Читать книгу Valentia - Cristina Griffo - Страница 10
Оглавление5. El regreso a Valencia
Su móvil, apoyado en el mueble del baño, emite sonidos insistentes de forma intermitente, señalando la llegada de mensajes.
Con la cabeza bajo el agua del jacuzzi, Lara siente los sonidos externos como dentro del vientre materno, ruidos endulzados, no molestos, que no le hacen daño, que no llegan directos, se siente protegida y desea poder quedarse allí abajo durante un buen rato.
Pero el instinto de supervivencia se adueña de ella y decide emerger para respirar.
Se pone las zapatillas y la suave bata de baño con el logotipo del hotel para secarse. Lleva el atuendo como un vestido elegante, está orgullosa del fuerte sentido de pertenencia a la cadena.
Se acerca al tocador para revisar los mensajes, los primeros son de Anna, despidiéndose nuevamente con cariño, con recomendaciones de cuidarse y para pedirle si pudiera darle su número a Diego.
Los otros son de su madre, pidiéndole detalles sobre el vuelo del día siguiente. Aun viviendo en Caracas, siempre está muy pendiente de sus movimientos aéreos, la sigue con una app desde la web para ver la trayectoria durante el vuelo en un mapa virtual cada vez que viaja; su miedo a volar se amplifica cuando se trata de sus hijas o familiares.
«Gracias, Anna, también te quiero mucho, dale mi número a Diego», responde al mensaje de su amiga.
«Hola, mamá, todo bien, el vuelo es mañana a la 9 a. m. AY688, te llamo en cuanto llegue. Te quiero», responde a su madre y pone el móvil a cargar.
No le da tiempo de silenciarlo porque de inmediato entra un mensaje nuevo muy largo.
«Hola, Lara, soy Diego, perdona la hora, quería decirte que reconozco mi impertinencia y me duele saber que mis palabras te hayan herido, no era mi intención. Espero que me perdones y me des otra oportunidad de verte. Yo la próxima semana estaré en Barcelona. Feliz noche y buen viaje».
«Debo reconocer que he exagerado un poco, debo intentar de encontrar la manera de mejorar, no todos los hombres son iguales», Lara aclara sus pensamientos y finalmente se acuesta, mañana pensará qué responderle a Diego.
El día siguiente avanza sin complicaciones. Antes de dejar la habitación, Lara escribe una nota: «Querido Antonio, gracias por la botella y las rosas que me dejaste, la reforma del hotel es fabulosa: te felicito, tu personal es muy atento y disponible, espero verte pronto en Valencia para tomarnos unas cervezas juntos, ¡como en los viejos tiempos! Con cariño, tu colega Lara».
Poco después pasa a la recepción para el check out y deja el sobre cerrado al concierge solicitándole que lo haga llegar al Sr. Antonio de Angelis, el director del hotel.
El concierge Raffaele asiente y le agradece su estancia, mirándola con admiración y con una pizca de envidia hacia el director, vista la confianza que tiene con semejante hermosura de mujer; una mezcla perfecta de cara y curvas sudamericanas con la tez de una europea.
—Me he permitido llamar a un taxi que la está esperando aquí fuera, directora.
—Grazie, Raffaele, arrivederci —responde Lara sonriéndole.
El aeropuerto de Roma, Leonardo da Vinci en Fiumicino, es grande, pero muy accesible, te mueves fácilmente, aunque las filas para facturar las maletas son muy largas, quizás sea insuficiente el personal que se dedica a esto. Afortunadamente, el canal de tarifa premium está menos lleno y Lara avanza rápidamente.
El vuelo sale en el horario previsto y el viaje resulta placentero.
A la salida del aeropuerto de Manises, Lara coge un taxi que la lleva directamente al trabajo, sin pasar por su casa.
Es una mañana muy movida en el hall del hotel, ella ya conoce previamente los informes y sabe que habrá noventa check in y la ocupación actual, in-house, es de cuarenta y cinco habitaciones.
El hotel está a punto de llenarse a tope.
Las llegadas son siempre un punto delicado, considerando que noventa habitaciones dobles se traduce en aproximadamente ciento ochenta personas, que podrían llegar todos al mismo tiempo. Los clientes odian las colas, lo quieren todo rápido, que vengan de un viaje largo o corto da lo mismo, todos están cansados y quieren disfrutar de su estancia.
Para acelerar el registro de entrada, el personal de la recepción tiene preparada una preasignación de habitaciones guiándose por las preferencias que indicaron en el momento de la reserva. También revisan si hay clientes que ya estuvieron anteriormente para asignarle habitación con las mismas características.
La directora de recepción, Yolanda Weber, alemana de nacimiento y de crianza perfecta para este puesto, había previamente solicitado al director de FB, el Sr. Roberto Ramos, un cóctel de bienvenida para entretener a los clientes a su llegada, además de recordar al departamento de Bell Boys, los botones, de mantener libres y disponibles todos los carritos de equipajes.
