Читать книгу El amor y los tres registros en la enseñanza de Jacques Lacan - Daiana Romero - Страница 14
“YO O EL OTRO”
ОглавлениеA partir de su teoría del estadio del espejo Lacan ubica el valor fundamental que la imagen visual adquiere en el hombre, teniendo en cuenta el retraso en el desarrollo del organismo al momento del nacimiento y durante los primeros meses de vida. Lacan pone énfasis en el espectáculo que constituye el encuentro del lactante con su imagen. Explica “no tiene todavía dominio de la marcha, ni siquiera de la postura de pie, pero […] supera en un jubiloso ajetreo las trabas de ese apoyo para suspender su actitud en una postura más o menos inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo de la imagen”. (34) La identificación imaginaria que el niño establece le permite el paso desde la insuficiencia de la constitución real de su organismo a la anticipación de una totalidad. No obstante, “El ser humano solo ve su forma realizada, total, el espejismo de sí mismo, fuera de sí mismo”. (35) Y esto no es sin consecuencias.
Al mismo tiempo que el sujeto conforma su yo constituye también su cuerpo. En el Seminario 1 Lacan hace referencia al imaginario corporal e indica “El hombre se aprende como cuerpo, como forma vacía del cuerpo, en un movimiento de báscula, de intercambio con el otro”. (36) Recuerda que cuando Freud habla del ego, no se refiere, en absoluto, a algo incisivo, determinante. Freud señala que el ego tiene una relación muy estrecha con la superficie del cuerpo. Lacan explica “No se trata de la superficie sensible, sensorial, impresionada, sino de esa superficie en tanto está reflejada en una forma”. (37) Dicha forma “no le es dada sino como una Gestalt, es decir, en una exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente que constituida”. (38) Si bien esa Gestalt simboliza la permanencia mental, al mismo tiempo prefigura la alienación.
Ahora bien, de la conformación del yo y del cuerpo depende la creación de la realidad, pues “el objeto siempre está más o menos estructurado como la imagen del cuerpo del sujeto”. (39) Si el principio de toda unidad percibida por el sujeto es la imagen de su cuerpo, la conformación y la consistencia del mismo va a incidir en el establecimiento de una realidad singular, que del mismo modo que se construye puede desarmarse. Al respecto Lacan refiere en el Seminario 2 “A causa de esta relación doble que tiene consigo mismo, será siempre en torno a la sombra errante de su propio yo como se estructurarán los objetos de su mundo. Todos ellos poseerán un carácter fundamentalmente antropomórfico, digamos incluso egomórfico”. (40) Y continúa, “El hombre evoca una y otra vez en esta percepción su unidad ideal, jamás alcanzada y que se le escapa sin cesar”. (41)
Por lo anterior, la estructura general del conocimiento humano es fundamentalmente paranoica. Esto conduce a una tendencia agresiva, que se revela esencial en las psicosis paranoicas y paranoides, pero también en todo tipo de vínculo narcisista más allá de las estructuras clínicas. (42) Lacan compara su teoría de estadio del espejo tanto con concepciones filosóficas como con las nociones propuestas por Freud y concluye “A estos enunciados se opone toda nuestra experiencia en la medida en que nos aparta de concebir el yo como centrado sobre el sistema percepción-conciencia, como organizado por el “principio de realidad” en que se formula el prejuicio cientificista más opuesto a la dialéctica del conocimiento”. (43) En lugar de comenzar desde el conocimiento, se trata para Lacan de partir de la función de desconocimiento.
En el escrito “El estadio del espejo…” Lacan analiza la tensión constante del yo con el otro, que es él mismo, propia de todo vínculo especular y dice “El sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se suceden desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad –y hasta la armadura por fin asumida de una identidad alienante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental”. (44) Por establecerse por una vía alienada, la instancia del yo queda situada en una línea de ficción. Lo anterior constituye una discordancia primordial, una hiancia en el ser que no se podrá colmar. Su consistencia no será nunca completa y la imagen del otro tendrá para él siempre un valor cautivador.
En el Seminario 2, Lacan señala que toda la relación imaginaria se produce en una especie de tú o yo entre el sujeto y el objeto. En la medida en que el hombre reconoce su unidad en un objeto se siente en relación a él en malestar. (45) “Si el objeto percibido afuera posee su propia unidad, ésta coloca al hombre que la ve en estado de tensión, porque se percibe a sí mismo como deseo, y como deseo insatisfecho. Inversamente, cuando aprende su unidad, es por el contrario el mundo el que para él se descompone”. (46) Debido a las características de los lazos narcisistas, se requiere de una ley que regule las relaciones y otorgue a los objetos estabilidad, de la que carecen en el instante fugaz de la captación especular. Ahora bien, el sujeto está en el mundo del símbolo, él puede nombrar a los objetos, logrando que los mismos subsistan en una cierta consistencia. (47) El orden de la palabra posibilita una mediación en relación al callejón sin salida al que conduce la relación imaginaria. En el Seminario 3 Lacan señala “El complejo de Edipo significa que la relación imaginaria, conflictual, incestuosa en sí misma, está prometida al conflicto y a la ruina… hace falta una ley, una cadena, un orden simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir, del padre. No del padre natural, sino de lo que se llama el padre. El orden que impide la colisión y el estallido de la situación…”. (48)