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Sábado, 4 de agosto de 2018

Kyle llegó a la librería media hora antes, pero no se animó a entrar. Al intentar buscar a Emily a través del escaparate, captó movimiento dentro de la librería: un montón de sillas ocupadas, aunque las de los escritores estaban vacías.

En un arrebato, no sabía si de cordura o de cobardía, se dirigió a Polly’s, una cafetería cercana. Una vez dentro, ya que no se atrevió a sentarse en la terraza, se pasó cuarenta eternos minutos preguntándose una y otra vez si debía volver a la presentación o si sería mejor marcharse. Cuando se decidió, el evento ya había empezado y la encargada de la tienda daba la bienvenida al público.

Kyle entró en Daunt Books intentando no llamar la atención, aunque se sintió un poco estúpido. Un poco más de lo que ya se sentía por haber ido hasta allí en busca de… ¿qué?

«¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué he venido a buscar? ¿Un amor que dejé escapar hace dieciséis años? ¿De verdad espero que corra hacia mis brazos y actúe como si nada hubiese pasado cuando me vea?»

Se sentó. El café que acababa de beberse le estaba provocando acidez, o quizá solo era la situación absurda en la que se había metido y que su razón le recriminaba.

Inspiró hondo y dejó la mente en blanco para centrarse en la presentación. Una coordinadora presentaba a los autores uno a uno, los cuales iban subiendo al escenario y sentándose en su sitio. Hasta ese momento no había prestado atención, centrado como estaba en encontrar una cara conocida mientras divagaba sin parar.

Observó el panel, donde había tres mujeres y dos hombres, aunque ninguna era a quién esperaba ver. Se inquietó aún más. No había prestado atención al nombre de esos autores, así que empezó a preguntarse si se habría equivocado y si ese relato que había leído no estaba basado en su historia, sino que simplemente se trataba de una extraña coincidencia.

«¡No! ¡No puede ser!», se dijo. «Los hechos que se relatan en el libro son exactamente como los recuerdo, y las palabras… No puede tratarse de una coincidencia».

Frustrado y enfadado consigo mismo por su absurdo comportamiento, decidió que ya era hora de irse y acabar de una vez por todas con ese asunto, pero entonces la coordinadora anunció a Miranda Darcy.

La adrenalina le recorrió el cuerpo con la fuerza de un tsunami.

Kyle se quedó quieto, con la mirada fija hacia delante. Lo primero que vio fue su espalda. Con un andar delicado y envuelta en un vestido vaporoso de color salmón que llevaba ajustado a la cintura con un fino cinturón marrón y dorado, se dirigió hacia el escenario. El pelo le caía en cascada sobre los hombros. Kyle quería verle la cara, pero no llegaba a hacerlo desde donde estaba, en la última hilera de sillas. La ansiedad se apoderó de él durante unos segundos hasta que, como si la escena se desarrollara a cámara lenta, consiguió distinguirle el perfil y, finalmente, la cara cuando se giró hacia el público y se sentó en la mesa con los demás autores. Entonces, Kyle sintió que la librería se llenaba de luz y colores.

La escritora, con las mejillas encendidas, dio un sorbo al vaso de agua mientras la moderadora daba la charla por iniciada. La primera pregunta fue para ella.

Miranda notó que le temblaba un poco el pulso; aunque siempre le pasaba en los segundos previos a una presentación. Respiró hondo e impostó la voz para responder. Enseguida se tranquilizó y empezó a disfrutar del evento.

Kyle percibió el nerviosismo inicial de Miranda, aunque al cabo de unos segundos pareció tranquilizarse y, mientras hablaba de un tema que se notaba que la apasionaba, un aura mágica la rodeó y arrastró a Kyle sin piedad.

Recordó cuando, de pequeños, Milly le relataba historias fantásticas que se inventaba en el momento, propiciadas por cualquier impulso que le pusiera en marcha la imaginación. Y se sintió inmensamente feliz al descubrir que no había dejado morir ese don maravilloso con el que había nacido y que se había convertido en los cimientos de una exitosa carrera. Se la notaba radiante, plena.

Al volver a verla, tenerla tan cerca y respirar su poderosa energía, Kyle cayó en la cuenta de que dieciséis años no habían sido suficientes para olvidarla. Su cuerpo, su mente y su corazón la habían reconocido de inmediato, y ahora reaccionaban ante su presencia. La reclamaban como si el tiempo no hubiese pasado, como si sus errores no se hubiesen interpuesto entre los dos.