Lara pasa por el pasillo principal intercambiando saludos con el personal que encuentra y va al ascensor de la torre administrativa para subir a su oficina ubicada en la planta alta, a la cual se accede con una llave especial.
Su secretaria, Blanca Babel, la recibe con el café recién hecho.
—Hola, Blanca, gracias por el café, ¿novedades? —le pregunta Lara, dejando las maletas en una esquina para saborear el café.
—Buenos días, directora, espero que haya disfrutado de unas estupendas vacaciones en Italia. Todo ha funcionado sin contratiempos. Como sabrás, para hoy se prevé full occupancy. Ya tiene en su correo todos los informes. Me avisa si necesita información adicional.
—Gracias, Blanca, siempre muy efectiva. Mañana puedes tomarte el día libre que me pediste.
—¡Gracias, directora!
La oficina está decorada con gusto, los colores tenues dotan de luminosidad al ambiente. Las paredes son de papel tapiz color crema embellecidas con greca de diseño floral de color azul y verde esfumados de un celebre estilista español, el sofá en estilo art déco de la misma tonalidad puesto a un lado de la alfombra de rayas blancas y negras recuerda la naturaleza de la selva, el escritorio de madera de pino macizo posicionado con vistas al ventanal del roof garden de la terraza le permite a menudo apartar la vista del ordenador y perderse en el verde de las plantas, para descansar la mente.
Hay una semana de trabajo acumulado. Comienza analizando los últimos reportes diarios recibidos por los directores de cada departamento para estar informada en tiempo real y luego retrocede hasta su primer día de ausencia para repasar lo acontecido en el hotel de forma ordenada.
Correos e informes de rendimiento de cada área del hotel, que ella acopla y transforma en análisis, gráficos y comparativos; todo está dentro del presupuesto en cumplimiento de los objetivos mensuales propuestos, gracias a la dedicación del personal desde la base a la cumbre del organigrama y a la tecnología avanzada de un sistema informático ajustado a las exigencias de la cadena del hotel.
Lara finaliza su trabajo sin dificultades y sin darse cuenta se hace de noche.
El reloj marca las 20:00 horas.
Tan pronto Blanca ha terminado su jornada, Lara se prepara un té rooibos en la elegante esquina del café en el área de recepción de dirección, cerca del puesto de trabajo de la secretaria.
«Más tarde pasaré a visitar a Amparo a su restaurante de sushi y comeré algo con ella», piensa.
De repente, se percata de que su móvil estaba puesto todavía en modo avión, se da cuenta de que no ha avisado a su madre de su llegada.
«A esta hora ya lo habrá asumido, de lo contrario, ya estará la Interpol buscándome», piensa mientras saborea el té.
Efectivamente, al desactivar el modo avión llegan unos veinte mensajes más cinco llamadas perdidas de su madre. Lara marca el número de María Eugenia o comúnmente llamada Maruja.
—¡Por fin te acordaste de que tienes una madre! —estalla Maruja antes de saludarla.
—Hola, madre, bendición. —Lara cumple con la educación latina recibida, como es de uso y costumbre en Venezuela un hijo debe siempre pedir la bendición a sus padres, abuelos y padrinos antes de cualquier interacción comunicativa después de un tiempo que no se han visto o hablado, aunque sean pocas horas.
—Dios te bendiga, hija, me alegra que me hayas devuelto la llamada. Estoy casi segura de que del aeropuerto de Manises te fuiste directa al trabajo y dejaste el móvil en modo avión, ¿o me equivoco?
—No te equivocas, pero desde que aprendiste a usar la tecnología me siento más tranquila. Perdona, mami, te amo, ya sabes cómo es cuando regreso al trabajo: en eso soy igual a ti.
—Bueno, hija, yo también te amo, está bien, dejémoslo así, no me gusta discutir contigo…, pero ya sabes que metiste la pata y no lo volverás a hacer.
—Sí, madre, no volverá a pasar, lo prometo. Bueno, ¿cómo están todos y cómo siguen las cosas por allá?
—Lo mismo de siempre, ya no salgo casi de la casa si no es para ir al mercado o hacer recados que no puedo delegar, tu padre siempre con ganas de ir a la playa, pero desde que unos ladrones atracaron el yate del tío Santiago estamos yendo mucho menos y nunca solos. Por otro lado, estamos bien, tus hermanas, los sobrinos y la familia. ¿Ya viste los post de tu hermana Rosi que ganó las nacionales?
—Sí, claro, mamá, la he llamado para felicitarla. Está haciendo una gran escalada hacia el éxito, estoy segura de que con el talento que tiene irá a las Olimpiadas si la situación se lo permite, de veras yo estaría muy feliz de ver que sus esfuerzos en la gimnasia artística sean premiados como ella se merece. Dime algo, mamá, ¿qué planes tienen en Navidad? ¿Van a Roma o se quedan allá?
—Ya sabes que tu padre ya no aguanta el frío húmedo de su amada Roma durante el invierno, así que iremos en primavera. En realidad, quisiéramos verte por aquí y reunir la familia para ir de paseo con el yate a las islas de Los Roques con tu tío Santiago y su grupo de amigos navegadores. Pero yo no insisto, sé que tú tienes tu vida allá en España y no quiero estropear tus planes.
