Читать книгу Despertar Para Morir (Novela) - Concha Espina - Страница 9

VI

Оглавление

Índice

Llegó Nenúfar, al cabo, tal como le había descrito Isabel; vestido con presumida elegancia, luciendo unas románticas melenas, la gardenia y el monóculo.

Llevaba el rostro afeitado, un rostro moreno y triste, de expresión fatigada y viciosa, máscara de una vida bohemia y artificial.

Fué recibido con socarrón alborozo por la colonia madrileña; bajo la égida protectora del marqués, recorrió el salón en triunfo, perseguido por las miradas curiosas de las señoras provincianas. Comprendiendo y aceptando al punto su papel de histrión distinguido, sacó á luz el largo repertorio de encumbradas galanterías, derrochadas en verso y prosa durante su larga carrera de pícaro elegante y poeta de salón.

Esgrimiendo con insistencia su pertinaz monóculo, hízose lenguas de la noble hospitalidad de aquella casa:

—Ilustre hogar, en cuyo viejo escudo,

su nido hicieron águilas caudales

y su nido, también, los ruiseñores...

Dijo luego las excelencias de

...aquella costa bravía

grande orquesta singular,

que entona la sinfonía,

la bárbara sinfonía de los vientos y del mar...

Según le explicó luego el marqués, la repetición de la palabra sinfonía en estos versos era un alarde maravilloso de «instrumentación poética»...

Habló también del paisaje, del admirable paisaje montañés, «sonata patética en gris mayor».

... Melancolía de invierno,

profunda melancolía,

que adormece y extasía

cual la imagen de lo eterno...

Cielo gris, tierra mojada,

silencio, tristeza, y una

vieja torre abandonada,

vieja torre enamorada

de la luna...

Estos versos le parecían al poeta «la última palabra de la sensación», y así lo decía con gran orgullo y graciosa petulancia.

Disertó largamente sobre la poesía clásica y la poesía moderna; sobre los místicos y decadentistas; sobre Santa Teresa y San Juan de la Cruz, Verlaine y Rubén Darío; mezclando lo divino con lo humano, lo viejo con lo nuevo, la poesía con la extravagancia; mentando libros y autores con pasmosa intrepidez, deslumbrando al candoroso marqués de Coronado con las nuevas teorías del ritmo, del «color de las vocales» y otras por el estilo. Y como notase en el auditorio ciertos síntomas de aburrimiento, se dedicó á las damas, obsequiándolas con disparatados requiebros y frases conceptuosas.

Halló á María «albescente»; á Eva «rojeante», y á la de Ramírez «esmeraldina»; comparó á las niñas del marqués con «las hijas del Rhin», y á la marquesa apellidó Walkyria, «diosa inmune al crepitar del fuego», y tal lenguaje hubo de usar en la lírica expresión de sus admiraciones, que las señoras festejadas, ignorantes de aquella jerga modernista, se quedaron en ayunas del discurso.

Tampoco López entendió una palabra, pero, fiel á su costumbre, repetía embelesado:

—Muy bien... convenido... perfectamente...

Cuando se hubo encalmado el regocijo que produjeron las palabras de Nenúfar, recayó la conversación sobre la próxima llegada de Gracián Soberano, y el joven modernista ensalzó hasta las nubes la vida y milagros del viajero, menudeando los golpes de monóculo, dirigidos hacia la dueña de la casa.

—Gracián es un hombre extraordinario—afirmaba Nenúfar—, es el prototipo del superhombre. Tanto tiene del héroe como del discreto; tanto de valor como de cortesía; su pecho es de diamante y su palabra de oro... Veo en él cifrada la estrella de los antiguos «escultores de pueblos»... Gracián es la esperanza de la España joven...

Coronado y sus niñas unieron sus ponderaciones á los exagerados elogios de Nenúfar, y también Clara y Galán se contagiaron de aquella entusiasta apología. Hasta la displicente niña de Vidal soliloquió devota, trasladándose á otra silla:

—Gracián Soberano... ¡ya lo creo!...

La novedad del asunto tenía suspensos á los contertulios provincianos. Escuchaban Eva y Luisa con visible interés aquella letanía de alabanzas, á las cuales hacía coro la marquesa con naturalidad de consumada actriz. López colocaba á destajo sus muletillas, con la mayor satisfacción, y el contumaz murmurador, Pizarro, buscaba inútilmente un lado vulnerable por donde asaltar, con demoledora discusión, aquella bizarra fortaleza de flores, sobre la cual se engreían triunfantes una leyenda y un nombre.

—Gracián... Gracián...—murmuraba entre dientes—Todas las muchedumbres necesitan un ídolo... Y en España, cuando faltan hombres, se crean ídolos para mayor comodidad... Un héroe..., un superhombre..., ¡ahí es nada! Pero, después de todo, ¿quién es Gracián? Un aventurero afortunado, un hombre listo, un orador... ¡aquí donde todos vivimos á la aventura y somos grandes oradores y nos pasamos de listos!...

¡Pobre Gracián... y pobre España!

Unos soñadores ojos de cielo se abrían con infantil curiosidad encima de aquel nombre y de aquella leyenda, y Rafaelito balanceaba en la conversación su enorme cabeza de bufón velazqueño, un poco desmayada y reflexiva...

Despertar Para Morir (Novela)

Подняться наверх