Читать книгу Despertar Para Morir (Novela) - Concha Espina - Страница 8

V

Оглавление

Índice

Entró el marqués, con mucha solemnidad, y cumplimentó puntual y cortésmente á toda la concurrencia, sin omitir frase ni sonrisa de las señaladas para el caso.

Figuraos un señor de tipo arrogante y majestuoso, uno de esos arquetipos con que suele representarse en mármoles y bronces la estampa de la noble ancianidad. La frente ancha y despejada; los ojos grandes y vivos; la nariz aguileña; el pelo abundante y sedoso, blanco como la nieve, igual que la barba, una barba de apóstol, toda rizada; el cuerpo alto y membrudo; la actitud grave y señoril... ¿Imagináis, con tan «hermosa cobertura» un entendimiento ruin y perezoso, un espíritu de una vulgaridad insuperable? La señora naturaleza suele darnos estas bromas crueles. Sin despegar los labios, el marqués imponía con su presencia: era un prócer de la vieja cepa castellana, con trazas de condestable ó de maestre; pero apenas abría la boca, brotaban de ella en afluente discurso todos los lugares comunes y tonterías épicas puestos al alcance de los caletres hueros. Y lo peor del caso era que el buen señor le placía hablar de todo, con una suficiencia, con una pausa y un énfasis que daban grima. Suponed por un momento al Moisés de Miguel Angel, abriendo sus labios de mármol para decir una majadería, y tendréis cabal idea del señor don Agustín María Celada y Osorio, marqués de Coronado.

Luego de cumplimentar á sus amigos y de acariciar con una mirada protectora el rostro bello de la marquesa y las caritas pálidas y maliciosas de sus hijas, anunció pomposamente, irguiendo el arrogante busto en medio del salón.

—Grandes noticias...

Hubo un movimiento de inquietud y curiosidad.

—¿Ha caído el ministerio?—preguntó López con voz suave.

—¿Se acaba el mundo?—suspiró tediosa la voz lastimera de Teresita.

—¿Ha dado á luz la reina?—interpeló Pizarro.

—No es nada de eso... tranquilizaos—repuso el marqués con un gesto enigmático.—Mis noticias son un poco más modestas y de un orden que pudiéramos llamar interior... sin alcance universal ni político... Una de ellas es que mañana llega Gracián Soberano...

—¡Gracián aquí!—exclamaron varias voces.

Y muchos ojos se volvieron indiscretos hacia la marquesa.

Sonriente, un poco pálida, la señora disimulaba con maestría su turbación, no obstante las miradas tenaces de sus hijos.

—¿Quién te ha dicho que viene Gracián?—preguntó Rafael, intranquilo y ceñudo, sin apartar los ojos de su madre.

—Esa es otra de mis noticias—añadió el prócer, acariciándose la barba y sonriendo con grande complacencia—. Me lo ha dicho un periodista madrileño..., poeta..., autor dramático..., muy amigo mío...

—¡Buen autor será entonces!—apuntó Clara al oído de Teresita.

—Del género chico...—agregó Teresa con desdén.

—Me lo ha dicho Nenúfar, que acaba de llegar...—dijo el marqués al fin.

—¿Ha venido Nenúfar?—clamó á coro la colonia madrileña.

Luego Teresita murmuró:

—¡Qué fastidio!

Y confesó Clara:

—¡Qué alegría!

—Ha venido—repitió don Agustín, muy satisfecho—, y estará aquí dentro de media hora; le he dejado en el hotel y he quedado en mandarle el auto para que le traiga en cuanto se vista.

Clara, muy amiga de los chistes fáciles, acercóse á Coronado, preguntándole en voz baja alguna cosa... A la cual contestó él, muerto de risa:

—Por Dios, Clara... es usted un diablillo delicioso... Nenúfar llega de un largo viaje, y estando usted aquí querrá presentarse como él sabe hacerlo...

—Sí, hecho un cursi—criticó Isabel, implacable—, con monóculo y gardenia..., diciendo palabras azules..., recitando versos modernistas, con ripios verdes..., y quedándose á comer todos los días con un apetito negro... Pero, papá, ¡qué amigos tienes!

Con mohines de protesta acudió Clara á decir, fingiendo grande enojo:

—¡Vaya! No consiento que se calumnie á mi poeta...

La voz melodiosa de Luisa Ramírez cortó los vuelos de algunos chistes equívocos que empezaban á brotar de aquellas boquitas maliciosas.

—Me habían dicho—refirió Luisa—que esta noche el marqués les iba á presentar á ustedes nuestro poeta..., un poeta de verdad...

Y resonó en la sala el bronco acento de Rafaelito, lanzando un nombre:

—Diego Villamor...

—Es cierto—afirmó el marqués—, á mí me encanta la amistad de los intelectuales... ¡Ah, señora! La literatura, el arte, la poesía... son... á no dudarlo... mis más preciados blasones... El talento... es mi flaqueza... Admiro mucho el talento de Villamor, y no esta noche, pero sí muy pronto, he de traerle aquí... ¡Oh los poetas!... Siempre fuí amigo de todos los poetas... Yo mismo hice versos en mi primera mocedad... Tuve el honor de ser premiado en algunos Juegos Florales...

Débilmente, saltando á otra silla, Teresita gimió:

—¡Cielo santo... una lluvia de poetas!... ¡Esto es intolerable!

Entonces, Eva Guerrero dijo con aires de suficiencia:

—Diego Villamor es también un gran novelista... Acaba de obtener un éxito ruidoso con su obra Almas sedientas. La alta crítica le ha consagrado maestro de la novela contemporánea... Dicen que va para académico... Le espera un porvenir brillantísimo... Ya lo habrán ustedes leído en los periódicos...

Casi todos los contertulios dijeron que sí, alabando mucho las altas cualidades del poeta cántabro.

Sólo Clara, con cierta hostilidad hacia la bella apologista del vate, murmuró desdeñosa:

—Yo estoy muy al tanto en cuestiones de alta crítica, pero no he oído nombrar nunca á «ese» Villamor...

Se iniciaron algunas sonrisas. Doña Manuela fué en apoyo de su hija para defender al paisano ausente, y como quien hace el más acabado elogio de un caballero, expuso:

—Es un buen partido.

Acentuóse el regocijo de la tertulia con estas ingenuas palabras, y para disimular la risa que le retozaba en los labios, dijo Luisa Ramírez:

—Aquí encontrará Villamor dos amiguitas... Eva y María...

Repuso Eva con aplomo:

—Es un muchacho de porvenir.

Y María, dulcemente, aseguró:

—Diego es muy bueno...

Otra vez se rieron las muchachas, al compás de la voz cristalina que sonaba á milagro en el salón de Las Palmeras, y Clara, como cosa indiscutible, pronunció en secreto:

—Esa chica es tonta...

Mientras se sucedían estos menudos acontecimientos, se estaba Galán atusando la barba con perezosa delectación; Pizarro gruñía desaforadamente, luego de discutir con la marquesa sobre el problema femenino; el marqués lanzaba su cómica elocuencia en medio del salón, diciendo herejías sobre cuestiones de arte; Rafaelito miraba á Luisa con sus grandes ojos de saurio, y López, el «buen López» repetía á cada instante sus predilectas muletillas:

—Muy bien... convenido... perfectamente...

Despertar Para Morir (Novela)

Подняться наверх