Читать книгу Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana) - Charlie Donlea - Страница 16
ОглавлениеCAPÍTULO 4
Chicago, 14 de octubre de 2019
NO FUE HASTA UNA SEMANA después del funeral que Rory encontró el tiempo y las fuerzas para entrar en el despacho de su padre. Técnicamente, también era el suyo, pero como hacía más de diez años que Rory no se involucraba formalmente en un caso, su participación en el Grupo Legal Moore no resultaba evidente. Su nombre figuraba en el membrete y llenaba el formulario anual de impuestos por el trabajo limitado que hacía para su padre —por lo general investigación y preparación para el juicio—, pero como su papel en el Departamento de Policía de Chicago y el Proyecto de Responsabilidad de Asesinatos de Lane le demandaban mucha más atención, su trabajo en la firma se había vuelto menos obvio.
Además del trabajo ocasional de Rory, el Grupo Legal Moore era una empresa unipersonal con dos empleados: un procurador legal y una asistente. Con tan poco personal y una cartera de clientes muy manejable, Rory supuso que disolver el bufete de su padre iba a requerir de un poco de tiempo y esfuerzo, pero que en última instancia, sería una cuestión de dos semanas. El título de abogada, que había obtenido hacía más de diez años pero nunca había utilizado realmente, la convertía en la única y perfecta candidata para ocuparse de los asuntos de su padre. Su madre había muerto hacía años y Rory era hija única.
Entró en el edificio de la calle North Clark y subió en el elevador hasta el tercer piso. Abrió la puerta con la llave y entró. La zona de recepción consistía en un escritorio delante de gabinetes de archivo de metal de los años setenta, flanqueado por dos despachos. El de la izquierda pertenecía a su padre; el otro, al procurador.
Dejó caer la pila de correspondencia de toda la semana sobre el escritorio y se dirigió a la oficina de su padre. Lo primero que haría sería traspasar los casos activos a otros bufetes de abogados. Luego, pagaría las cuentas y los sueldos de los dos empleados con los fondos que hubiera. Por último, terminaría con el contrato de alquiler y cerraría todo.
Celia, la asistente que había descubierto a su padre muerto en la casa, había accedido a encontrarse con Rory a mediodía para revisar los archivos y ayudar en la reasignación de casos. Rory dejó el bolso en el suelo, abrió una lata de Coca Diet y comenzó. El mediodía la encontró sentada en el escritorio de su padre, rodeada por una montaña de papeles. Había vaciado los archivos de la recepción y el contenido ya estaba organizado en tres pilas: pendientes, activos y cerrados.
Oyó que se abría la puerta principal. Celia, a la que había visto unas pocas veces en los últimos años, apareció en la puerta del despacho de su padre. Rory se puso de pie.
—Ay, Rory —exclamó Celia, y pasó corriendo junto a las pilas de carpetas para abrazarla con fuerza.
Rory mantuvo los brazos a los lados del cuerpo y parpadeó varias veces detrás de los gruesos lentes mientras la mujer invadía su espacio personal de una forma que nadie que conocía bien a Rory hubiera hecho.
—Siento tanto lo de tu padre —susurró.
Por supuesto, Celia había dicho exactamente lo mismo unos días antes en el funeral. Rory se había mantenido igual de impávida en la sala funeraria tenuemente iluminada, de pie junto al féretro que contenía esa escultura de cera que era su padre. Al sentir el aliento de Celia en la oreja e intuir que sus lágrimas le correrían por el cuello, Rory le apoyó las manos sobre los hombros y se separó de ella. Inspiró hondo y soltó el aire y la ansiedad que le subía por el esternón.
—Revisé los archivos —dijo por fin.
Confundida, Celia paseó la vista por la habitación y vio todo lo que había hecho. Se sacudió la parte delantera de la chaqueta para componerse y se secó las lágrimas.
—Pensé que... ¿Estuviste trabajando en esto toda la semana?
—No, solo esta mañana. Llegué hace un par de horas.
