Читать книгу Sobre el combate - Dave Grossman - Страница 14

Оглавление

1. Ojos y oídos: exclusión auditiva, sonidos intensificados y visión de túnel

¿Quién es tan sordo o ciego como aquel

Que se obstina en no oír ni ver?

John Heywood (hacia 1565)

Proverbs

Durante el combate se puede dar un extraño conjunto de distorsiones perceptivas que alteran la manera en la que el guerrero ve el mundo y percibe la realidad. Puede ser realmente un estado alterado de conciencia, similar al que ocurre en un estado inducido por las drogas o cuando dormimos. Resulta increíble que hasta ahora no supiéramos nada. Lo único que teníamos que hacer era preguntar. Ahora que preguntamos a los veteranos del combate las preguntas adecuadas, hemos aprendido más en las últimas décadas que en los cinco mil años previos, y estamos aprendiendo más cada día.

La psicóloga de la policía doctora Alexis Artwohl ha llevado a cabo lo que creo que es una de las mejores investigaciones sobre las distorsiones perceptivas en el combate. La doctora Artwohl y Loren Christensen recogieron la información en su libro Deadly Force Encounters, que recomiendo encarecidamente a mi público militar y policial.

Hay que subrayar que las distorsiones perceptivas del oído y la vista que se tratan en este capítulo son significativamente diferentes de las experiencias normales y cotidianas en las que uno no repara en ciertas cosas que ve y oye simplemente porque no les presta atención. El hecho de no ver u oír algo porque uno está concentrado en otras cosas es una manifestación psicológica; mientras que la «visión de túnel» y la «exclusión auditiva» parecen comportar tanto influencias psicológicas de la «concentración» como poderosos efectos fisiológicos causados por cambios biomecánicos en el ojo y el oído. Necesitamos mucha más investigación al respecto, pero la teoría prevalente hoy en día es que estos cambios biomecánicos de los órganos sensoriales son un efecto secundario de la vasoconstricción y de otras respuestas del estrés que ya se trataron con anterioridad.

Exclusión auditiva: «¡Nuestras armas explotaron!»

En su ensañamiento,

sordos como el mar, prontos como el fuego.

Shakespeare

Ricardo II

La doctora Artwohl encuestó a 141 agentes de policía que habían estado en lo que las agencias de policía llaman «encuentros con fuerza letal»; nosotros lo llamaríamos tiroteos o balaceras. Descubrió que ocho de cada diez agentes experimentaron pérdida auditiva, es decir, los disparos se vuelven «silenciosos».

Los cazadores saben que estarán temporalmente sordos y

oirán un pitido en el oído durante el resto del día si no llevan protección auditiva cuando fijan sus miras en el objetivo. Y sin embargo, si no llevan protección auditiva cuando efectivamente disparan a un ciervo, a menudo no oyen sus propios disparos o el sonido es más débil, y no tienen luego un pitido en el oído. Si ésta es una respuesta común del estrés cuando se dispara a un ciervo, ¿cuánto mayor sería la respuesta al estrés si el ciervo pudiera devolver los disparos?

Consideremos este ejemplo clásico de exclusión auditiva recogido en Deadly Force Encounters:

Mi compañero y yo íbamos persiguiendo un vehículo robado. El sospechoso conducía de forma errática y solo se detuvo cuando perdió el control y el vehículo acabó estrellándose en una cuneta. Mi compañero tenía su escopeta y yo empuñaba mi semiautomática cuando nos acercamos con precaución. Cuando estalló una bala saliendo de uno de los cristales, comencé a disparar.

Apenas oí el sonido de un disparo y luego nada. Como podía sentir el retroceso de mi arma, sabía que estaba disparando pero no oía la escopeta y temía que hubieran alcanzado a mi compañero. Cuando todo acabó, resultó que había disparado nueve balas, y mi compañero, que estaba a eso de un metro y medio, cuatro. El sospechoso también consiguió realizar dos disparos antes de que lo matáramos. Ninguno de los dos resultamos heridos.