—Gracias, madre, lo pensaré, ¿vale? No te prometo nada, pero lo tengo presente, dale un beso a papá de mi parte, a Rosi, Bea y los niños, los amo a todos. Adiós, mami.
—Hasta pronto, hija, cuídate mucho, mi amor.
Maruja cuelga la llamada con un poco de nostalgia.
El resto de los mensajes son de Anna para saber si llegó bien y de Amparo, que la está esperando para comer sushi juntas.
Le responde con un emoticono de carita feliz con la lengua afuera en signo de comida sabrosa, seguido por: «¡Me ducho y voy para allá!».
Sale del trabajo y coge un taxi. Pasa por casa primero, deja las maletas, se ducha y se prepara para salir otra vez.
Cruza la calle y está en el restaurante del chico de Amparo, un notorio lugar muy famoso donde se come una excelente comida japonesa.
—Hola, cariño, ¡bienvenida de regreso! ¿Qué tal lo has pasado? —pregunta Amparo curiosa.
—¡Mejor que tú!
Amparo se ríe y la besa en ambas mejillas.
—Entremos, tengo hambre, ¡cuéntame todo!
Amparo la coge de la mano.
Las amigas se sientan a comer en una mesa apartada, muy reservada.
Akihiro, dueño del local y pareja de Amparo, le ha decorado un barco de madera con flores donde ha puesto rollos de sushi variado, frescos y tempuras.
Las amigas degustan y conversan toda la noche.
Lara le cuenta que Roma, la Ciudad Eterna, está bastante degradada, evidentemente, no está pasando por su mejor momento, la administración actual está dejando al descubierto problemas de basura, transporte público y deterioro de asfalto en las vías públicas en las zonas de residencia más populares, que son es lo primero que notan los ciudadanos.
En cambio, el centro de la ciudad está mejor conservado que su última visita y con orgullo le cuenta que fueron unas vacaciones durante la cuales se deleitó en el arte romano.
Se armó de unos buenos sneakers para patear el centro de Roma, empezando por la puerta Flaminia, que era el punto donde empezaba la famosa vía Flaminia que llevaba hasta el mar Adriático en la antigua Roma. Además, representaba una de las puertas de entrada y salida de los viajeros que entrando se encontraban con la famosa Piazza del Popolo, que todavía se puede admirar en toda su maravilla.
Desde la plaza se abre el tridente de las tres calles del centro, Via del Babbuino, que se abre a la izquierda, Via del Corso al centro y Via di Ripetta a la derecha, todas famosas por sus tiendas de alta costura ubicadas sucesivamente en ambos lados de las calles, inundadas de cafeterías y restaurantes de alta cocina. Le relata que disfrutó de un buen café espresso en el bar de la plaza gozando de la maravillosa vista del obelisco Flaminio, ubicado justo en el centro de la plaza, de veintitrés metros de altura, de origen egipcio, fechado 1300 a. C. y llevado a Roma por el emperador Augusto.
A sus pies, las cuatro estatuas de leones egipcios y dos fuentes de agua potable siempre fresca, procedentes del acueducto construido por los antiguos romanos.
Frente al obelisco, justo donde empieza el tridente, las iglesias gemelas, con sus vitrales y obras maestras de Caravaggio.
Le cuenta a su amiga que decidió recorrer la calle central, Via del Corso, donde siempre hay una multitud de gente a todas horas, caminando hasta llegar a otra famosa Piazza Venezia, donde surge de abajo hacia arriba el gran Altare della Patria, construido en conmemoración del primer rey de Italia unificada, Vittorio Emanuele I.
Todo blanco, todo limpio, con una larga hilera de columnas que se erigen hasta el cielo.
De allí, dejó la plaza a su espalda para seguir por Via dei Fori Imperiali, apreciando partes de los foros de Augusto, de César, de Trajano, de Nerva y romanos, que en aquel entonces representaban el centro de la ciudad, donde tenían lugar los negocios, comercios, la administración de justicia y el hogar comunal. EI fori es uno de los lugares más estudiados, se les han hecho innumerables excavaciones, por la gran cantidad de restos encontrados, se dice que debajo de Roma hay otra Roma.
Finalmente, termina su relato con el recorrido en el lugar más emblemático de la ciudad, el majestuoso Colosseo. Una obra de arte de infinita grandeza, no solamente desde el punto de vista arquitectónico, sino también de la innovadora idea del emperador Vespasiano, de la dinastía Flavia, al ordenar la construcción del que, hoy en día, se llamaría el centro de ocio más grande del imperio.
Un pragmático ejemplo de la importancia del deleite del pueblo, donde podían gozar de espectáculos públicos y luchas de gladiadores.
Amparo tenía la piel de gallina al escuchar a su amiga que describía con tanta pasión los minuciosos detalles artísticos e históricos de su ciudad.
Pensó que Lara estaba curada o, quizás, le faltaba muy poco.