Читать книгу El dinero en la pareja - Clara Coria - Страница 10
2. Tácticas de poder en la pareja a través del dinero El dinero… ¿es un arma?
ОглавлениеEl diccionario nos da la siguiente definición de la palabra «táctica»:
Del griego taktiké, arte de disponer y emplear las tropas en el campo de batalla. Cada arma tiene su táctica particular. Sinónimo: estrategia. Sentido figurado: medios que se emplean para conseguir un objetivo.
En este texto el uso de la palabra «táctica» es totalmente intencional. Usada por el lenguaje popular, en sentido figurado, refleja con toda nitidez una realidad frecuente en las parejas: que a menudo el espacio de intercambio suele parecerse más a un campo de batalla que a un espacio compartido de solidaridad. El ejercicio del poder que se hace efectivo en la pareja está incluido en un sistema más abarcativo, que es fundamentalmente jerárquico y, por lo tanto, no deja otra alternativa que reproducir en el interior de la misma un modelo de funcionamiento caracterizado por un juego complejo entre opresor y oprimido. Una vez instalado dicho modelo, implementan comportamientos que tienen objetivos muy precisos: el opresor trata de hacer sentir su influencia y el oprimido intenta zafar de ella o contrarrestarla. Como veremos más adelante, resulta entonces que la palabra «táctica», en su acepción específica y figurada, expresa de forma cabal situaciones concretas que se dan en las parejas a través del dinero y que intentaré explicitar.
¿Acaso no forma parte de estas tácticas la idea, bastante difundida entre mujeres de la generación de nuestras madres, de que es necesario tener dinero para «defenderse»? En un grupo de reflexión una mujer recordaba el comentario insistente de su madre, que dolida e impotente por una dependencia económica que la llevaba a soportar actitudes avasallantes de su marido, le repetía una y otra vez:
Hija mía, el dinero es un arma y tú tienes que tener tu dinero propio para poder defenderte.
Este comentario, surgido de una experiencia dolorosa, está cargado de efectos múltiples. Entre otros, la resignación por lo que ella no pudo, la esperanza por lo que su hija podría modificar (y al hacerlo resarcirla de tanta frustración), la reivindicación de la violencia al pretender curar las heridas pasadas con golpes futuros y muchas otras vivencias que, amalgamadas en una trama compleja, se incorporan a la herencia que las madres dejamos a nuestras hijas. Este comentario no es inocuo porque condensa un mandato inconsciente, una orientación para la acción y una concepción de la pareja, del amor y del dinero.
Esta concepción del dinero como arma delimita con claridad un campo de batalla. En lo que a la pareja se refiere, en ese campo de batalla las partes se ubican como enemigos potenciales. Esta concepción no resulta inocua, ni para las mujeres cuyos maridos fueron vividos como enemigos, de quienes debían defenderse, ni para las hijas de esas mujeres, cuya pretensión de intercambio afectivo y paritario con los hombres se vio empañada por el temor y la violencia que supone creer que en nuestra cama cobijamos a un enemigo. Si el dinero es vivido simbólicamente como un arma que debe ser utilizada para defendernos de quien comparte nuestras mayores intimidades y conoce nuestras flaquezas, resultará difícil acceder a el sin conflicto. Asimismo, con frecuencia resulta difícil disponer y disfrutar del dinero recibido en herencia porque la herencia en sí misma supone una muerte previa y —entre otras cosas— fantasías persecutorias asociadas a dicha muerte.
Cuando nos preguntamos por el origen de la concepción del dinero como un arma debemos remitirnos al contexto en que dicha concepción fue gestada. Al hacerlo, es probable que nos encontraremos con que dicho contexto incluye fenómenos de identificación por los cuales los individuos tienden a reproducir activamente las experiencias que sufren pasivamente.17 En este sentido, tal vez debamos entender que aquellas mujeres que han llegado a concebir al dinero como un arma, en una situación de opresión, no han hecho más que reproducir el discurso del opresor.18 Es decir, esas mujeres aprendieron de sus propios maridos que el dinero podía ser utilizado como un arma para imponer la autoridad por la fuerza (como se desprende de la utilización de cualquier arma) y, cuando la autoridad se impone por la fuerza, se instala la violencia. La violencia de quien impone y la violencia de quien se defiende.19 En lo que al dinero en la pareja se refiere, esta violencia suele adoptar matices muy diversos y, en ocasiones, viste disfraces tan bien logrados que termina incorporándose a nuestra vida cotidiana con la naturalidad de lo que no se cuestiona. Un ejemplo de esta violencia instalada, que por cotidiana resulta «natural» y por lo tanto incuestionada, lo encontramos en las diversas modalidades de control que a menudo ejercen aquellos/aquellas que van dando «de a poco», tanto a los cónyuges como a los hijos, el dinero que estos necesitan y del que dependen.
Como voy a intentar dilucidar algunas de las tácticas que utilizan al dinero como recurso de poder específico, es probable que el varón aparezca con un protagonismo mayor, dado que, en términos generales, sigue siendo el «administrador natural» del dinero a sus propios ojos y a los ojos de las mujeres.20 Esto no significa que ubique a las mujeres como víctimas ni que omita las maneras particulares en que participan de este complejo juego de opresiones. Significa que, en cuanto al dinero, los hombres resultan ser especialistas mucho más experimentados que las mujeres en su utilización como recurso de poder. No sólo porque están más familiarizados, sino también porque canalizan a través del dinero una cantidad de expectativas e intereses que las mujeres preferentemente orientan en otro sentido.21 Esta afirmación no surge de una reflexión personal, sino del análisis cuidadoso del material que me proveyeron los grupos de hombres que aceptaron participar de la experiencia de reflexionar sobre el dinero en la pareja. Los hombres me han enseñado mucho acerca de cómo se ejerce el poder y las mujeres acerca de cómo se lo padece o se lo combate por medio de tácticas de contrapoder. Pero, por sobre todo, ambos me han enseñado que tratar de llevar adelante una pareja cuyo modelo ha sido concebido sobre la base de una relación jerárquica, en donde la distribución estereotipada de roles convierte a cada miembro en rey absoluto de un feudo (ellos reyes del mundo y ellas reinas del hogar), nos transforma a hombres y mujeres en víctimas y victimarios porque cada uno queda a merced del otro en aquello que desconoce. Es esta concepción de la pareja, sustentada en la separación estricta de los roles y en la afirmación de la jerarquía, la que genera condiciones de opresión mutua. En ella el amor se llega a concebir como lucha, la solidaridad como sobreprotección, la autonomía como un atentado a la unión, el respeto como sumisión, las disidencias como subversión, los intereses personales como desnaturalización del vínculo y la explicitación de los contratos (siempre implícitos) como un «materialismo» que destruye la ilusión de plenitud.
Como señalé con anterioridad, es importante recordar que las tácticas de poder en la pareja a través del dinero se perpetúan porque reproducen un sistema de poder más general instaurado en la sociedad. En consecuencia, la implementación de tácticas de poder en el interior de la pareja puede llegar a pasar inadvertida porque aquellas se mimetizan con el medio. Esa concordancia las transforma en «naturales»; así, cubiertas con el halo de la «naturalidad», quedan fuera de toda reflexión o cuestionamiento. Es por ello que para acceder a cualquier pretensión de cambio es necesario, en primer lugar, hacer visible lo invisible, lo cual a menudo nos coloca en la difícil situación de quebrar ciertas armonías ilusorias. Con el propósito de aclarar algunas situaciones cotidianas en las que con frecuencia estamos inmersos es que voy a incursionar en este campo minado de las tácticas de poder a través del dinero.22