Читать книгу La "literatura ausente": Augusto Roa Bastos y las polémicas del Paraguay post-stronista - Carla Daniela Benisz - Страница 10
Polémicas y exilio
ОглавлениеLa supuesta inmensidad vacía que aparenta un campo poco estudiado puede confundir los posibles caminos, imponer encrucijadas espectrales al investigador o un avance falsamente abierto. La figura de escritor de Augusto Roa Bastos condensa varias de las problemáticas que atravesó la literatura paraguaya durante el siglo XX, por lo que –como afirma Jean Andreu en su ensayo “Lecturas paraguayas”– ofrece en sí misma una posible opción metodológica para acercarse a esta literatura. Pero además, antes que centrarme en un hito histórico, elijo un episodio marginal: las polémicas intelectuales que se dieron alrededor de Roa Bastos apenas caída la dictadura de Alfredo Stroessner. Especialmente, la que Roa protagonizó junto a Carlos Villagra Marsal entre octubre y noviembre de 1989. Aunque, cabe aclarar, el historial polémico encuentra un antecedente en 1982, cuando Juan Bautista Rivarola Matto sale al cruce de supuestas declaraciones de Roa, y continúa durante los primeros años de la transición e involucra a otros escritores, concretamente a Guido Rodríguez-Alcalá. Como lo que me interesa de la polémica es su capacidad de generar posicionamientos en la esfera de la opinión pública, en el marco del campo intelectual, privilegio los textos que circularon justamente de manera pública. Claro que esto no obedece simplemente a un interés arbitrario y personal, sino que lo que da relevancia a la polémica es su relación dialéctica con los procesos sociales y culturales, a los que da forma de enfrentamiento de voces, en el discurso, por lo que, en consecuencia, la polémica contribuye a reconfigurar los grupos de oposición que actúan en el campo intelectual. Por eso, metodológicamente, baso mi corpus en discursos publicados y no en las declaraciones de pasillo o testimonios de la esfera íntima, que, aunque puedan haber sido determinantes, no forman parte de la polémica; pues, como explica Christian Plantin: “la polémica puede desarrollarse sobre la base de un asunto de carácter privado […] pero es necesario que ese conflicto tome un cariz público que ponga en discusión los grandes principios y los grupos de partidarios que se adhieren a ellos (identificados con esos principios)” (2003, pág. 387)7. La polémica es, en definitiva, una intervención sobre la esfera pública e incluso, como afirma Angenot (2008, pág. 13), pretende influir sobre el público antes que sobre el adversario.
A su vez, el público participa de la polémica y no solo como receptor, sino como esfera que delinea, restringe o permite los marcos de lo decible. La eficacia polémica de una enunciación aislada no podría ser mensurada sino por sus posibles repercusiones en el plano social. En este sentido, es importante destacar que la mayoría de los textos que aquí analizo aparecieron en diarios de tirada masiva; Roa y Villagra escriben en Última hora y Hoy, respectivamente. Pero también la novelística de los polemistas sirvió para vehiculizar, a través de la ficción, los conflictos del campo. Esto último fue lo que sucedió con la polémica entre Roa Bastos y Guido Rodríguez-Alcalá, quienes utilizaron sus novelas, Vigilia del Almirante (1992) y Contravida (1994), del primero, y El rector (1991) del segundo, para polemizar a través de personajes en clave.
