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LAS TENSIONES Y LA SALUD

Si tienes siempre tenso el arco, se romperá muy pronto.

FEDRO

Hemos nacido con un organismo preparado para vivir sanos y fuertes durante muchos años; nuestra mente dispone de un prodigioso poder, apenas desarrollado; somos capaces de gobernar nuestra vida y de satisfacer nuestras necesidades; poseemos el don de disfrutar del bienestar y de transcendernos como personas compartiendo los beneficios obtenidos con nuestros semejantes. ¿Por qué entonces enfermamos con tanta facilidad, somos unos insatisfechos crónicos y pocas veces realizamos nuestros sueños más fervientes? Ante estas grandes preguntas hay una respuesta muy sencilla: principalmente porque, en vez de disfrutar de nuestras capacidades, dedicamos gran parte de nuestros esfuerzos a colocar obstáculos que las frenan continuamente.

En lugar de dedicarnos con ilusión a desarrollar nuestro potencial personal y a averiguar cómo realizar nuestros sueños, vamos siempre con prisas pero nunca nos empleamos en cuerpo y alma en lo que deseamos; fomentamos una baja opinión de nosotros mismos, nos abrumamos con reproches, nos decimos que no podremos lograrlo, que es muy difícil, que sólo otros pueden, en vez de escuchar esa vocecita interna que nos anima a aspirar a metas más altas. Envidiamos a quienes disfrutan de lo que deseamos, nos lamentamos de nuestra «mala suerte» pero pocas veces pasamos a la acción y nos ocupamos de buscar soluciones a los problemas, en vez de vivir permanentemente «pre-ocupados». No prestamos atención a nuestro cuerpo cuando nos indica cómo debemos tratarlo para potenciar la salud, sino que lo alimentamos de forma inadecuada; dejamos que la vida sedentaria, la falta de ejercicio físico dificulte la circulación de la sangre –el sistema encargado de repartir el alimento a las células–, facilitando así que los músculos se contraigan, opriman los órganos alterando su funcionamiento, y se malgaste la energía con las tensiones nerviosas.

Por otra parte, en estos años en los que la comunicación se ha convertido en el eje del mundo, se olvida resaltar que la comunicación interna, la comunicación que se mantiene con uno mismo es la base del triunfo personal. Lo que nos decimos a nosotros mismos, nuestros diálogos internos, los sentimientos que genera nuestra actitud ante la vida son el eje alrededor del cual giramos, e influyen poderosamente en las acciones que emprendemos y, en consecuencia, en lo que nos acontece. Del mismo modo que quien domina el arte de la comunicación posee un inmenso poder sobre las masas, hasta el punto de poder dirigirlas a su antojo, quien sabe comunicarse bien consigo mismo puede dirigir su propia vida en la dirección que se marque, y aceptar de forma positiva los resultados obtenidos. Porque los hechos, en sí mismos, son neutros y el bienestar y la felicidad no dependen sino de la propia actitud hacia ellos, de cómo se perciben, de cómo se interpretan, es decir, del sentido que cada uno les otorga.

Para poder disfrutar de la vida y, en consecuencia, de una buena salud, hay que comenzar por comprender que ni el médico ni las medicinas pueden solucionarlo todo, ni pueden aportar todo lo que necesita un ser humano para vivir bien. Sin embargo, muchos médicos siguen recetando exclusivamente medicinas, el sistema de vida actual no mejora, las relaciones personales cada vez son más conflictivas, las personas se comunican menos y están más solas. Todo ello va generando más tensiones que malgastan las energías y entorpecen el normal funcionamiento del organismo. ¡Ya es hora de cambiar! Si desea desarrollarse como persona y potenciar la salud decídase a mejorar su calidad de vida. Mejore su autoestima, controle sus nervios y aprenda a enfrentar las situaciones difíciles con una actitud positiva.

Primero, controlar los nervios

¿Verdad que, si en su casa se declara un incendio, lo primero que procede es apagarlo? Más tarde ya buscará las causas que lo provocaron y pondrá los medios necesarios para que no vuelva a suceder. Pues bien, para que su estado de salud y su vida en general mejore, lo más urgente es controlar esos «nervios», eliminar ese estrés que mantiene a su organismo en tensión de forma continua e injustificada y, quizá, sin que usted sea consciente de que lo padece. Para desarrollar sus capacidades personales y poder vivir mejor, lo primero es eliminar lo que interfiere en el normal funcionamiento de su cuerpo y de su mente; hay que comenzar por eliminar esas tensiones, esos nervios que se alteran por los más variados motivos y que merman su salud y su bienestar personal.

