Читать книгу La última carta - Daniel Sorín - Страница 10
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En el fondo debo ser vulgar: me ha dado la afición por los balances.
Tanto en el debe tanto en el haber.
En el debe los sueños, los deseos, las metas y las utopías.
¡No, las utopías no!, eso sería cínico.
Sigo: en el haber lo conseguido, lo encontrado, inventado o descubierto.
—José, ¿no te vas a cambiar?
Es Ruth, la próxima vez dirá “son las nueve, papá”, para minutos después urgir: “José, ¿vas a tardar mucho?” y después: “¡Te estamos esperando!”.
Pero hay tiempo, es apenas la primera llamada, mis hijos aun no llegaron.
Hace unas noches tuve un sueño. Me vi, tendría unos nueve años, de noche y dormido. El rostro cortado por una mueca de horror, los músculos tensos y la boca abierta, presta para el grito. Mi sueño se introdujo en el sueño de ese chico y reviví la turbadora pesadilla que me había acompañado infinitas noches en mi infancia. Yo miraba hacia abajo y veía delante de mis pies no el piso sino un imposible cielo gris, después se levantaba viento, las nubes se despejaban, y descubría con horror que estaba al borde de un precipicio.
Territorio sombrío el de la infancia, todo tinieblas y abismos. La primera vez que soñé ese sueño aterrador fue la noche de mi tercer insuficiente. Todavía hoy se me eriza la piel con su presencia.