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VII

Desacuerdos sobre el futuro del capitalismo

Para Immanuel Wallerstein, Randall Collins y Georgi Derluguian, el capitalismo no sobrevivirá debido a sus contradicciones internas, pero Michael Mann y Craig Calhoun piensan que aún posee recursos para innovarse y seguir subsistiendo, si no acontece antes una crisis medioambiental. Sin embargo, pese a sus diferencias, todos esperan la llegada de una sociedad global más democrática y menos desigual.

Los factores imponderables

en el futuro del capitalismo

Wallerstein, Collins y Derluguian reconocen las capacidades del capitalismo para crear el primer sistema-mundo, incluyendo a todo el planeta, generando gran riqueza, y que también el desplazamiento de la agricultura y del trabajo industrial por la mecanización no resultó en la pauperización y revolución prevista por Marx, debido al desarrollo de la administración gerencial moderna y el surgimiento de profesiones administrativas en la industria privada y el Estado. Así surgió una confortable clase media. Pero en el siglo xxi las reservas externas e internas del capitalismo se agravarán. Si el modelo, que destaca los efectos de la sobreacumulación y la aflicción de la clase media, ha tenido relevancia en diferentes épocas históricas, la crisis terminal del capitalismo sería en realidad una sucesión de varias crisis dentro de un período prolongado de tiempo. El capitalismo no sobrevivirá por sus contradicciones internas debido a su indisposición para financiar el costo de la renovación de las instituciones sociales1.

A diferencia de ellos, Mann y Calhoun alegan que todavía existen razones para esperar que el capitalismo supere sus actuales contradicciones gracias a sus inagotables recursos para “autointensificarse” mediante la innovación productiva, la profundización de mercados para el consumo y la globalización2. Aun cuando se admita la hipótesis de la declinación del capitalismo en Estados Unidos y Europa, todavía puede desplazarse al resto del mundo, esto es, Asia Central, Asia del Este y vastas áreas de China e India. Pero este escenario enfrentaría problemas relacionados con el medio ambiente, ya que la comunidad científica prevé que los mayores desastres ambientales ocurrirán en China, sur de Asia y África3. En todo caso, para ambos, la crisis medioambiental podría ocurrir alrededor de 2030, antes de que el capitalismo pueda adoptar medidas para asegurar su sobrevivencia4. Sin embargo, Calhoun le atribuye más importancia a los riesgos sistémicos exacerbados por el capitalismo financiero5.

Al igual que Collins, Wallerstein piensa que de acuerdo a las proyecciones de la comunidad científica, la crisis medioambiental no ocurrirá antes de 2100, aunque admiten que algunos países podrían sufrirla entre 2030 y 2050. De todos modos, Wallerstein y Collins piensan que el capitalismo se derrumbará cerca de 20406.

Para todos los autores, el cambio climático parece ser una realidad incuestionable, excepto para aquellos que por razones políticas o ideológicas desconocen las amenazas de inundación de vastas áreas por la elevación del nivel del mar y el aumento de la temperatura promedio del planeta. Esto podría resultar en una relocalización de la producción agrícola y de las fuentes de energía para tratar de compensar los agudos daños ya causados7.

Al cambio climático hay que sumar otros peligros semejantes: la incapacidad para controlar al antiguo enemigo de la humanidad, las pandemias, fenómeno que no puede descartarse a pesar de los logros de la medicina moderna; las hambrunas; y el apoderamiento de armas nucleares, químicas y biológicas por terroristas, que puede suceder aunque se rechace la probabilidad de guerras nucleares entre Estados. Estos peligros podrían ser controlados si la comunidad internacional decide adoptar nuevas estructuras y políticas adecuadas8.

Wallerstein y Collins no consideran que el surgimiento del resto del mundo contradiga su hipótesis de la caída del capitalismo. Muy por el contrario, la proliferación de nuevos capitalistas en los mercados globales o la movilidad global de la competitiva nueva clase media educada agravará los problemas del capitalismo9.

Atendiendo las consideraciones anteriores se podrían esperar diversos escenarios: crisis terminal del capitalismo en Wallerstein y Collins; un nuevo capitalismo, pero ya no ocupando una posición hegemónica; o la destrucción del planeta, en la versión de Mann y Calhoun10. Los autores estudiados tampoco descartan de plano una salida de tipo fascista.

Límites de las ciencias sociales decimonónicas

Todos los autores analizados concuerdan en que, en las décadas venideras, la configuración política y económica que nos ha sido familiar cambiará de manera significativa, pero sus formas no son ahora evidentes11.

