Читать книгу La "literatura ausente": Augusto Roa Bastos y las polémicas del Paraguay post-stronista - Carla Daniela Benisz - Страница 14

Capítulo 2 La matriz “liberal-cretinista” El discurso de la post-guerra

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La matriz liberal reconoce un punto inaugural de elaboración intelectual después de la Guerra contra la Triple Alianza, a causa del recambio político que se produce a partir de que muchos exiliados regresan amparados bajo el padrinazgo de los países vencedores, toman posiciones de poder y dan cuerpo a la élite política de la post-guerra. El corpus de ideas que se generaron entonces giró en torno al fuerte cuestionamiento a los gobiernos anteriores (Francia y los López) y, en consecuencia, al apoyo popular que habría sostenido a esos gobiernos y que habría posibilitado su largo mantenimiento en el poder. Es así como la tesis del cretinismo, deficitaria del influjo sarmientino sobre la intelectualidad paraguaya, se hizo necesaria para desterrar los mitos que circulaban sobre el heroísmo popular que enfrentó al ejército aliado. Con cretinismo me refiero al concepto que pretende explicar, desde una óptica supuestamente sociológica y pseudo-cientificista, al modo de los ensayos del positivismo finisecular en el Río de la Plata, la tolerancia del pueblo paraguayo hacia estos regímenes autoritarios; según la tesis cretinista, el pueblo había sido cretinizado por el despotismo y carecía de voluntad democrática y apetito por su propia libertad. Su principal ideólogo es Cecilio Báez, por lo cual, tras su polémica con O’Leary, el cretinismo quedó asociado al pensamiento liberal, como uno de sus ejes centrales.

La Generación del 70 se caracteriza, en términos intelectuales, por propagandizar un ajuste del Estado paraguayo en función al concierto liberal que regimentaba el Río de la Plata y en ello se iba el rechazo unilateral a los proyectos políticos que habían encarnado los gobiernos anteriores. Esta nueva élite (aunque sus miembros no sean del todo nuevos) se nutría de familias tradicionales que regresaban del exilio. En Buenos Aires, estos exiliados habían interactuado con la dirigencia política que sucedió a Rosas y conspiraron contra el gobierno paraguayo, al punto que –llegada la hora del enfrentamiento armado– muchos de ellos conformaron la Legión Paraguaya y participaron en la guerra bajo los comandos aliados. Ejemplo de este influjo es justamente una de las obras fundacionales de la generación, la Constitución del 70, que funciona como bisagra institucional respecto de la organización previa del país. De hecho, Liliana Brezzo explica que: “el estado paraguayo que emergiera tras la guerra se conformó con auxilio de la normativa argentina: la constitución de 1870 fue una copia de esta última, los códigos civil y penal fueron adoptados de forma íntegra”. A lo que agrega:

También la interacción cultural entre la Argentina y el Paraguay se incrementó luego del conflicto, si bien ya desde mediados del siglo XIX, paraguayos opositores al régimen de los López emigraron y cursaron estudios en instituciones educativas argentinas. De hecho, los futuros presidentes del Paraguay como Benigno Ferreira, Pedro Peña, Emilio Aceval y Juan Bautista Egusquiza –entre otros– fueron alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires, del de Concepción del Uruguay y se matricularon en facultades de la Universidad de Buenos Aires. Esta afluencia, decíamos, se intensificó a tal punto que la clase dirigente paraguaya que actuó en las primeras décadas del siglo XX se había formado profesionalmente en la Argentina y trasladó a la sociedad paraguaya lo que en esa época dio en llamarse el standard of life que predominaba en Buenos Aires y del que la prensa dará detallada cuenta. (Brezzo, 2001b, pág. 4)

Para dejar sin ambigüedades la condena al régimen político anterior a la guerra, en 1869, el gobierno provisorio, sostenido en Asunción por las potencias aliadas mientras sus ejércitos aún daban caza a Solano López en el norte del país, decretó que López “queda fuera de la ley, arrojado para siempre del suelo paraguayo como asesino de su patria y enemigo del género humano” (cit. por Brezzo, 2001a, pág. 187). Decreto que no sería revocado sino hasta 1926.

