Читать книгу La "literatura ausente": Augusto Roa Bastos y las polémicas del Paraguay post-stronista - Carla Daniela Benisz - Страница 8

Introducción La “incógnita” del Paraguay

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La literatura paraguaya, como tal y más allá de alguna obra o autor puntual, ha sido pobremente estudiada. En parte, esto tiene que ver con el escaso tratamiento crítico del tema como objeto de análisis, a nivel regional pero también dentro del campo académico paraguayo. No contamos, siquiera, con una Historia o Historias de la literatura paraguaya de las cuales abjurar su tradicionalidad, criticar su sistematización, reponer sus olvidos o cuestionar sus jerarquías1. Es más, la introducción de la literatura paraguaya en el campo de la literatura latinoamericana quedó signada por la famosa frase de Luis Alberto Sánchez sobre la “incógnita del Paraguay” en su Historia de la literatura americana de 1937. Las repercusiones que la formulación tuvo en Paraguay y su persistencia quedaron parcialmente reflejadas en un ensayo de Hugo Rodríguez Alcalá, “Luis Alberto Sánchez y el Paraguay” (1987, págs. 13-32), aunque en el tono del ensayo impere cierto reproche hacia el escritor peruano por no considerar, aún en 1976 cuando publica la tercera serie de Escritores representativos de América, la obra de escritores como Gabriel Casaccia, Josefina Plá, Arnaldo Valdovinos y el mismo Roa Bastos.

Sin embargo, parafraseando a Ángel Rama, se puede conjeturar que la existencia de determinadas obras pertenecientes a determinados escritores, no hace a una literatura y probablemente la persistencia de la “incógnita” del Paraguay, más allá de la supuesta miopía de Sánchez, se deba más a la falta de crítica que de obras de literatura: “si la crítica no constituye las obras, sí construye la literatura, entendida como corpus orgánico en que se expresa una cultura, una nación, el pueblo de un continente” (Rama, 2008 [1982], pág. 13).

Pero el problema de la incógnita no involucra solo a la literatura del Paraguay. Es significativo que las investigaciones, más o menos recientes, sobre Paraguay, ya sea desde la literatura o desde la ciencias sociales, decidieron detenerse en un marco histórico de larga duración, que arranca desde el siglo XIX, cuando no desde tiempos de la Colonia. Situar una investigación sobre el Paraguay significa reponer el vacío de la “incógnita” que se constituyó en torno a él; esta reposición, por lo general, se da a través de hitos históricos: quizás haya algunas menciones a la Colonia, y a las particularidades lingüísticas y culturales de la Provincia del Paraguay, pero las menciones a la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia, a los gobiernos de Carlos Antonio y Francisco Solano López, a la Guerra contra la Triple Alianza, como bisagra trágica de la historia paraguaya, a la Guerra del Chaco y al stronismo, son prácticamente invariantes.

En cuanto a los trabajos específicos sobre la literatura paraguaya, también prevalece una organización en torno a determinados hitos. Los críticos suelen describir las tendencias intelectuales del siglo XIX, después del enclaustramiento cultural durante el gobierno de Francia, bajo el influjo del Romanticismo. Según Josefina Plá (1992, pág. 6), la Guerra contra la Triple Alianza “con sus interminables secuelas (1870-1900) favoreció la demora en la actitud romántica, al crear prolongada atmósfera de desorientación y derrotismo”. Para los críticos, este romanticismo tiene más que ver con un aire de época que impregnó las circunstancias y la vida de determinadas personalidades históricas, que con la consolidación de una poética, en un corpus literario más o menos establecido, de características asociables al Romanticismo del siglo XIX en la región. Es así como los dos presidentes que siguieron a Francia, Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano, a través de su obra de gobierno y de los escritos que legaron en función de ella, son catalogados como exponentes principales del Romanticismo del periodo (Amaral, s/f, pág. 64; Rodríguez-Alcalá, 1968, págs. 16-17), junto con funcionarios o periodistas que fungieron de intelectuales orgánicos durante sus gobiernos.

