Читать книгу Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana) - Charlie Donlea - Страница 15

Оглавление

CAPÍTULO 3

Chicago, 2 de octubre de 2019

EL TELÉFONO VIBRÓ POR QUINTA vez esa mañana, pero volvió a ignorarlo. Rory se miró en el espejo mientras se echaba el pelo castaño hacia atrás y se lo ataba. No era una persona matinal y, por regla general, no respondía el teléfono antes del mediodía. Su jefe lo sabía, por lo cual Rory no se sintió mal por no responder.

—¿Quién es la persona que no para de llamarte? —preguntó una voz masculina desde el dormitorio.

—Tengo reunión con Davidson.

—No sabía que habías decidido volver a trabajar —comentó él.

Rory salió del baño y se colocó el reloj en la muñeca.

—¿Te veo esta noche? —preguntó.

—De acuerdo, no hablaremos de ese tema.

Rory se acercó y lo besó en la boca. Lane Philips era su... ¿qué? Rory no era lo suficientemente tradicional como para rotularlo “novio”, y con más de treinta años le parecía adolescente describirlo así. En ningún momento había pensado en casarse con él, a pesar de que dormían juntos desde hacía casi una década. Pero era mucho más que su amante. Era el único hombre del planeta —además de su padre— que la comprendía. Lane era... era suyo. Esa era la mejor forma que encontraba su mente para describirlo y ambos estaban cómodos con esa etiqueta.

—Te lo contaré cuando tenga algo para contar. Ahora mismo no tengo idea de en qué me estoy metiendo.

—Me parece bien —respondió Lane, sentándose en la cama—. Me han pedido que aparezca como testigo experto en un juicio por homicidio. Voy a declarar en un par de semanas, así que hoy me reúno con el fiscal de distrito. Después tengo que dar clase hasta las nueve de la noche.

Cuando Rory intentó apartarse, la tomó de las caderas.

—¿Seguro que no quieres darme ninguna pista sobre cómo Davidson te convenció para que vuelvas?

—Si vienes hoy después de tu clase te pondré al día.

Rory le dio un último beso, apartó de su cuerpo las manos exploradoras de él con un movimiento juguetón y salió de la habitación. Instantes después, la puerta principal se abrió y se cerró.

El teléfono sonó dos veces más mientras conducía por el tránsito matutino de la autopista Kennedy. Tomó la salida de la calle Ohio y zigzagueó por la cuadrícula de las calles de Chicago. Al llegar a Grant Park, recorrió la zona durante quince minutos hasta que encontró un sitio para aparcar que parecía demasiado pequeño hasta para su Honda diminuto. Con dificultad, logró aparcar en paralelo aunque temió no poder volver a salir más tarde sin chocar los paragolpes ajenos.

Caminó por el túnel que cortaba debajo de Lake Shore Drive y tomó el sendero pintoresco que llevaba al centro del magnífico parque que separa los rascacielos de la costa del lago. El parque estaba siempre colmado de turistas y esa mañana no era ninguna excepción. Rory se abrió camino entre la gente hasta que divisó a Ron Davidson sentado en una banca cerca de la fuente Buckingham.

A pesar de que llevaba el abrigo abotonado hasta arriba, se lo ajustó, se levantó el cuello hasta la barbilla y se acomodó los lentes sobre el puente de la nariz. Era una mañana templada de octubre y había gente a su alrededor con pantalones cortos y sudaderas, disfrutando de la brisa y el sol. Rory estaba vestida como para un día frío de otoño: abrigo gris abotonado, cuello levantado, jeans grises y los borceguíes que usaba siempre, aun en verano. Al aproximarse al detective, se bajó la gorra de lana hasta que el borde tocó el marco de los lentes y se sintió protegida.

Sin introducción alguna, se sentó junto a él.

—¡Alabado sea el Señor, pero si es la mismísima dama de gris! —dijo Davidson.

Habían trabajado juntos en tantos casos, que Davidson ya conocía todas las mañas de Rory: no estrechaba la mano de nadie, cosa que él había aprendido después de varios intentos en que su propia mano había quedado flotando en el aire mientras Rory desviaba la mirada. Detestaba encontrarse con personal del Departamento, con excepción de Ron, y no tenía nada de tolerancia a la burocracia. Jamás aceptaba trabajos con límites de tiempo y siempre trabajaba sola. Devolvía los llamados cuando tenía ganas o directamente no lo hacía. Aborrecía la política y si algún funcionario público trataba de poner la atención sobre ella, desaparecía durante semanas. La única razón por la que Ron Davidson toleraba los dolores de cabeza que Rory le provocaba era que su capacidad como reconstructora forense era absolutamente extraordinaria.

—Has estado fuera del radar, Gris.

Rory sonrió apenas, con la mirada fija en la fuente Buckingham. Nadie excepto Davidson la llamaba “Gris” y, con el correr de los años, Rory se había encariñado con el apodo: una mezcla del color de sus atuendos con su personalidad distante.

—Estuve ocupada con la vida.

—¿Cómo está Lane?

—Bien.

—¿Es mejor jefe que yo?

—No es mi jefe.

—Sin embargo te lo pasas trabajando para él.

—Trabajando con él.

Ron Davidson hizo una pausa.

—Hace seis meses que no me devuelves un solo llamado.

—Te dije que estaba en pausa.

—Hubo varios casos en los que me hubiera venido bien tu ayuda.

—Estaba al borde del agotamiento. Necesitaba un corte. ¿Por qué crees que la mayoría de los detectives que trabajan para ti no sirven para una mierda?

