Читать книгу La belleza del mundo - Cory Anderson - Страница 5
Оглавление¿Qué recuerdo?
Mi padre es un ladrón y un asesino. Robó una casa de empeño con Leland Dahl cuando yo tenía diez años, pero nadie lo atrapó. No hubo evidencia. No hubo juicio. Ahí empezó todo. Una larga cicatriz cruzaba su frente y su mejilla de aquella vez que mi madre lo atacó con un cuchillo. Ella pagó por eso. Él es un asesino, pero es algo peor.
Los ojos de mi padre son garfios. Cavan hondo. Atrapan el alma.
Algunas personas tienen hielo en los ojos. Sé que yo lo tengo. Eso es lo que mi padre me hizo. Una cubierta de escarcha para un interior negro. Incluso ahora, cuando pienso en él, me quedo helada. Como si acabara de entrar en un congelador.
Pero Jack —el dulce, enfurecido y callado Jack— me hace arder. Me rompe en pedazos.
Nos conocimos sólo nueve días.
Sacaron el sofá cama y extendieron unas mantas rugosas y una colcha sobre el colchón hundido. Jack avivó el fuego, cerró las puertas y se aseguró de que tuvieran suficiente leña para pasar la noche, mientras Matty se quitaba la ropa y se ponía la pijama frente a la chimenea. Una pijama de Batman con la capa hecha jirones. Verlo hizo que el pecho de Jack se contrajera. Sus costillas que sobresalían y sus rodillas, como un pobre huérfano. Y eso era. Jack recogió la ropa, la dobló y la puso sobre la cama.
Sólo respira, Jack.
Inhala y exhala. Otra vez.
Matty se escurrió entre las mantas. Seguía mirando la mecedora. Jack apagó la lámpara y plegó los bordes de la manta alrededor del cuerpo de su hermano para ayudarlo a mantener el calor. La luz de la luna entraba por la ventana. Se sentó en el colchón.
—¿Podemos ver la televisión?
—No. Ya pasó tu hora de dormir.
—¡Qué frío hace!
—Sí.
El fuego crepitaba. Se quedó allí sentado, respirando. Inhalar, exhalar.
—¿Jack?
—¿Qué?
—¿Crees que papá volverá a casa pronto? ¿Como dijo mamá?
—No lo sé.
Matty guardó silencio. Luego volvió a preguntar:
—¿Te acuerdas de la señora de Servicios?
Jack la recordaba. La señora de Servicios Infantiles. Se metió bajo las mantas y miró a Matty. Su rostro estaba surcado por la tenue luz azulada de la luna y la nieve. Sus mejillas se veían pálidas. Su cabello todavía estaba enmarañado y esponjado en algunas partes por el gorro de lana. Necesitaba un corte. Jack lo atrajo hacia sí.
—La recuerdo.
—¿Crees que vuelva?
—No lo sé. Podría ser.
—¿Crees que traiga a ese policía que nos dijo?
—Si ella o ese policía vienen y yo no estoy, no abras la puerta. Sólo mantén la puerta cerrada con llave y no respondas.
—De acuerdo.
—Yo me encargaré de eso.
Podía sentir los latidos del corazón de Matty.
—Si se enteran de que mamá está de viaje, ¿crees que me lleven a algún lado?
—No permitiré que eso suceda.
—De acuerdo.
—No permitiré que eso suceda —dijo Jack otra vez.
—De acuerdo.
Matty no se durmió en un largo rato. Estaba inquieto. Se acurrucó contra Jack y luego se dio media vuelta y se cubrió con la manta de espaldas a la mecedora. Después de un rato, sus ojos se cerraron. Jack pensó que ya estaba dormido, pero entonces abrió los ojos y miró a Jack en la penumbra. No habló, sólo lo miró. Jack fingió dormir. No lo arruinarás, no lo harás. Harás lo que sea necesario. Como siempre lo has hecho.
Después de un rato, la respiración de Matty se volvió regular.
Jack se quedó allí, sin dormir.
Pasaron las horas.
Cuando se levantó, puso una almohada sobre la oreja de Matty y esperó que fuera suficiente. La casa estaba casi a oscuras. Sólo se veían los contornos de las formas. La mesa de la cocina. La mecedora y la chimenea. Se puso el abrigo y las botas. Matty no se movió.
Recogió la colcha arcoíris, subió a la recámara y abrió la puerta. Ella yacía en la cama con los brazos cruzados y las sombras de la luna jugando sobre su cuerpo. Casi iridiscente a la luz plomiza. Como una demacrada Bella Durmiente esperando a su príncipe. Bueno, él no vendrá. Y nunca fue un príncipe.