Si bien estas polémicas se alimentaron de cuestiones extraliterarias vinculadas a los posicionamientos políticos de los escritores durante la transición, el principal disparador de la polémica con Villagra fue una hipótesis de Roa Bastos, respecto de que la literatura paraguaya era una “literatura ausente”:
[…] no como carencia de algunas buenas obras del género narrativo, sino como inexistencia de un corpus de obras cualitativamente ligadas por denominadores comunes; como la falta de un sistema de obras de ficción que traducen en su variedad temática y en sus diversas entonaciones, el temple de una colectividad, los rasgos característicos de su historia, de sus modos de ser, de su ámbito físico y sociocultural: todo eso que de una manera abstracta se suele denominar identidad nacional. (Roa Bastos, 1991b [1986], pág. 100)
En el campo intelectual paraguayo, el episodio aún pervive como un ajuste de cuentas de índole personal, no suele ser considerado como objeto de análisis, es más: muchos críticos o escritores se niegan a “opinar” siquiera sobre el episodio porque involucra vínculos personales. Sin embargo, en la breve cita anterior, se lee una serie de términos altamente problematizados en los estudios latinoamericanos (sistema, corpus, identidad nacional), pero que, en el caso del Paraguay, debutan como centro del debate intelectual recién hacia fines de los ochenta. Desde este punto de vista, la elección de un episodio que puede resultar anecdótico pero condensa una serie de problemáticas estructurales en la literatura paraguaya, permite entrar al campo inexplorado sin vernos desbordados por la escasez de trabajos previos. Y lo hace a través de distintos niveles:
1 Permite abordar el contexto de la democratización, las consecuencias de la dictadura en la literatura y las tomas de posición que los intelectuales elaboran tras su caída, las cuales a su vez tienen que ver con distintas tendencias ideológicas que tienen una larga tradición en la historia intelectual paraguaya.
2 La hipótesis de la “literatura ausente” interpela la literatura paraguaya desde el concepto de sistema literario, y con ello, las implicancias de una literatura nacional justamente en un momento en que la valorización de lo “diferencial” en los estudios literarios pone en cuestión las construcciones en torno a lo “nacional”; y desde la compleja cartografía de la literatura paraguaya, que se desarrolló bifurcada por el bilingüismo y el exilio. Es así que el planteo por una literatura nacional para el Paraguay está doblemente complejizado. Por un lado, porque la lengua nacional –la construcción abstracta que debería soportar esa literatura– implica la siguiente problematicidad: ¿cuál sería la lengua para la literatura paraguaya en un contexto de diglosia que permea continuamente la escritura? Por otro, porque no podemos negar que es una literatura que, además, interactúa fuertemente con espacios que superan la delimitación estatal, fundamentalmente el rioplatense.
3 La reconfiguración del campo intelectual en la post-dictadura vehiculizó a través de polémicas, algunos de los problemas que el contexto imponía a los agentes del campo. En casos como el paraguayo, pero también en casi toda la región, se encuentra, entre los tópicos que se discutían, el de exilio, abordado desde sus implicancias éticas o políticas, antes que estrictamente literarias. A partir de él, cada perspectiva construye o delimita determinada imagen del escritor exiliado. Abordar el periodo para el caso paraguayo permite completar el mapa de la literatura conosureña post-dictaduras y además darle entidad de objeto de investigación a un periodo que si bien ha sido abordado, algunas de sus problemáticas quedan a menudo reducidas al terreno de la chismografía.
En algunos aspectos, el post-stronismo implicó fenómenos similares, sobre campo intelectual y post-dictadura, a lo que se ha investigado para los casos de Chile, Brasil, Argentina y otros; pero no se ha profundizado en estas similitudes que, a su vez, permiten resaltar las particularidades de la literatura paraguaya. Por ejemplo, el exilio reciente fue producto de una etapa histórica que caracterizó a todo el sub-continente, definida en torno a las últimas dictaduras militares, el terrorismo de Estado, coordinado éste regionalmente a través de redes de represión como el Operativo Cóndor y al calor de la Doctrina de Seguridad Nacional. Se trata, en definitiva, de una coyuntura que dejó profundas marcas en la cultura y el campo intelectual. En el plano estrictamente literario, la crítica ha encontrado en estas coordenadas una fuerte bisagra y habla de una generación que habría bebido el caldo amargo de la derrota, mientras el boom se había desarrollado en la etapa del florecimiento de las ideas de cambio social al calor, fundamentalmente, de la Revolución Cubana. Tras esa fuerte ebullición política y cultural, el peso de la derrota fragmentó la experiencia recogida, los logros obtenidos y quebró uno de los procesos más ricos de la literatura latinoamericana.