Para vivir «sin nervios» conviene saber primero que la tensión nerviosa es necesaria para la vida. Es un factor de supervivencia que frente a un peligro o una agresión permite movilizar todo el organismo de quien se siente amenazado para que pueda afrontar con éxito dicho peligro, como si los nervios fueran cables eléctricos que transportan energía. Pero ¿qué ocurre cuando un cable lleva un exceso de corriente eléctrica? Tarde o temprano, esta sobrecarga provocará un incendio. Lo mismo ocurre cuando existe un exceso de tensión nerviosa, pero no podemos olvidar que, si existiera excesivamente poca tensión, la persona sería apática e incapaz de reaccionar con eficacia ante los retos que se presenten en su vida. Es decir que, como siempre, de la dosis depende que se convierta en veneno, como decía Paracelso.

En esta ocasión, vamos a ocuparnos de las desagradables consecuencias que puede causarle un exceso de tensión nerviosa y, para aprender a «apagar estos incendios vitales», el primer paso imprescindible que debe realizar es tomar conciencia de su propia responsabilidad en ese «incendio» y asumir la firme decisión de «apagarlo», en vez de abrumarse con lamentos mientras contempla cómo se destruye su vida. Porque debe saber desde el principio que esos nervios «imposibles» de controlar, esas tensiones que minan su salud, son el resultado de sus propios actos y, sobre todo, del tipo de pensamientos y de conversaciones que mantiene consigo mismo. Sus estados de ánimo, sus miedos, su apatía, su ansiedad o su tristeza, que tanto influyen en su estado de salud y en su bienestar general, no son algo que le llega del exterior y sobre lo que no puede ejercer ningún poder, sino que son la consecuencia de esos pensamientos y conversaciones que, en todo momento y circunstancia, usted puede manejar y modificar de la forma adecuada para que le proporcionen éxito y bienestar, en lugar de problemas.

Tanto si se alimenta mal o intoxica su cuerpo con tabaco, alcohol y otras drogas, como si lleva una vida sedentaria y aburrida o pretende estar en varios sitios a la vez, la angustia, el nerviosismo y, en ocasiones, la depresión no tardarán en llegar. En estos casos, debe empezar por reconocer que ha creado las condiciones adecuadas para sentirse así. Sus actos –cuya base se encuentra en sus pensamientos– lo han conseguido, no le ha ocurrido por azar. Tome conciencia de su responsabilidad, pero no se sienta culpable. Porque sólo es culpable quien hace daño de forma voluntaria a sí mismo o a otros, y no creo que sea éste su caso. Usted no es culpable, porque nadie le enseñó a comportarse de otra forma; muchas veces le dijeron que se calmara, que «no se lo tomara así», que controlara sus nervios, pero no le dijeron cómo conseguirlo. No es culpable porque no basta con señalar el problema, hay que indicar también la solución. De todos modos, sí que es responsable, porque los resultados que obtiene son la inevitable consecuencia de sus actos.

A esta toma de conciencia, imprescindible para comenzar a mejorar, le sigue la necesidad de practicar las estrategias que le ofrezco para eliminar las tensiones; después, deberá aprender a no generarlas, para que no se originen nuevos problemas. Aunque tampoco basta con «saber», ya que si por desconocimiento o por cualquier otra razón se crea un hábito de comportamiento que no proporciona los resultados apetecidos, hay que abandonar ese hábito, modificar ese comportamiento y aprender otro que pueda resultar más gratificante. Por tanto, si se conocen las causas pero se continúa actuando siempre igual, nada puede cambiar.

No obstante, debe saber que su organismo, para funcionar correctamente, sólo necesita que se lo deje tranquilo. Su cuerpo posee una sabiduría interna que le indica en todo momento, durante el día y durante la noche, cómo funcionar de forma correcta; de modo que éste es el primer requisito que hay que cumplir: abandonar el hábito de entorpecer su funcionamiento de mil distintas maneras. Hay que tranquilizarse, darse un respiro y dejarle actuar; porque el cuerpo y la mente ya saben cómo realizar a la perfección sus funciones, si se los deja en paz.

