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7 Una vida de película

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La maravillosa historia de Wiliam Bary Holmes

Los aficionados al rugby argentino son muy apegados a las tradiciones. Tanto o más que sus colegas ingleses, sudafricanos o de cualquiera de los países líderes del rugby mundial. Y a los tradicionalistas argentinos les gusta rebelarse permanentemente usando términos perimidos como “montonera”, “centro tres cuartos” o “wing forward”. Algunos talibanes como Cacho Martínez Basante siguen llamando “segundo cinco octavo” al primer centro.

Otra de las rebeldías terminológicas de los rugbiers argentinos consiste en continuar llamando Cinco Naciones al torneo más importante del Hemisferio Norte, cuando todos sabemos que desde hace casi veinte años se ha sumado un sexto miembro al evento. Un poco por rebeldía y otro poco por la rabia que genera ver a un equipo al que consideramos inferior como el italiano codeándose todos los años con los mejores de Europa, lo cierto es que muchos siguen hablando del “Cinco Naciones” como si el seleccionado azzurro no existiera. El ingreso argentino al Rugby Championship atenuó la tirria.

Cuando el Cinco Naciones era un torneo de cinco, resultaba impensada la participación de un jugador nuestro en esa competencia, pero desde que se sumó Italia son muchos los argentinos que han participado del torneo más antiguo del mundo. Para pesar de nuestros simpáticos tradicionalistas, muchos jugadores criollos han protagonizado importantes matches en Twickenham, Landsdowne Road o el Parque de los Príncipes defendiendo la camiseta italiana en el Seis Naciones.

Pero frente a esa realidad, los tradicionalistas tienen una bandera que ni ellos conocen. Existe un argentino que jugó el Cinco Naciones (¡cuando realmente era de cinco!).

Norman Tomkins, viejo pilar de Old Georgian y miembro de la cofradía de los tradicionalistas del rugby, lo conoce, fue su gran amigo y siempre lo recuerda: “Si William hubiera nacido en Estados Unidos, ya habrían hecho varias películas con su historia, pero era de acá, bien argentino”.

En 1949, el seleccionado francés llegó por primera vez en gira a la Argentina. Era un equipo poderoso que venía de ganar el Cinco Naciones. ¿Venía de ganar el Cinco Naciones? Si le preguntamos a cualquiera de los argentinos que los enfrentó seguro dirá que sí. Es otra de las tradiciones. Cuando cualquier Puma recuerda una vieja gira de algún equipo europeo a la Argentina añade al país de que se trate la frase “que venía de ganar el Cinco Naciones”. “En el 68 le ganamos a Gales que venía de ganar el Cinco Naciones”. “En el 54 jugamos contra Francia que venía de ganar el Cinco Naciones”. Pareciera que un premio extra para el ganador del torneo era una gira por nuestro país. Por eso cuando se quiera saber si un equipo europeo en gira por la Argentina ha ganado el Cinco Naciones de ese año, lo menos confiable es preguntarle a un Puma que lo haya enfrentado. Mejor ir a los libros.

Lo cierto es que en 1949, Francia, que no había ganado el Cinco Naciones de ese año, llegó de gira a nuestro país. La visita de los galos fue un verdadero acontecimiento, ya que por primera vez un seleccionado nacional llegaba a la Argentina. Antes habían llegado los British Lions, los Junior Springboks y Oxford-Cambridge, pero nunca el representativo de una de las grandes naciones del rugby. Los franceses vinieron con todos los titulares y ganaron fácilmente sus primeros partidos ante equipos de club y distintos combinados.

El primer Test ante Argentina se programó para el 28 de agosto de 1949. Ese día las tribunas del estadio Jorge Newbery de Gimnasia y Esgrima rebozaban de gente. La presencia del poderoso seleccionado europeo era un acontecimiento que excedía al rugby. Todo el mundo deportivo estaba presente y ovacionó a los dos equipos cuando aparecieron en la cancha. Palermo era una fiesta.

El griterío se fue acallando y tras los himnos ejecutados por la banda del Regimiento de Patricios, los equipos se aprestaron para iniciar el match.

En ese momento se produjo un hecho que demoró el comienzo del partido y casi obliga a su suspensión. Varios jugadores franceses se agruparon y hablando entre ellos señalaban hacia el sector de la cancha donde se encontraban los jugadores vestidos de celeste y blanco. El movimiento de los franceses sorprendió a Ehrman, Giles, Eduardo Domínguez y el resto de los argentinos. Pero la sorpresa fue mayor cuando el capitán pidió la presencia del traductor, mientras señalaba de manera directa a un jugador argentino. Al fullback. “A ese lo conocemos, jugó contra nosotros hace pocos meses”, le dijo al traductor el tercera línea Prat, capitán francés. “¡Sí, ese es un inglés que nos enfrentó en Twickenham!”, agregó enojado el formidable wing Pomathios.