Creemos que políticos, movimientos sociales y analistas de los medios de comunicación se equivocarán mucho en sus intentos por comprender estos peligros si siguen empleando la lógica dictada por la sabiduría convencional12.

Los gobiernos y corporaciones de negocios verán muy debilitado su poder para influir en los destinos de la sociedad. Sus bien conocidas prácticas, que forman parte de su repertorio político e ideológico, serán muy poco útiles o simplemente se transformarán en causas de nuevos problemas13.

Los movimientos de protesta podrán sentirse tan indignados como antes, pero estarán menos seguros de quiénes serán el objeto de sus protestas, cuáles serán sus demandas, cómo se organizarán y quiénes serán sus aliados.

El conocimiento de las transiciones del pasado será insuficiente para comprender y actuar en el presente estadio de transición y deberemos, por lo tanto, abrirnos al desarrollo de nuevas formas de pensar acerca de lo que está ocurriendo, corrigiendo y enriqueciendo los paradigmas del conocimiento heredados. Es muy difícil comprender los problemas de la actual transición recurriendo a la ciencia social decimonónica, fundada en el supuesto de que los sistemas sociales poseen las competencias para retornar siempre al estado de equilibrio reinante durante la precrisis y, por ende, recuperar la estabilidad de los períodos normales mediante el cambio tecnológico y las políticas de ajuste. Wallerstein habla de “impensar las ciencias sociales”14.

Lo que se sabe de un modo general es que durante los períodos de transición ocurren distintos cambios con diferentes intensidades y alcance simultáneo o casi simultáneo en las realidades que conforman la vida social. También se sabe que hoy Estados Unidos ha perdido su posición hegemónica en la economía, como fue previsto por Collins en 1978 y Wallerstein en 198715. Las mayores reservas de Estados Unidos, en términos de productividad y finanzas, y la sumisión de China y Occidente a su hegemonía se están acabando.

La disminución de la desigualdad

Una distribución del poder y la riqueza entre Occidente y el resto del mundo, obtenida mediante la negociación y no por medios violentos, es un deseo que todos los autores analizados definen como “su mejor esperanza”16. La disminución de las brechas de desigualdad globales sería una perspectiva realista y deseable17. Wallerstein considera que esto minimizaría el malestar en el corto plazo y maximizaría el potencial de transformación del mundo en el mediano y largo plazo. Para Mann, permitiría dar continuidad a un vigoroso mercado y, más aún, a la promoción de un capitalismo más igualitario y próspero, modelado de acuerdo a la forma en que ocurrió la recuperación social democrática de Europa con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Cabe preguntarse si este buen augurio es compatible con la incesante acumulación de lucro.

Las teorías macrosociológicas nos advierten de posibilidades futuras completamente desastrosas, y no descartan que los conflictos políticos abiertos jueguen un papel crucial en la selección de los caminos y destinos colectivos. Una posibilidad de rango medio es la fragmentación e involución similar a las que adoptaron los desarrollos que terminaron con la Unión Soviética, pero de una manera menos traumática y dañina18.

Como se anticipó, también es posible una dictadura de tipo fascista, apoyada por movimientos sociales nacionalistas con sentimientos de mucho agravio, originados en una situación caótica, y dirigiendo un Estado militarizado y policíaco altamente invasivo. Este Estado podría llevar a cabo durante algunas décadas políticas económicas viables que beneficiaran a muchas personas, pero a costa de la opresión de muchas otras. El régimen nazi, excepcionalmente vicioso y megalomaníaco, no acabó por transformaciones políticas internas o revoluciones, sino debido a una guerra externa19.

De acuerdo a Giovanni Arrighi, el capitalismo europeo se aseguró a sí mismo asumiendo los costos necesarios para su crecimiento a través de la construcción del ejército, la armada y la imposición de un sistema tributario en medio del caos que acompañó el surgimiento del capitalismo en el siglo xvi. Esto puede denominarse como la internalización de los costos para asegurar su existencia20.

Luego, vino la ola de profundización del capitalismo y su tremenda expansión colonial, basadas en la internalización de los costos de producción o Revolución Industrial, liderada por Inglaterra en el período 1780-1840. Pero, como sabemos, esto dio lugar a múltiples crisis surgidas de los efectos de los ciclos económicos, la institucionalización de movimientos reformistas y revolucionarios y la geopolítica competitiva de la industrialización capitalista, que casi termina con el capitalismo en la Primera Guerra Mundial.