Sin embargo, durante el gobierno de Francisco Solano, se llevó a cabo un proyecto mucho más interesante, desde el punto de vista de la conformación de una lengua literaria. Puesto que, durante la Guerra contra la Triple Alianza, se comienzan a publicar periódicos bilingües o redactados enteramente en lengua guaraní, con el objetivo de propagandizar un mensaje nacionalista para motivar a las tropas en el enfrentamiento contra los aliados, y a utilizar el guaraní como lengua de campaña incluso entre la oficialidad. De este modo, los periódicos Cabichuí y Cacique Lambaré no significaron meramente un medio para la propaganda nacionalista, sino el primer ejercicio de escritura y de publicación en lengua guaraní desde el experimento lingüístico (en realidad, toda una política lingüística) de las reducciones jesuíticas. Se trató, además, de un ejercicio patrocinado desde la órbita del Estado, que implicó la difusión a nivel masivo y popular de la letra escrita e impresa en guaraní y, para ello, la realización del Congreso de Grafía de Paso Pucú en 1867 para el establecimiento de la normativa ortográfica. Quienes participaban de la redacción de la prensa de guerra eran los intelectuales orgánicos del gobierno de López como Natalicio Talavera, Juan Crisóstomo Centurión y Fidel Maíz. Esto además, como sostiene Bartomeu Melià, se trató de un ensayo de literatura popular: “Literatura para el pueblo, si se quiere, pero también popular, pues del pueblo usaban esos escritores la lengua y en él encontraban consonancias profundas. Todo acto de literatura está marcado por la distancia entre oralidad y escritura, sin dejar de ser por ello popular” (1992, pág. 200). A lo que luego, el autor agrega:

Si en la época colonial la literatura en guaraní se identifica con la sociedad de guaraníes de los pueblos jesuíticos a los que ofrece apenas textos religiosos y políticos, a partir de la nueva situación creada con la guerra esta literatura se da a sí misma otro destino y función: el registro poético de las vivencias del pueblo. Más que los historiadores y políticos, más incluso que los educadores –en contra de ellos, a veces– la literatura guaraní sostuvo lo nacional, aunque sea siempre difícil definir qué se entiende por valores nacionales. (Id., pág. 203)

Es necesario dimensionar la importancia de un proyecto lingüístico tal, que es estatal pero que usa la lengua guaraní como lengua de escritura y lengua editada en periódicos de difusión masiva, dirigidos a sectores sociales heterogéneos aunados por el uso de una lengua de origen indígena; un proyecto que la usa, además, para la divulgación de valores nacionales en un momento crítico para el Estado-nación que enuncia ese valor. Con ello no solo se frena, transitoriamente, “el abandono progresivo del guaraní como lengua literaria creada en el seno de las Misiones” (Gómez, 2007, pág. 127), sino que se potencia uno de los rasgos que destacaron al Paraguay desde la Colonia, el hecho de tener como lengua nacional, en tanto factor homogeneizador, a una lengua de origen indígena. Esto constituye, para Ana Couchonnal (2017, págs. 37-56.), uno de los rasgos diferenciales que hacen a lo que ella denomina “primera modernidad” en el Paraguay. La autora explica que desde la Colonia se configuran los primeros elementos estructurales de la nacionalidad flanqueada por una lengua originaria y una territorialidad fuertemente marcada por el relativo aislamiento respecto de las otras jurisdicciones y de la Corona española. Estos rasgos diferenciadores del Paraguay colonial han sido explotados desde diferentes perspectivas, incluso antagónicas; el nacionalismo conservador configuró en torno a ellos la idea de un mestizaje armónico, como origen de la nacionalidad. Otros autores, fundamentalmente Bartomeu Melià, en cambio, se enfocan en los fenómenos políticos y sociológicos para explicar que la comunidad (proto)nacional, en el caso paraguayo, es previa a la institucionalización de un Estado. De ahí, su clásica cita: “El Paraguay, que no siempre ha logrado ser un ‘buen’ Estado –excepto tal vez en tiempos del Dr. Francia– y que mucho menos ha gozado de ‘buenos’ gobiernos, es desde por lo menos el siglo XVII, una ‘buena’ nación” (Melià, 1997, pág. 69).

La derrota del Paraguay por la Triple Alianza también significó el aniquilamiento de aquella experiencia. La generación intelectual posterior a 1870 asoció el guaraní con las “rémoras” del Paraguay pre-bélico y, como tal, un elemento de barbarie que sería necesario erradicar. Las consecuencias de esta política se ven durante todo el siglo XX, en el que recién en los últimos años se ensayaron, con éxito parcial, políticas lingüísticas y educativas en relación al guaraní, empezando por la (nueva) fijación de su ortografía.