La noción de compromiso, que hasta los setenta mantuvo su peso específico en el campo intelectual, contribuía a que el apoliticismo o la indiferencia fueran juzgados negativamente. Escapistas o liberales, comprometidos o críticos, los escritores se vieron envueltos en cuestionamientos éticos dentro del mismo campo. Pero es ya en el proceso de democratización, cuyos albores emergen en los últimos años de las dictaduras, cuando estos cuestionamientos se dieron con mayor vigor bajo la forma de polémicas, en las que empiezan a juzgarse las posiciones asumidas ante la derrota. Contribuyó a ello el hecho de que la censura se haya relajado y de que haya aumentado la circulación de publicaciones. Pero, en un plano general, se activa un proceso de reconfiguración del campo intelectual, en el que se pueden observar: la democratización de las instituciones de la cultura en consonancia con la democratización de la sociedad, reacomodamientos en las universidades, reelaboraciones de sus planes de estudio, sus programas y sus marcos teóricos, nuevos posicionamientos en la serie literaria y en la conformación del canon. En términos de Bourdieu, se ve alterado ese “sistema de líneas de fuerza”, la relaciones entre “agentes” y “sistemas de agentes”, que constituye el campo (Bourdieu, 2002 [1966], págs. 9-10). A nivel del sub-continente, el grueso de este proceso abarca la década del ochenta, con repercusiones en los años noventa de acuerdo, en cada caso, con las características de cada campo y de cómo influyó en él el proceso de transición a la democracia.
En este contexto, el fenómeno del exilio tuvo distintas valencias. Por un lado, fue –sin dudas– un fenómeno social y político que implicó preguntas acerca de cómo leer la literatura que se estaba produciendo y publicando en diferentes puntos del exilio latinoamericano. Lo cual, en sus planteos más extremos, involucra una pregunta mayor conectada con cuestiones fundantes: qué conforma la literatura latinoamericana. A esta pregunta apuntan las reflexiones de Ana Pizarro, realizadas justamente en el contexto de la post-dictadura:
¿Es literatura latinoamericana por ejemplo la literatura de los jesuitas que en 1767 son expulsados del continente y que comienzan a constituir en Europa una especie de conciencia de América en el exterior? […] El caso de la literatura de los jesuitas, que constituyen el gran exilio de fines del siglo XVIII, es el antecedente de la literatura del exilio masivo reciente, de los años setenta de nuestro siglo, que todavía está en proceso y decantamiento. Pero plantea problemas similares. En efecto ¿es la literatura latinoamericana la de los exiliados recientes que comienzan a publicar en Europa y los Estados Unidos fundamentalmente, textos en rumano, finlandés, francés? (Pizarro, 1985, pág. 14)
Por otro lado, el exilio también funcionó como tópico en los discursos que dan cuenta de la reconfiguración del campo. En las polémicas, por ejemplo, donde se tensiona el canon y se ponen en duda algunas legitimidades o consagraciones ganadas en el periodo anterior, el tópico del exilio divide posiciones. Éstas tienen que ver con la imagen que se construya del exiliado: muchos enuncian desde ese lugar ambiguo, pero lo construyen como punto de vista casi privilegiado, otros cuestionan la legitimidad del exilio o consideran un abanico de diferentes tipos de exilios no todos justificables, no todos dorados. Un ejemplo epocal de la fuerza de este tópico es la crítica que realiza Ángel Rama a la novela de José Donoso, El jardín de al lado de 1981, en la que Rama destaca el “ajuste de cuentas con el exilio latinoamericano”, el cual ha forjado un “terrorismo” del exilio:
[…] que va constituyéndose en espectáculo tan penoso como aquél de los republicanos españoles que rumiaban su ira y su impotencia por México, Caracas o Buenos Aires, reconstruyendo obsesivamente un pasado heroico que poco tenía que ver con la realidad interior de la patria ni con la circundante de sus patrias de adopción. Esta irrealidad, a que se ve condenado el exiliado, deriva de su específica condición y no es un capricho de su albedrío. (1998 [1981], pág. 175)
Más allá del juicio sobre este “terrorismo del exilio”, descripto ni más ni menos que por un exiliado, el quiebre que significó la instalación de los regímenes dictatoriales, ha producido una fuerte bifurcación entre los exiliados y los que permanecieron en el país. La distancia y la violencia con que fue impuesta, pudieron haber forjado dos formas distintas de percibir el proceso histórico de la dictadura, primero, y de la transición a la democracia, después. A partir de ello podría entenderse la división que se produce entre los escritores exiliados y buena parte del campo, cuando éstos pretenden reinsertarse en medio de un fuerte proceso de cambio y reconstrucción. Así lo afirma José Luis de Diego (2000b, pág. 440), que estudia las polémicas surgidas en los estertores de la última dictadura argentina y considera que “estas ideologías sobre el exilio entran en juego en la reconstrucción del campo intelectual posterior a la dictadura”. En su tesis doctoral, de Diego desarrolla más acabadamente estas “ideologías del exilio”:
El extrañamiento del regreso era doble: ni los exiliados que regresaban eran los mismos, ni tampoco lo eran aquellos con quienes se reencontraban, y que habían debido soportar el exilio interior. Para los proscriptos, quienes se habían quedado en el país habían sufrido, en muchos casos, una suerte de lavado de cerebro: Siscar habla de “zombies”; Adriana Puiggrós, de una “gran frivolidad”. Existía una resistencia a que los recién llegados pretendieran saber qué ocurrió bajo la dictadura mejor que los que la vivieron en carne propia, y la reacción será contra los que con cierta arrogancia se endilgaban un presunto heroísmo en la lucha contra la dictadura “desde afuera”. (2000a, pág. 163)
Del exilio como factor de polémicas, también participan las siguientes reflexiones de Nelly Richard sobre el campo intelectual chileno:
La cantidad de fracturas producidas en el Chile postgolpe afectó no sólo el cuerpo social y su textura comunitaria, sino las representaciones de la historia aún disponibles para un sujeto quebrantado en su memoria y su identidad nacionales. Ya no quedaba historia ni concepción de una historicidad trascendente que no estuvieran enteramente socavadas por la revelación del engaño o del fracaso. Ni la cruel historia oficial de los dominadores ni la dolorosa historia contraoficial de los dominados (una historia construida –éticamente– como reverso, pero igualmente lineal en su simetría invertida) eran ya capaces de orientar el sujeto cultural hacia una finalidad y coherencia de sentido y de interpretación. (Richard, 2007, pág. 26)
Para Richard, los exiliados intentan reconstruir esa linealidad histórica quebrada (Id., pág. 27) y por ello los considera como una interferencia anacrónica en torno a ciertas ambiciones imposibles: identidad, historicidad trascendente, coherencia, sentido, que, salvo por la dimensión ética, se estructuran de la misma forma que el relato del poder. Desde ya que Richard intenta posicionar aquí las experiencias rupturistas del campo chileno de los ochenta; de ahí su caracterización de la lógica setentista que los exiliados querrían reconstruir (diferenciable, según ella, solo por el contenido ético). Sin embargo, su caracterización contribuye a dimensionar, a nivel continental, las fisuras que se producen en el campo intelectual del periodo.
