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LAS CONSECUENCIAS

Chicago, 9 de agosto de 1979

VOLVIÓ AL PRESENTE, BOQUEANDO, PERO el aire no entraba en sus pulmones. Presa de pánico, buscó con el pie el borde de la banqueta hasta que pudo apoyar los dedos sobre la superficie plana de madera. Se afirmó sobre ella, alivió la presión alrededor de su cuello y aspiró grandes bocanadas de aire mientras su víctima caía frente a él. Las piernas ya no la sostenían. Se desmoronó en el suelo y el peso de su cuerpo jaló del extremo de la cuerda del lado de él, hasta que el grueso nudo de seguridad se atascó en la polea de ese lado, manteniendo el lazo flojo alrededor de su cuello.

Se quitó el lazo y esperó unos minutos a que el enrojecimiento de la piel se aplacara. Se dio cuenta de que había ido demasiado lejos esta vez. A pesar del protector de goma espuma que llevaba puesto alrededor del cuello, tendría que buscar la forma de ocultar las marcas violáceas que se le habían hecho. Debía ser más cuidadoso que nunca. El público había comenzado a entender la situación. Habían aparecido artículos en los periódicos. Las autoridades habían emitido advertencias y el miedo comenzaba a permear el aire de verano. Desde que la gente había comenzado a tomar conciencia de los hechos, él se había mostrado cuidadoso en la persecución y meticuloso en los planes; era preciso cubrirse y no dejar rastros. Había encontrado el lugar ideal para ocultar los cuerpos. Pero controlar La Euforia era más difícil y temía ser incapaz de disimular la adrenalina que lo embargaba en los días subsiguientes a las sesiones. Lo más inteligente sería suspender todo, mantener un perfil bajo y aguardar a que se calmaran las aguas. Pero le resultaba imposible suprimir la necesidad de esa Euforia: era el centro de su existencia.

Sentado en la banqueta, de espaldas a su víctima, se tomó un momento para recuperar el control de las emociones. Cuando estuvo listo, giró hacia el cuerpo de la mujer para comenzar con la limpieza y prepararlo para el transporte del día siguiente. Una vez que terminó todo, cerró con llave y subió al vehículo. El trayecto hasta su casa no logró aplacar los efectos residuales de La Euforia. Al estacionar frente a la entrada, vio que la casa estaba a oscuras, lo que le produjo alivio. Seguía temblando, y no hubiera podido desarrollar una conversación normal. Una vez dentro, dejó la ropa en la lavadora, se dio una rápida ducha y se acostó.

Ella se movió al sentir que él se cubría con la sábana.

—¿Qué hora es? —preguntó con los ojos cerrados y la cabeza hundida contra la almohada.

—Tarde. —La besó en la mejilla—. Sigue durmiendo.

Ella deslizó una pierna por encima del cuerpo de él y un brazo por sobre su pecho. Él permaneció de espaldas, contemplando el techo. Por lo general, cuando volvía a su casa, le tomaba horas tranquilizarse. Cerró los ojos y trató de controlar la adrenalina que le corría por las venas. Revivió las últimas horas en su mente. Nunca lograba recordar todo con claridad enseguida. En las semanas siguientes, los detalles irían volviendo a él. Pero hoy, detrás de los párpados cerrados, sus ojos se movían de un lado a otro agitados por los fogonazos que le enviaba el centro de la memoria. El rostro de su víctima. El terror en sus ojos. El lazo ajustado alrededor de su cuello.

Las imágenes y los sonidos se le arremolinaron en la mente; se dejó llevar por la fantasía y sintió que ella se despertaba, se movía y se le acercaba. Con La Euforia zumbándole en las venas y las endorfinas corriéndole por los vasos sanguíneos dilatados y atronando en sus oídos, permitió que ella le besara el cuello, luego el hombro. Dejó que le deslizara la mano por la cintura de los pantalones cortos. Presa de excitación, rodó sobre ella. Mantuvo los ojos cerrados y bloqueó de sus oídos los suaves gemidos de su esposa.

Pensó en su lugar de trabajo. En la oscuridad. En cómo podía ser él mismo cuando estaba allí. Se acomodó en un ritmo sexual cómodo y se concentró en la mujer a la que había llevado allí más temprano esa noche. La que había levitado como un fantasma frente a él.

Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana)

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