Lo que sucede en el interior del organismo es tan similar a lo que les ocurre a José y a su jefe Juan en este momento de sus vidas, que puede servirnos perfectamente como ejemplo y como guía para ver la manera de eliminar esos obstáculos que impiden el desarrollo personal y disfrutar más de la vida.

José lleva veinticinco años en la misma empresa; es trabajador, formal, muy responsable y conoce bien su oficio, así que lo realiza a la perfección; su jefe, Juan, el director de la empresa, nunca tuvo queja de él. Hasta que una serie de acontecimientos pusieron al descubierto que Juan no sabía afrontar las situaciones de la forma adecuada y el resultado fue que sus reacciones inapropiadas alteraron el comportamiento profesional de José, del resto de los empleados y, en consecuencia, de toda la empresa.

Juan tiene cuarenta y cinco años y desde hace quince ocupa el cargo de director de esta pequeña pero importante empresa. Nacido en el seno de una familia acomodada, su vida personal y profesional transcurrió sin sobresaltos hasta el día en que los dueños de la empresa decidieron venderla a una multinacional. Desde entonces todo comenzó a irle mal; no dejaba de pensar en lo que le podría deparar el futuro, y tenía miedo de cuáles podrían ser los planes de los nuevos dueños.

Ya no era tan joven y se aterrorizaba pensando que podían despedirlo. Dormía mal por las noches, se levantaba cansado y el insomnio le provocaba irritabilidad, decía. Su preocupación ahora era la de no cometer ningún fallo y asegurarse de que los empleados realizaran sus funciones a la perfección. Los controlaba como nunca, les preguntaba continuamente si había algún problema, los agobiaba con su insistencia, entorpecía el trabajo de los demás abrumándolos con sus preocupaciones, sus angustias y sus miedos.

Para su desesperación, ahora se producían más errores que nunca; hasta José, empleado modélico que apenas tuvo nunca una baja por enfermedad, faltó ¡ese día de más trabajo! porque se había pasado la noche vomitando. La memoria de Juan empezó a fallar y le costaba concentrarse en los informes que debía leer; claro que tenía tantas cosas en las que pensar que no podía llegar a todo, se lamentaba. Para colmo, no tenía ganas de comer y ¡hasta había perdido el apetito sexual! Llegaba siempre de mal humor a casa, las relaciones familiares se resintieron y, ahora que tenía que estar más fuerte que nunca, cada día padecía un achaque u otro.

Juan acudió a un médico que, después de múltiples exploraciones, le dijo que lo único que tenía era estrés y que necesitaba calmarse.

Le recetó unas pastillas para dormir, y nada más. Juan pensó que ya le gustaría ver al médico en su situación… Mientras tanto, los empleados a su cargo seguían cometiendo errores impensables en otros tiempos y, como si se hubieran contagiado del jefe, su salud se resintió, aumentaron las bajas por enfermedad y los problemas en la sección se complicaron todavía más.

Con sus temores y su comportamiento, Juan estuvo a punto de conseguir lo que tanto temía; porque nadie le dijo que era él quien entorpecía el trabajo de los demás empleados; porque nadie le indicó cómo calmarse, ni cómo controlar sus nervios, ni cómo eliminar sus pensamientos obsesivos, que eran los verdaderos causantes de su estrés y de su comportamiento en vez de las circunstancias, como él creía.

Este caso real ¡y tan frecuente! ilustra a la perfección lo que ocurre en el interior de nuestro organismo. El cerebro –representado por Juan– es el encargado de dirigir todas las funciones que realizan los diferentes órganos y sistemas –los empleados– que forman el cuerpo –nuestra empresa particular–. Si la mente se obsesiona con pensamientos negativos y con los temores más diversos, pronto el estrés altera el funcionamiento de todo el organismo; y las tensiones, mantenidas durante mucho tiempo, acaban por lesionarlo.