Extendió la manta sobre ella, juntó las esquinas inferiores y las anudó bajo sus pies. Su piel estaba fría. Su cabello en mechones amarillos caía sobre la almohada. Él miró su rostro una última vez, luego anudó las esquinas superiores de la colcha detrás de su cabeza, la giró y tiró de los bordes para apretarlos. El blanco esculpido de su rostro quedó oculto por el estambre, en un montículo de colores atravesado sobre la cama. Trató de pasar saliva, pero no pudo.
¿Cómo puedes hacer esto?
Eres un monstruo.
La levantó en sus brazos. Estaba rígida y él sabía que no podría bajarla por la escalera. A la mitad del pasillo se detuvo con ella en brazos y se apoyó contra la pared para recuperar el aliento. Cuando llegó a la parte superior de la escalera, se puso en cuclillas, la dejó en el suelo y se movió hacia su cabeza. La sostuvo por los hombros a través del estambre y la levantó un poco para que se doblara ligeramente por la cintura. Con el peso de ella sobre sus rodillas, la arrastró hacia abajo, un escalón a la vez. Bajó dando lentos golpes sobre la alfombra. Bájala despacio. Con suavidad. Que Matty no escuche. Todo el camino, hasta que llegues abajo.
Miró el sofá cama. Flotaba como una barcaza en la oscuridad. La forma de Matty yacía envuelta en las mantas, con la almohada todavía sobre la oreja.
Silencio.
Se agachó y la levantó. No podría sostenerla mucho tiempo.
Callado. Quédate callado. Muévete rápido.
Se tambaleó hasta llegar a la puerta principal, la abrió y salió a trompicones. Cada ruido sonaba con fuerza, como el crujido de un hacha. Pensó que despertaría a Matty, pero no fue así. Cuando cerró la puerta, sus piernas cedieron y la dejó caer. Pegó con fuerza y luego se deslizó desde el porche hacia la nieve.
Jack se sentó a su lado.
Nunca volverás a ver su rostro. Nunca la volverás a ver. Nunca.
Se levantó y miró a su alrededor. Era una noche sin estrellas. Helada y profunda. Un único copo cayó flotando. En este gélido páramo azul, con el rastrojo de campos desolados por todos lados y nadie alrededor en kilómetros.
Fue al cobertizo, tomó la carretilla y la empujó sobre la llanta a través de la nieve hasta llegar a ella. La colocó dentro. Ligeros copos de nieve como encaje espolvorearon la colcha arcoíris. Jack se quedó allí parado; su aliento subía en una tenue columna. Frío y silencio. Diez latidos, veinte.
La luna lo miraba fijamente.
Condujo la carretilla alrededor del Chevrolet Caprice hasta un agradable lugar detrás del granero, donde el tejado colgaba y los pinos viejos y altos lucían capas de fresca blancura, y encontró un espacio en la tierra que no estaba tan congelado. Un lugar tranquilo. Tomó una pala del cobertizo y empezó el trabajo. Había olvidado ponerse los guantes antes de salir, pero no regresó por ellos. Paleó a través de capas de nieve hasta alcanzar la tierra compacta e intentó cavar. Sacó el pico del cobertizo. Removió la tierra y siguió cavando. Profundo, para que los perros del campo no la encontraran. Para que ella no quedara a la vista en la primavera. Cavó y no pensó. Apagó su mente como si se tratara de un interruptor de luz.
El frío quemaba su piel.
Sus manos se sentían resbaladizas sobre la pala.
Levantar, clavar. Cavar.
Una vez que terminó de cubrirla, se sentó a su lado, en la tierra abultada. En la nieve batida y ennegrecida. Hacía mucho frío, pero se quedó allí sentado. Nada salvo la luna vigilaba sus espaldas. Un amanecer gris comenzaba a asomarse sobre la tierra. Se secó los ojos, se levantó y caminó hacia la casa.
En la sala, Matty seguía dormido con la almohada sobre la oreja. Jack se quitó el abrigo y las botas, retiró las cenizas de la chimenea y puso un leño sobre las brasas para alimentar el fuego. La tenue luz cayó sobre las paredes, breve y temblorosa. Las palmas de sus manos estaban palpitantes. Puso la rejilla de la chimenea y se quedó en ropa interior, temblando. Luego se metió debajo de las mantas y se acercó a Matty. Su pequeño cuerpo. En la oscuridad, Jack escuchó cada respiración superficial.
¿Qué haré ahora?, pensó. ¿Qué haré?