Читать книгу Valentia - Cristina Griffo - Страница 6
Оглавление1. Noche romana
Lara, del griego Lala, «la habladora». «¡Dios! ¡Justo lo contrario a como me siento!», piensa Lara mientras recorre velozmente las bellísimas calles del centro de Roma y las puntas de los tacones de sus zapatos se atascan en las fisuras de los sampietrini.
—¡¡Ahh!! ¡Demasiado caros como para dañarlos! —exclama en voz alta.
Una chica romana pasando a su lado sonríe, sabiendo que por estas calles los únicos tacones apropiados son los de bloque o cuña.
Aun habiendo nacido y vivido en Roma hasta terminar los estudios universitarios, Lara se había olvidado de que siempre que vistas elegante para ir a cenar en la Ciudad Eterna, los sampietrini te traicionan y te pelan los tacones y el humor.
—Ciao, bellissima, ven aquí, ¡abrázame!
Desde la entrada del elegante restaurante de Via Giulia, Anna le grita con un cigarro encendido entre los dedos.
—¡Todavía no te has quitado el vicio, y no me refiero a gritarme de lejos! ¡Qué bello verte! —exclama Lara alcanzándola con los brazos abiertos para un gran abrazo.
—Siempre estás tan guapa… ¡Te sienta bien la vida de soltera fuera de Roma, amiga mía! —bromea Anna; el mayor deseo para Lara es que encuentre pareja y se case, posiblemente con una media naranja local para que vuelva a vivir cerca de ella.
—Tú siempre tan irónica. —Sonríe—. ¿Cómo puedo anclarme a un sitio si me gusta ver el mundo con mis propios ojos?
—Sí, lo sé, pero pasaste la mitad de tu vida aquí en Roma, hemos compartido la infancia y la juventud, mis mejores momentos los he vivido contigo, eres la madrina de mi boda y de mis hijos: ¿puedo o no desear que regreses? —replica Anna con picardía.
—Tú también me haces falta a diario, pero sabes que me encanta vivir en España, he conseguido un equilibrio que he buscado durante mucho tiempo —le responde Lara sonriéndole y Anna no insiste porque conoce los acontecimientos traumáticos que su amiga ha vivido en los últimos años y no quiere arruinar el momento.
—Ven, entremos, que nos están esperando. ¡Tengo una sorpresa para ti! —Anna le toma el brazo para entrar juntas.
Al pasar por el pasillo del restaurante los comensales las siguen con la mirada, son encantadoras.
Anna, con su larga melena negra, lisa y lucida como la seda, meneando su cabeza de lado a lado para deslumbrar a la multitud; es un misterio cómo a su edad conserva un cabello tan saludable como una chica de veinte.
Lara, con aquel atractivo sexual que enloquece e impide a los hombres ver más allá de su belleza exterior.
—Me suena como una cita a ciegas —le dice Lara, sonriendo nerviosa.
—¿Y cómo adivinaste? ¡Eres intuitiva, amiga mía!
—Hola, Lara, ¿cómo estás? ¡Estás muy guapa! —exclama Bruno, el esposo de Anna, levantándose de la silla y recibiéndola con dos besos.
Se conocieron en el instituto y Bruno se enamoró locamente de Anna. No fue fácil para él ganársela por su aire de sabelotodo que lo asustaba, no se atrevía a entablar conversación con ella por miedo a salir herido. En cambio, la amistad con Lara le resultó más fácil y fue gracias a ella que pudo conquistarla.
—¡Bruno, querido! ¡Estoy bien! —le responde Lara estrechándolo entre sus brazos—. ¡Qué alegría volver a verte!
—¿Recuerdas a mi primo Diego, de Buenos Aires? —le pregunta Bruno volteando su cabeza hacia él, como para señalar de quién estaba hablando.
—Hola, Lara, encantado de verte.
Diego se levanta de su silla, ofreciendo su mano derecha hacia ella, en signo de saludo.
—Hola, mucho gusto. En realidad, no recuerdo muy bien…, pero bueno, tu cara me suena.
Lara le estrecha la mano cálidamente con un poco de vergüenza.
Diego nota que sus mejillas se tiñen de un rosa más intenso y capta enseguida la incomodidad de Lara.
—He ganado años y perdido las gafas, no pasa nada.
Diego ha comenzado con buen pie.
—Tomad asiento —les pide Diego, mientras ordena al camarero servir un Valdobbiadene Prosecco Superiore para un brindis de bienvenida.
Lara agradece el gesto y dirige su mirada hacia su amiga sentada frente a ella. Frunciendo las cejas y gesticulando con los labios, le dice con los ojos: «¡Me la hiciste una vez más!».
Anna le responde con una sonrisa forzada, doblando la cabeza hacia un lado con la intención de enternecer a su amiga y pedirle perdón.
En realidad, Lara no está tan disgustada con la cita a ciegas, Diego es un chico muy divertido y fascinante, con aquel aire de quien tiene mucha experiencia en la vida. Quizás sea ella la que se ha cerrado desde hace tiempo a nuevas relaciones, esta duda se estaba haciendo más clara con el pasar del tiempo.
De repente, entre un relato y otro, Diego le dirige una mirada de fuerte intensidad, que ella siente penetrar hasta lo más profundo de su ser, tratando de buscar algo en ella.
A Lara le vibra el alma.
Hubo un solo hombre en su vida que sabía mirarla de esta manera: Alex.
El recuerdo le estremece el estómago y un dolor sube hasta casi ahogarla. Respira profundamente, desvía la mirada y se levanta de la silla con la excusa de ir a retocarse el maquillaje.
Anna sigue muy entretenida conversando con Bruno.
El aseo es muy grande, limpio y reformado con buen gusto.
Lara se sienta en el banco de madera revestido en tela con cojines de flores. El ambiente huele a velas perfumadas. Se recuesta y cierra los ojos.
Los recuerdos pasan por su mente de forma violenta como escenas de una película.