Читать книгу Leyendas del rugby - Danis Dionisi - Страница 11
5 El Sportsman
ОглавлениеEl marrón oscuro de la madera solo se interrumpe con los cuadros de los ilustres del club. Pero el gesto severo con que posaban los señores de CUBA no ayuda a mejorar la luminosidad del salón. Es un ámbito sobrio, austero, recoleto. Un espacio que parece ahuyentar las emociones y los sentimientos.
Sin embargo, una vez los sentimientos más puros se colaron en el salón principal de la sede Viamonte y estallaron en una emoción infinita.
Esa noche de 1970, los jugadores de Pucará y CUBA se juntaron para celebrar otro aniversario redondo del inolvidable torneo de 1950. Ese año los dos clubes compartieron el título de la UAR.
Horacio Bereciartúa compartía un vino con el Ciego Fernández de Casal. Canasta Frigerio no paraba de hablar aburriendo a Alberto Conen de CUBA. Toto Giles estaba sentado al lado del capitán de Universitario Carlos Benítez Cruz. Y, por supuesto, las risotadas más ruidosas venían del sector de la mesa que ocupaba el inefable Luis Dorado, wing cubano y experto contador de anécdotas. Era una noche de amigos y recuerdos.
Las risas y el ruido de las copas chocando entre sí copaban el comedor de CUBA, pero cuando Horacio Achával pidió la palabra, el silencio fue inmediato. El legendario hooker de Universitario se incorporó lentamente y comenzó su discurso: “Hoy quiero volver sobre un hecho olvidado de aquel año que, sin embargo, es un momento que me marcó para toda la vida…”. La intensidad de las palabras de Achával conmovieron de inmediato al auditorio. “Ese día aprendí para siempre cuáles son los valores sagrados del rugby…”. El centenar de invitados seguía el discurso con atención, pero el hooker, mientras hablaba, tenía la mirada fija en una sola persona. En el más ilustre de los asistentes al evento: Guillermo Ehrman, el mejor jugador de rugby argentino de la etapa previa a 1965. Un medio scrum incomparable que ostentaba records dentro y fuera del deporte ovalado porque era un verdadero sportsman. “El Gringo”, como lo conocían sus amigos, no solo era un brillante jugador de rugby. También se destacó en softbol, participando del seleccionado argentino en los Panamericanos de 1951, y en golf, integrando el equipo nacional en la Copa de las Américas. Un caso único. No solo porque practicaba varios deportes, sino porque había integrado seleccionados nacionales en tres de ellos. Record mundial.
Como jugador de rugby Ehrman era excepcional. Un medio scrum exquisito, pero a la vez poderoso. Talentoso y con gran poderío físico, había liderado la época de oro de Pucará y con Toto Giles formaron la pareja de medios del seleccionado en varias oportunidades. Todo el ambiente del rugby admiraba su juego pero mucho más sus cualidades humanas. Los rivales aprendían a jugar cada vez que enfrentaban al Gringo Ehrman, pero el maestro había dado su mejor lección en aquel Pucará-CUBA de 1950, el partido que recordaba Achával.
En aquella época Pucará-CUBA era un verdadero clásico que enfrentaba a los dos mejores equipos. Los partidos eran muy duros y los jugadores sabían que en ese encuentro se jugaban el campeonato. Por eso nadie regalaba nada.
Cuando promediaba el clásico de 1950, en una jugada accidental, el taco del botín de Ehrman golpeó contra la frente de Horacio Achával y le provocó una herida profunda sobre la ceja derecha. Los dos jugadores quedaron al costado de la cancha mientras el partido continuaba. Incorporado y sin ningún problema físico, el Gringo miraba cómo un médico intentaba curar la herida del hooker de CUBA que sangraba cada vez más, impidiendo su retorno al campo de juego. En esa época no se permitían los cambios, y si un jugador se lesionaba dejaba a su equipo con uno menos.
“Entonces, Gringo, me dijiste: ‘Si vos no podés seguir, yo también me quedo afuera y que jueguen catorce contra catorce’”. A esta altura del discurso los ojos de Horacio Achával ya estaban húmedos.
Esa era la gran lección del maestro Ehrmann. No quiso ninguna ventaja. No le importó ganar el partido ni que se jugaba el campeonato. Solo puso en práctica su majestuosa caballerosidad deportiva. Espíritu de rugby en estado de máxima pureza. Y una amistad sellada para siempre.
“Y digo que me marcó porque a partir de ese día, gracias a tu ejemplo, me sentí una mejor persona”. Achával terminó sus palabras y fue al encuentro de su amigo para estrecharse en un abrazo eterno enmarcado por el atronador aplauso de los hombres del cincuenta.
Muchas lágrimas corrieron y el espíritu del juego iluminó la sobria sede de la calle Viamonte.
Fue mucha la emoción. Tanta que en esa noche hasta las caras severas de los cuadros devolvieron un gesto más humano.