No sabía cuántas veces había disparado hasta que me lo dijeron más tarde. Hasta el día de hoy no recuerdo haber oído ningún disparo salvo aquel primero.

La inmensa mayoría de los agentes que declaran una pérdida auditiva tras abrir fuego indican que se trató de que su disparo o disparos enmudecían o, como mucho, sonaban como si fueran de una pistola de fogueo. Otros decían que sus disparos no eran tan ruidosos como «deberían» haber sido, mientras que un pequeño número señaló que no los había oído en absoluto.

Un francotirador de los swat declaró que él y otro miembro del equipo dispararon de forma simultánea en una habitación pequeña y, sin embargo, las dos armas, incluso en un espacio reducido, sonaban amortiguadas.

Massad Ayoob es un campeón de tiro nacional, instructor de la policía, un destacado investigador y uno de los escritores más prolíficos sobre asuntos de policía hoy en día. Me explicó lo siguiente durante la correspondencia que mantuvimos sobre el asunto:

Todo lo que he visto me indica que la mayor parte de la exclusión auditiva (así como la visión de túnel) es una cuestión de percepción cortical. El oído aún oye y los ojos ven, pero al estar centrado en la misión de sobrevivir, el córtex del cerebro filtra la atención y descarta lo que considera insignificante para el objetivo.

Este proceso de «apagado» de los inputs sensoriales ocurre constantemente. Mientras lees esto, probablemente no eres consciente de la sensación de tus zapatos o del cinturón en tu pantalón. Probablemente también apagas todo tipo de ruido ambiental como el ronroneo de tu nevera o el tráfico en la distancia. Nuestros cerebros tienen que apagar constantemente los datos sensoriales porque, de no hacerlo, estos nos abrumarían.

En situaciones de estrés extremo, este filtrado puede ser incluso más intenso, pues apagamos todos los sentidos salvo el que necesitamos para sobrevivir. Normalmente ese sentido es la vista, pero en condiciones de baja visibilidad el oído puede «encenderse» y la vista «apagarse» cuando los combatientes oyen el disparo pero ignoran el menos prominente fogonazo de la boca del cañón.

Masad Ayoob tiene razón en que, sin duda, hay en esto un componente mental, cognitivo. El cerebro filtra de la conciencia aquello que considera insignificante para el objetivo, y el objetivo es la supervivencia. Pero si no oyes un pitido tras unos disparos, eso parecería indicar que también hay un cierre físico que afecta de alguna manera al oído interno. Las investigaciones en el campo de la audiología indican que el oído puede cerrarse a los sonidos ruidosos de forma física, mecánica, al igual que el párpado puede cerrarse ante las luces brillantes. Al parecer, este cierre biomecánico del oído ocurre en un milisegundo en respuesta a un ruido fuerte y repentino.

Dos cosas ocurren aquí: primero, se da una especie de «visión de túnel» auditiva en la que sonidos concretos, como el ruido de las sirenas, se apagan bajo un estrés elevado. Apagamos los sonidos innecesarios y nos centramos todo el tiempo en un sonido. Cuando era un soldado raso y dormía en un barracón, aprendí cómo apagar los ronquidos ásperos de alguno de mis compañeros escuchando con atención el zumbido continuo que provocaba el silbido del aire al salir del respiradero de la calefacción. Algo parecido pero mucho más intenso ocurre en el combate, cuando cerramos mentalmente estímulos sensoriales innecesarios y nos centramos en aquello que es críticamente necesario.

