Читать книгу A esta hora de la noche - Cecilia Fanti - Страница 8
Destiempo
ОглавлениеAunque no llovió ninguno de los días, el viento caluroso que se levantaba por la tarde nos invitaba a la siesta, a la calma, a afirmar que había lugar para el amor y la sonrisa, a leernos en voz alta, abrazarnos. Algunas tardes soñé y casi todas bruxé. Una de ellas, vi cómo un caracol de mar se movía entre la ropa.
De cada caminata elijo un puñado de caracoles por sus vetas, sus texturas y relieves, por una imagen prosaica de la Venus de Botticelli. Aunque no son especiales, encontrarlos me da alegría. Es posible que no los traiga de vuelta a casa.
Conocí el mar cuando tenía diez años: un amigo de mi papá me llevó a Villa Gesell a la casa de una tía mía que estaba veraneando allá con sus hijos, mis primos. Para disimular la falta, que por otra parte todos ellos conocían, fingí naturalidad y nada de sorpresa cuando vi la espuma, la arena oscura, el ruido continuo, el viento frío y húmedo contra la cara, las marcas blancas en la piel cuando me secaba al sol, la sensación de la arena pegada en todo el cuerpo: los pies, las rodillas, las nalgas, las orejas. Los caracoles en todas sus formas, rotos en la arena, en trenzas que costaban dos pesos, en pulseras que las chicas bronceadas de curvas incipientes ponían en sus tobillos, en souvenires que predecían el clima o colgaban de un cartel que decía “Recuerdo de Villa Gesell”. “Vine a Gesell y pensé en vos”.
De alguna manera son estos caracoles los que conectan pasado y futuro. Lo que no era posible cuando chica pero elijo cuando grande. No perder nada. Descubrir algo nuevo que trae placer y desafío, que no tiene ningún costo y detiene la mirada. La concentra. Mueve al cuerpo y lo dispone a tomar algo.
En estos días recuerdo y deseo lo pequeño. Soy ahora una mujer que se permite la sorpresa. Pienso en cómo mi mamá se vuelve recuerdo, se aleja más y más. Mamá nunca conoció Brasil, pero cuando estaba recién operada de cáncer, es decir, cuando apenas le habían sacado un tumor y le habían prometido una vejez de por lo menos un par de años más, le dijo a su cuñada que cuando se sintiera mejor ellas dos se irían a las playas brasileñas. Se lo dijo con señas, porque ya en ese momento, con una sonda nasogástrica y la imposibilidad de hablar, tendríamos que haber intuido que quizás no habría Brasil, ni vejez. Mamá murió un año después de su primera operación de cáncer de colon mirando, para los mortales, el techo blanco y vulgar de su habitación.
Pienso en lo poco que vi a mi familia desde su muerte, en cómo basta la ausencia de uno de sus integrantes para que los vínculos empiecen a borronearse.
Los secretos pertenecen a una zona oscura, como el misterio, como esos peces que de tanto vivir en el fondo del mar tienen un aspecto desordenado y confuso. Mamá enunció poco sus deseos, quizás por superstición, o porque creyó que si los guardaba para ella se cumplirían. Lo que decía a viva voz, aunque como falta, era el deseo de ser abuela, de tener nietos, de volver a ser hogar.
Volvemos de Brasil, sin saberlo, con un hijo a cuestas. Algunos días después, la certeza se va a convertir en un Evatest positivo. A destiempo, pienso, con mamá todo tuvo siempre la marca de la falta.