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Dime tu relación con el “no” y te diré quién eres

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La forma en la que vivimos los “no” en nuestra vida es un termómetro interesante para medir nuestro amor propio o la falta de él. Existen tres dimensiones para analizar nuestra relación con los “no”.

La primera es la más conocida, y se trata de la capacidad de decir que “no” a los pedidos de los demás. Tenemos claro que cada “sí” que decimos forzados por miedo a decir que no es un “no” que nos decimos a nosotros mismos. Enton­ces, no saber decir "no" es un síntoma de falta de amor propio: valoramos más el tiempo de los demás que el propio, valoramos más la necesidad del otro que la propia, valoramos más la felicidad de los demás que la nuestra. Cuanto menos nos valoramos, menos podemos decir que no.

Pero hay otras dimensiones que pocas veces registramos. A veces, dejamos de hacer cosas por miedo a que nos rechacen. Nos dicen: “anímate, el no ya lo tienes”, pero el automático muchas veces nos deja paralizados y ni siquiera intentamos algo por miedo a ser rechazados. Está claro que a nadie le gusta recibir un no como respuesta, pero hay personas a quienes les disgusta y hay otras a quienes los aterroriza. Aquí estamos para tomar consciencia de cuál es nuestra relación con esta dimensión del “no”: si somos de las personas a las que simplemente les incomoda o disgusta o si estamos en el grupo de las que se aterrorizan o paralizan por miedo al rechazo. ¿Qué información nos da esta dimensión con respecto a nuestro amor propio?

Cuanto más amor propio tenemos, menos miedo al rechazo sentimos y más nos animamos a llevarnos a la acción por lo que que­remos. El miedo a equivocarnos o a sentirnos rechazados lo venimos aprendiendo a lo largo de la vida. En el colegio, por ejemplo, me daba miedo preguntarle a la profesora si había algo que no entendía porque creía que iba a quedar “como una tonta”. La falta de confianza en mí y el terror al rechazo tenía re­sultados concretos en el plano de la realidad. Llegar a casa sin haber entendido la tarea y tener que hacerla me generaba un problema. La mayor parte de las veces no llegaba a ese punto porque indefectiblemente tenía una compañera bien plantada, confiada y extrovertida que se animaba a hacer la pregunta que a mí me carcomía por dentro.

Tal vez en la escuela eras de quienes se animaban a levantar la mano para decir “no entendí” o tal vez eras de los míos y te escondías detrás del miedo a decirlo en voz alta. Estés en un grupo u otro es necesario tomar consciencia de cómo esas actitudes se trasladan a nuestra vida adulta y cómo estas pueden limitar nuestros logros e incluso nuestra felicidad.

Podemos asociar esta dimensión del “no” con timidez. En definitiva, la timidez cierra puertas antes de animarse a tocarlas. Miedo al rechazo, miedo al qué dirán, miedo a no ser suficientes. Todo eso abarca la segunda dimensión del “no” que nos paraliza y nos dice que no a nuestros sueños, deseos y logros.

Y llegamos a la tercera dimensión, otra que dejamos en automático y que puede limitar nuestros resultados. Mientras que la primera dimensión trataba de cómo le decimos que “no” a los demás y la segunda del miedo a recibir un “no” que nos deja en la inacción, la tercera trata de los “no” reales que recibimos de los demás o de la vida misma cuando avanzamos por lo que queremos.

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