También hay una especie de «parpadeo» auditivo en el que los ruidos fuertes son apagados o silenciados de forma física y mecánica durante un breve momento. Y más tarde no se da ni siquiera el habitual pitido en los oídos. El parpadeo auditivo puede dividirse aproximadamente en tres clases:

— Una respuesta, que parece darse en niveles bajos de estimulación (quizás en la fase amarilla), es aminorar o cerrar el sonido de tus propios disparos (que, de alguna manera, estás anticipando) mientras que el sonido de los disparos de alguien a tu lado puede resultar ensordecedor. Esto ocurre cuando dos cazadores disparan a la vez contra una presa, y conozco varios casos en los que un agente declara que sus propios disparos sonaban silenciosos mientras que los disparos de otro agente a su lado eran ensordecedores. En todos los casos que conozco, el nivel de estrés era moderado.

— Otra respuesta, que parece darse en situaciones de estrés extremo (quizás en la fase negra), es cerrar todos los sonidos de forma que más tarde uno no recuerda haber oído nada. Al parecer, cuanto mayor es el estrés, más fuerte es este efecto. Esto no es un parpadeo auditivo sino más bien el equivalente auditivo a cerrar con fuerza los ojos hasta que el hombre malo se haya ido. Parece estar asociado con un estrés excepcional, un ritmo cardíaco extremo y una estimulación fisiológica intensa.

— Una tercera respuesta, que probablemente sea la más frecuente, ocurre cuando uno cierra todos los disparos, pero oye todo lo demás, incluso los gritos de las personas a su alrededor y el tintineo de los cartuchos gastados golpeando el suelo. Esta parece ser una respuesta clásica de fase roja, en la que el cuerpo es capaz de cerrar biomecánicamente el oído en un milisegundo en repuesta al frente de la onda de choque de un disparo, y luego volver a abrirlo de inmediato de forma que se vuelve a oír todo lo que sucede alrededor. El doctor Klinger relata en su excelente Voices from de Kill Zone:

Un agente del swat que disparó una ráfaga con un subfusil declaró que, aunque no podía oír los disparos, sí oyó el tableteo del arma mientras la corredera se movía de delante para atrás expulsando las vainas y alimentando la recámara con nuevas balas.

Resulta asombroso que el cuerpo sea aparentemente capaz de esto e incluso aún más asombroso que no lo supiéramos hasta hace poco. Una vez estaba enseñando en Ohio cuando un policía del estado dijo:

¡Ahora entiendo lo que ocurrió! Fue tan vergonzoso que nunca se lo conté a nadie. Mi compañero y yo habíamos bloqueado una carretera con un coche patrulla. Un tipo la atravesó a ciento cincuenta kilómetros por hora y ambos disparamos una vez después de salir de la calzada. Llamé al sargento y le dije que un tipo se había saltado el bloqueo y me contestó que fuéramos tras él. Y entonces dije: «¡Sargento, no podemos perseguirlo! De verdad, algo va mal con nuestras armas». Pensábamos que teníamos un problema con la munición. Llegamos incluso a introducir un lápiz en el cañón de las armas porque pensábamos que a lo mejor se había quedado una bala encasquillada en el interior.

¿Cuántos guerreros a lo largo de las generaciones dispararon sus armas y luego dejaron de luchar porque pensaban que tenían un problema con sus armas al no oír los disparos? En este caso no había ningún problema con la munición o las armas, pero sí que lo había con su adiestramiento. Hemos transitado siglos de la era de la pólvora y sólo ahora empezamos a informar a nuestros guerreros de que en un combate los disparos pueden silenciarse.

A medida que recopilo información de literalmente miles de guerreros sobre sus experiencias en combate, este efecto de la exclusión auditiva es el incidente más común. Por ejemplo, un francotirador de la policía que dispara a un agresor armado:

El fusil dispara, pero no lo oigo. Lo oigo pero suena muy lejos. No hay retroceso. La imagen en la mira no se pierde. Veo el pequeño agujero formarse en el cristal y detrás veo cómo explota su cabeza... La imagen en la mira se ha vuelto turbia. A veces parece que algo no está bien. Es entonces cuando me doy cuenta de que la imagen en la mira se ha vuelto turbia porque su cráneo y cerebro han reventado en el interior del vehículo y ahora gotean del techo y se deslizan por las ventanas.