—Ah, cómo echaba de menos tu sinceridad, Gris.

Permanecieron en amigable silencio durante unos minutos, observando a los turistas que paseaban por el parque.

—¿Vas a ayudarme? —preguntó Davidson por fin.

—Eres un cretino por haberme tendido una trampa así.

—No me devolviste un solo llamado en seis meses. Estabas completamente inmersa en Lane Phillips y su Proyecto de Responsabilidad de Asesinatos. Así que tuve que ponerme creativo. Pensé que lo apreciarías.

Silencio.

—¿Y bien? —volvió a preguntar Davidson después de unos minutos.

—Vine hasta aquí, ¿no? —Rory mantuvo la mirada en la fuente—. Cuéntame acerca de esta chica.

—Camille Byrd. Veintidós años, estrangulada. Arrojaron el cuerpo aquí, en el parque.

—¿Cuándo?

—El año pasado, en enero. Hace veintiún meses —respondió Davidson.

—¿Y tu gente no tiene nada?

—Hice algunas amenazas y bastante ruido, pero te aseguro que mis muchachos están atascados, Rory.

—Necesitaré todas las carpetas del caso —dijo ella. Sin apartar la mirada de la fuente, notó que el jefe de Homicidios de Chicago erguía levemente la barbilla y exhalaba con alivio.

—Gracias —dijo Ron.

—¿Quién es Walter Byrd?

—Empresario pudiente, amigo personal del alcalde, por lo que nos han puesto presión encima para resolver este caso.

—¿Porque es rico y tiene conexiones? —replicó Rory—. La presión debería ser la misma respecto de cualquier padre al que le matan la hija. ¿Dónde encontraron el cuerpo?

Davidson señaló con el brazo.

—En el sector este del parque. Te muestro.

Rory se puso de pie y siguió a Davidson hasta llegar a un montículo recubierto de césped junto a la senda peatonal. Una hilera de abedules flanqueaba la zona; de inmediato, Rory calculó mentalmente las formas en que alguien podría transportar un cadáver hasta allí.

—La encontraron aquí —dijo Davidson desde el césped.

—¿Estrangulada?

Davidson asintió.

—¿Violada, también?

—No.

Rory se adentró hasta el sitio donde habían encontrado el cadáver de Camille Byrd y giró lentamente en círculo, observando la costa del lago y los barcos que descansaban en el agua. Siguió girando y vio los rascacielos de Chicago. Unas nubes redondeadas y blancas flotaban como grandes globos en el cielo azul. Imaginó el cuerpo sin vida de la joven hallado en medio del invierno, hinchado y congelado. Imaginó los árboles invernales desnudos, sin hojas.

—¿Por qué dejarla aquí? —dijo—. Sin la protección de los árboles, es muy riesgoso. El que lo hizo quería que la encontraran.

—A menos que la haya matado aquí mismo. Una discusión acalorada. La mata y huye.

—Pero eso es una pelea de amantes —replicó Rory—. ¿Supongo que tu gente investigó ese ángulo y hablaron con novios presentes y pasados, compañeros de trabajo, antiguos amantes?

Davidson asintió.

—Cubrimos a todos y estaban limpios.

—Entonces no fue alguien que conocía. La mataron en otra parte y la trajeron aquí. ¿Por qué?

—Mis hombres no lo pudieron descubrir.

—Voy a necesitar todo, Ron. Carpetas, la autopsia, entrevistas. Todo.

—Te lo puedo conseguir, pero para eso tengo que volver a ponerte en la planilla de personal del Departamento, oficializar el hecho de que has vuelto a trabajar. Después puedo conseguirte todo lo que necesites.

Rory quedó en silencio de nuevo mientras analizaba la escena. En su cabeza se encendían chispazos de todo tipo, pero se conocía lo suficientemente bien como para no intentar ordenar el caudal de información. Ni siquiera tenía plena conciencia de todo lo que estaba registrando. Sabía solamente que debía absorber todo y que luego, en los días y semanas siguientes, su mente ordenaría lo que había registrado y realizaría un inventario de las imágenes capturadas. Lentamente, Rory iría organizando todo. Estudiaría la carpeta del caso para llegar a conocer a Camille Byrd. Le pondría un nombre y una historia a esa pobre chica estrangulada. Vería las cosas que los detectives habían pasado por alto. La mente asombrosa y singular de Rory armaría las piezas de un rompecabezas que a todos les parecía imposible de resolver y terminaría por reconstruir el crimen por completo.

El teléfono sonó y trajo a Rory de regreso de las profundidades de su mente. Era su padre. Pensó en dejar que la llamada fuera a la casilla de mensajes, pero decidió responder.

—Papá, estoy ocupada, ¿te puedo llamar en un rato?

—¿Rory?

No reconoció la voz del otro lado; era una mujer que parecía presa de pánico.

—¿Sí? —Se alejó unos pasos de Davidson.

—Rory, soy Celia Banner, la asistente de tu padre.

—¿Qué sucede? Mi teléfono tomó la llamada como proveniente de la casa de mi padre.

—Estoy llamando desde su casa, Rory. Tuvo un infarto.

—¿Qué?

—Teníamos que encontrarnos para almorzar, pero no apareció. La situación es grave.

—¿Cuán grave?

El silencio produjo un vacío que succionó las palabras de su boca.

—¡Celia! ¿Cuán grave?

—Falleció, Rory.

Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana)

Подняться наверх