Читать книгу La última carta - Daniel Sorín - Страница 12

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Escucho ruidos, pasos en el piso de madera, tintinear de llaves y voces. Y mi nombre repetido. Se alejan, ahora son menos que un susurro que ya no puedo distinguir. La puerta del patio que se abre y los chicos y una pelota y Urquel ladrando desde su exilio.

Ya son las ocho.

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Después de tres insuficientes y al borde de la calamidad, gracias a la aristócrata señora de labios rojos, llegó el primer suficiente. La familia festejó el acontecimiento con una salida, tomamos helado y fuimos al cine, esa noche pasaban La doctora quiere tangos. No tuve suerte.

Según anoticiaba el afiche, trabajaban Mirtha Legrand y Marianito Mores. A ella la ilustración no la favorecía, aparecía de corta y hermosa melena rubia, pero tenía en su boca un gesto desagradable, un rictus altanero, y un mentón desproporcionado, enorme en aquel rostro de facciones suaves y ángulos redondeados. Por el contrario, “Marianito” estaba mejorado, el saco cruzado marrón ampliaba sus hombros y una sonrisa varonil en sus labios cerrados le daba aires de mundo. Lástima las manos, también lucían desquiciadamente grandes.

A los nueve años Legrand y Mores eran insoportables. Aburrido hasta los tuétanos, miraba de reojo a mis hermanos mayores buscando complicidad. Nada. A Blanca la película parecía encantarle, aunque no creo que por “Marianito” ni por la Legrand y menos por el tango, sino por el amor. O sea, por nada, pensaba yo. Pobrecita mi dulce Blanca, siempre ha sido una romántica incurable.

Con Néstor la cosa no venía mejor, resultaba imposible saber qué le parecía la película porque, sencillamente, estaba en trance. Enamorado de la Legrand, ni pestañaba, permanecía quieto, extasiado, observando a su damisela con ojos bovinos. Un estúpido, un verdadero opa.

Cuatro años después me llegó a mí el turno de estar atrapado por el despertar huracanado de las fuerzas hormonales, también con ojos bovinos y alma pendiente me enamoré de una mujer que habitaba la pantalla. Fue en ese mismo cine de barrio que la descubrí, la película se llamaba La mujer de las camelias, trabajaba un tal Carlos Thompson y ella, mi amada Zully Moreno.

La última carta

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