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Copia o mimetización, paridad y falta de internalización

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Los niños se mimetizan masivamente con sus padres desde que nacen; se confunden con ellos, con su lugar y con sus historias, los copian como si estuvieran frente a un espejo sin que interfiera el proceso de represión que existía hasta hace medio siglo. A partir de la década de 1970, el cuestionamiento al modelo autoritario producido en el mundo erradicó el miedo y la distancia vigentes en las anteriores formas de crianza, que impedían este tipo de mimetización masiva. La mayor cercanía y demostración afectiva favorecen el trabajo de las neuronas espejo, que a través del contagio emocional podrían ser las responsables de este proceso de mimetización masiva.

La copia masiva del adulto genera en el niño una gran confusión, ya no juega como antes a ser un adulto, sino que se confunde con él, cree serlo con todas sus capacidades. Así, vemos en videos de YouTube a bebés que discuten con sus madres antes de hablar, que se sienten “bravas” (sin son italianas) y/o “grandes” porque confían en su propio criterio. Y también vemos bebés que mantienen verdaderas conversaciones telefónicas a través de los celulares sin que se les entienda una sola palabra, ya que hablan en su propio idioma, pero se manejan con la plena certeza de estar comunicándose como cualquiera de los adultos a su alrededor. En este aspecto, impacta ver niños que ya no juegan a ser adolescentes, sino verdaderamente creen serlo. Por ejemplo, el de un niño de unos seis años al que se ve cortándose el pelo con una afilada tijera mientras aconseja a los niños menores de quince que pidan ayuda a sus padres para hacerlo, algo que él no necesita porque, dice, “ya soy un adulto, adolescente, pero me quité la barba” (Facebook Lic. Claudia Messing, 2020). O el de la hija de una paciente, que para superar la humillación que siente por ser chiquita inventa un personaje dice que “ya es grande, tiene siete años y puede vivir sola”. O el del niño estadounidense de cinco años que se peleó con su mamá porque no le quería comprar un Lamborghini y decidió llevarse el auto familiar e ir por la autopista a California para comprar uno él mismo, con tres dólares (Infobae, 2020).

Pudimos corroborar nuestra hipótesis de la mimetización masiva del niño con el adulto a través de la adultización que mostró el 97 % de 2.236 dibujos proyectivos realizados por niños de seis a doce años de Argentina y Perú (Messing, 2017). También, a través de la investigación realizada entre 764 jóvenes argentinos de diecisiete a veintisiete años, a los que se les tomó el Test del Árbol (Messing, 2010), entre los que se verificaron rasgos de simetría en el 99 % de los casos. Fue revelador descubrir, además, cómo las frases con que los jóvenes describían sus árboles solo podían corresponder a la vida de un padre o un abuelo, lo que hizo evidente la mimetización masiva inconsciente con situaciones vitales que no son propias, con los consiguientes efectos emocionales en sus proyectos personales. Los mismos rasgos de mimetización masiva con historias que no eran propias aparecían en muchas copas truncadas y aplastadas de sus árboles, en troncos podados o cortados; es decir, rasgos que indican una interrupción o quiebre en el desarrollo que no puede corresponder a la vivencia de un joven que recién comienza su vida y no manifiesta en sus relatos ninguna situación de ese tipo (Messing, 2010).

La segunda de las dimensiones mencionadas, la paridad del niño con el adulto, tiene su origen en el efecto imaginario de igualdad que la copia masiva del adulto genera en los niños. Pero además, a partir de los años 70, se transmite inconscientemente una posición de paridad con el adulto, construida a partir del rechazo al modelo autoritario, sin diferencias ni jerarquías. La conclusión es que los niños no las reconocen. Se sienten iguales, con los mismos derechos y atribuciones que el adulto, al que se equiparan totalmente. No registran ni internalizan suficientemente las diferencias “grande-chico”. Por el contrario, confían en su propio saber, lo que cambia el paradigma de autoridad conocido. La falta de dudas y la certeza en las propias ideas se convierten en literalidad y convicción absolutas, que a veces dificultan mucho la comunicación. La teoría de la simetría nos permite entender la lógica de los niños y, a partir de eso, sus conductas negativistas y desafiantes. Como vimos, ellos se equiparan con el adulto y por eso tienen una profunda vivencia de injusticia frente a las diferencias.

La tercera dimensión de la simetría del niño con el adulto –y tal vez la menos conocida– es la fantasía de completud, que genera a su vez dos grandes consecuencias: por un lado, una falta de separación e individuación y, por otro, una gran hiperexigencia interna y externa. Como hemos dicho, los niños copian a sus padres como si estuvieran frente a un espejo, y justamente esta copia masiva no les permite hacer una buena diferenciación; por el contrario, permanecen “como formando parte de un todo” con ellos. No terminan de visualizarlos como seres externos, independientes. Por eso pueden disponer de sus padres, especialmente en la adolescencia, como una parte de sí mismos. Y cuando el niño no obtiene de sus padres la respuesta esperada, la decepción es inmediata y masiva: sobreviene una gran intolerancia a la frustración, que se expresa en enojos, berrinches y espasmos. Esta falta de diferenciación con los padres se vuelca luego hacia lo social, en donde aparecen la dependencia de la mirada y la aceptación por parte del otro como necesidades vitales. Esto se refleja y también es explotado por las redes sociales, donde se tramita la necesidad de compartir con otros hasta los más mínimos detalles de la intimidad. Otra de las dificultades es la capacidad de percibir, aceptar e integrar al otro como alguien diferente, que se manifiesta a través del bullying y la violencia en las parejas.

Es decir que el niño copia masivamente al adulto pero no lo internaliza, sigue funcionando como si formara parte de un todo con el otro, con lo cual le cuesta mucho más la separación, la autonomía y alcanzar su plena individuación. Esa falta de separación le hace creer en una completud imaginaria, desde la que es posible alcanzar la totalidad, la perfección, la certeza total. Los límites y limitaciones propias de lo humano no son soportados y esto los lleva a la autoexigencia, a experimentar una gran intolerancia a la frustración, y también a ser hiperexigentes o hipercríticos con los demás. Todos estos factores en la interacción con el contexto favorecen la multiplicación de las nuevas sintomatologías que aparecen cada vez más en niños y jóvenes, y también en gran medida en adultos.

Terapia Vincular-Familiar

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