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Viernes, 10 de agosto de 2018

Después de un desayuno rápido, que consistió en una taza de té y un par de galletas de vainilla que Emily siempre tenía en casa, padre e hijos, ya que Justin había decidido acompañarla en lugar de su madre, se fueron al aeropuerto en coche. Eran poco más de las dos de la mañana.

Al cabo de cincuenta minutos de trayecto, que a Emily le sirvieron para espabilarse y llegar con la adrenalina y la ansiedad por las nubes, entraron en la terminal y se dispuso a hacer el check in. El aeropuerto era un mar de gente a todas horas, por lo que tuvo que hacer cola y esperar alrededor de una hora para poder facturar el equipaje. Cuando acabó, solo le quedó el bolso de mano. Se dirigió al sitio en el que la esperaban Justin y su padre. El tiempo se les pasó volando mientras Emily volvía a recibir un sinfín de recomendaciones.

—Creo que ya es hora de irse —les sugirió Emily cuando, después de mirar la hora en el móvil, vio que faltaban pocos minutos para las cuatro y media. El embarque para su vuelo, el BA 7270 de British Airways, estaba previsto para las cinco y treinta y cinco, así que ya era hora de pasar por el puesto de control.

—Bueno, hermanita, aquí nos despedimos —Justin la envolvió en un fuerte abrazo mientras le reiteraba las consabidas recomendaciones—. Mira bien dónde entras, y lo mismo con las calles, que aprovechados hay en todos lados y una mujer sola es fácil de engañar —Emily suspiró; su hermano siguió con la lista—: ¡Cuídate mucho y mantennos informados de tus movimientos!

—¡Justin, basta ya! —le advirtió ella, exhausta y, a esas horas, carente de energía. No tenía fuerzas para aguantar de nuevo sus sermones. Él la soltó, reticente. Al parecer, aún no le había dicho todo lo que quería.

—Tu hermano ya lo ha dicho todo —simplificó John.

—No te creas —siseó Justin, confirmando con esas palabras lo que Emy ya sospechaba.

—Ya es suficiente —le hizo notar ella.

—Que tengas buen viaje, hija —resumió John. La besó en la mejilla, aunque sin tanta efusividad, procurando mantener su porte serio y poco demostrativo en todo momento.

—Gracias, papá. Y ahora iros —les solicitó—, que no me gustan las despedidas.

Emily volvió a darles un beso a cada uno y, sin mirar atrás, se dirigió hacia el puesto de control de seguridad. Al llegar, vio que ya había varias personas esperando antes del escáner. Aprovechó ese tiempo para repasar mentalmente lo que llevaba puesto, comprobando que no tenía nada metálico encima que pudiera hacer sonar la alarma. Después pensó en su bolso de mano; no llevaba líquidos ni objetos afilados, así que estaba segura de que superaría el control sin inconvenientes.

La fila fue avanzando al ritmo de las manecillas del reloj y la adrenalina volvió a recorrerle el cuerpo.

Avanzó unos pasos más, pero se giró porque había visto por el rabillo del ojo como alguien se acercaba a la carrera. Se paró en seco, e incluso se quedó sin aliento, al ver que se trataba de Kyle.

Él sonrió al ver que ella lo había visto y reconocido. Emily se mordió el labio inferior y le devolvió la sonrisa, que pronto se amplió hasta que le abarcó toda la cara y le iluminó la mirada. Salió de la fila y le alargó una mano, que se apresuró en agarrar.

—¿Qué haces aquí?

—No podía dejar que te fueras sin despedirme.

—Kyle… —se le quebró la voz—. Nada ha cambiado —susurró. Sentía la necesidad de dejar las cosas claras para que no se creara falsas ilusiones. No obstante, era probable que se tratara de su parte racional, buscando imponerse a sus propias emociones.

—Shhh, no hace falta que digas nada. Solo quería verte y…

—Señorita, le toca —le avisó alguien de la fila.

Emily miró hacia el puesto de control, preguntándose por qué el tiempo había pasado tan rápido.

—Lo siento, debo irme —le informó. No podía arriesgarse a tener que hacer toda la cola de nuevo porque acabaría perdiendo el vuelo. Kyle se sacó un objeto del bolsillo del abrigo y se lo puso en la palma, Emily cerró la mano en un puño de forma casi automática.

—Para que siempre encuentres el camino a casa —logró decir antes de que ella se alejara y lo dejara solo.

Kyle la siguió con la mirada y fue testigo del momento en el que abrió el puño y miró lo que le acababa de dar: una preciosa brújula antigua de bronce.

A pesar de que ya era su turno, se giró para mirarle. Milly asintió y articuló una palabra que entendió a la perfección y le hizo cosquillas en el alma: Volveré.

—Por favor, señorita, tiene que depositar todas sus pertenencias en la bandeja —la apresuró la guardia de seguridad encargada de atenderla, una mujer de evidente procedencia india que la trató con amabilidad a pesar de lo lenta que iba.

Emily guardó la brújula en el bolso y obedeció sin rechistar.

Después de pasar el escáner con éxito, y ya desde el otro lado del control de seguridad, donde solo podían acceder los pasajeros, Milly volvió a mirar a Kyle. Él le sonrió con cierta ternura y alzó la mano a modo de despedida. Esa imagen se le quedó grabada en la retina durante horas.

Un poco más tarde, después de embarcar y sentarse en el avión, Emily abrió el bolso y sacó la brújula. Acarició el borde de bronce con el dedo. Era preciosa: las agujas negras contrastaban con el marfil del fondo, donde aparecía dibujada la rosa de los vientos. No sabía de qué época sería, eso era la especialidad de Kyle, aunque supuso que debía tener alrededor de cien años. El material con el que estaba hecha le recordaba al antiguo reloj de bolsillo de su abuelo Ricardo. Mientras observaba la brújula y la cabeza se le llenaba de posibles escenas e historias, se dio cuenta de que ni siquiera le había dado las gracias a Kyle por el regalo. Se sintió mal al respecto, no solo porque era de buena educación, sino porque realmente le había gustado.

Miró el objeto otra vez antes de volver a guardárselo en el bolso y activó el modo avión del móvil; después dejó el equipaje en el suelo, tal como había indicado la azafata durante la explicación de las normas para el despegue. Se abrochó el cinturón de seguridad y observó su propio reflejo en la ventanilla. La mirada pronto se le perdió en el infinito y la mente empezó a darle vueltas a todo lo que había vivido hacía apenas una hora y a las intensas emociones que había experimentado.

No quería pensar en eso, pero tampoco podía quitárselo de la cabeza.

Suspiró y los labios se le curvaron en una ligera sonrisa.

Nuestra asignatura pendiente

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