«¿Qué voy a hacer con todos estos sentimientos?», se preguntó, con cierta angustia. Durante los cuarenta y tantos minutos que duró la presentación, Kyle no pudo apartar los ojos de Emily. Reafirmó que conservaba esa aura luminosa y radiante que lo había cautivado de pequeño, así como que seguía teniendo la sonrisa más bonita que había visto nunca. Aún era ella, su Milly, aunque ahora utilizaba otro nombre.

Cuando la presentación acabó, el público acudió en masa a la mesa donde los autores firmaban ejemplares de la antología. Kyle compró uno de manera mecánica y se puso en la fila. No estaba seguro de qué le diría a Emily, pero la espera lo había envalentonado y no se iría de allí sin hablar con ella.

Cuando apenas quedaban un par de personas en la tienda, le llegó el turno. Dejó el libro sobre la mesa y lo empujó hacia adelante con suavidad mientras Miranda respondía a una lectora, la cual le había hecho un comentario mientras su compañera le firmaba el ejemplar.

—Me he reconocido en el protagonista —señaló Kyle con la voz ronca cuando la otra mujer se alejó.

Miranda alzó la vista durante unos segundos, aunque no reparó en las facciones del hombre. La sonrisa le iluminaba el rostro.

—¿Te refieres a que te has sentido identificado? —le preguntó. Volvió a bajar la vista mientras abría el libro con la intención de firmarlo.

Kyle le cogió la mano que tenía sobre la cubierta para captar su atención. La reacción fue inmediata, justo como esperaba, porque alzó la cabeza, sorprendida, y lo miró fijamente.

—No. Me he reconocido en él.

—¿Có… cómo? —preguntó, aunque al estudiarle las facciones empezó a sospechar cuál sería la respuesta. Se le formó un nudo en el estómago y empezó a quedarse sin aire. Recordaba esos ojos oscuros, los había descrito con precisión en su relato. Nunca imaginó que él llegaría a leerlo.

—Soy Kyle Cameron, el protagonista. Todo lo que has contado en el relato forma parte de mi historia —declaró sin darle tregua con la mirada—. Y ella eres tú, aunque ahora te hagas llamar Miranda Darcy.

Emily tragó saliva cuando, después de confirmar su suposición, el pasado la arrolló con una vorágine de imágenes que se sobreponían entre sí sin seguir ningún tipo de orden cronológico. Esos flashbacks correspondían a fragmentos de su vida que habían dejado un rastro de felicidad, dolor, ilusión, decepción… los recuerdos la atenazaban y le costaba respirar.

—Kyle… —susurró.

—¿Cómo estás, Milly?

Se quedaron unos segundos en silencio.

—Bien —respondió, por fin, y después sonrió por lo ridícula que le resultaba la escena. Se saludaron como si fueran dos amigos que se acababan de encontrar por la calle un día cualquiera de una semana cualquiera. Sin embargo, la situación distaba un abismo de ser rutinaria, además de que ya no eran amigos; al menos ya no—. ¿Qué haces aquí, Kyle? —le preguntó con voz cansada.

—Cuando lo leí… —explicó señalando el libro—, retrocedí dieciséis años. Nos vi en Holland Park, en el jardín japonés de Kyoto y en el mercadillo de Portobello. Recordé la conexión que había entre nosotros, lo que sentíamos… todo. Reviví lo nuestro, Milly.

—Kyle, nunca hubo un «lo nuestro» —lo interrumpió con firmeza y minimizando adrede media vida de amistad—. Podría haber pasado algo entre nosotros, pero acabó antes de que le diera tiempo a empezar —completó haciendo referencia al breve romance que habían compartido.

—Aunque digas que no le dio tiempo a empezar, te aseguro que sí lo hizo, Emily, y fue precioso —replicó ignorando sus palabras—. Hace dieciséis años me resigné a perderte y, durante todo este tiempo, he vivido como anestesiado. Pero tu relato me ha hecho despertar de golpe y me he dado cuenta de que podríamos haber resuelto las cosas de otra manera. ¿Por qué tuvimos que distanciarnos?

Emily dejó ir un resoplido, incrédula.