Russ Clagett

After the Echo

Existen razones para creer que los aspectos biomecánicos de este efecto de exclusión auditiva pueden ocurrir en un milisegundo, si se da la más fugaz intuición de aviso. Gavin de Becker refiere una descarga no intencionada de su arma que ocurrió al principio de su carrera como gestor de tareas de protección. Al final de una jornada, apuntó su pistola semiautomática hacia una dirección segura y comenzó a desamartillarla para guardarla, pero algo ocurrió y el arma se disparó accidentalmente. Nadie resultó herido, pero el ruido de la pistola disparando en esa habitación pequeña fue tan dolorosamente fuerte que las personas que estaban presentes se quejaron luego de oír un pitido en los oídos; todos excepto Gavin. Gavin de Becker es el experto mundial más destacado en el ámbito de la intuición y el peligro, y es autor del best-seller The Gift of Fear, un verdadero clásico en la materia. Cuando hablaba del incidente conmigo muchos años después, se dio cuenta de que a un nivel intuitivo debió de haber tenido un breve milisegundo de aviso de que el martillo no bajaba bien, y eso es todo lo que necesitó su cuerpo para cerrar el sonido.

No son sólo los disparos los que pueden silenciarse. Muchos agentes me explican que no oyeron las sirenas del vehículo o las sirenas de los vehículos de emergencia durante sus encuentros con fuerza letal. Un ranger de California me contó cómo se apagó el sonido de un helicóptero que sobrevolaba la zona durante un tiroteo. Probablemente, más que un mecanismo en el oído esto sucede en el cerebro, y es el equivalente de una visión de túnel auditiva en contraposición a un parpadeo auditivo.

A menudo los guerreros no oyen las comunicaciones que se gritan durante un combate. Los líderes de pequeñas unidades siempre han sabido que para conseguir la atención de sus tropas, y para ser oídos y vistos en combate, tienen que ponerse delante de ellos. Los líderes de los equipos de infantería no se ponen delante de sus hombres, en la posición más peligrosa del campo de batalla, porque quieran; lo hacen porque lo tienen que hacer si pretenden ser vistos y que sus órdenes se cumplan.

Incluso entonces, uno no puede estar seguro de que la orden será oída durante el combate. Este relato de un instructor de policía es un ejemplo de una situación muy común:

Muchas veces he visto a estudiantes con exclusión auditiva en alguno de nuestros escenarios de entrenamiento. Hacemos que una persona entre en un escenario interpretando a un agente fuera de servicio y anunciamos su presencia. Pero los chicos buenos sólo ven el arma y muchas veces acaban digamos que disparándole. Por eso recomendamos que, ya vengas con buenas o malas intenciones, necesitas anunciar tu presencia a cubierto y exponerte lo mínimo cuando llegas a un lugar que ya está caliente. Ha habido algunos tiroteos recientes en la vida real que no hacen sino recalcar esta necesidad.

Si esto ocurre con el estrés limitado de los escenarios de entrenamiento, no te quepa la menor duda de que también ocurre en combate.

Una segunda clase de exclusión auditiva: «No oyes la que te alcanza»

Un viejo adagio (que al parecer proviene de la primera guerra mundial y hace referencia a cuando ataca el enemigo con artillería) dice: «No oyes la que te alcanza». En mis entrevistas con numerosos veteranos combatientes desde la primera edición de este libro, he podido confirmar que esto parece ser literalmente cierto en la mayoría de los casos. Por dar unos ejemplos:

— Un canadiense bombardeado accidentalmente por la fuerza aérea de Estados Unidos en Afganistán.

— Un Navy seal alcanzado por una granada propulsada por cohete.

— Un oficial del ejército de Estados Unidos alcanzado por múltiples artefactos explosivos improvisados durante sus varias estancias de servicio en Iraq.

— Un oficial de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos bajo fuego enemigo de mortero durante la operación Anaconda en Afganistán.

