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IV

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Le estaba contando la marquesa á Luisa Ramírez:

—De esas dos niñas que le he presentado á usted, Teresita Vidal, la que está en la mecedora, es hija del célebre médico de Palacio. Huérfana de madre, hija única, mimada y llena de caprichos, enfermiza y neurasténica, le recomiendan aires puros y vida apacible, pero ella en todas partes se aburre y se fatiga. Vidal es nuestro médico; en Madrid nos tratamos mucho; así es que ahora la niña, que vino á esta playa con una señora de respeto, pasa con nosotros la mayor parte del día; en el hotel dice que está desesperada... La otra niña, Clara Infante, es también muy amiga de mis hijas, una madrileña alegre y desenfadada que siempre está de broma. Por no separarse de Benigna y de Isabel, vino este año á la quinta que poseen unos parientes suyos aquí cerca; pero más bien puede decirse que vive con nosotros; la mayor parte de las noches se queda aquí á dormir... Aquel joven, Luis Galán, es un íntimo de Rafael; á pesar de ello no conozco mucho sus antecedentes, pero en Madrid alterna con lo mejorcito de la sociedad, y se le ve «en todas partes»; debe de ser rico, porque tiene excelentes relaciones, y luego... ¡con esa figura!

—Sí—dijo Luisa un poco mordaz—, tiene unos dientes primorosos.

—Mi hijo—añadió la marquesa—le animó á que pasase aquí el verano.

—¿Y está contento?

—Galán lo está siempre; y además—insinuó confidencialmente la dama, recatándose de doña Manuela—tiene ahora motivos para estarlo... Eva, la más linda muchacha que tienen ustedes en la capital, le distingue mucho, ¿no lo ha observado usted?

—Apenas he tenido tiempo... Bueno sería que á ella «la distinguieran» al fin...

—Sí; tiene poca suerte, porque es muy bonita, lleva un apellido ilustre, y se está «quedando»...

—Los apellidos y la hermosura valen muy poco si no les acompaña el pícaro dinero. ¡Vivimos en época tan prosaica!

—¿Pero es cierto que están...?

—¡Tronadísimas!

—¿Y ese lujo, entonces?

—El último esfuerzo para atrapar marido, un esfuerzo lleno de vanidad y de angustia.

—Mal sistema...

—Sí, muy malo... Pero, dígame usted, marquesa, ¿es tonto ese amigo de Rafael?...

Rió la marquesa de buena gana y contestó con sorna, muy bajito:

—Lo parece, pero no debe de serlo... He notado que, á pesar de sus mariposeos con Eva, le gusta más mi sobrina María... que tiene un precioso capital...

En animado grupo discutía Pizarro con doña Manuela, dichoso al no dejar ociosas ni un momento sus dotes de polemista, y, cerca de ambos, López, paciente y amable, asentía:

—Convenido... convenido... mucho que sí...

Rafaelito contemplaba á Luisa con avidez, sentado en el brazo de un sillón.

Oyóse cercana la bocina de un automóvil, y se iluminó la sala cuando aun la marquesa le decía á su reciente amiga:

—Aquí se han conocido Eva y Galán. El padre de esta chica era muy amigo del marqués y, por lo mismo que la pobre está arruinada, mi marido quiere que tengamos con ella todas las atenciones posibles...

—Muy bien hecho—afirmaba Luisa—, es un rasgo de piedad que les honra á ustedes... ¿Y ese señor Pizarro?

—¡Ah! Es un tipo muy famoso: ex militar, ex negociante, ex político... en eterna oposición con todo lo divino y lo humano... Ha caído en esta playa por casualidad, cansado de recorrer todas las conocidas y renegando de todas... Nos divierte mucho, está furioso porque no sale el sol...

—¿Es casado?

—Sí..., pero está separado de su mujer... ¿no le digo á usted que es un disidente de todo lo establecido?

Despertar Para Morir (Novela)

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