—¿Justamente tú vienes a preguntarme por qué nos distanciamos? —inquirió entre dientes, esforzándose para no gritarle. Negó con la cabeza—. Esto es demasiado. Además, no me parece que sea ni el momento ni el lugar apropiado para mantener esta conversación.

Kyle echó un vistazo a su alrededor. Solo quedaban tres o cuatro lectores alrededor de la mesa, pero tenían el personal de la librería a poca distancia. Asintió con un gesto.

—Tienes razón, este no es el lugar adecuado. Lo siento, pero esta historia, nuestra historia, ha despertado muchos sentimientos en mí… —hizo una pausa a propósito para que la razón le ganase el pulso a los sentimientos. El intento fue un fracaso, así que, cuando volvió a abrir la boca, las palabras le salieron sin filtro—. Echo de menos lo que había entre nosotros, Milly. Ni te imaginas hasta qué punto quiero recuperarlo…

—Te voy a ser sincera, Kyle, no sé si lo dices en broma o si estás tan loco como para decirlo en serio —dudó. Desde donde estaba, Emily miró a su alrededor para comprobar que era el último de la fila. Los pocos lectores que quedaban delante de la mesa estaban distraídos con los demás escritores.

—Lo he dicho porque realmente lo siento —se detuvo de manera abrupta al contemplar una posibilidad que esperaba que no fuese cierta—. ¿Estás enamorada de otra persona?

—No —respondió rotundamente—, pero eso no significa que correré a tus brazos. Esto es un sinsentido y lo sabes.

—Lo único que sé es que quiero que me des otra oportunidad. Para mí fue importante, y resulta evidente que para ti también, si no, lo habrías olvidado. Y no intentes negarlo porque la historia que has escrito me da la razón. Recuerdas cada momento, cada escena, cada palabra… Lo que sentíamos a flor de piel y en el alma. Cada párrafo que has escrito atesora nuestra historia.

—Excepto el final, Kyle. «Nuestra historia» no acabó como en el relato —murmuró con un deje de tristeza en la voz. Por el rabillo del ojo, vio que los últimos lectores se alejaban de la mesa.

—Nuestra historia quedó inconclusa, pero podemos continuarla justo como has descrito en el libro. Estar juntos, tener esa felicidad imperecedera. Es nuestra asignatura pendiente, Milly. Hagamos realidad la parte de la historia que nos falta. Nuestro amor, que era perfecto, lo vale.

—Ese es el problema, Kyle: no lo era. Al quedar inconcluso, ha acabado siendo más platónico que real; poético. Todos estos años que hemos pasado separados han hecho que lo veamos precioso y perfecto, que obviáramos las aristas dolorosas. No pretendas opacarlo intentando algo que estoy segura de que no prosperará. Lo que pudo ser quedó en un punto lejano en el tiempo y hoy permanece idealizado en la memoria. Déjalo como está.

—No puedo. No quiero hacerlo, Emily.

—Es que la simple idea de iniciar una relación es absurda. ¿No te das cuenta de que ya no somos las mismas personas? Hemos crecido y cada uno tiene su propia vida. Nada sería igual a cómo lo recuerdas —negó con la cabeza—. Estoy segura de que no funcionaría.

—No puedes saberlo con certeza —replicó. A modo de respuesta, ella bajó la mirada y empezó a dedicarle el libro. No quería seguir hablando del tema—. Milly… Al menos dame la oportunidad de intentarlo —susurró Kyle. No soportaba el silencio que se había apoderado de todo.

Ella negó con la cabeza.

—No, Kyle. Prefiero regalarte algo mucho mejor —terminó de escribir la dedicatoria, cerró el libro y, sin mirarlo, se lo entregó—. Adiós —susurró, dando la charla por terminada.

Se quedó unos segundos mirándola; sin embargo, Emily se obligó a sí misma a no devolverle la mirada. Al final Kyle asintió y, cabizbajo, abandonó la librería. Cuando estuvo en el exterior y fuera del alcance de la vista, abrió el libro y leyó:

Este es mi regalo para ti, Kyle: un amor imperecedero, puro, luminoso. Incorruptible. Una historia con mil finales, todos los que puedas imaginar; y todos perfectos. Solo en nuestra imaginación podré ser tu chica policromática para siempre.

Nuestra asignatura pendiente

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