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Historias de hoy - 20 de enero

La basílica de Santa Fe

“El Señor está cerca de quienes lo invocan, de quienes lo invocan de verdad” (Sal. 141:18, NVI).

La mujer tenía una mochila de Barbie rosada, una cartera marrón cargada de cosas grandes que no suelen llevarse en una cartera, una bolsa de plástico y una mirada perdida.

Abrimos juntas la puerta de la basílica y entramos con esa reverencia que caracteriza a los que saben que entran a un recinto sagrado no porque el edificio en sí tenga algo especial, sino porque saben a quién fueron a buscar.

Con la angustia, la desesperanza y la impotencia pintadas en un rostro de 35 años prematuramente avejentado, se arrodilló. Dejó sus bártulos a la misericordia de los cuidadores del lugar y se entregó completamente a rezar.

Era pleno mediodía.

Adentro estábamos solo nosotras dos y, aunque intercambiamos un par de frases cortas antes de entrar, decidí otorgarle ese espacio que me daba la impresión que necesitaba.

Me senté unos bancos más adelante y, aunque no recé y mis creencias probablemente diferían de las suyas, compartimos la sinceridad de corazón.

Cinco minutos después, se fue. Un hombre me invitó a retirarme también. Apagó las luces, movió las llaves y cerró.

Salí en silencio, pensando que ese día había conocido a una Ana moderna, pero también consciente de que no hay iglesias, ni catedrales, ni monasterios, ni mezquitas que puedan contener al Dios en el que creemos.

Nadie puede venir a echarnos si nos dimos cita con el Rey. Podemos conversar con él adentro, pero también del lado de afuera.

Todos aquellos con quienes nos crucemos este mediodía estarán sumidos en sus preocupaciones y vivencias, y tienen una necesidad.

Presta atención. Quizá te encuentres con alguna Ana moderna por quien interceder. Quizá necesites volcar tu corazón como lo hizo ella.

No dejes pasar aunque sea un rato para conversar con él. Está cerca de quienes lo invocan.

“La oración de Ana no fue escuchada por oídos humanos, pero llegó al oído del Dios de los ejércitos. Fervientemente le rogó a Dios que le quitara su afrenta [...]. Ana había estado en comunión con Dios. Creía que su oración había sido escuchada, y la paz de Cristo llenaba su corazón” (La oración, p. 134).

Que esa misma paz llene tu corazón hoy, donde sea que estés.

Hoy camino con Dios

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