Si bien el apellido del jugador que señalaban los franceses era más inglés que el palacio de Buckingham, en realidad se trataba de un joven argentino, del brillante fullback William Barry Holmes, protagonista de la más maravillosa y cinematográfica leyenda que ha dado el rugby de nuestro país.

Era un porteño nacido en 1928. Se había educado en el Saint George’s School de Quilmes, y como lo pedía su sangre inglesa, abrazó el deporte desde muy chico.

Con solo diecisiete años jugó en la primera de Old Georgian y a los dieciocho viajó a Inglaterra para estudiar en Cambridge.

Como rugbier era un crack. Un fullback al que nunca se le caía la pelota y, además, gran pateador. Por eso pronto fue convocado a jugar en el tradicional combinado que unía a players de su universidad con los de la vecina Oxford.

En 1948 volvió a la Argentina como integrante de ese combinado, deslumbrando al rugby local. En cada tercer tiempo de 1948, Barry reafirmaba los lazos de amistad y consolidaba el amor por su tierra natal. Al finalizar la gira retornó a Inglaterra convencido de que algún día se afincaría definitivamente en el norte argentino. El fullback amaba esa zona del país.

Dos meses después de retornar a Cambridge se sorprendió al recibir una convocatoria al seleccionado inglés, y en 1949, con solo veinte años, fue el fullback titular del equipo de la rosa en los cuatro partidos del Cinco Naciones.

En esa época el Cinco Naciones era, para los argentinos, una competencia épica que se conocía por los cuentos de los pocos privilegiados que alguna vez habían presenciado un partido del torneo. El mito rodeaba a esos matches. ¡Y ahora un argentino era titular del representativo de los inventores del juego!

Solo sus amigos del Saint George’s se enteraron en la Argentina, pero en Europa miles de fanáticos se maravillaron con el juego del joven William. Sus actuaciones en los cuatro partidos fueron muy destacadas, sobre todo en el que Inglaterra le ganó 8-3 a Francia en Twickenham. Jugó tan bien que al finalizar ese Cinco Naciones los seleccionadores ingleses ya le habían asegurado un lugar para el torneo de 1950.

Pero él tenía firmes convicciones. Por eso no se deslumbró con las luces del Viejo Continente, y dos meses después, en mayo de 1949, decidió volver a la Argentina para radicarse definitivamente en el lugar donde había echado raíces. Su plan era casarse, jugar rugby en Old Georgian, y luego instalarse en Salta para trabajar como agrimensor. Parecía mucho para sus escasos veinte años, pero William Barry Holmes era dueño de una poderosa personalidad. Cuando retornó a la Argentina apenas jugó un par de partidos en su club y fue convocado al seleccionado. Nada lo detenía. Ni siquiera las quejas de esos franceses a los que había derrotado algunos meses atrás en Twickenham y ahora querían impedirle jugar con la camiseta de su país natal.

Las discusiones duraron algunos minutos y los franceses, verdaderos caballeros del deporte, terminaron aceptando que Holmes jugara el partido. Fue victoria francesa por un escaso 5-0 y gran actuación del fullback argentino.

El sábado siguiente, Barry Holmes fue titular en la revancha, luciendo orgulloso el yaguareté junto al corazón. Ese fue su último partido de rugby.

Un mes después de los inolvidables partidos ante Francia se casó y se radicó en Salta. Pero antes del final de ese inolvidable 1949, William Barry Holmes contrajo una fiebre tifoidea que lo llevó a la muerte en la ciudad del norte argentino. Tenía veintiún años, varios partidos jugados para Oxford-Cambridge, y test matches para Inglaterra y Argentina. Una vida de leyenda.

El ex alumno del Saint George’s era un elegido y sería un gran error decir que tuvo una vida corta, porque una hora en la vida de algunos elegidos es un año en la del común de los mortales.

William Barry Holmes tuvo una existencia intensa marcada por el rugby y por los afectos indestructibles y eternos como el del legendario pilar de Old Georgian, Norman Tomkins, un duro que no deja pasar un día sin recordar a su amigo, y que sigue soñando con la superproducción de Hollywood que cuente la vida del sensacional fullback que iluminó aquella tarde fría y gris de 1949 encandilando a los sorprendidos franceses.


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