Una particularidad que caracteriza a la literatura argentina y que de Diego (2000a, págs. 132 y ss.) encuentra en las reflexiones de la post-dictadura, es el hecho de haberse forjado un origen en el exilio, el de la Generación del 37; es decir, se cuenta, entonces, ya con posibles respuestas, para el caso argentino, a las dudas que se desprenden de la pregunta de Ana Pizarro acerca de cómo se inserta la literatura del exilio en la literatura latinoamericana. Esto, desde ya, es posible gracias a las características de la literatura argentina y las operaciones críticas que se realizaron sobre ella desde el tomo Los proscriptos de la Historia de la literatura argentina de Ricardo Rojas. De modo que la circunstancia histórica del exilio no quita entidad al carácter de la literatura argentina ni resquebraja su tradición; incluso teniendo en cuenta que el exilio significa también exilio de la lengua. Al contrario, esta tradición aporta un suelo reafirmado por la misma crítica que da entidad a esa literatura:
En los proscriptos, entonces, está el inicio no sólo de la literatura sino de la “historia nacional”; Matamoro irá incluso más lejos: “La Argentina fue antes una literatura que un país” (PQF; p. 229). Independientemente de la validez de esa hipótesis, la actitud de poner la literatura por encima –o en el origen mismo– de la configuración de una nacionalidad permite ser leída también desde los años de la dictadura: si estos exiliados se reconocen en aquellos proscriptos, resulta evidente la deliberada extensión de las fronteras de lo nacional y la necesidad política de negarle al régimen el patrimonio de los rasgos definitorios de la nacionalidad. (Id., pág. 133)
Sin embargo, éste no es el caso de la literatura paraguaya. A pesar de ser un país históricamente expulsor, la relación entre exilio y literatura carece de consensos críticos fuertes, por lo cual las polémicas del post-stronismo significarían, en muchos aspectos, planteos inaugurales o debates inéditos. Entre quienes han intentado abordar, desde la crítica literaria, el hecho del exilio como factor de injerencia para la literatura paraguaya y la construcción de la literatura, podemos mencionar a Josefina Plá y Teresa Méndez-Faith. Josefina Plá (1992) plantea la noción de “perspectivismo”, según la cual, la literatura paraguaya se caracteriza por el “hecho bifronte” de constituirse –desde sus primeros momentos– por escritores extranjeros que aportaron códigos renovadores, pero no encontraron suelo fértil para asentar esas innovaciones, y –por otro lado– por paraguayos exiliados que en el exterior entran en contacto con las corrientes estéticas en vigencia, pero no llegan al público de su propio país. El perspectivismo se refiere a la visión distanciada con la que tanto extranjeros como exiliados han reconstruido aspectos de la cultura e historia paraguayas en sus obras. Concluye que, ya promediado la dictadura stronista, la literatura paraguaya innovadora, incluso la única que garantiza la “lucha por la cultura”, es la del exilio:
Todas las obras considerables de la narrativa de los últimos cuatro lustros han visto la luz en el extranjero. Este hecho, que confirma la tesis perspectivista, sugeriría una defección de la intelectualidad nacional en la lucha por la cultura, si no resultase evidente que sólo desde el exterior tiene esta literatura la posibilidad de soslayar mediatizaciones esterilizantes. (Id.)
Méndez-Faith en su trabajo Paraguay: Novela y exilio (1985) mapea, como puede verse ya en el título, la literatura paraguaya desde los escritores que forjaron su obra en el exilio, puntualmente Augusto Roa Bastos y Gabriel Casaccia. El recorte se basa en la hipótesis de que el mayor desarrollo de la literatura paraguaya se produjo fuera del país, mientras que los escritores que permanecieron en el Paraguay no lograron superar el “exilio interior”:
[…] el drenaje intelectual que ha sufrido el Paraguay en los años posteriores a la Guerra del Chaco, pero en especial a partir de la Guerra Civil de 1947, sumado a la situación política imperante dentro del país y a las condiciones de represión y censura en que se ve obligado a trabajar el escritor que escribe intrafronteras, explican en gran parte –y en especial para las tres últimas décadas– las dos caras de la moneda: por un lado la pobreza cuantitativa y cualitativa de la producción literaria interna, y por otro la relativa riqueza –tanto en cantidad como en calidad– de la del exilio. (Méndez-Faith, 1985, pág. 31)
En esto, Méndez-Faith adscribe a una lectura, la de la negatividad del “exilio interior”, que muchos escritores del periodo (entre ellos, Roa Bastos con su “literatura ausente”) tendrían respecto de las posibilidades de escritura entre el exilio y la represión interna. Como ya adelanté, esta hipótesis fue motivo de polémica en los años de la post-dictadura en distintos puntos de la región8. De modo que Méndez-Faith se posiciona al respecto, asume la condición del “exilio interior” como factor aún más paralizante para la escritura que el exilio mismo, pero no participa concretamente de la polémica, puesto que interviene desde afuera, desde el lugar de la crítica y en la academia norteamericana.