En este contexto se crean varias instituciones que digitarán los discursos de la intelectualidad paraguaya: el Colegio Nacional de Asunción, en 1876, luego y como correlativos a éste, el Ateneo Paraguayo, el Instituto Paraguayo y la Universidad Nacional de Asunción (UNA). Cecilio Báez fue el primer egresado de la Facultad de Derecho de la UNA.

Desde estas instituciones, se contribuyó al discurso de inauguración de un “tiempo nuevo” y de una necesidad de regeneración (concepto caro en esos años) para el pueblo paraguayo; para lo cual no alcanzó la simple condena a los gobiernos anteriores en las personas de los gobernantes, sino también la condena a patrones culturales populares, tradicionales y estructurales de la sociedad paraguaya, fundamentalmente la lengua guaraní. Esta idea de la regeneración necesaria encontró una batería de argumentos en la ideología positivista-higienista, y a través de esta “reja del saber” (Foucault, 2014 [1966], pág. 143), se interpretó, al menos desde este sector de la élite, la guerra.

El guaraní fue especialmente relacionado con la política de aislamiento de Francia1 y era considerado –desde esa impronta positivista– un factor de atraso cultural, por lo cual el gobierno explícitamente prohibió su uso en las escuelas; medida que “fue respaldada por maestros y profesores –en su mayoría contratados en el extranjero– que mostraron su adhesión mediante notas dirigidas al ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública en las que consideraban a la lengua guaraní como perniciosa a la cultura y propia de gente iletrada y poco culta” (Brezzo, 2001a, pág. 166).

En este sentido, positivista, de civilizar al pueblo desde una élite ilustrada, se intentó también incentivar la inmigración como posibilidad de purgar esos factores de “atraso”. Desde esta perspectiva, “este flujo inmigratorio forzaría mayor rendimiento de la fuerza de trabajo nativa, cuya supuesta ‘inferioridad productiva’ era un tema de constante recurrencia en los argumentos de los políticos nacionales y de los inversores extranjeros” (Brezzo, 2010, pág. 207). Así lo explica José Segundo Decoud, fundador de la Universidad Nacional de Asunción, en 1889:

La fisonomía moral de un pueblo no es fácil cambiarla… Era necesario que el elemento extranjero estuviera en mayor número para que pudiera operar el fenómeno de la transformación (de nuestro pueblo), tradicionalmente indolente por más que se diga lo contrario… Son (los hombres de la campaña) muy poco afectos al trabajo y prefieren en su mayor parte la vida haragana y vagabunda… las mujeres se entregan regularmente a las faenas agrícolas, mientras que el hombre duerme tranquilamente la siesta. (Cit. por Melià, 1997, págs. 73-74)

Se puede observar, entonces, en la política cultural y educativa del nuevo régimen, un trasfondo similar al discurso higienista del fin de siglo en Argentina. De hecho, la lógica dicotómica de civilización-barbarie es uno de los núcleos generadores del discurso liberal-cretinista. Si bien, la dicotomía reconoce grandes trazos epocales, más allá del sarmientino, en tanto “es uno de los lugares comunes de la ideología de las clases dirigentes hispanoamericanas, ya atenuada la ‘retórica revolucionaria’, en la etapa de organización de los Estados nacionales” (Arnoux, 2008, pág. 71). Sin embargo, en lo que puede llamarse el campo intelectual paraguayo de la post-guerra, es la impronta sarmientina la que se destaca y esto se explica si tenemos en cuenta el influjo que el escritor argentino ejerció sobre el exilio paraguayo en Buenos Aires.

