Читать книгу La belleza del mundo - Cory Anderson - Страница 6

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La vida puede ser brutal.

Jack lo sabía.

Yo también.

Algunas veces me pregunto por qué suceden las cosas de la manera en que lo hacen. Si existe alguna lógica o razón. Se dice que una mariposa en Brasil puede batir sus alas y provocar un tornado en Texas. Una pequeña mariposa desata una tormenta al otro lado del mundo. Pienso en ello. ¿Sentí el aleteo cuando Jack y yo nos conocimos? ¿Sentí el tornado que se avecinaba?

Mirando atrás, creo que así fue. Sí, lo sentí.

Jack caminó frente a mis ojos y todo cambió.

Escucho las puertas de los casilleros abrirse y cerrarse. El metal suena. Las voces gritan y ríen en el pasillo. Colores brillantes relampaguean en camisetas y jeans. Es mi primer día en una nueva escuela. Estoy a punto de abrir mi casillero. Acabo de terminar la clase de cálculo y estoy pensando en los límites del infinito.

Estoy distraída.

Luke Stoddard se acerca y comienza a hablarme, y yo ni siquiera lo vi venir. Descubro su nombre más tarde. Luke usa una sudadera de futbol. Tiene los dientes derechos. Es grande, y dice algo acerca de mostrarme los alrededores. Se aproxima a mí, demasiado, así que retrocedo contra mi casillero. El metal presiona mis omóplatos. Mi codo. La parte de atrás de mi cabeza. Da un paso más cerca. Me va a tocar. Sé que lo hará.

Dejo caer mis libros. Los papeles sueltos flotan y se dispersan. Decoran el pasillo, cuadrados de confeti blanco en un desfile de papel picado.

Entonces veo a Jack.

Déjala en paz.

Jack le dice a Luke.

Aléjate de mí.

Le digo a Jack, unos minutos después.

No lo digo en serio.

A veces reproduzco ese recuerdo en mi cabeza. El momento en que vi a Jack por primera vez.

El dulce y enfurecido Jack. El callado Jack.

Mirando atrás, creo que la mariposa batió sus alas en ese momento.

Los vientos comenzaron a arremolinarse.

Todo cambió.

Jack despertó.

Matty estaba acostado, envuelto en las mantas, mirándolo. Callado. En un sueño, Jack había estado corriendo por un campo vestido de nieve con la luna mirando hacia abajo. Con el olor a tierra fría en su nariz. Necesitaba encontrar algo que se había perdido. Al despertar, todo se derrumbó en la luz gris del día, los colores se desvanecieron con presteza.

Le revolvió el cabello a Matty.

—Hola.

—Hola.

—Todo está bien.

Matty asintió. Sus ojos brillaban a la luz cenicienta. Algo innombrable y ajustado.

Jack podía sentir la pala en sus manos. Se levantó y encendió el fuego mientras Matty se vestía. El aire se sentía quebradizo como un hueso. La sombría luz del día entraba en líneas oblicuas a través de la ventana y se arrastraba sobre el colchón. Matty miró la mecedora vacía y no dijo una palabra acerca de la colcha arcoíris faltante.

La nieve caía en gruesos y duros copos, y se apilaba en el alféizar de la ventana. Jack espolvoreó canela sobre la avena, la sirvió en tazones y los llevó a la mesa de la cocina. Matty estaba sentado sosteniendo un papel azul en sus manos.

—¿Qué es eso? —preguntó Jack.

—Nada.

—A mí me parece algo.

Matty no lo miraba.

—Tenemos una excursión hoy.

—Suena divertido. ¿Adónde?

—No quiero ir.

Jack lo observó con atención. Llevaba una de esas viejas camisas de lana que antes habían sido suyas. Le faltaban dos botones. Tela a cuadros, desgastada. Se había peinado el cabello con agua, pero no había logrado aplacarlo.

—¿Por qué?

—Este papel dice que puedes quedarte en la escuela si no quieres ir.

—¿Por qué no quieres ir?

—Porque no.

—¿Por qué?

Matty se sentó allí sosteniendo el papel. Parecía estar a punto de llorar. Jack tomó el papel y lo leyó. La excursión era al Museo de Idaho para ver dinosaurios y costaba dos dólares. La gasolina para el autobús. Una prensa se cerró alrededor del pecho de Jack.

—¿Es por los dos dólares?

—No me importa si no voy. Eso es todo.

Jack caminó hacia el armario y tomó el bote amarillo. Quitó la tapa, contó dos dólares y se los entregó a Matty:

—Mírame. No vamos a morir si te doy dos dólares.

Matty lo miró. Sus ojos lo atenazaron.

—¿Me crees?

—Sí.

—Estamos bien.

Matty miró las manos de Jack y apartó la mirada. No hay descripción de estúpido en la que no encajes, pensó Jack.

—Estamos bien —dijo otra vez.

—De acuerdo.

