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—Aquí hacemos verdadera vida de campo—decía la marquesa con negligente ademán—; aquí saboreamos los placeres de «la escondida senda»... Mis hijas están encantadas de esta libertad... Años hace que tenían el antojo de pasar un verano en Las Palmeras, aburridas ya de Biarritz, de San Sebastián... de San Juan de Luz...

Sonriendo amablemente, López, el condiscípulo provinciano del marqués, repetía:

—Muy bien... muy bien... perfectamente...

Y en sus ojos grises y fríos, que miraban al rostro bello de la dama, había una expresión de refinada picardía.

—El campo—añadió la marquesa—es para mí una deliciosa novedad. Estos paisajes, esta paz, este silencio, son como un baño del alma... Aquí se siente uno más joven... ¿No es cierto, amigo mío?... En las grandes ciudades se vive tan deprisa que hasta los muchachos de quince años tienen allí señales de prematura vejez... ¡Quién pudiera vivir siempre en el campo!... Los que ocupamos cierta posición en el mundo, somos igual que los reyes, prisioneros de nosotros mismos... Sólo el que es pobre es libre...

Con un tono de profunda cordialidad, asentía López:

—Perfectamente... mucho que sí...

Y estaba pensando el buen señor:—Mi ilustre amiga la marquesa de Coronado, siente ahora inclinaciones á la vida pastoril... á la santa pobreza... ¡Coqueterías y caprichos de mujer guapa y ociosa!... Y ¡cuidado que es guapa... todavía! Me parece una figura de Rubens... con un poquito de malicia meridional... Juraría haber visto su retrato en la galería de los Médicis.

La luz cansada y triste de la tarde, de una tarde melancólica del Norte, penetraba por las ventanas del salón, donde la marquesa de Coronado recibía á sus amigos. Era la estancia moderna y elegante, pero con algunos rasgos de mal gusto en el decorado y los muebles. Sin duda los dueños de la casa no debían ser muy rigurosos en cuestionas de estética.

En un ángulo del salón, junto al piano, sostenía animada conversación un grupo de muchachas.

—Este buen López—decía una de ellas, á quien llamaban Teresita—es un hombre delicioso... Todo le parece bien... Es un perfecto ministerial de todos los Ministerios... No hay para él hombres necios ni mujeres feas... Parece un revistero de salones...

—Con menos años y más renta sería un excelente marido—apuntó Clara, una ingenua, que acababa de vestirse de largo—. El hombre que á todo dice amén, es el marido ideal.

—Pues yo no quisiera un marido tan complaciente—declaró Benigna, la hija mayor de la marquesa—, me gustan los hombres que saben serlo... los hombres de energía y de carácter... En lugar de «un López», yo prefiero el Petruchio de La fierecilla domada y, en último caso, Otelo, el moro de Venecia...

Rieron todas las muchachas, y en los ojos negros y ardientes de Benigna brilló una mirada burlona. Su hermana Isabel, niña gentil, ingeniosa y locuaz, célebre por sus dichos y sus hechos, añadió muy seria:

—Esta chica tiene gustos plebeyos... ¡Un marido celoso! ¡Dios nos libre!... Eso ya no se estila en ninguna parte... Los celos son de mal tono...

—No hay verdadero amor sin celos—repuso Benigna con entusiasmo—. El optimismo es indiferencia ó es hipocresía... Decir á todo «perfectamente», equivale á pensar «¿á mí qué me importa?» El optimismo de López es frialdad de corazón... Ahí tenéis en cambio á ese murmurador sempiterno, Pizarro, que vale mucho más que López. Yo no digo que Pizarro haya descubierto la pólvora ni conquistado siquiera el Perú... Es un «pobre hombre», pero, á lo menos, un hombre de carácter... Reniega de todo, pero es capaz de tener rasgos...

Aun seguía Benigna haciendo frases con su charla sentenciosa, cuando entró Pizarro en el salón, tosiendo recio y frotándose las manos.

—Muy malas tardes—dijo con voz ronca—. Porque supongo que ustedes no las tendrán por buenas, con este frío sutil y estos cielos grises... Yo he adquirido el primer catarro...

Habló Teresita con desmayado acento:

—¿El primero?... Llevo yo «el tercero de abono»... Esto es horrible... ¡vaya un tiempo!

De mal talante corrigió Pizarro.

—No es que yo numere por capricho este que hoy estreno; le clasifico usando de esa especie de adjetivo que anda por ahí ahora; se dice: «el primer susto»... «el primer sablazo»...

—¡Ah!... ya...—suspiró la niña en el colmo del aburrimiento.

—Entonces—dijo sonriente la marquesa—este será «el primer verano»...

—Perfectamente—aseguró López muy cortés.

Y Pizarro suplicó, dirigiéndose á la señora de la casa:

—Me dará usted su permiso para tiritar... no puedo remediarlo.

Condescendiente, la marquesa, le replicaba:

—Está usted muy exagerado en sus lamentaciones, amigo mío; hace un poco de fresco, la temperatura propia del país; á mí me placen sobremanera este cielo nublado y esta brisa del mar, refrigerante y pura...

—Ya... ya...—murmuró Teresita.

Prodigaba á todos una sonrisa el simpático López, mientras Pizarro hacía un desabrido gesto de protesta.

—En Madrid abrasa el calor... aquí se tiembla de frío... La naturaleza es una eterna paradoja... ¡Y luego quieren que los hombres seamos razonables!

Las muchachas que estaban al otro extremo del salón habíanse acercado al grupo de las personas «serias». Sólo una joven, rubia y hermosa, vestida de blanco, se quedó sentada junto á la reja mirando al jardín.

Teresita había mudado de silla varias veces. No podía estar cinco minutos en el mismo lugar, y á través de toda la sala iba dejando ayes de fastidio.

Las dos niñas de la marquesa embromaban á Pizarro ofreciéndole una manta, un ponche caliente, una pastillita pectoral...

Asomóse Clara á una de las ventanas abiertas sobre la gran avenida de Las Palmeras, y á poco volvió la cara hacia el salón, anunciando:

—Aquí está Eva, con su madre... Las acompaña Galán.

Cuchicheaban las muchachas malignas y curiosas.

—Están de acuerdo...

—Ella le persigue...

—¡Pues él no parece que da chispas!

—Es un valiente.

—Es un fatuo.

Intervino la marquesa con prudente insinuación:

—Vamos, niñas... ¿por qué esas bromas?... Todas queréis á Eva... Luis Galán es un joven excelente...

Callaron riéndose, menos Isabelita que susurró:

—Sí... para un apuro...—y miró á su madre que se alejaba de allí con un aire de suprema dignidad.

Despertar Para Morir (Novela)

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