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Miscelánea de tácticas sutiles

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Desearía concluir este capítulo (consciente de que el tema tiene mayores implicancias) con la presentación de algunas situaciones cuya difícil aprehensión las hace mucho más envolventes e insidiosas. En las parejas, el uso del dinero provoca situaciones que son difíciles de agrupar por el amplio espectro que cubren. Sin embargo, por encima de sus variados matices, es posible detectar que por uno u otro camino son promotoras de condiciones de dependencia. Hablar de dependencia económica implica referirse al mismo tiempo a la voluntad de poder (consciente o no) de aquel que promueve en otro dicha dependencia. Cuando nos volvemos porosos a nuestro entorno solemos descubrir con sorpresa una gama muy amplia de tácticas de poder, tácticas sutiles que con frecuencia pasan inadvertidas pero dejan, sin embargo, una estela de malestar. Veamos algunos ejemplos.

A los 24 años saqué mi primera cuenta en un banco porque había iniciado una pequeña empresa de servicios. Me empezó a ir muy bien y ganaba dinero. Luego conocí al que sería mi marido y un día me dijo: «Tengo una cuenta en un banco del centro y necesitaría otra en otro banco. Por qué no me das tu chequera… Total… para los cheques que vos hacés». Y le cedí la chequera, después la cuenta y finalmente la empresa. Hoy no tengo ni chequera, ni cuenta, ni empresa y aunque mi marido gana lo suficiente para que podamos vivir con comodidad y no pone inconvenientes en que yo me dé los gustos, siento que he perdido un espacio de independencia que era lo que significaba disponer de chequera, cuenta y trabajo. Creo que fui cediendo espacios por miedo a no saber, por no querer correr riesgos y no hacer el aprendizaje que necesitaba para manejar aquello que no sabía.

Otra mujer, bastante confundida por la sólida coherencia que ostentaba el razonamiento de su esposo, hacía referencia a un reiterado comentario de este que le producía malestar, aunque no podía dilucidar dónde estaba el motivo que la afectaba. Era el siguiente:

Decime querida, ¿para qué te vas a tomar el trabajo de perfeccionar tus conocimientos, de luchar para abrirte camino en tu profesión y enfrentar una competencia infernal si a vos te lleva un mes ganar lo que yo soy capaz de ganar en una sola hora? ¿No te resulta más satisfactorio dedicar esas energías a disfrutar con nuestros hijos?

Estos son sólo dos ejemplos, entre muchos otros posibles que, bajo un manto de generosa protección, enfatizan la acción descalificadora y de desánimo llevada a cabo por los maridos respecto de la actividad de sus mujeres.

Otras, entusiasmadas con la idea de asumir la administración económica que hasta ese momento habían delegado, comenzaron a opinar y tomar injerencias en lo referente al dinero. Muchas de ellas encontraron en sus maridos reacciones similares. Algunos en chiste (pero no tanto) y otros ofendidos solían decirles:

¿Así que ahora vas a controlar lo que yo hago con el dinero? Bueno, ocupate. Pero ocupate en serio y de todo. ¡Vamos a ver cómo lo hacés!

Curiosa aceptación que, adoptando la forma de «dar permiso», se transforma en una imposición forzosa que encubre una amenaza. Las descalificaciones y amenazas subyacentes en estos comentarios no son los mejores ingredientes para contribuir a desarrollar la autonomía de quien pretende modificar modalidades tradicionales de dependencia. Podernos afirmar, sin que ello suponga una gran agudeza, que la descalificación tiende a incrementar la desconfianza y las dudas en la propia solvencia. Si además de descalificar procedemos a proteger, confirmarnos la incapacidad de aquel a quien descalificamos al mismo tiempo que decretamos su invalidez. La descalificación unida a la sobreprotección se convierte en una fórmula sofisticada para concretar con éxito nuestro poder sobre otro.

También es posible observar que, cuando el deseo de participación activa en la economía por parte de las mujeres se transforma en una obligación forzada («ahora te vas a ocupar de todo»), se neutraliza el placer buscado en dicha participación. Al mismo tiempo, se impone una responsabilidad que sobrepasa en mucho las posibilidades reales de quienes se «animan a empezar». Es como exigir a alguien que recién comienza el aprendizaje de un idioma, que sepa leer con soltura libros de refinada sintaxis. Si además de transformar en obligación lo que empezó como deseo, se le agrega una amenaza velada («veremos lo que sos capaz de hacer») se crean condiciones de temor suficientes como para que esas audaces que pretenden cambiar se pongan a pensar seriamente si vale la pena el esfuerzo de aprender y correr el riesgo de ser castigadas por su falta de experiencia. La descalificación, la sobreprotección, la imposición y la amenaza se convierten en estos casos en instrumentos sutiles de poder que, empleados con tesón, consolidan las tácticas de poder más refinadas. Dejo abierta la inquietud para que hagamos el intento de pensar en las múltiples maneras en que con frecuencia, de forma sutil y no siempre consciente, contribuimos a obturar algunas pretensiones de desarrollo autónomo. Invito a los/as lectores/as que hayan podido tolerar y superar el impacto del tema a agregar a este capítulo ejemplos de su propia cosecha.

El dinero en la pareja

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