Читать книгу Leyendas del rugby - Danis Dionisi - Страница 8
2 El sudafricano
Оглавление“¿Qué hago, me cambio o no me cambio…? ¡No me cambio!”.
La voz del Negro Poggi seguida de una risotada retumbó en el buffet de Jorge Newbery. Afuera una fina y fría llovizna anunciaba que el otoño del 65 había llegado para quedarse.
Poco a poco fueron apareciendo los demás seleccionados convocados ese día para un entrenamiento de preparación para la gira a Sudáfrica que se iniciaría en los primeros días de mayo.
El bar de Gimnasia se fue llenando de sacos y corbatas, de muchos jóvenes que luego de responder a sus obligaciones de trabajo o estudio ya estaban prestos para cumplir con el seleccionado.
Pero claro, no era el día ideal, las primeras lluvias de abril habían llegado con fuerza y en esa época a nadie se le ocurría entrenar bajo el agua.
—¡Servime un vermouth! —gritó Aitor—. ¿Trajeron las cartas?
En tres minutos se había armado el truco entre seis, mientras los demás charlaban animadamente sobre temas variados, más relacionados con sus vidas particulares que con la exigente gira que se aproximaba. Los de Boca cargaban a los de River por la victoria en el Monumental con un golazo del Pocho Pianetti. De rugby poco y nada. Alguien, como al pasar, dijo que ese día iba a venir “el sudafricano”. “Con esta lluvia seguro que ni aparece”, le retrucaron.
Eran los tiempos en que el rugby era más diversión que sacrificio. Las cosas se tomaban en serio, pero hasta ahí, sin exagerar. Era importante estar bien físicamente para la gira, pero no tanto como para entrenarse con lluvia. ¡Además, tomarse una copa en el bar y jugar un truquito con amigos era tan bueno!
En eso estaban, cuando se abrió la puerta de vidrio de la confitería. Primero entraron los entrenadores Guastella y Camardón, y todos siguieron con sus actividades. Pero detrás de ellos apareció una figura a la que nadie pudo dejar de prestar atención. Alto, enorme, anteojos de grueso armazón negro y bigote que alguno iba a calificar de “hitleriano”. No solo la presencia física de este hombre que aparentaba más edad de la que tenía impactó a los jugadores. Su gesto adusto, serio, absolutamente contrastante con la algarabía que reinaba en el recinto, y su mirada pétrea hacían sentir a los jóvenes que los podía mirar fijo a cada uno al mismo tiempo, aunque fueran veintiséis contra uno.
Lo que un rato antes era euforia y griterío de pronto se convirtió en un silencio sepulcral. El hombre se acercó a Camardón y le susurró algo al oído en inglés. La orden llegó enseguida: “Dice el profesor Van Heerden que en cinco minutos los espera a todos en el centro de la cancha cambiados para entrenar”.
“Fue el entrenamiento más duro de mi vida. Parecía la colimba. Bajo la lluvia, Van Heerden nos tuvo una hora y media haciendo salto de rana, teníamos que tocar el travesaño de los palos, caer y volver a saltar…”. Años después, en una entrevista, el Pato García Yáñez recordaba esa noche con lujo de detalles:
Creí que no lo iba a aguantar. Hubo momentos en que me ahogaba, y eso que yo era uno de los más entrenados. El tipo, con el traje puesto, todo mojado y con el único detalle de unas galochas de goma, nos daba con todo. Después del físico empezamos a hacer algunos movimientos con pelota, con una guinda pesadísima y pintada de blanco para que se viera en la penumbra de la cancha de Gimnasia. Esa noche cuando volví a mi casa pensé que lo de Sudáfrica iba a ser más bravo de lo esperado. Si allá todos entrenaban como lo hacía este tipo la cosa iba a ser muy dura. Sin embargo, años después me di cuenta de que en esa noche lluviosa habíamos hecho el clic. Ahí fue cuando empezamos a construir el éxito de la gira del 65, y con el tiempo terminamos adorando a ese sudafricano que nos había metido miedo en la cancha de Gimnasia.
Cuando ya hacía rato que el entrenamiento había terminado y el viejo vestuario de Jorge Newbery solo estaba habitado por el silencio, Izak van Heerden, todavía con el traje mojado, le regaló unas palabras a Alberto Camardón: “Me parece que en Sudáfrica van a ganar más partidos de los que ustedes creen”.
La sonrisa del entrenador argentino iluminó la medianoche de Palermo.