Si bien la guerra comenzó durante la presidencia de Mitre, siendo éste además el comandante en jefe del ejército aliado durante los primeros años, la fundamentación ideológica de la decisión bélica se basó en el mismo sistema de oposiciones entre la civilización y la barbarie, que Facundo había escenificado desde la trinchera antirrosista. De hecho, antes de Pavón, Mitre se había expresado en oposición a la iniciativa bélica que pregonaba el Imperio brasileño hacia el Paraguay. Mientras que era entonces Sarmiento el que “refleja los pensamientos de los jefes políticos de la ciudad portuaria; el más íntimo y auténtico” (Pomer, 2008, pág. 119). De ahí que la campaña propagandística porteña contra los gobiernos de Carlos Antonio y de Francisco Solano López replicara el mismo esquema argumentativo que se había esgrimido contra Rosas y que –tras Caseros– devino justificativo ideológico de la nueva facción dirigente. En esta sintonía, María José Narvaja explica que, en la prensa argentina, “la guerra fue definida, tanto desde el gobierno argentino como de la prensa partidaria, en los mismos términos que el enfrentamiento que oponía a liberales y federales” (2009). En 1862, tres años antes del comienzo de la guerra y cuando Francisco Solano acababa de asumir el gobierno paraguayo, El Nacional publicó las siguientes líneas de Sarmiento: “si queremos salvar nuestras libertades y nuestro porvenir, tenemos el deber de ayudar al Paraguay, obligando a sus mandatarios a entrar en la senda de la civilización” (cit. por Pomer, 2008, pág. 120). Los Debates, La Nación Argentina o El Nacional fueron las buhardillas liberales, en las que también participaban los paraguayos exiliados. Al respecto, Nora Bouvet explica que:

Intervinieron en la polémica, para defender al Paraguay, el diario porteño La Reforma Pacífica, propiedad de Nicolás A. Calvo, amigo y corresponsal de Solano López y el Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles, periódico oficial de Asunción, a cargo de los articulistas Juan José Brizuela y, sin firmar, Nicolás A. Calvo y Juan José Soto. Atacan al Paraguay, desde los periódicos de Domínguez, Sarmiento y Mitre, jóvenes paraguayos liberales radicados en Buenos Aires, y comerciantes opositores al gobierno de su país, la mayoría de ellos emparentados entre sí: Luciano Recalde, Manuel Pedro de Peña, Serapio Machaín, Fernando Iturburu, Gregorio Machaín y Carlos Loizaga, quienes fundan en diciembre de 1857 la Sociedad Libertadora del Paraguay. Los articulistas cruzan difamaciones: “A los señores Sarmiento, Domínguez y Mitre ha cabido la gloria y honor en la iniciativa de levantar su voz humanitaria de argentinos, contra el monopolio del gobernante paraguayo”, escribe Recalde. “¡He ahí, lectores, los regeneradores del Paraguay, los viles instrumentos del Brasil, los hombres de la cruzada libertadora, los pretendidos apóstoles de la civilización!”, contraataca Brizuela. (Bouvet, s/f, págs. 106-107)

La respuesta pro-paraguaya de Brizuela retoma en clave irónica los tópicos del discurso liberal, los cuales vinculan la “regeneración” del país con la “civilización” y la “libertad”, demostrando así lo extendido de estos conceptos, que comparten los liberales tanto paraguayos como argentinos en un gesto de “trasnacionalizar” el liberalismo, a modo de justificar la intervención de la doctrina también en la política paraguaya.

En algunos pasajes de la prensa, Sarmiento incluso adelanta su hipótesis de la tendencia atávica en el pueblo paraguayo de sostener tiranías2 que, años después, forma parte de Conflictos y armonías de las razas en América de 1883, texto en que Sarmiento yuxtapone la lógica de civilización-barbarie a los esquemas positivistas de la época:

El Paraguay no tuvo ocasión de oír la palabra Independencia siquiera, ni la gloria de conquistarla. Conquistó gloriosamente, sin embargo, medio siglo después, su muerte, pereciendo todos sus varones por sostener la más extraña, la más salvaje tiranía que haya producido la extravagancia neurótica de un abogado, apoderándose del gobierno de la raza india, que los jesuitas habían preparado para todas las obediencias y sumisiones, bajo la tutela de todos los directores espirituales, morales y políticos a la vez. (Sarmiento, 1900 [1883], pág. 191)

