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El deterioro de la función paterna
ОглавлениеTodas las corrientes psicoanalíticas, en sus diversas conceptualizaciones, comparten la importancia otorgada a que se cumpla la llamada “función paterna”, que tiene como objeto separar a los hijos de la madre a través de la formulación de la ley de prohibición del incesto. Pero pocos autores hacen hincapié en que una de las principales consecuencias de que se verifique esta función es que los hijos pueden volver a entregarse al vínculo materno sin miedo a quedar atrapados. Esto, a su vez, posibilita la capacidad de entrega a muchos otros vínculos, al objeto vocacional, a la pareja exogámica y al mundo del trabajo y el dinero.
La aceptación de la función paterna permite también el acceso a una posición activa, al abandono de la pasividad; desarrolla la capacidad de insistencia; permite la aceptación de las diferencias, el acceso al pensamiento abstracto y simbólico, el aprendizaje sistemático, y la protección frente al mundo externo. Si la función paterna no se cumple, los hijos van a intentar separarse igualmente de la madre y lo van a hacer a través del maltrato, la violencia, la distancia, la desconexión emocional, los accidentes y la obsesividad, entre otros muchos síntomas y/o enfermedades psicosomáticas.
El debilitamiento de la función paterna es un proceso ya anunciado por Lacan en su texto de 1938, La familia, donde muestra su preocupación por la declinación social de la imago paterna ante el papel acrecentado de la madre o de la mujer (Lacan, 2003). En este proceso influye sin duda el resquebrajamiento del modelo de autoridad patriarcal, pero también la vigencia de mitos autoritarios que impiden a los padres y las madres armar modelos de autoridad verdaderamente inclusivos y participativos. También incide la falta de respaldo a la autoridad de los padres en un mundo cada vez más peligroso e incierto.
La primera de las causas mencionadas (el resquebrajamiento del modelo patriarcal) es una transformación que comenzó con el ingreso de la mujer al mercado de trabajo durante las dos guerras mundiales: esto quebró la ecuación del dominio del paterfamilias sobre la mujer y los hijos, sustentado hasta ese momento en el poder económico. El Mayo Francés, en 1968, donde los hijos se rebelaron al poder de los padres con consignas como “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”, etcétera, estableció un hito, un salto cualitativo en ese proceso de debilitamiento. Se generó a partir de entonces un proceso de liberación de las costumbres, de flexibilización de los roles familiares y un gran cambio en los vínculos que pasaron a ser mucho más cercanos y demostrativos, especialmente con los hijos, aunque todavía subsistan en las sociedades actuales las diferencias de género y fuertes rasgos patriarcales en las relaciones de pareja. Aquel cambio coincidió con el comienzo de la globalización y el neoliberalismo, que necesitan un mundo imaginario de iguales donde todos sean consumidores.
La segunda de las causas, referida a los mitos autoritarios, se relaciona con la crianza compartida por el hombre y la mujer, en la que, aunque subsistan diferencias en el compromiso real de ambos sexos, la autoridad ya no se puede establecer por decreto. Debe ser una construcción de la pareja en la que ambos consensúan y aprenden a trabajar en equipo, estén juntos o vivan separados. Sin embargo, este es aún el punto neurálgico de la cuestión, no solo por la dificultad de que haya coincidencia entre padres separados, sino por la vigencia de viejos mitos autoritarios que afectan la construcción de los nuevos modelos de autoridad. Entre ellos, en especial, se cuenta el mito de la no descalificación de la palabra del otro –particularmente, de la paterna– que lleva a inhibir el permiso interno para intervenir ante situaciones de maltrato o violencia. La conclusión es que los hijos terminan expulsando a aquel que interviene con violencia y aliándose con el que calla o no participa suficientemente, o se someten a la violencia, que todavía es predominantemente paterna. Para evitar este tipo de alianzas, los padres deben aprender a pedirse ayuda mutuamente delante de los hijos para habilitar un modelo de autoridad verdaderamente compartido, que renuncie a la omnipotencia de colocarse en el lugar de la ley, en lugar de construirla o transmitirla. Pero para eso hay que renunciar al viejo modelo, donde la palabra del otro debe ser respetada a cualquier costo. Por otro lado, lo que se observa en la vida cotidiana de las familias actuales es que la madre –o quien cumpla la función– puede dar una indicación o una orden repetidamente, sin lograr que el hijo la cumpla. Pero si la misma proviene del padre, la respuesta será mucho más inmediata, simplemente por ser el otro de la diada madre-hijo, con quien el miedo a quedar atrapado no existe; esto, salvo en el caso de padres simbiotizantes (en general simbiotizados por sus propias madres). Esta facilidad podría ser aprovechada en un nuevo modelo de autoridad en el que la percepción y pedido materno sean tomados y confirmados por el otro paterno o quien juegue ese rol.
El tercer factor, la falta de respaldo a la autoridad de los padres, tiene que ver con el mencionado debilitamiento del Estado en su función protectora. Esto, a su vez, deteriora al resto de las instituciones, como la familia y la escuela, que se ven obligadas a compartir su rol socializante con el mercado de consumo, los medios masivos de comunicación y el papel cada vez más protagónico de las redes sociales. Esto lleva a que sea mucho más difícil para los padres sostener la autoridad, ya que los únicos puntos de apoyo con que cuentan en un mundo cada vez más incierto y peligroso son sus propios valores y percepción. Pero, sobre todo, es mucho más difícil aprender a poner límites cuando los apoyos de los padres también están debilitados. Los padres que carecen de apoyos internos en sus padres terminan en una posición de mayor dependencia con sus hijos y buscan su aprobación. Por eso, la Terapia Vincular-Familiar tiene entre sus principales objetivos lograr que los padres recuperen su propio lugar de hijos para ayudarlos a adquirir esa firmeza imprescindible en tiempos de simetría del niño y del joven con el adulto.
Algunos de los efectos de la falta de internalización de la función paterna son las fallas en los procesos de simbolización, la pérdida del poder metafórico de las palabras, que son sentidas como cosas y tomadas en forma literal, lo que provoca fuertes sentimientos de desvalorización, enojo y violencia. Otras consecuencias son las fallas en la represión, la falta de límites, la intolerancia a las limitaciones, el predominio de una posición pasiva de demanda y responsabilización hacia el otro y la dificultad para tolerar las diferencias, el aumento del maltrato y la violencia en los vínculos y el consumo problemático de sustancias. También, como vimos, el incremento y prematurez de las nuevas sintomatologías junto con la aparición permanente de nuevos “trastornos” definidos por los manuales de psiquiatría.
Asimismo, asistimos a un auge de los modelos machistas, de intolerancia a las diferencias, de búsqueda de vínculos simbióticos, de maltrato y violencia. La necesidad de autoafirmación a través del sometimiento del otro, junto con la necesidad de obtener algún grado de separación en vínculos simbióticos refuerzan los mecanismos de maltrato, violencia y dominación del hombre hacia la mujer.