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ОглавлениеMi relación con Nir tuvo lugar después de romper con una vida en la que yo esperaba pacientemente con impaciencia a que algo cambiara en mi rutina. Una rutina que iba ya para diez años. Convivía con un hombre con el que no podía tener hijos y con el que, de tanto amor que me daba, me sentía ahogada. Les puede parecer extraño, todos queremos que nos amen, pero si el amor no te hace libre, no es amor, es un sucedáneo. Nada cambió hasta que decidí cambiarlo; mi malestar iba en aumento y supe que la vida tenía que ser otra cosa, no sabía qué, pero supe que no era eso. Rompí con la relación después de una intensa y acuciante rumiación interna que se alargó durante los dos últimos años. Alquilé un pequeño apartamento en Barcelona, cerca de mi trabajo, y empecé una nueva vida.
Fue en esa época cuando conocí a Nir. Yo tenía treinta y un años, nuestro tramo duró unos dos años de calendario, luego estuve como cuatro años intentando entender por qué él no quiso seguir, al quinto ya acepté por fin que no podría entenderlo y que simplemente me quedaba aceptarlo sin saber los motivos. De eso hacía muy poco, apenas unos meses, cuando decidí mudarme a ese pueblo de montaña en el que ahora me hallaba aislada en mi habitación. Había cumplido los treinta y ocho el 15 de abril, hacía apenas una semana.
Era un pueblo no muy lejano de donde se encontraban mis padres, mis amigos, mi trabajo y mi cotidianidad, pero lo suficiente para estar a solas conmigo misma, que es lo que más necesitaba.
En este punto de mis elucidaciones internas, abrí los ojos y le dije al universo que tal vez no me entendió, que quería aislarme un poco pero no hasta el punto en el que me encontraba, que por favor rectificara. Me levanté y fui de nuevo hacia la puerta, para ver si me había oído y decidía que se podía abrir. Lo intenté varias veces y desistí, aunque no del todo resignada. Volví al escalón, y en la misma postura, seguí dejando que mi mente me llevara a un sitio y a otro en esa espera inesperada.
De repente, se me vinieron a la cabeza mis padres, imágenes recientes de esos domingos en que iba a verlos. Abrí al instante los ojos de golpe. No lo había pensado, mi madre me llamaría para quedar como cada domingo, tal vez no tendría que esperar hasta el lunes, ella se extrañaría de que no le contestara y movería montañas para saber qué me pasaba. Luego me entró la inquietud, empecé a pensar que la incertidumbre le causaría un malestar insoportable, y me apené.
Mis padres están ya mayores, ellos me cuidaron de niña y me siguen cuidando de otra manera, pero estamos en esa etapa en que ellos ya me necesitan como cuando yo de niña los necesité a ellos. Es muy duro para mí ver su decadencia física, aunque su salud es estupenda, si no fuera por esos signos que van quedando en el cuerpo por su uso continuado desde el nacimiento. Son las articulaciones que empiezan a rozar, los músculos que se ablandan, la piel que se arruga, el pelo que se encanece y se cae, los dientes que necesitan empastes, reconstrucciones o puentes, y hasta dentadura completa, el dolor que se recrea en diferentes rincones, la protesta de los huesos, y todas esas manifestaciones de lo que llaman envejecimiento. Mis padres no tienen grandes problemas, demasiado bien están si los comparamos con otros de la misma edad, aunque no hay que comparar, eso también lo concluí, cada uno ha de vivir lo suyo, y valorarlo como tal.
En las comparaciones, tendemos a ver a los demás más felices, más guapos y mejor posicionados, nos fijamos en los detalles que nos dejan en desventaja para así poder quejarnos con razón. Es una estupidez muy común entre los humanos, y más si son humanos femeninos, que por estructura tienden a sentirse siempre insatisfechos. Aunque la de los humanos masculinos no se queda atrás, tan empeñados en la imposibilidad. «No» es su palabra favorita, de entrada, ante cualquier opción. Por otro lado, en general, hay muchos que se creen mejor que nadie, solo es la otra cara de una misma moneda, la insignificancia mal asumida, un modo de darse valor, quitándoselo a los otros.
¿Cómo llegar a ser, simplemente ser, sin compararse con nadie? Quizás no es posible en grado absoluto, pero en alguna medida deberíamos intentarlo si queremos sentir paz.
No acababa de ver el modo de mi liberación. Empecé a imaginar a bomberos y policías. Nadie tenía una copia de las llaves excepto Luis, y Luis estaba en Londres. Luis es mi mejor amigo, ese alguien que nunca me fallará, aunque ahora esté en Inglaterra. Se podría recurrir a los caseros, pero tampoco nadie los conocía.
Me entró sed, y me levanté para empezar a consumir los tres cuartos de botella de agua. Di un par de traguitos, y no osé más, era suficiente, quizá tendría momentos peores.
Volví a mi escalón. El sol me seguía dando de lleno, aunque más ladeado, no sabía qué hora podía ser, tal vez la hora de comer, no importaba, no había nada que comer.