Se considera recién a la Generación del 900 como la principal inflexión en la constitución del campo intelectual paraguayo. Raúl Amaral (s/f), uno de los críticos que más ha investigado sobre el tema, entiende al Novecentismo paraguayo como una línea crítica que impregna todo el siglo XX. Esta inflexión se da, fundamentalmente, a través del ensayo histórico y de interpretación nacional, que constituyó un corpus de revisión y reflexión sobre el pasado reciente y que Hugo Rodríguez Alcalá (1987, pág. 22) define como “literatura de la consolación”. En una “Carta literaria” dirigida a Ignacio A. Pane, Fulgencio Moreno explica esta necesidad de recurrir al ensayismo: “Entristecido por la falta de un gran cantor nacional, desciende Ud. a reclamar energías de mi humilde prosa… Yo soy un prosista despeinado que miro las cosas desde un punto de vista práctico… Para cantar nuestras glorias tenemos tiempo, pero para salvar a este país el plazo se va acortando” (cit. por Amaral, 1982, pág. 14). El devastador contexto paraguayo posterior a la Guerra contra la Triple Alianza impuso la necesidad de reconstrucción nacionalista como reacción ante la historia oficial de los vencedores que construía una imagen del Paraguay como un pueblo bárbaro impulsado a la lucha por el temor al tirano Solano López. Como afirma Fulgencio Moreno, para ello recurrió al género “prosaico”, en sentido doble por su escritura y por limitarse a aspectos inmediatos de la circunstancia histórica, del ensayo histórico. Esta reacción, en su forma más influyente, toma cuerpo en la historiografía lopizta que asume la defensa del nacionalismo paraguayo a partir de las figuras de Francia, Carlos Antonio y Francisco Solano López. La escritura de la historia, y con ella casi la totalidad de los trabajos del 900, se basó entonces en una retórica heredada del Romanticismo que asumía la interpretación de los hechos a partir de la acción de heroicidades sobresalientes. Sin embargo, la historiografía revisionista no constituye un corpus único y homogéneo, sino que su recorrido implicó múltiples definiciones y posiciones antes de constituirse en historia oficial y cerrar así la fuga de interpretaciones.

Son los años de expansión del modernismo poético en América Latina, el cual no habría tenido presencia en el Paraguay, según críticos como Anderson Imbert y Max Henríquez Ureña, a quienes Raúl Amaral (1982, págs. 13-14) retoma para refutar. Para el crítico argentino-paraguayo, el modernismo paraguayo está delimitado por la aparición del ensayo de Manuel Gondra sobre Rubén Darío y por la formación del grupo literario La Colmena. Sin embargo, se podría decir que el modernismo, en Paraguay, renovó parcialmente el romanticismo que desde la post-guerra primaba en la poesía paraguaya, al punto que varios de los escritores que Amaral (Id.) antologa como modernistas –Juan E. O’Leary, Goycochea Menéndez, Manuel Ortiz Guerrero– pueden ser calificados, por su estética y lenguaje, de posrománticos. Este desarrollo parcial del modernismo tiene que ver con el rechazo que generaba su apelación al exotismo, dadas las condiciones históricas: “aquel cortejo de princesas, marqueses, abates, cisnes, pavos reales, sátiros, ninfas, etc., aquella evasión del contorno inmediato, no consultaba la realidad del Paraguay –por el contrario: hubiera contribuido a frustrarla– que a treinta años de una post-guerra dolorosa lucha aún por su reconstrucción” (Id., pág. 23).

La élite intelectual del 900, aunque desde distintas posiciones, se enfrascó en el objetivo de explicar su historia reciente y generar así un discurso ordenador tras la catástrofe bélica. La voz más disonante y que polemizaría con todas las posiciones que enunciara la élite, es la del anarquista hispano-paraguayo Rafael Barrett. Así y todo, la literatura de denuncia social y de cierto naturalismo estético que caracteriza a las crónicas barrettianas es fundamental para entender la literatura paraguaya del siglo XX.

Por lo general, hay consenso en considerar que la narrativa paraguaya contemporánea se inaugura después de la Guerra del Chaco (1932-1935). El nuevo conflicto internacional, esta vez con Bolivia, genera una incertidumbre histórica que ya no puede ser canalizada por las seguridades del nacionalismo elitista romántico. En realidad, durante la década de 1930, el nacionalismo es un valor que se disputan discursivamente distintos sectores sociales y políticos. La guerra establece condiciones para que el nacionalismo, la enunciación de la Nación, sea disputado a la élite desde sectores populares y surja entonces una dramaturgia y un cancionero popular en lengua guaraní con motivos épicos pero también sociales, que, además, van a dar cuerpo a Ocara poty cue mi: Revista de composiciones populares. Las canciones del periodo, fundamentalmente la obra de Emiliano R. Fernández, expresan, según Wolf Lustig (s/f), “como ningún otro género de la literatura/oratura paraguaya cierta visión popular de la identidad nacional. Son canciones épicas en el sentido más auténtico de la palabra: míticas e históricas al mismo tiempo explican en forma narrativa cómo se autodefinía el pueblo ‘guaraní’-paraguayo en un momento crucial de su historia”.

