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HIJO DE CAÍN

«Caín.— Dios o demonio o lo que fueres, ¿acaso la tierra es tuya?

Lucifer.— ¿No reconoces el polvo que formó a tu padre?».

Lord Byron

Pero tú vienes, como un chivo erecto, como un cadáver que se pudre en los ojos de mi madre en forma de otoño, empujado por los remordimientos, golpeado por el trastorno personal, atado a una estaca de huesos apolillados junto al toro lanceado que lleva entre sus lomos abatidos el clavel y el vellón.

¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrarte insecto verde, vaca parturienta?

Pero tú vienes, tú, hijo último de Caín, con las manos manchadas de fratricidio y la mortaja cenicienta y oriunda de tu hermano muerto, ¡muerto!, en un mundo olvidado, en un mundo seco lleno de contradicciones, en un mundo donde las tuertas y barbadas Parcas entregan el horror de las tinieblas

y los difuntos mártires destapan los insidiosos gases cabalísticos de sus tumbas envidiadas en la larga noche de los santos ambulantes. ¡Oh, la condición humana tiene los días contados!

¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar las llagas de tu carne torturada, la prolongación

de tu ojo ampuloso?

Pero tú vienes, lagarto repugnante, llegas en la noche con tus pies calcinados, con el grumo espumoso de la cal viva aborrecida en los oídos, con las cóncavas pupilas extirpadas, las venas abiertas, la espalda roída y cubierta de pus, la cabeza apedreada y el circuncidado prepucio sefardí tragado un Viernes de Dolores.

¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar el súcubo que presiona mi pecho e incuba mis moribundas pesadillas?

Pero tú vienes, simio infectado, vienes con la reina calavera chupada y la muela del santo exculpado arrancada, con tenazas y alicates, ¡oh, bendita tú eres entre todas las mujeres! Los sacerdotes buscan insistentemente la carne feliz en la sinagoga y beben la leche cándida e ingenua de los niños.

¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar a esa generación de víboras que se retuercen de dolor y miserias?

Pero tú vienes, tú, último hijo de Caín, en la penumbra del miedo y del espanto vienes con el velo del templo rasgado en dos, con las rocas partidas y los sepulcros abiertos, llenos y llevado en tus brazos hendidos traes el cuerpo resucitado del arcángel cananeo, aquel cuya institución mental nos entregó las llaves del Gehena.

¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar en tu cráneo espeso, en tu cerebro reptiliano la glándula pineal?

Pero ya vienes, ya, con el ciempiés velludo de Cristo vienes, con la cara oculta de la luna vienes, errando la arcana tierra entre el hombre moderno y el animal prehistórico, con dolores del parto, agonizando vuestro amor, sin vida, sin materia, sin ningún recuerdo y con todos los gusanos dormidos, retorciendo el alma.

La vagina mecánica de Dios

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