— Un coche bomba explota en la cara de un agente cuando abría la puerta del conductor.

Todas estas personas me dijeron lo mismo: cuando una explosión se produce lo suficientemente cerca para golpear tu cuerpo con una poderosa conmoción, no oyes el sonido ni sientes un pitido en el oído más tarde. Por ejemplo, el agente de policía que sufrió el coche bomba relata que, a pesar de que la bomba lo levantó del suelo, fue capaz de llamar al operador con su móvil y hablar sin oír un pitido en los oídos y sin problemas de comunicación. Las explosiones más lejanas pueden ser extremadamente ruidosas y causar pitidos en los oídos y pérdida de audición, pero parece ser que mucha gente no oye las que están lo bastante cerca para crear un poderoso impacto físico en el cuerpo. Así que todo indica que los viejos veteranos estaban en lo cierto cuando decían: «No oyes la que te alcanza».

Esta es una forma de exclusión auditiva que parece ser similar a la que ya hemos analizado, y que mucha gente experimenta cuando dispara un fusil en combate o en una cacería. En estos casos, que denomino exclusión auditiva Tipo I, las personas que disparan el arma explican que no oyeron el sonido o que el sonido era apagado, y que no oyeron un pitido más tarde. El sistema auditivo parece «parpadear» creando un cierre biomecánico que protege el oído para evitar el pitido posterior. Sin embargo, tal y como hemos observado hasta ahora en este libro, la exclusión auditiva Tipo I no ocurre, por ejemplo, cuando uno está bajo el estrés del tiro de competición. Sólo sucede en circunstancias reales de matar que se dan en la caza y en el combate.

La exclusión auditiva Tipo II puede darse cuando uno está completamente relajado (es decir, no en un estado de estimulación) y parece ser el resultado cuando el cuerpo recibe dos estímulos sensoriales de forma simultánea y abrumadora. Durante una conversación con Gavin de Becker, éste señaló que cuando una criatura de la naturaleza aterriza en tu espalda mientras ruge, la información dominante para la supervivencia será la sensación de tener algo en la espalda. Bajo estrés, el cuerpo tiende a apagar todos los sentidos salvo uno para evitar la sobrecarga y la confusión sensoriales. En este caso, es el impacto de la criatura el que el cuerpo humano interpreta como la información vital para la supervivencia.

Tom Davis, coronel del ejército de Estados Unidos en la reserva y veterano de Vietnam, me brindó un ejemplo clásico de este fenómeno:

Resulté herido en Vietnam a causa de una granada propulsada por cohete. Impactó a unos tres o cinco metros de donde estaba. Vi la bola de fuego pero no sentí la conmoción, ni tampoco oí el sonido. Mi oído se había cerrado automáticamente. Mi oído volvió a funcionar de forma inmediata. Estaba acostado debajo de la parte delantera de un jeep y pensé que llegaba otra granada. Sin embargo, lo que oía era el aire que se escapaba de las cuatro ruedas. La conmoción debería haberme reventado los tímpanos, pero no fue así. Deberíamos dar gracias a Dios por tener estos cierres automáticos en el cuerpo.

Un poco después ese mismo año, el recinto en el que estaba sufrió un ataque. Las bombas hacían tanto ruido que mi capitán tenía que gritar en la radio que estábamos siendo atacados. Yo le gritaba para que se pusiera a cubierto. No podía oírme gritar y él tampoco se oía sí mismo debido al ataque.

En el segundo ataque, el coronel Davis cree que el oído le funcionaba y que no había exclusión auditiva porque las bombas caían fuera del búnker, lo que de alguna manera le protegía de una conmoción.

Este fenómeno quizás también explique por qué las personas que se disparan accidentalmente a menudo declaran no haber oído el disparo ni un pitido más tarde. Hay que reiterar que el cuerpo recibe dos estímulos sensoriales de forma simultánea y abrumadora: el sonido del arma y la sensación de la bala cuando golpea. Aunque puede que no haya dolor inicial, podemos formular la hipótesis de que el cuerpo se da cuenta de inmediato del trauma físico y de que el sonido ha sido apagado.