Pero además de esta influencia del momento histórico sobre el teatro y la poesía popular, la Guerra del Chaco significaría una toma de conciencia de la realidad nacional que se expresó también en la narrativa en lengua castellana dando forma a la literatura paraguaya contemporánea (Méndez-Faith, 1985; Rodríguez-Alcalá, 1968, pág. 43). Entonces se editan las primeras obras de Gabriel Casaccia. En 1930, publicó Hombres, mujeres y fantoches; a ésta le siguió la colección de cuentos El Guajhú (1938), donde, según Teresa Méndez-Faith (1985 y 1996), comienza a dejarse de lado la retórica nacionalista romántica. Pero es La babosa (1952) la obra que sirve como punto de inflexión para la narrativa paraguaya. Se trata de una novela en la que Casaccia madura los temas y la escritura que serían característicos de su narrativa, y que tiene una acogida positiva a nivel continental. Junto con otras obras del periodo como Follaje en los ojos de José María Rivarola Matto y El trueno entre las hojas de Augusto Roa Bastos, va a posibilitar cierta difusión continental de la literatura paraguaya; una literatura que sin embargo no dejaba de poseer cierto carácter de rareza exótica, la herencia de la “incógnita”, dentro de las letras latinoamericanas. Con sus particularidades, esta narrativa comparte el tratamiento de temas sociales desde un realismo crítico que muestra el influjo que, a largo plazo, ejerció Rafael Barrett. Lo paradójico es que las obras que marcan esta inflexión narrativa son publicadas en el extranjero, fundamentalmente en Buenos Aires, que ofició de puerto cultural para gran parte de los exiliados paraguayos y desde donde vislumbraron una mayor posibilidad de difusión internacional.

La Guerra Civil de 1947 significó, en ese sentido, un mojón importante también para la literatura paraguaya. Puesto que causó la diáspora más importante hasta ese entonces y entre los que debieron salir al exilio, se encontraban muchos de los referentes intelectuales del momento. Hérib Campos Cervera, Elvio Romero y el mismo Roa Bastos (aunque su exilio tendría otras causas) desangran la Generación poética del 40, hito vanguardista de la literatura paraguaya. En 1954 comenzaría la dictadura de 35 años de Alfredo Stroessner.

Se conforman, en esas décadas oscuras, distintos grupos intelectuales, algunos de ellos en torno a revistas como Alcor o Criterio, que intentarían marcar cierto rumbo intelectual en comunicación con los escritores exiliados, aunque se verían continuamente boicoteados por la represión y la censura. Estas revistas contribuyeron a publicar en el Paraguay parte de la obra de los escritores del exilio, así como de otros escritores latinoamericanos. Alcor, por ejemplo, fue dirigida por Rubén Bareiro Saguier y Julio César Troche, publicó participaciones de varios autores del boom, y de lo que se llamó la Generación del 50. Luego de que Bareiro recibiera el Premio Casa de las Américas, por su volumen Ojo por diente, la dictadura lo acusa de comunista, lo apresa y debe exiliarse, con lo cual se interrumpe la publicación de la revista y uno de los principales puentes entre los escritores paraguayos.

En la década de 1960, comienza a salir Criterio, que compartió cierto aire renovador con la manifestación estudiantil de 1969, expresado en sus propios contenidos y editoriales críticos. La revista tendría estrechos vínculos con la oposición anti-stronista. De hecho, muchos de sus colaboradores participarían en la organización guerrillera OPM (Organización Primero de Marzo) y, como explica Méndez-Faith (1996, pág. 100), “Criterio interrumpió sus publicaciones a mediados de 1977 debido al apresamiento de los miembros de su Consejo de Dirección el 21 de julio de ese año”.

Estos “hitos” generacionales o históricos –la Guerra contra la Triple Alianza, la Generación del 900, la Guerra del Chaco, la Generación del 40, el stronismo– son los que suelen organizar el orden de los ensayos crítico-históricos. Algunos tienen interpretaciones cristalizadas, otros no han sido lo suficientemente desmenuzados por la crítica y tienen mucho aún que decir sobre la literatura paraguaya y la latinoamericana, la mayoría es víctima de consensos demasiado arraigados. Más cerca del tiempo, encontramos los “hitos” contemporáneos: la post-dictadura y la transición (así como posteriormente, el luguismo) han sido bastante trabajadas desde las ciencias sociales, pero no sabemos tanto de ellas como factores que reestructuraron el campo intelectual, que instauraron nuevos discursos y debates, que posibilitaron (o cerraron) nuevas escrituras.

La

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