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CAPÍTULO 6

Chicago, 16 de octubre de 2019

RORY MOORE APARCÓ JUNTO AL coche policial sin identificación de manera que ambos conductores estuvieran del mismo lado. Bajó la ventanilla y se acomodó los lentes sin aumento sobre la nariz. El interior del coche estaba en sombras. Estaba segura de que el detective Davidson no podría verle los ojos, lo que siempre era una ventaja.

Davidson le entregó un sobre de papel manila por la ventanilla.

—Autopsia y resultados toxicológicos —dijo—. Más todas las notas y entrevistas del caso.

Rory tomó el paquete, vio el nombre de Camille Byrd impreso en la parte inferior de la carpeta y pensó en la muñeca Kestner rota y en el pedido de ayuda del padre de la joven. Dejó caer la carpeta sobre el asiento del pasajero.

—Estás oficialmente en el caso —anunció Ron—. Hice todo el papeleo esta mañana.

—¿Cuándo fue la última vez que alguno de tus hombres le dedicó tiempo a esto? —le preguntó señalando el pesado sobre.

Davidson infló las mejillas y exhaló con aire derrotado. Rory se dio cuenta de que la respuesta lo avergonzaba.

—Tiene más de un año; hace meses que no se le agrega nada nuevo. En lo que va de este año ya hubo más de quinientos homicidios, así que, como te imaginarás, este caso está paralizado.

Rory recordó la mañana en Grant Park, cuando Ron le había mostrado el sitio donde habían encontrado el cadáver congelado de Camille. Sentía un gran dolor por ella, como sucedía con las víctimas de cuyos casos se ocupaba. Por ese motivo era tan selectiva. En el diminuto mundo de la reconstrucción forense, nadie obtenía los resultados de Rory Moore. Había insuflado vida nueva a casos que habían estado más congelados que un invierno de Chicago. Lo llevaba en los genes, sencillamente. Su ADN estaba programado para ver cosas que a otros se les escapaban, para conectar puntos que a todos los demás les parecían aleatorios e incongruentes. Dejaba las reconstrucciones sencillas —accidentes automovilísticos y suicidios— a otros colegas que podían lidiar con casos simples, de esos que hasta los detectives podían reconstruir con esfuerzo y un poco de suerte. Esos trabajos no le resultaban desafiantes. Ella reconstruía casos paralizados, que habían sido abandonados o que ya nadie creía que podían resolverse; lo lograba desarrollando una conexión profunda y personal con las víctimas. Para poder hacerlo, estudiaba sus historias; descubría quiénes eran y por qué las habían matado. Era una técnica demandante que la dejaba exhausta emocionalmente y a menudo la acercaba más a la víctima para la que buscaba justicia que a cualquier otra persona en su vida. Pero era la única forma en que sabía trabajar.

Rory sabía que Ron Davidson, que lideraba la División de Homicidios del Departamento de Policía de Chicago, recibía presiones de todo tipo, políticas y sociales, para mejorar el índice de asesinatos no resueltos de Chicago. La ciudad tenía uno de los peores índices nacionales de crímenes sin resolver, y al decidir tomar el caso paralizado y olvidado de Camille Byrd, era consciente de que le estaba dando a Ron la oportunidad de anotarse un punto sin gastar demasiados recursos. Rory reconstruía casos por su cuenta, sin aceptar ayuda de ninguno de los detectives de Homicidios. Hacía años que trabajaba para la fuerza y, si no hubiera sido tan selectiva, habría tenido casos nuevos todas las semanas.

—Echaré un vistazo y te diré con qué me encuentro —dijo por fin.

—Mantenme al tanto.

La ventanilla de Rory comenzó a cerrarse.

—Oye, Gris —dijo Davidson.

Rory detuvo la ventanilla por la mitad y lo miró a través del cristal.

—Siento lo de tu padre.

Rory asintió y terminó de cerrar la ventanilla; instantes después, los dos coches partieron en direcciones opuestas.

Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana)

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