Así empezamos a entender que cuando los viejos veteranos dicen que «no oyes la que te alcanza», nos están diciendo la verdad y este viejo dicho se une al abanico de estos otros adagios en cuanto representaciones certeras de lo que de verdad sucede en el combate:

— No poder pensar por el miedo (cierre del procesamiento del cerebro anterior).

— No ver nada por el miedo (pérdida de visión de cerca, pérdida de visión de profundidad y pérdida de visión periférica).

— Cagarse de miedo (pérdida de control de los intestinos y de la vejiga).

Sonidos intensificados: te agachas y mueres, ciego y asustado

Me quedé sin vista y los miedos se apoderaron de mí.

Francis Rowley

«I Will Sing the Wondrous Story»

En las investigaciones de la doctora Artwohl, el 85 por ciento de los individuos a los que entrevistó experimentaron el sonido amortiguado, pero para un 16 por ciento el sonido de un fusil se había intensificado. ¿En qué circunstancias elegiría el cerebro cerrar la vista y encender el oído? En condiciones de baja visibilidad. Y ello porque, como señalamos, el cerebro se concentra en el estímulo prominente, y en la oscuridad el estímulo prominente es el sonido.

La policía moderna y los militares entrenan disparando a siluetas con formas humanas e imágenes fotorrealistas de personas. Si bien es correcto, el problema es que en la oscuridad resulta difícil sino imposible ver la amenaza. A menudo, el destello de la boca del arma es el único estímulo visual en un tiroteo en condiciones de baja visibilidad. La vista se cierra y el oído se enciende y, tal y como me lo relató un entrenador policial: «Te agachas y mueres, ciego y asustado».

John Peterson, boina verde e instructor de tiro innovador, llevó a cabo una vasta investigación sobre la materia cuando servía como instructor en la SigArms Academy en New Hampshire. John y su equipo llevaban a un cadete a una habitación a oscuras para un ejercicio de fuerza contra fuerza, con proyectiles paint bullets accionados con pólvora. Nada más entrar en la habitación, el cadete recibía uno o dos disparos en su chaleco antibalas. En casi todos los casos, el cadete devolvía los disparos tan sólo con el sonido.

Sólo un murciélago puede triangular con precisión la localización de un agresor basándose en el sonido. Para localizar a un agresor en condiciones de baja visibilidad, lo mejor es apuntar al destello de la boca del arma. Para enseñarles esto, Peterson llevaba a sus estudiantes a una habitación oscurecida y disparaba una ronda de paint bullets para enseñarles lo que sería un destello. (La munición de paint bullets accionada con pólvora emite un destello en la boca del arma, lo que la hace particularmente efectiva para este tipo de entrenamiento.) Cuando los estudiantes estaban mentalmente «amartillados y listos» para este estímulo, la siguiente vez que entraban en una habitación oscurecida y recibían un disparo de una paint bullet, se centraban en el destello de la boca con disparos certeros. A partir de ese momento, rendían en las situaciones de combate nocturno con un mayor grado de competencia.

A veces el guerrero se desplaza de uno a otro, de lo auditivo a lo visual, y luego vuelta atrás, dependiendo de qué sentido necesite más en cada momento. Esto explica el hallazgo de la doctora Artwohl en el sentido de que el 85 por ciento de los agentes experimentaron exclusión auditiva en los tiroteos, pero un 16 por ciento experimentó una intensificación del sonido, lo que sumaría un 101 por ciento, lo cual, a su vez, se explica porque algunos experimentaron ambas cosas a lo largo del tiroteo.