Para evitar esta situación, hay que aprender lo que a Juan le costó tanto descubrir: cómo afrontar las dificultades de forma activa y positiva, en vez de agobiarse con pensamientos negativos y paralizantes; de este modo, su aptitud para reaccionar será superior a las presiones y a las dificultades a las que se vea sometido y podrá superarlas. Hay que saber cómo se manifiesta el estrés para combatirlo a tiempo, y hay que aprender cómo evitar generar las tensiones. Si queremos potenciar o recuperar la salud, hay que reconocer y afrontar esta primera interferencia, este poderoso obstáculo para el buen funcionamiento del organismo que representa el nerviosismo incontrolado y al que se ha dado en llamar estrés, para saber cómo combatirlo y ser capaces de eliminar las causas que lo generan.

¿Qué es el estrés?

Existen numerosas definiciones del estrés, según los diferentes investigadores; vamos a ver algunas de ellas, ya que en modo alguno son contradictorias. En sentido estricto, el estrés es la torsión máxima que puede soportar un cable antes de romperse. Según esta definición y referido a la salud, estrés significa el máximo de tensión que un individuo puede soportar sin sufrir consecuencias físicas o psicológicas. O bien, dicho de otro modo, el estrés sería esa sensación de opresión que parece estar a punto de asfixiar a quien la padece.

Siempre se asocia el estrés con los ejecutivos agresivos, dispuestos a todo con tal de cerrar una operación; sin embargo, esta «opresión» puede padecerla todo tipo de personas y a cualquier edad: el obrero no cualificado, el guardia de tráfico, el periodista, el médico o el ama de casa, así como los profesores, camareros, mecánicos, abogados o, incluso, los niños. Y otro dato que puede resultar curioso: el estrés puede estar provocado tanto por situaciones gratas como por sucesos desagradables. Los retos personales, los conflictos familiares y sentimentales, las exigencias laborales y profesionales o las agresiones del medio ambiente pueden generar tanto estrés como una situación favorable, un éxito profesional o un enamoramiento, si el sujeto tiene miedo al éxito, a asumir responsabilidades o a implicarse emocionalmente.

Fue el doctor canadiense Hans Selye quien definió el estrés como «la proporción de deterioro y agotamiento acumulado en el cuerpo» como consecuencia de las alteraciones que se producen cuando el cerebro detecta una situación considerada como amenazante y prepara al organismo para escapar de ella o para luchar. El estrés, como ya sabemos, no siempre es negativo, ya que una determinada cantidad de estrés puede considerarse como normal en los tiempos en que vivimos. El doctor Selye lo compara con la temperatura corporal: sólo cuando la temperatura corporal sube por encima de lo normal puede ser preocupante. También dice que toda persona, a lo largo de su vida, dispone de una determinada capacidad de adaptación para hacer frente a su entorno. Pero si debe afrontar demasiados problemas, o cambios, tanto positivos como negativos, si permanece en estado de tensión continua, si rebasa su umbral de resistencia, esta capacidad acaba por agotarse y surgen los trastornos.

Para el doctor Henri Laborit, el estrés se convierte en peligroso cuando el individuo interpreta como amenazante una situación determinada y no se siente capaz de enfrentarse a ella, de reaccionar ante lo que ocurre en el medio externo, es decir, cuando se inhibe la acción. Este proceso de inhibición se traduce en modificaciones psicológicas y de comportamiento, y en reacciones físicas, neuroendocrinas, que acaban por perturbar el equilibrio del individuo. El doctor Laborit llegó a estas conclusiones tras experimentar con ratas sometidas a una situación de estrés:

Observó a tres ratas de la misma familia viviendo en un medio idéntico, a la misma temperatura, alimentadas del mismo modo y respetando el mismo ritmo de sueño. Descubrió que sometidas a una descarga eléctrica a intervalos irregulares, las consecuencias eran muy diferentes en función de los diferentes medios de que disponían las ratas para actuar. Porque aquí radicaba la única diferencia: la primera rata no tenía ninguna capacidad de protegerse; la segunda tampoco, pero se le avisaba de la inminencia de la descarga con un sonido; y la tercera disponía de un dispositivo que debía accionar para detener la descarga.

Al cabo de unos días, la primera rata comenzó a dormir mal, a comer de forma desordenada, su pelo perdió brillo, se volvió agresiva y pronto cayó enferma. La segunda, la que tenía tiempo para prepararse «psicológicamente» para soportar la tensión, recuperaba la normalidad después de parecer unos días algo confusa. La tercera, la que tenía la capacidad de actuar frente a la agresión, permaneció en plena forma.