Comieron su avena uno al lado del otro. Jack firmó la hoja de permiso y la guardó en la mochila de Matty. Calentó el abrigo de Matty junto al fuego y lo extendió para que él metiera sus brazos. Subió la cremallera. Observó a Matty esperar el autobús, lo vio subir y observó después cómo el autobús traqueteaba por la carretera. Cuando desapareció sobre la colina, seguía mirando. Sólo podía pensar en que le había mentido a Matty. No estaban bien. Tenían trece dólares y treinta y seis centavos. Tenían un aviso de embargo en el cajón de la cocina, un calentador de agua roto, una despensa vacía y un papá en prisión. Y a mamá bajo la nieve, en el patio trasero.

Se sentó a la mesa de la cocina y escuchó el tic tac del reloj sobre el horno.

—Necesitas un plan —dijo en voz alta—. Necesitas un plan.

Todo dependía del dinero. Si tuviera dinero, podría comprar comida. Leche. Pan. Pagar las facturas. Un trabajo significaba dinero, así que debía conseguir un trabajo. ¿Dónde? En algún lugar del pueblo. Tendría que hacer que pasara. Encontraría la manera. Pero había que pensar en la escuela. Lo echarían de menos si no iba a la escuela y nadie podía echarlo de menos. Ser echado de menos significaba Servicios Infantiles. No. No era una opción. Se llevarán a Matty. Se llevarán a Matty.

Entonces.

Escuela.

Luego, trabajo.

¿Y qué harás con Matty mientras estás en el trabajo?

No había respuesta.

Tic tac, marcó el reloj. Contando los segundos hasta algún invisible momento cero. Cada tic más fuerte que el anterior. El tiempo se mueve en el estrecho espacio intermedio. Pulsa lentamente. Como la sangre de una herida.

Le dolían las manos, así que subió al baño y se vendó las ampollas. Se peinó y se cepilló los dientes. Se echó la mochila al hombro. Luego se subió al Caprice y condujo hasta la escuela.

Un maestro suplente habló sobre historia. Todos los presidentes a lo largo de los años y quién había sido el mejor o el peor. Jack miraba por la ventana. Seguían llegando las imágenes a su cabeza. No las miraba de frente, sólo vislumbraba los fragmentos afilados y fracturados que se reflejaban en la parte posterior de sus párpados. Imágenes incompletas. Como pedazos de un espejo caído.

Su pantufla en la alfombra.

El cuchillo en su mano. Cortando la piel del cinturón.

Sus ojos ardieron y los cerró. Cruzó los brazos sobre el escritorio, empujó las imágenes a algún lugar secreto y apoyó la frente sobre sus brazos.

Ve a la tienda de comestibles y luego a la cafetería. Después, a las gasolineras. Las dos. ¿Qué vas a decir? Soy un gran trabajador, señor. No tengo experiencia, pero trabajo duro. Haré lo que necesite. Lo haré bien, lo juro, lo que sea que usted quiera: llenar los estantes o trapear pisos o limpiar inodoros. Trabajaré duro…

El timbre sonó.

Levantó la cabeza y tragó saliva. Sintió el dolor en su garganta. Demonios. No puedes enfermarte ¿Qué pasará si te enfermas? Tú sabes qué pasará.

En el pasillo, abrió su casillero y metió su libro de historia. Otros estudiantes pasaban a su lado. Hablaban, reían. Algunos iban en grupos, otros caminaban solos. Era la hora del almuerzo. Si saliera al estacionamiento, podría dormir unos veinte minutos en el Caprice. Dio media vuelta y se dirigió a las puertas. Sólo necesitas descansar un poco. Una pequeña siesta. Eso es todo.

—… cosa más bonita he visto en mi vida.

Luke Stoddard estaba junto a los casilleros de espaldas a Jack. Un estudiante del último grado. Un mariscal de campo. Le decía palabras dulces a una chica. Llevaba jeans ajustados y una gorra de beisbol con la visera sobre sus ojos. Tenía reputación por sus anotaciones dentro y fuera del campo.

—Podría llevarte a algunos lugares —decía Luke—. Mostrarte los alrededores.

Jack siguió caminando, pero cuando vio a la chica se detuvo. Ella estaba allí parada, sosteniendo sus libros contra su pecho, sin ninguna expresión en el rostro. Sobre todo, fueron sus ojos los que hicieron que se detuviera. Era como asomarse en aguas profundas. A la vez brillantes y oscuros. Muy abajo, en esas profundidades, algo destelló y desapareció como si se lo hubieran tragado. Jack conocía ese destello.

Luke se acercó a ella.

—Eres un poco tímida, ¿cierto?

Jack se quedó un poco a un lado, mirando. La chica dejó caer sus libros. Los papeles flotaron y se esparcieron, y Luke rio. La chica no se movió. Tenía las manos apretadas a los costados.