Se pueden encontrar algunas continuidades entre ambas críticas. Méndez-Faith adscribe también, aunque sin mencionar el término, a la idea de “perspectivismo”, pero como dato consensuado en la literatura paraguaya:
[…] los tres narradores que aparecen en la década inicial del siglo –y cuya obra inicia, según consenso crítico generalizado, la narrativa nacional– son extranjeros. Ellos son los argentinos Martín Goycochea Menéndez (1875-1916) y José Rodríguez Alcalá (1875-1958), y el español Rafael Barrett (1877-1910). No obedece al azar el que la narrativa paraguaya se inicie con las obras de tres escritores extranjeros y de que ellas constituyan lo más rescatable y respetable que se haya escrito en el país hasta la aparición de la narrativa contemporánea cuyos más distinguidos representantes, Gabriel Casaccia y Augusto Roa Bastos, desarrollan la mayor parte de su narrativa en el exilio. (Méndez-Faith, 1985, pág. 39)
En definitiva, ambas autoras realizan un diagnóstico negativo de la situación de la literatura paraguaya, solo “salvada”, en parte, por los escritores del exilio. En cuanto a lo que se escribe fronteras adentro, se trata de “escasez literaria”, “pobreza cuantitativa y cualitativa” (Méndez-Faith) o directamente “no hay páginas literarias” (Plá). Sin embargo, como desarrollaré en la Segunda Parte, a pesar de estas posiciones, Josefina Plá quien sí es una personalidad destacada del campo intelectual de la transición, prefiere no intervenir en la polémica de la “literatura ausente”, a pesar de que Roa Bastos se inspirara en algunos de sus artículos críticos para formularla.
Más allá de la valoración que pueda hacerse sobre el fenómeno del exilio crónico paraguayo, es cierto que esta recurrencia ha contribuido a plantear una dinámica de campo intelectual en términos regionales. Si el campo intelectual francés del modelo bourdesiano (Bourdieu, 1995 y 2002) es contenido en una configuración nacional (ésta es la “limitación” que le observan Atamirano & Sarlo, 1983, pág. 85), esa configuración, en cambio, no podría contener ni explicar por sí misma las características del campo latinoamericano, que se vincula con espacios consagratorios y de difusión externos. Esto se relaciona con otro reparo, que le realiza Silvia Sigal (2002), a la perspectiva de Bourdieu a la hora de aplicarla en América Latina. La autora explica que en un campo como el latinoamericano, además del campo de poder, otra fuerza externa a su especificidad influye sobre las instancias y los valores de consagración: los centros metropolitanos de producción cultural e intelectual. Por otro lado, en América Latina, la influencia de lo político ha minado más profundamente el debate intelectual y, en consecuencia, la autonomía del campo es mucho más relativa que en el modelo bourdesiano, pero también es más influyente el rol del intelectual y es a partir de esta doble pertenencia que se constituye y se diferencia el intelectual latinoamericano. Esta diferencia se articula especialmente en el género de la polémica. En tanto las polémicas funcionan como intervenciones que tienden a relativizar la autonomía del campo, es decir, como mediaciones entre el plano de lo social y el intelectual. Murat sostiene que con la polémica: “La pretensión de autonomía de la obra de arte deviene insostenible; el yo social recubre el yo profundo” (2003, pág. 11). Las polémicas, entonces, constituirían un género privilegiado para asumir el rol que Sigal le atribuye al intelectual, como “mediador entre las instancias que la autonomización de los campos separa” (2002, pág. 16).
