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1.1 Diferentes formas de entender la relación con los demás

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Una de las características que define a la especie humana, quizá la más genuina, es la sociabilidad. Literalmente, estamos hechos para compartir nuestra vida con otros seres humanos. Aunque hay diferencias importantes entre culturas, todas ellas tienen en común que los niveles más altos de calidad de vida se consiguen compartiendo.

Sin embargo, resulta como mínimo paradójico que habiendo sido diseñados para vivir en grupo no nazcamos con un programa preinstalado de sociabilidad. No nacemos sabiendo cómo actuar para con los demás. Hay que aprenderlo. Y se aprende en el día a día, desde que nacemos, a través de las experiencias que vamos teniendo en relación con los demás. Influyen nuestros padres, nuestra familia, la guardería, el colegio, la universidad, los libros que leemos, las películas que vemos, etc.; es decir, cada una de nuestras vivencias. Todo ello conforma nuestra manera de entender las relaciones sociales.

No hay dos personas iguales. Cada una es única e irrepetible. Y esto también incluye el concepto de sociabilidad. En función de la casi infinita constelación de experiencias que hemos vivido, o a veces sufrido, cada uno de nosotros ha aprendido diferentes normas acerca de cómo compartir nuestra vida con los demás. Serían valores o reglas de lo que se considera adecuado o no en términos de interacción social. Hay gente que parece ser extremadamente consciente de sí misma: de sus derechos, deseos, objetivos y necesidades; otros, sin embargo, parecen haberse olvidado de ellos mismos, dejándose habitualmente en un segundo plano. Se podría hablar de un continuo. En un extremo se posicionaría la gente cuyo lema es «Soy mucho más importante que los demás» y, en el otro, los que viven siguiendo la regla «Tú eres mucho más importante que yo».

Sin embargo, conviene clarificar que incluso aquellas personas que están muy cerca de uno de los dos extremos no actúan siempre así. Es decir, y adelantando ya expresiones que se usarán constantemente en este libro, no hay nadie solo agresivo, solo pasivo o solo asertivo. Incluso los que están posicionados en los polos más opuestos, en escenarios distintos, ante personas diferentes, pueden actuar de manera distinta. Por eso, cuando utilicemos las expresiones «estilo agresivo», «estilo pasivo» o «estilo asertivo», el lector deberá entender patrones de comportamiento predominantes, regulares, habituales, pero no aplicables al 100 % de las interacciones sociales que estos individuos establecen.

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