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LOS CELOS

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En el texto “Los complejos familiares en la formación del individuo” Lacan se dedica a la cuestión de los celos en el marco del complejo de la intrusión, el cual “representa la experiencia que realiza el sujeto primitivo, lo más a menudo cuando ve a uno o varios de sus semejante, participar con él de la relación doméstica, dicho de otra manera cuando se entera de que tiene hermanos”. (57) El punto crítico que revelan las investigaciones psicoanalíticas para Lacan es que “los celos en su fondo representan no una rivalidad vital sino una identificación mental”. (58) Para introducir el tema, Lacan recuerda la experiencia que nombra San Agustín sobre los celos infantiles “He visto con mis propios ojos, dice San Agustín, y observado atentamente a un niño muy pequeño presa de los celos: todavía no hablaba, y no podía, sin palidecer, fijar su mirada en el amargo espectáculo de su hermano de leche”. (59)

Si se confrontan niños pequeños por parejas cuando entre ellos no hay una notable diferencia de edad, cada uno confunde la patria del otro con la suya propia y se identifica con él. Al mismo tiempo, aparece el reconocimiento de un rival, o sea, de un “otro” como objeto. Para comprender esta estructura, Lacan propone detenerse un instante en el niño que se ofrece como espectáculo y en aquel que lo sigue con la mirada y se pregunta “¿cuál de los dos es el más espectador? O si no obsérvese al niño que prodiga hacia otro sus tentativas de seducción: ¿dónde está el seductor? Finalmente acerca del niño que goza de las pruebas de dominación que ejerce y acerca de aquel que se complace en someterse a él: preguntémonos cuál es el más avasallado”. (60)

La estructura de los celos surge de la mezcolanza imaginaria y es, a menudo, el hermano el objeto electivo de las exigencias de la libido en el estadio del que nos estamos ocupando. Con lo cual, se funden allí dos relaciones afectivas: el amor y la identificación. Dicha ambigüedad se vuelve a encontrar en el adulto y donde mejor se la puede captar es en la pasión de los celos amorosos. El interés que el sujeto otorga a la imagen del rival, aunque se afirme como odio, debe interpretarse como el interés esencial y positivo de la pasión. Eso lo emparenta con la obsesión. (61) La agresividad máxima que se encuentra en las formas psicóticas de la pasión se explica mejor a partir de la negación de dicho interés que por la rivalidad que parece justificarla.

Antes de que afirme su identidad, el yo se confunde con la imagen que lo forma. A partir de lo cual conservará la estructura ambigua del espectáculo “esta intrusión primordial permite comprender toda proyección del yo construido, ya sea que se manifieste como mitomaníaca en el niño, cuya identificación personal todavía es vacilante, o como transitivista en el paranoico, cuyo yo regresa a un estadio arcaico, o como comprensiva cuando está integrada a un yo normal”. (62) En el drama de los celos se trata de la introducción de un objeto tercero, que sustituye a la confusión afectiva y a la ambigüedad espectacular por la competencia de una situación triangular. (63)

El amor y los tres registros en la enseñanza de Jacques Lacan

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