo porque era un ángel, y me influyó muchísimo. Era tan dulce y tan sabia... Mi intención es rescatar las historias de su pueblo, sobre sus costumbres y cultura, las que me contaba cuando era pequeña. No quiero que se pierdan porque forman parte de mí; son mis raíces.

—¡Claro, Milly, es maravilloso! La recuerdo con mucho cariño. Cada vez que la visitábamos nos llenaba de dulces… ¿Cómo se llamaban esos que nos gustaban tanto? Los que sabían a almendras, que además iban bañados en miel y llevaban semillas de sésamo por encima.

Con una nitidez asombrosa, se acordó de cuando solían asaltar la bandeja plateada en la que su abuela Malak les servía la bollería. Siempre acababan con la cara y los dedos pegajosos por la miel. Sonrió de oreja a oreja.

—Se llamaba Chabbakia. Chebbakiya si lo dices en plural.

—¡Chabbakia, eso es! Recuerdo que tú también sabías hacerlos...

Emily asintió. Cuando estaba viva, su abuela siempre preparaba platos típicos, tanto dulces como salados, y le había enseñado varias recetas y secretos de la gastronomía marroquí. Antes de morir, consciente de que su nieta había mostrado gran interés por la cocina y que, además, había resultado ser una gran cocinera, le regaló un libro con todas esas recetas ancestrales. Era uno de sus mayores tesoros.

—Creo que deberíamos ir pidiendo la cuenta —señaló la escritora. La hora se les había pasado volando y, por el movimiento de los empleados, resultaba evidente que la cafetería estaba a punto de cerrar.

—Tienes razón —ratificó Kyle con pesar al comprobar la hora que era: casi las seis. Le hizo señas a una camarera antes de volver a centrarse en Emily—. ¿Podemos quedar otro día?

—Kyle…

—Milly, por favor. ¿Tan malo ha sido volver a verme?

—No es eso —murmuró desviando la mirada.

—¿Entonces?

Emily respiró hondo antes de responder.

—Solo voy a aceptar volver a verte si tienes claro que no es con fines románticos. No quiero que te crees falsas expectativas.

—¿Seríamos amigos?

—Solo amigos —expuso de forma rotunda.

—Acepto. No quiero perderte otra vez.

—¿Quieres darme tu número de teléfono y te apuntas el mío? —le preguntó ella, que se había puesto nerviosa de pronto. No lo admitiría nunca, pero sintió un leve cosquilleo en el estómago ante la perspectiva de retomar el contacto.

—¡Desde luego! —asintió él. Se sacó el móvil del bolsillo y abrió la agenda para añadir un nuevo contacto. Bajo el nombre «Milly», y con el corazón latiéndole a mil por hora, fue apuntando los números que ella le dictaba. Al terminar, levantó la cabeza para mirarla a los ojos—. Gracias —le dijo con extrema humildad. Sabía que ese acto tan simple, el de darle su número de teléfono, era su manera de decirle que le perdonaba todo el daño que le había hecho en el pasado.

Ella no fue capaz de responder. La intensidad con la que la miraba Kyle había despertado emociones pasadas y, al mismo tiempo, generado otras nuevas. Prefería no pensar en estas últimas. Fingiendo tranquilidad, sacó una libreta del bolso, la cual estaba llena de apuntes sobre su nueva novela. Abrió la cubierta colorida y buscó una página en blanco, donde se apuntó el número de Kyle. Mientras escribía las cuatro letras que formaban su nombre, creyó que el pulso no le respondería con firmeza. Por dentro, temblaba. Se dio prisa y lo volvió a guardar todo en el bolso.

Casi al mismo tiempo que Milly guardaba sus pertenencias, se acercó la camarera con la cuenta. Kyle lo pagó todo, aunque ella insistió en pagar su parte. Después, se levantaron y salieron fuera.

—Te llamo un día de estos —le dejó claras sus intenciones.

—De acuerdo —concedió ella—. Bueno… adiós.

—Adiós.

Se miraron una fracción de segundo. Kyle se acercó y, titubeantes y algo torpes, se despidieron con un beso en la mejilla. Cada uno se fue en una dirección diferente, aunque los dos lo hicieron pensando en el beso que acababan de darse.

Nuestra asignatura pendiente

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