El estrés también se padece aunque el peligro sea imaginario, ya que el cerebro no distingue entre si la amenaza es o no real. Simplemente, cuando el sujeto siente miedo, sea de la clase que sea, le llega la señal de alarma y el cerebro pone al organismo en situación de defensa ante el peligro: el sistema nervioso central activa las glándulas que secretan adrenalina y se producen las reacciones fisiológicas que permiten al organismo adaptarse para escapar de la situación o bien para luchar. En estos casos los músculos se tensan, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco aumentan y la respiración se acelera. En una situación de emergencia el organismo no está para diversiones ni para ocuparse de otras actividades que puedan esperar, de modo que el impulso sexual desaparece, el sistema inmunitario se inhibe, algunas funciones intelectuales se menoscaban, se pierde el apetito y la digestión se dificulta.

Pero el deterioro y agotamiento que el estrés causa en el organismo en realidad no se deben a estas alteraciones en sí mismas, sino al hecho de que el organismo mantenga durante mucho tiempo ese estado, aun cuando no exista ya el peligro. Al mantener el estado de alerta, al no pasar a la acción y sostener de forma prolongada todas las alteraciones que la tensión ha provocado en el organismo, la salud se resiente, se inicia la fatiga y el sujeto ve mermadas sus capacidades físicas y mentales.

FUENTES DEL ESTRÉS

Las tensiones cotidianas, los acontecimientos inesperados, los cambios rápidos y la represión de las emociones son las fuentes principales del estrés, sobre todo si se acumulan. Entre las más frecuentes podemos resaltar:

•Fallecimiento de un ser querido

•Dificultades económicas

•Problemas familiares

•Pérdida del empleo

•Enfermedades

•Fracaso en los exámenes

•Separación y divorcio

•Jubilación

•Problemas laborales

•Cambios

Por otra parte, tampoco los sucesos que desencadenan el proceso son responsables de todos estos «preparativos» que se originan, ya que es la manera en que cada persona interpreta dichos sucesos lo que los convierte o no en estresantes. El cerebro reacciona en función de esa interpretación, sin distinguir entre si es correcta o equivocada, si el peligro es real o si sólo es el resultado de la imaginación de la persona. Y es que la realidad debe atravesar diversos filtros que van modificando la percepción que tenemos de ella; estos filtros que determinan nuestra interpretación de la realidad son principalmente los sentidos, las creencias y las normas sociales y culturales aprendidas desde la infancia. Además, la percepción que tenemos de los hechos no es fija e invariable, sino que resulta ser un reflejo de nuestro estado interno, de nuestro estado emocional del momento.

¿De qué modo afectan las tensiones a la salud?

Cuando conducimos un coche por la carretera, por deprisa que circulemos, sólo ponemos el coche al máximo de sus posibilidades en determinados momentos, cuando una circunstancia precisa lo requiere, como puede ser un adelantamiento o un peligro inesperado. ¿Se imagina qué le ocurriría a su coche si circulara siempre al máximo de sus posibilidades? ¿Cuánto cree que tardaría en tener una avería? Del mismo modo, su organismo no tardará en resentirse si usted lo mantiene siempre al máximo, en lugar de activarlo sólo cuando es preciso afrontar una determinada situación.

El estrés, las tensiones psíquicas y nerviosas, malgastan las energías del sujeto y perturban el funcionamiento de su organismo. Los primeros síntomas o señales de que el estrés negativo comienza a afectarle suelen ser ese malestar emocional que no siempre se sabe definir; puede ser una sensación de falta de tiempo, de tener siempre prisa aun sin saber qué es lo que tiene que hacer; o esas sensaciones de angustia, de tristeza, a las que no encuentra un motivo; o esos temores, esos miedos indefinibles; esa fatiga, ese estar siempre cansado sin una causa que lo justifique, o ese escaso apetito sexual.

También puede notar los latidos del corazón más de lo habitual, o sudar más de la cuenta. Si experimenta estos avisos y acude al médico, es muy probable que le diga: «Usted lo que tiene son nervios». Pues bien, si éste es su caso, de momento ya ha encontrado este libro que le ofrece soluciones prácticas; después, si lo desea, puede solicitar la ayuda de un terapeuta que le indique personalmente cómo solucionar su caso. De cualquier modo, más vale que aprenda a controlar esos nervios y a combatir el estrés lo antes posible, ya que, de lo contrario, las alteraciones que puede provocar en su organismo serán más graves.

