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1.13

PROBLEMAS QUE NUBLAN EL HORIZONTE

Lejos de la visión que Stanley Kubrik tenía de 2001, en su ODISEA EN EL ESPACIO, y la de George Orwell, en su 1984, llegamos al 2017 sin computadoras o entes superiores que nos manejen, pero sufriendo más o menos los mismos problemas.

Comenzamos el nuevo siglo más cerca de Discépolo que de Kubrik, pero aquí estamos, “vivitos y coleando”, y tenemos que agradecer que así sea.

En reuniones que tuvimos hace algunos años con más de quinientos empresarios PyMEs, nos platicaban (en su mayoría) que no podían desarrollar su trabajo como deberían porque lo urgente les tapaba sistemáticamente lo importante, y la mayor parte de las veces, problemas insignificantes (pero en “cantidades industriales”) desviaban su atención del foco del negocio. Ante esta realidad elegimos, para este artículo, una historia muy antigua que nos ayudará (aunque sea un poco) a reflexionar sobre la verdadera gravedad de los problemas que nos aquejan...

El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja chacra, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se rompió y esto le hizo perder casi dos horas de trabajo. Poco después, su antigua camioneta se negó a arrancar.

Mientras lo llevaba a su casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.

Cuando abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.

Posteriormente, me acompañó hasta el auto. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que había visto hacer un rato antes.

- “Oh, ese es mi árbol de problemas”, contestó.

- “Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez.

“Lo divertido es -dijo sonriendo- que cuando salgo a la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior”.

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