Un agente me explicó que una vez estaba al pie de una escalera mientras un sospechoso le disparaba desde arriba. Me dijo que el sonido de los disparos era abrumador. «Tenía una escopeta en mi mano», dijo, «la levanté y puse al tipo en la mira, y de pronto los disparos se silenciaron». Cuando el agente ubicó al sospechoso visualmente con el arma, su vista se encendió y su oído se apagó, un fenómeno que ocurre a menudo cuando los guerreros se encuentran en una emboscada. El sonido de los disparos que nos llegan es al principio abrumador: ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! Como se ve sorprendido, el agente tiene una habilidad visual limitada pero, cuando escanea el entorno con rapidez y consigue ubicar visualmente al agresor, los disparos se silencian.

A veces se da el efecto contrario en el que se pasa de una exclusión auditiva al sonido intensificado. Tuve el honor de hablar con un agente en Florida sobre un tiroteo en el que participó. Me explicó que él y su compañero detuvieron un vehículo porque tenían motivos para arrestar al conductor y al acompañante. Primero esposaron al acompañante y lo metieron en el coche de la policía, pero cuando él empezó a esposar al conductor, el hombre cogió una pistola, se dio la vuelta y disparó una bala que alcanzó el cerebro del segundo agente, matándolo al instante. El hombre se volvió otra vez y comenzó a dispararle. El agente me dijo:

Vi el arma y era todo lo que había en este mundo [visión de túnel]. No oí los disparos; no oí nada [exclusión auditiva]. Una de las balas llegó debajo de mi chaleco y me atravesó la columna. Intenté darme la vuelta y correr pero mis piernas no funcionaban. No podía entender por qué.

Cuando el agente cayó al suelo, ya no podía ver a su asaltante. La visión se cerró de forma que no tuvo memoria visual de lo que pasó después, si bien sí que oyó los pasos del agresor acercándose (sonido intensificado). Los pasos se detuvieron. Entonces oyó las balas disparadas en la espalda de su chaleco. El agresor disparó una bala más en la nuca del agente. Por fortuna, debido al ángulo no penetró en el cráneo, pero sí le arrancó una parte del cuero cabelludo. El agente yacía en el suelo sangrando mientras oía los pasos que se alejaban. (Cuando me encontré con este magnífico joven guerrero, se había recuperado hasta poder caminar con dos bastones y dedicaba su vida a enseñar a otros cómo vivir superando las lesiones de la columna vertebral.)

Muchas personas que han estado en un tiroteo hablan de lagunas significativas en su recuerdo del incidente. Cuando se les entrevista con más profundidad, a veces resulta que durante el tiroteo perdieron el input visual, pero conservan recuerdos auditivos del suceso. En un caso concreto, un miembro de un equipo táctico estaba entrando por la puerta delantera de una casa y cayó en una emboscada. El sospechoso se había atrincherado agazapándose en las escaleras del sótano y, cuando el agente cruzó la entrada, abrió fuego:

Di un salto a la derecha, fuera del porche bien iluminado y hacia una pared, y caí al suelo en una oscuridad total. Creía que no tenía recuerdos del suceso hasta que le oí enseñar sobre esto. Ahora, cuando lo pienso, recuerdo que podía oír, pero desde el momento en que salí de la luz y entré en la oscuridad de la noche, no había nada que pudiera ver.

El brazo del agente estaba horriblemente fracturado.Y prosiguió contando:

Intentaba levantar el brazo; era como si quisiera voltearlo para poder sostener mi escopeta, pero no funcionaba. Cuando volví a la luz [estaba disparando su escopeta con una mano], mi vista regresó, y tengo recuerdos de lo que ocurrió a partir de entonces.

Exclusión sensorial: «No tengo tiempo para el dolor»

El dolor no es malo

A menos que nos conquiste.

Charles Kingsley

St. Maura

Probablemente has experimentado la exclusión sensorial cuando acabaste con arañazos, rasguños y moratones en un combate de lucha libre, en una pelea, o en un partido de fútbol americano, y más tarde te preguntaste cómo te lo habías hecho. No te dabas cuenta de las heridas porque durante el acontecimiento estresante tu sentido del dolor se había cerrado. Otros sentidos probablemente también se habían cerrado, pero no te diste cuenta porque no trajiste de vuelta «souvenirs» como los rasguños y los moratones.