Una de las primeras alteraciones que provoca el estrés son las contracciones y los espasmos, que tienen diferentes repercusiones para la salud según las partes del organismo donde se produzcan. Si los espasmos tienen lugar en los capilares cerebrales, se dificulta la irrigación sanguínea en el cerebro y en consecuencia aumenta la fatiga, se dificulta la concentración, se duerme mal y pueden producirse dolores de cabeza, irritabilidad e incluso depresión.


Si los espasmos o las contracturas tienen lugar en los músculos respiratorios, la respiración se vuelve superficial, el organismo no recibe suficiente oxígeno, no se eliminan los gases tóxicos y la vitalidad disminuye. El estado nervioso mantenido durante tiempo aumenta la presión sanguínea y la persona puede llegar a convertirse en hipertensa. La contracción de los vasos sanguíneos también puede causar angustia, palpitaciones, arritmias y con el tiempo hasta un infarto.

Cuando estas contracciones y espasmos se producen en el sistema digestivo, las digestiones se dificultan, pueden provocar calambres en el estómago, y estar en el origen de las úlceras gástricas; asimismo, los espasmos obligan a los intestinos a alterar su funcionamiento ocasionando estreñimiento o diarrea. Cuando la tensión nerviosa contrae los vasos sanguíneos del hígado, éste trabaja mal, así como los ríñones que, al no filtrar bien, intoxican al individuo y pueden producirle cólicos nefríticos muy dolorosos.

Estrés y deseo erótico

Cuando existe estrés o depresión, el sistema nervioso central queda afectado, y podríamos decir que se coloca en situación de alarma: ordena a las glándulas encargadas de su fabricación aumentar el nivel de corticoides en la sangre –los cuales tienen un efecto contrario sobre las hormonas que estimulan la sexualidad– y el hipotálamo ordena a la hipófisis que disminuya las sustancias que favorecen la secreción de hormonas sexuales, y con ello disminuye el deseo sexual. Así, se ha podido constatar que, cuando un individuo está deprimido o padece un estrés crónico, existe una disminución del nivel de testosterona en su sangre. Parece como si el organismo quisiera economizar energías y utilizar sólo las que pueden ayudar al individuo a solucionar sus preocupaciones, reservando las energías sexuales para mejor ocasión.

He aquí un experimento realizado con algunos primates machos: primero, se les hizo un análisis de sangre en condiciones sociales favorables; después se los aisló o se los situó en condiciones negativas en las que tenían que adaptarse a otros individuos más dominantes.

Al cabo de un tiempo de permanecer en esta situación, se les volvió a analizar la sangre y se vio que su nivel de testosterona había bajado significativamente y que no demostraban interés de tipo sexual. Reincorporados a un ambiente sin tensiones, recuperaban su nivel hormonal normal.

La situación a la que se sometió a estos primates no era muy diferente a las circunstancias que rodean hoy en día a tantas personas estresadas por un trabajo, realizado en condiciones poco gratificantes, en el que se carece de todo estímulo y de satisfacciones personales y al que se dedica más tiempo que a la familia, los amigos o el ocio. A veces, estos individuos llegan a casa tan cansados y de tan mal humor que también las relaciones personales se resienten. Factores todos ellos que crean un ambiente poco propicio al erotismo.

Algunas personas creen que los órganos sexuales deben funcionar correctamente en cualquier momento, cuando convenga o se tenga tiempo, y olvidan que las relaciones sexuales comienzan mucho antes de ir a la cama. Requieren una preparación y una disponibilidad, requieren entrega mental y física, requieren que el cuerpo esté descansado y la mente serena, que no existan prisas ni tensiones. Situaciones todas ellas que difícilmente se encuentran en una persona estresada, agobiada por problemas o cuyas relaciones personales le ofrecen pocos estímulos para desear disfrutar de la relación amorosa.

