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PRÓLOGOS A manera de prólogo
El dinero en la pareja 26 años después
ОглавлениеHan pasado 26 años de la primera edición de El dinero en la pareja y son muchos los cambios políticos, sociales y culturales que se sucedieron en las últimas décadas. Entre ellos, es innegable que en el tiempo transcurrido se incrementó el número de mujeres que accedieron al dinero y también al poder. Sin embargo, la independencia económica que muchas de ellas lograron no siempre significó una real autonomía; tampoco, por desgracia, el acceso al poder por parte de algunas se tradujo en una modificación del modelo patriarcal imperante. Cuando miramos el fondo de la cuestión es posible comprender que, a pesar de los esfuerzos de aquellos grupos que luchan por una sociedad más solidaria, el modelo patriarcal sigue imponiendo su impronta en el proceso de socialización tanto de los hombres como de las mujeres. Este es uno de los motivos profundos por el cual dicho modelo —que se caracteriza por ser jerárquico, autoritario y discriminatorio— es repetido por algunas mujeres cuando acceden al dinero y al poder. La falta de conciencia de que el modelo ha sido incorporado a la subjetividad de ambos géneros conduce, inevitablemente, a la naturalización de su ejercicio aún en mujeres que se proponen como adalides del cambio. A falta de nuevos modelos repiten el que fue ejercido durante siglos por el género masculino. Algunas lo hacen por desconocimiento y otras porque forman parte de ese grupo humano (que incluye a ambos géneros) que disfrutan con las jerarquías cuando son ellos quienes están en la cumbre.
Me gustaría dejar muy claro que —de la misma manera que el apartheid no es un problema exclusivo de los negros— la dependencia económica que todavía siguen padeciendo muchísimas mujeres no es un problema que afecta en exclusividad al género femenino. Todos los humanos cualquiera sea su origen y su género están en una inevitable —e irremediable— interacción y es por ello que el modelo elegido para la interacción es responsable del bienestar de todos. Esto es algo que queda al desnudo en las relaciones de pareja, donde la distribución y administración del dinero se convierte en una evidencia contundente que pone al descubierto las libertades de unos a expensas de las subordinaciones de otros.
Tengo muy en claro —después de tantos años de investigar temas que afectan la vida de las mujeres y perpetúan sometimientos (que a veces por sofisticados pasan totalmente inadvertidos)— que no es nada sencillo modificar las relaciones de poder al interior de la pareja. Cada una de las personas que integran la pareja (sea esta hetero u homosexual) sigue cargando de manera inconsciente con los condicionamientos de género impuestos por el patriarcado. Pero como si esto fuera poco, también se agrega, desde lo más profundo de la subjetividad, la puesta en movimiento de la ambición sobre el control del otro y el anhelo de disfrutar privilegios. Cada persona, desde su propia concepción ética, regulará —o no— dicha ambición de control que es la manera más simple y directa de ejercer el poder. Es por esto (y por muchas otras cosas) que no alcanza con que las mujeres accedan al dinero y al poder para modificar —en sí mismas y en la cultura— los aspectos llamados comúnmente «machistas». De igual modo, tampoco alcanza que los hombres accedan a negociar los privilegios porque el tema no es repartirlos sino entender que no deberían existir. La ubicación que cada persona asume frente a los privilegios denuncia la posición ética que cada uno sostiene, sea hombre o mujer.
Otro aspecto que considero importante poner en evidencia es que la tarea de revisar en sí mismos los condicionamientos de género es una actividad tremendamente laboriosa. No son pocas las mujeres que se lanzan a revisar en sus propios comportamientos los aspectos patriarcales que absorbieron en el proceso de crecimiento dentro de la cultura patriarcal. Con sorpresa descubro que, de forma casi inevitable, estas mujeres que trabajan psíquicamente para concientizarse sobre dichos condicionamientos caen en autoreproches, sintiéndose culpables cuando descubren en sí mismas que reproducen y perpetúan (sin que ese sea su deseo) comportamientos patriarcales, ya sea porque actúen como los hombres autoritarios o porque se subordinan al control masculino. Es aquí donde el sentimiento de culpabilidad se presenta con toda la inercia que impone el patriarcado. Con esto quiero decir que, así como la sociedad patriarcal culpabiliza a las mujeres —por ser supuestamente las únicas responsables de los problemas que pudieran tener los hijos, por no acompañar adecuadamente al compañero varón en sus itinerarios ambiciosos, por carecer de suficiente atractivo sexual para evitar que sus compañeros busquen «afuera», etc.— estas terminan culpabilizándose a sí mismas cuando descubren que, sin pretenderlo, reproducen lo mismo que combaten. Es como si las mujeres tuvieran siempre que expiar la culpa, como cuando los hombres dicen que las violaron porque llevaban cortas las faldas. A mi entender, se trata de la inercia que es inevitable en todo proceso de cambio. Sería saludable que las mujeres no se culpasen por ello y pudieran tomarlo como algo más que salió a la luz y que, justamente por eso mismo, es pasible de modificación. Vuelvo a insistir en que estos cambios comprometen a ambos géneros y que, en este sentido, los varones también tienen que asumir la laboriosa tarea de revisar su ambición de poder dentro de la pareja y el mantenimiento de sus privilegios.
Combatir el patriarcado no significa retirarle el poder a los hombres para ser ejercido por las mujeres con las mismas características de autoritarismo, jerarquía y discriminación. Significa que las diferencias propias de cada género sean recibidas como aquel enriquecimiento que nos provee «lo otro», sin que dichas diferencias sean jerarquizadas en ninguno de los dos sentidos.
Como podemos ver, hablar de dinero en la pareja es poner al descubierto la manera en que se distribuye y circula el poder. Es explicitar cuan equitativa es la distribución de los tiempos y los espacios, las oportunidades para desplegar las potencialidades propias de cada uno, el reparto de las responsabilidades respecto del proyecto común. Es otra manera de imaginar la relación entre quienes integramos el género humano. Ojalá que tanto los hombres como las mujeres se vean tentados a cambiar el modelo y se sientan menos temerosos de compartir la vida de un modo menos violento y más equitativo.
Clara Coria
Junio de 2015