Luke extendió la mano para tocar su mejilla. Estaba ligeramente inclinado sobre ella cuando la chica levantó el brazo y lo golpeó con una rapidez instintiva y, con el mismo movimiento, dejó caer su mano. Jack lo sintió más que verlo. El lápiz sobresalía en ángulo del antebrazo de Luke.

Luke retrocedió con brusquedad. Se miró el brazo, tragó aire, sacó el lápiz y lo dejó caer. Una mancha roja se expandió por su manga. Se estaba ahogando con sus propios jadeos.

Ella lo miró fijamente. Inmóvil como una piedra. El lápiz yacía a sus pies. Él la empujó contra el casillero.

—¡Perra!

—Déjala en paz —dijo Jack.

Cuando Luke se volvió, vio a Jack parado allí, callado.

—¿Qué?

—Déjala en paz.

La respiración de Luke se hizo más lenta. Separó los pies y sonrió.

—Josh Dahl. O Jack. ¿Cierto? ¿Qué quieres?

—Ya te dije lo que quiero.

—Eso hiciste.

Jack no respondió.

Luke miró a la chica y luego a Jack.

—¿Sabes quién soy? Porque no soy alguien con quien realmente quieras meterte.

—Sé quién eres —dijo Jack.

Luke se sonrojó. Algunos chicos se habían detenido y estaban mirando. La chica no dijo nada. No se había movido en absoluto. Podría haber sido muda por lo que Jack sabía.

—¿Cómo está tu papá, Jack? —dijo Luke—. ¿Cómo la está pasando? ¿Lo ves a menudo?

Jack esperó sin responder.

La confusión cruzó el rostro de Luke. La duda.

—¿Qué quieres?

Jack se sentía muy apartado de sí. Muy lejos. Como si se estuviera observando a sí mismo hablando con Luke a la distancia. Miró las manos de Luke.

—Necesitas buenas manos para el futbol, ¿cierto? Un mariscal de campo debe tener buenas manos para lanzar la pelota.

—¿Qué?

Jack se quedó allí, mirándolo.

La sangre goteó por el brazo de Luke y salpicó el suelo en pequeñas gotas. Se lamió el labio superior.

—¿Eso es algún tipo de amenaza?

Jack sólo esperó.

Luke miró por el pasillo en ambas direcciones, como si pudiera haber algún amigo allí. Nadie se movió. Ya se había reunido toda una multitud. Nadie hablaba. Nadie reía.

Silencio. En algún lugar, un casillero rechinó al abrirse.

Luke se encogió un poco de hombros. Su boca se esforzó por encontrar las palabras.

—Como sea, imbécil. No vale la pena que pierda el tiempo contigo —miró a la chica—. Y tampoco con ella.

Observó con atención a Jack por un rato más. Luego dio un paso atrás, se volvió, se abrió paso entre los estudiantes y salió huyendo por la puerta.

Un murmullo se elevó entre la multitud. Rostros del pasado. Chicos que alguna vez habían sido sus amigos. Años atrás. Jack pudo escuchar fragmentos de conversación.

—Maldición. ¿Viste a Luke?

—Ella le encajó un lápiz…

—Ése es Jack Dahl. Su padre es el que…

Jack observó a los estudiantes que estaban hablando. Sus voces se apagaron al verlo, hasta que no hubo ningún sonido en ninguna parte. Los miró fijamente. A cada uno de ellos. Sus rostros. ¿Cómo sería? ¿Cómo sería ser así? ¿Tan normal? Los observó hasta que, uno por uno, apartaron la mirada. Él sabía en quién estaban pensando. Eres como él, pensó. Acorralado en una esquina, eres igual que él.

Sonó el timbre y la multitud cobró vida.

El ruido regresó. Los espectadores se movieron.

Miró a la chica. Tenía la cabeza inclinada y su cabello oscuro ocultaba su rostro. Él se agachó, recogió los papeles sueltos y levantó uno de sus libros. La portada mostraba un globo aerostático con letras descoloridas en la parte superior. Cálculo, quinta edición. Se enderezó y le tendió los papeles.

—¿Estás bien?

Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos: la vio claramente por primera vez. Mejillas de manzana y piel desnuda. Ojos de un doloroso color avellana. Su voz salió con aspereza.

—Aléjate de mí.

Él dio un paso atrás.

Ella le arrebató los papeles. Jack vio un tatuaje en el interior de su muñeca. Un corazón. Negro como el ónix. Un pequeño corazón negro.

Ella giró sobre sus talones. Su espalda muy recta; su cabello, una revolución de giros y espirales. Caminó por el pasillo hasta el baño de chicas a grandes zancadas y desapareció en su interior.

Jack se quedó allí parado, estúpidamente, sosteniendo su libro en la mano. El pasillo ahora estaba vacío. Entonces abrió la tapa. Su nombre estaba impreso en letras negras en la parte superior, con su número de teléfono escrito debajo.

AVA.

Se quedó examinando el libro por un minuto y se preguntó por qué Ava tendría tanto miedo. Luego abrió su mochila y guardó el libro dentro.

La belleza del mundo

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