Hacía tiempo que Rory había dejado de explicar su habilidad para realizar trabajos como este en una fracción del tiempo que les tomaba a los demás. Uno de los motivos por los que nunca había ejercido como abogada era que se aburría a muerte. Recordaba cómo sus compañeros de clase pasaban horas estudiando de libros que ella memorizaba luego de una sola lectura. Y cómo otros tomaban cursos de repaso de un mes como preparación para el examen de habilitación para ejercer la abogacía. Ella había aprobado en el primer intento, sin abrir un solo libro de repaso. Otra razón por la que no ejercía como abogada era que la gente le provocaba una profunda aversión. La idea de discutir con otro abogado por la sentencia de un delincuente de poca monta le erizaba la piel, e imaginarse de pie ante un juez presentando su caso le daba cerrazón de pecho por la angustia. Trabajaba mucho mejor por su cuenta reconstruyendo escenas de crímenes y presentando informes escritos que terminaban sobre el escritorio de un detective.
El mundo de Rory Moore era un santuario protegido que casi nadie comprendía y al que muy pocos tenían acceso, por lo cual los descubrimientos de esa mañana le habían resultado especialmente perturbadores. Se había enterado de que su padre tenía varios casos activos encaminados a juicios en los próximos meses, que necesitarían atención inmediata. Rory ya había pensado en la posibilidad de verse obligada a desempolvar su diploma, tragar bilis y aparecerse en el tribunal a explicarle al juez que el abogado principal había fallecido, por lo cual los juicios necesitarían prórroga en el mejor de los casos y declaración de nulidad en el peor. También se imaginaba pidiéndole a Su Señoría que la aconsejara un poco y le dijera qué diablos hacer.
—¿Un par de horas? —preguntó Celia, sacando a Rory de sus pensamientos—. ¿Cómo puede ser? Parecería que aquí están todos los casos que hemos tenido desde que comenzamos.
—Así es. Traje todo lo que encontré en los archivos. No pude revisar las computadoras.
Esto último no era cierto. Rory no había tenido problema alguno para entrar en la base de datos de su padre. Estaba protegida por una débil contraseña que pudo traspasar rápidamente para luego dedicarse a cruzar los casos de las carpetas con los que estaban en el disco duro. A pesar de que tenía todo el derecho de acceder a los archivos de la computadora, su poca presencia en el día a día de la firma la hacía sentir que estaba invadiendo.
—Si está en el archivo, está en la computadora —dijo Celia.
—Bien, entonces aquí está todo —respondió Rory, señalando la primera pila de carpetas—. Estos son los casos pendientes. No debería ser complicado llamar a los clientes y explicarles la situación. Nuestra firma dejará de representarlos y deberán buscarse otro bufete. Creo que sería profesional de nuestra parte hacer una lista de bufetes que puedan tomarlos, para que los clientes tengan un punto de partida.
—Desde luego —concordó Celia—. Tu padre hubiera querido que lo hiciéramos.
—La segunda pila son los casos cerrados. Debería alcanzar con enviar una carta para informar que Frank Moore falleció. ¿Te puedes encargar de estas dos pilas?
—No hay problema —dijo Celia—. Lo haré. ¿Qué me dices de estos?
Rory miró el tercer montón de documentos que había ordenado sobre el escritorio de su padre. El solo hecho de verlos la hacía hiperventilar. Sintió que las paredes de su existencia amurallada vibraban bajo la presión de invasores indeseados que acechaban del otro lado.
—Estos son todos los casos abiertos. Los separé en tres categorías. —Rory apoyó la mano sobre el primer grupo—. Peticiones que están actualmente en negociación: doce. —Comenzó a sudar al tocar la segunda pila de carpetas—. Estos son los que aguardan presentación en el tribunal: dieciséis. —Una gota le corrió por la espalda y le humedeció la cintura—. Y estos tres están en preparación para juicio —dijo, pasando la mano al último grupo. Se le cerró la garganta cuando dijo la palabra “tres” y tuvo que toser para ocultar su pavor. Esos tres casos requerirían participación inmediata.
Celia, preocupada, vio empalidecer a Rory y se preguntó si la enfermedad cardíaca que se había llevado al padre sería hereditaria y golpearía dos veces en el mismo mes.
—¿Te encuentras bien?
Rory volvió a toser y recuperó la compostura.
—Sí. Encontraré la forma de ocuparme de los casos activos si tú te encargas del resto.
Celia asintió y tomó la pila de carpetas de casos pendientes.
—Comenzaré a contactarme con estos clientes de inmediato. —Las llevó a su escritorio y se puso a trabajar.
Rory cerró la puerta del despacho de su padre, se dejó caer en su sillón y contempló las carpetas y las cuatro latas de Coca Diet que le habían servido de combustible esa mañana. Encendió la computadora y se puso a buscar abogados penalistas de Chicago que pudieran tomar los casos.