Es a partir de esa especie de fuga geográfica que se pueden entender las continuas disputas intelectuales en torno a lo regional y lo cosmopolita, lo nacional y lo extranjerizante, y (esto sí es una particularidad del Paraguay) la disputa por la reapropiación de la historia colonial transportada en la lengua. Pero además, a diferencia tanto del campo intelectual paradigmático de Bourdieu como del ejemplo argentino o de otros países latinoamericanos, para los escritores paraguayos el vínculo con las metrópolis está, como dije, regionalizado porque es posible desde una perspectiva regional en la cual el Río de la Plata funciona como un espacio de mediación necesario o, como dice Ticio Escobar (2004, pág. 29, nota 4), como “doble mediación hegemónica”.
Los temas que abordaré a lo largo de este libro nos enfrentan a estas mediaciones múltiples, en las que el espacio rioplatense se convierte en foco de continua injerencia para el país mediterráneo; éste constituye entonces una cartografía particular no lo suficientemente reseñada aún por los estudios latinoamericanos, que sí han sido prolíficos, en los últimos años, en los trabajos sobre el eje andino y el antillismo, por ejemplo. Ello obliga a revisar continuamente los conceptos, como campo intelectual, periferia e incluso literatura nacional, aparentemente solidificados en el campo de la crítica latinoamericana. Es significativo también que sea un “género menor” como la polémica, el que transporta debates históricamente esquivos para la crítica literaria paraguaya, al mismo tiempo que se erige como herramienta de un velado enfrentamiento político y manifestación de la permeabilidad del campo. No tan paradójicamente, el contexto de la post-dictadura, primer episodio de relativa apertura democrática (institucionalmente, al menos) del siglo XX paraguayo, se abre a las discusiones en torno a un programa irrealizado de literatura nacional.
1. El único antecedente mencionable al respecto, aunque, a pesar de su título, no es precisamente una Historia de la literatura, es Historia de las letras paraguayas (de 1947, luego modificada y reeditada como Historia de la cultura paraguaya en 1961) de Carlos R. Centurión.
2. La obra de Rosicrán merecería un análisis más minucioso. Al mismo tiempo que sentó precedentes en cuanto a la escritura y al estudio del guaraní popular, también fue propagandista de un indigenismo nacionalista que armonizaría la colonización española con la herencia indígena y que sería aprovechado por las distintas ideologías del mestizaje (Bareiro Saguier, 2007a; Villagra-Batoux, 2013, págs. 312 y ss.; Melià, 1992, págs. 207 y ss.)
3. El término oratura ha proliferado, a partir de los años sesenta, en los estudios sobre poesía y cultura africanas, en confrontación con los paradigmas y conceptos heredados de las teorías eurocéntricas y al calor de la ebullición de los estudios subalternos en las últimas décadas (Pacor, 2014 y Prat Ferrer, 2007). En nuestra región, es un concepto utilizado especialmente en el caso paraguayo por Bartomeu Melià y otros investigadores.
4. La Constitución de 1967 declara al guaraní y al español como lenguas nacionales, pero solo la segunda como lengua oficial. Esto se especificó en el decreto 38.454 de 1983, que establecía que el estudiante de escuela primaria debería poder “escuchar, hablar, leer y escribir en lengua española; escuchar y hablar en lengua guaraní” (cit. por Villagra-Batoux, 2013, pág. 348).
5. No es menor la publicación de una novela, género central del canon occidental y moderno, en una lengua de origen indígena, y a partir de esto Villagra-Batoux (2013, pág. 351) afirma, para el guaraní, “una clara tendencia hacia la escritura”. Sin embargo, habría que matizar esta afirmación en relación con los fracasos de las leyes de educación bilingüe de la democracia y en relación con la narrativa del siglo XXI que, por el momento, parece preferir la construcción de lenguajes artificiosos e híbridos vinculados más al jopará que al guaraní.
6. Según Tadeo Zarratea (2011), Martínez Gamba es el “padre de la narrativa paraguaya en guaraní”, no por ser el primero, sino por escribir narrativa sostenida y programáticamente.
7. La traducción de la cita, así como de todas las extraídas de bibliografía en idioma extranjero, me pertenece.
8. Un ejemplo de ello es la famosa polémica entre Julio Cortázar y Liliana Heker publicada en la revista El ornitorrinco.