Читать книгу También puedes decir "no" - Carmen Pastor - Страница 18
El aprendizaje por creencias
ОглавлениеNo solo aprendemos formas de actuar, sino formas de pensar. Tan pronto como en términos madurativos nuestro cerebro está preparado para pensar de manera abstracta, empezamos a tener creencias. Las creencias son las bases filosóficas con las que entendemos y estructuramos la vida, nuestro día a día. Aunque hay creencias de todo tipo, sin duda las más importantes son las que tenemos sobre nosotros mismos, los demás y el mundo.
Las creencias sobre nosotros mismos son lo que opinamos de quiénes somos y constituyen la base de nuestra autoestima. Ahí, diseccionando nuestra alma, encontraremos un listado de lo que consideramos nuestros puntos fuertes y, cómo no, otro listado de lo que consideramos nuestras debilidades. También estarían nuestro código moral, nuestros valores, expectativas o deseos.
Las creencias sobre el mundo definen las reglas que cada uno de nosotros cree acerca de cómo funciona el mundo. Lo que es normal y lo que no lo es, lo que es justo o injusto, o qué cosas deberían pasar y qué cosas no. Este tipo de creencias tienen una influencia extraordinaria sobre nuestras posibilidades de ser felices. Si esperamos que la forma normal de que el mundo funcione es que ocurran siempre eventos positivos o que todo sea fácil, nuestra tolerancia a la frustración y nuestra capacidad de aceptar los eventos negativos o dolorosos estará seriamente mermada. Esta forma edulcorada y simplona de ver el mundo nos hace vulnerables a todo tipo de trastornos psicológicos y en especial a la depresión.
Por último, las creencias sobre los demás y nuestra relación con ellos. Cuando aprendemos a sobrevalorar la importancia de ser aceptado por los demás, resulta difícil ser asertivo. Como decía el gran doctor Albert Ellis, uno de los psicólogos más influyentes del siglo xx, la necesidad de agradar a todo el mundo es una de las ideas más dañinas que puede tener el ser humano. Esta creencia aparece de muchas formas distintas. «Siempre es más importante lo que los demás piensen que lo que yo pienso», «Si no tienes nada bonito que decir, mejor te callas», «No pongas a los demás en situaciones difíciles», «Tienes que quedar siempre bien», «Lo más importante en la vida es la imagen que damos», «Por los amigos o la familia se hace todo», «Guardar las formas es imprescindible» o «Cuidado con el qué dirán». Está claro que esta creencia contribuye a mantener la cohesión social y a vivir en grupo. En ese sentido, posee un valor regulador de la dinámica social. Las relaciones humanas serían muy diferentes si dejáramos de creer completamente en esta idea. El problema aparece cuando esta se sobrevalora, cuando se cree con extrema rigidez y se actúa en consecuencia. Desear caer bien a los demás, especialmente a las personas significativas o relevantes, está muy bien y es saludable, pero la necesidad de gustar por encima de todo condiciona enormemente nuestra vida y crea malestar psicológico, malas relaciones sociales e ineficacia comportamental.
Las ideas se aprenden como las conductas: en contacto con el ambiente en el que nos criamos. En realidad, lo que pensamos y la forma en que actuamos se aprende simultáneamente, en conjunción y sinergia. Cuando aprendemos, por ejemplo, a no ser directos expresando nuestras emociones o a no expresarlas, al mismo tiempo estamos aprendiendo que ser claro y honesto con lo que sentimos es inadecuado, porque podríamos molestar a nuestro interlocutor y ello constituiría un comportamiento éticamente reprobable. Y así también se aprende la emoción. La expectativa de ofender o molestar al otro crearía en nosotros una especie de culpabilidad anticipada que se eliminaría al no expresar lo que sentimos.
En otras palabras, pensar, actuar y sentir se aprenden siempre al unísono, y a lo largo de los años de adoctrinamiento y entrenamiento en una determinada filosofía social llegamos a ser predominantemente pasivos, agresivos o asertivos.
Una vez interiorizadas estas creencias o valores, pasan a tener la categoría de inmutables. En este contexto, esto significa que las aceptamos como totalmente veraces e incuestionables. Y es muy raro, por no decir imposible, que alguna vez nos paremos a analizarlas. Son como las reglas del juego del comportamiento social, tener un mapa claro de lo que se puede hacer y de lo que no se puede hacer, y determinan nuestro comportamiento incluso cuando este va claramente en contra de nuestros intereses. Por ejemplo, una de las ideas que Antonio comparte es que los hombres deben tener cuidado al expresar sentimientos positivos, especialmente a otros hombres, porque esto le haría parecer débil o incluso afeminado. En estos momentos, su amigo Félix esta pasando por una mala racha. A Antonio el corazón le pide abrazar a su amigo, decirle cuánto lo siente y ofrecerle todo su apoyo; sin embargo, no lo hace y se limita a decirle un tímido «todo se arreglará» y a darle unas palmaditas en la espalda.