Esta asociación entre la tiranía, como forma de gobierno del Paraguay independiente, con las misiones jesuíticas ya estaba presente en el clásico de 1845. Allí Sarmiento realizaba la comparación entre Francia y Rosas y exclamaba:

¿No valía la pena de saber por qué en el Paraguay, tierra desmontada por la mano sabia del jesuitismo, un sabio educado en las aulas de la antigua Universidad de Córdoba abre una nueva página en la historia de las aberraciones del espíritu humano, encierra a un pueblo en sus límites de bosques primitivos, y, borrando las sendas que conducen a esta China recóndita, se oculta y esconde durante treinta años su presa en las profundidades del continente americano, y sin dejarla lanzar un solo grito, hasta que muerto, él mismo, por la edad y por la quieta fatiga de estar inmóvil pisando un pueblo sumiso, éste puede al fin, con voz extenuada y apenas inteligible, decir a los que vagan por sus inmediaciones: ¡vivo aún!, ¡pero cuánto he sufrido!, ¡quatum mutatus ab illo! ¡Qué transformación ha sufrido el Paraguay; qué cardenales y llagas ha dejado el yugo sobre su cuello que no oponía resistencia! (2005 [1845], págs. 16-17).

Se sabe que el positivismo finisecular impregnó, no solo el discurso liberal de Sarmiento, sino gran parte de la élite intelectual de la época, desde la novela naturalista hasta la estela de ensayos cubiertos de una retórica cientificista que, aunque más literaria que científica, fue ganando preeminencia en el campo de las ideas. En Paraguay, que –como puede observarse– nunca dejó de existir una estrecha relación con las tendencias intelectuales rioplatenses, este influjo adquirió una inflexión particular, en tanto tenía su objeto de estudio no en un otro configurado desde la fórmula de la invasión exterior, sino en una tipificación del paraguayo autóctono. Es por eso que Ana Couchonnal explica que “el momento fundante del encuentro de dos ‘Otros’ es reactualizado en la guerra como nueva matriz de otredad que se inscribe de pleno en una identidad moderna dependiente que se contrapone en algún punto con la articulación identitaria inicial” (Couchonnal, 2012, pág. 141). Para la autora, la Guerra contra la Triple Alianza funda una configuración de la otredad basada en los elementos identitarios previos al 70 (ella desataca especialmente el guaraní y la ruralidad) y situada, entonces, en un pasado que –como tal– debe ser superado y cancelado.

Comienza entonces, a partir del 70, en el discurso de la élite gobernante, la sucesión de metáforas, tópicos e ideologemas, envuelta en explicaciones de índole biologicista, que refieren a un proceso de “regeneración moral” para acabar con el histórico “atraso”. Francisco Gaona comenta al respecto:

La bandera enarbolada por estos jóvenes líderes inexpertos, fue la del resurgimiento moral de la República. Se preocuparon por crear y estimular la formación de una conciencia civilista, como contrapeso a los restos subyacentes de la dictadura, sin comprender que las dictaduras son el reflejo de especialísimas condiciones económicas, políticas y sociales. El primer vocero de este pensamiento liberal contemporáneo en el Paraguay de la postguerra, fue “La Regeneración”, cuyo cuerpo de redacción, no por casualidad, se hallaba integrado por Juan José Decoud, sus hermanos José Segundo Decoud y Adolfo Decoud, Benigno Ferreira, Juan Silvano Godoy, Juan Bautista Arce y Juan Escalada. Este periódico, cuyo primer número apareció el 1° de octubre de 1869, fue el órgano oficial de una de las primeras agrupaciones de postguerra: el Club del Pueblo, y traía como programa trabajar, por establecer los principios liberales, naturalmente del mitrismo argentino. (1967, pág. 195)

La

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