TRASTORNOS QUE OCASIONA EL ESTRÉS EN LA SALUD

•Alteraciones cardiovasculares

•Alteraciones cutáneas

•Hipertensión arterial

•Manos o pies fríos

•Úlcera de estómago

•Malestares de la menstruación

•Problemas digestivos

•Crisis de pánico

•Estreñimiento

•Vértigos

•Náuseas o vómitos

•Asma

•Colitis aguda

•Migrañas, jaquecas

•Períodos de depresión

•Alergias

•Problemas sexuales

Por otra parte, muchas veces detrás del exceso de trabajo se esconde la necesidad de tener todo el tiempo ocupado para no pensar en otro tipo de problemas, generalmente de índole personal. Para no tener así ocasión de cuestionarse las condiciones en que se desarrolla la propia vida y el porqué de su escaso deseo sexual. Se prefiere culpar al cansancio, que siempre resulta menos comprometido.

A veces se ignora que tomar la decisión de dirigir la propia vida, en vez de estar a merced de los acontecimientos, proporciona un bienestar mental y físico que transforma positivamente la existencia. Afrontar los problemas en vez de rehuirlos, en muchas ocasiones resulta ser el mejor afrodisíaco. No obstante, ya que para la calidad de vida y el bienestar influyen de forma tan importante las relaciones personales, especialmente las relaciones de pareja (que, naturalmente, incluyen las relaciones sexuales), la última parte del libro está dedicada a este tema; en ella veremos cuáles son las principales causas de las tensiones que se generan dentro de las relaciones personales y cómo podemos solucionarlas.

Estrategias para combatir el estrés

Podría insistir en los trastornos que ocasionan a su organismo los estados nerviosos alterados, pero creo que ya es suficiente, sobre todo porque no es mi intención asustarle sino ofrecerle soluciones. Porque ante los múltiples desastres que ocasionan las tensiones y «los nervios», quien los padece suele encontrarse perdido, sin saber siquiera por dónde comenzar a buscar la solución. Sin embargo, el remedio está tan cerca que quizá por eso no lo ve. No lo encuentra porque lo busca fuera, y se dirige a otros para que se lo proporcionen, cuando el único tratamiento posible se encuentra en el propio interior y debe aplicárselo uno mismo.

El organismo humano es prodigioso, funciona a la perfección si no se obstaculiza su programa y, además, cuenta con los mecanismos adecuados para corregir los propios «desajustes». Si padecemos continuamente tantos desequilibrios y enfermedades es porque hemos dejado de prestar atención a la sabiduría interna y, cuando aplicamos remedios, éstos son superficiales o eficaces sólo a corto plazo. Debemos aprender a confiar de nuevo en nosotros mismos, en nuestro poder interno, si realmente deseamos encontrar soluciones definitivas y vivir mejor.

A partir de hoy ya no podrá decir que no sabe cómo tranquilizarse, porque va a aprender a conseguirlo. Ya no olvidará que, para «reparar» sus nervios y reencontrar la serenidad, la única medicina infalible se encuentra en sí mismo; porque sólo usted dispone de las herramientas adecuadas para solucionar sus problemas.

Estas herramientas que ya posee, pero de las que desconoce sus maravillosos poderes, son fáciles de utilizar, muy agradables, baratas, y están siempre a su disposición. En esta ocasión va a aprender a utilizar las siguientes:

1.a = La respiración.

2.a = Los pensamientos.

3.a = La relajación.

4.a = La programación mental.

5.a = El sueño.

¿Podía imaginárselo? Pues nada menos que éstas serán sus medicinas a partir de ahora; verá cómo con ellas consigue lo que durante tanto tiempo había buscado sin éxito. También podrán ayudarle a recuperar el equilibrio y mejorar sus relaciones personales ¡que, a menudo, tantas tensiones causan! Además, su organismo también posee la clave para evitar nuevos problemas. Sólo tiene que dejarle actuar por sí mismo y eliminar de su vida ciertos obstáculos –como son las adicciones a determinadas sustancias– que alteran su funcionamiento. Va a aprender algunos «trucos» para mejorar su calidad de vida. De modo que, si le parece, vamos a entrar juntos en su «farmacia interna» para descubrir los tesoros que alberga y para que pueda disfrutar de ellos para siempre.

HERRAMIENTAS ANTIESTRÉS

La capacidad para reaccionar de forma positiva frente a las presiones de la vida cotidiana puede mejorarse si se aprenden y desarrollan aptitudes personales tales como:

•Seguridad en sí mismo

•Relaciones amistosas

•Pensamiento racional y positivo

•Relaciones de pareja

•Salud física y mental

•Organización del tiempo

Vivir sin nervios

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