La hegemonía norteamericana durante el siglo xx ayudó a suavizar esas crisis, pero creando el problema relativo a la internalización de los costos de producción. La necesidad de estabilizar el sistema capitalista en contra de sus múltiples peligros es lo que determinó la construcción de una elaborada arquitectura de los gobiernos, corporaciones económicas y organizaciones internacionales modernas después de 1945. Lógicamente, el logro epocal de escala mundial pendiente durante el siglo xxi es efectivamente la internalización de los costos sociales y medioambientales causados por la reproducción del capitalismo21.

Las implicaciones del tránsito de la organización social de las aldeas tradicionales a las ciudades pueden ayudarnos a comprender por qué resulta tan difícil resolver la crisis del capitalismo. Alguna nueva forma de estructura debe constituirse para poder proseguir con las comprehensivas funciones, consistentes en la provisión de un orden normativo, formas de regulación social, seguridad y bienestar material en las ciudades en las que hoy se aglomeran las grandes masas que componen la humanidad. Más aún, estas funciones deben cumplirse no solamente en grandes escalas planetarias, antes desconocidas, sino también de una mejor manera de lo que lograron las aldeas22.

Tampoco hay que desestimar las dificultades que surgían en las aldeas tradicionales. Junto a la provisión de un sentido de pertenencia e identidad, ellas implicaban una supervisión intrusiva y una especie de encierro social. La inercia protectora de la tradición, las desigualdades originadas en la edad y el sexo, propias de las unidades domésticas patriarcales, las actitudes y comportamientos de violencia y venganza, y el mundo de afuera, o sea, los otros, fueron características que predominaron en las estructuras de las aldeas que precedieron a las ciudades modernas23.

La historia moderna de las migraciones masivas, las transiciones demográficas y la creación de nuevas comunidades políticas causó traumas y enormes costos. La emigración a nuevos territorios de las colonias europeas ayudó a mejorar la razón población-recursos, pero causó a la población indígena mucho daño: la esclavitud, muertes masivas y el exterminio debido a la carencia de recursos bélicos contraofensivos y de medicinas para afrontar las enfermedades infecciosas portadas por los invasores24.

También la emergencia de las naciones modernas a menudo causó la opresión o expulsión de minorías nacionales. Es el caso del fascismo después de 1914, consistente en la transformación de un nacionalismo extremo en grandes ambiciones militaristas y manifestaciones de odio racista que terminaron en el Holocausto. Otro caso fue la colectivización soviética de la agricultura, que sacrificó millones de vidas a favor de una economía industrializada y el desarrollo de la modernidad, que supuestamente traería una mejor vida a los hijos de los sobrevivientes. Esto ocurrió sólo después de 1945, cuando los hijos de los campesinos accedieron a la prosperidad y la seguridad social en sus respectivos Estados nacionales25.

Los autores hablan de que una nueva gobernanza global supondría la construcción de “una nueva Súper Naciones Unidas”26, lo que sería muy difícil de lograr en forma rápida. Al conjeturar sobre la gobernanza global, también destaca el papel que podrían desempeñar las organizaciones de la sociedad civil con potencial para autodirigirse27.

En el siguiente capítulo, se aborda el estudio de la desigualdad en el largo plazo, según Piketty, que presenta una notable afinidad con las propuestas de la macrosociología histórica sobre el “futuro deseable” en que todos sus cultores concuerdan.

1 Wallerstein et al., “Getting Real”, 163-192.

2 Ibíd., 180.

3 Ibíd., 178.

4 Mann, M., “Conclusion: The End May or May Not Be Nigh”, en Does Capitalism Have a Future?, 96-97; Wallerstein, I. et al., “Systemic Limits Versus Endless Intensification”, en Does Capitalism Have a Future?, 176-177.

5 Ibíd., 177.

6 Ibíd., 178.

7 Ibíd., 181. Una caracterización de los efectos del cambio climático se presenta en el capítulo x.

8 Ibíd., 181-183.

9 Ibíd., 176.

10 Ibíd., 178, 182-184.

11 Ibíd., 183.

12 Ibídem.

13 Ibídem.

14 Wallerstein, Impensar las ciencias sociales.

15 Derluguian, “What Communism Was?”, 100-101 y 112.

16 Wallerstein et al., “Getting Real”, 183.

17 Ibíd., 176.

18 Ibíd., 183.

19 Ibíd., 184.

20 Arrighi, G., The Long Twentieth Century: Money, Powerand the Origins of Our Times (Londres: Verso, 2010).

21 Wallerstein et al., “Getting Real”, 184-185.

22 Ibíd., 185.

23 Ibíd., 186.

24 Ibídem.

25 Ibídem.

26 Ibíd., 187.

27 Estos asuntos son tratados más detalladamente en la octava parte de este libro.

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