Mi coautor experimentó un ejemplo clásico de esto cuando arrestó a un hombre por orden judicial en el vestíbulo de una comisaría. «En el momento en que agarré al musculoso ex convicto», dice Christensen, «comenzó a moverse frenéticamente, nos arrojó a ambos contra las paredes, contra el mostrador, por encima de un alargado banco de madera.» El sospechoso no se daba cuenta de la llave de muñeca que le aplicaba Christensen, porque la inyección de adrenalina bloqueaba su sensación de dolor. Cuando por fin Christensen pudo maniobrar para tenerlo en una posición en la que pudiera aplicarle de una vez una llave de brazo, el sospechoso aulló y se despegó por completo del suelo como si fuera un gato en un hornillo caliente. Si bien esta era la reacción que estaba buscando Christensen, al elevarse, el sospechoso le dio un rodillazo accidental en la ingle.

«Me di cuenta de que me había golpeado», apunta Christensen, «pero no sentí nada mientras continuaba forcejeando con él para sujetarlo en el suelo y esposarlo. Después lo llevé a trancas y barrancas a una celda.»

No fue hasta que Christensen cerró la puerta y se apoyó contra una mesa para recuperar el aliento cuando sintió una oleada de náuseas. Habían pasado casi diez minutos desde que fue golpeado, pero no fue hasta que la adrenalina comenzó a remitir cuando la náusea y el dolor aparecieron. Cuando la adrenalina del sospechoso remitió unos veinte minutos después, comenzó a gritar que tenía una muñeca rota.

Sobrecarga sensorial: «Falta. Game over. Reiniciar.»

... aturde con su sonido atronador.

Oliver Goldsmith

The Traveler

Una granada aturdidora o flashbang, en inglés, es un artefacto que utilizan los equipos de policía táctica como el swat en situaciones en las que se requiere distracción, desorientación o desviar la atención. Cuando se hace rodar una de estas granadas en la habitación donde se esconde el sospechoso, estalla con un ruido ensordecedor y una luz cegadora, causando una sobrecarga sensorial que permite a los agentes irrumpir y arrollar al sospechoso aturdido. Artwohl y Christensen ofrecen este ejemplo proveniente de la experiencia personal de un agente del swat:

El sospechoso abrió la portezuela y salió con la rehén delante. A pesar de que nuestro francotirador sólo podía ver una porción de la frente del sospechoso, y que un mostrador y una serie de ranuras de buzón de oficina dificultaban el tiro, disparó, pero una caja desvió la bala. Aun así un fragmento de la bala alcanzó al sospechoso, causándole una herida leve.

El sospechoso empujó a la rehén de vuelta a la habitación mientras nos gritaba que nos volviéramos atrás, y que iba a matarla. No había otra: teníamos que reaccionar. Corrimos a lo largo de la pared hasta llegar a la puerta abierta y yo arrojé el flashbang dentro de la habitación. Acto seguido irrumpimos en la habitación y vimos al tipo de pie en una especie de cuartucho en donde los empleados colgaban sus abrigos. El flashbang lo había aturdido porque ahora tenía a la mujer a su lado y la sujetaba con un solo brazo.

Teníamos nuestros [subfusiles] MP5 en semiautomático; disparé a su cara y Miller a su pecho. Sangre y trocitos de cerebro se desparramaron por las paredes. El sospechoso se desplomó.

El destello aturde la vista del sospechoso y la explosión aturde su oído. Su piel siente la contusión y nariz y boca prueban un poco de humo. Los cinco sentidos envían simultáneamente un mensaje de emergencia al cerebro, y el cerebro sobrecargado dice: «Falta. Game over. Reiniciar».

La idea es aturdir al sospechoso de forma que los agentes puedan detenerle sin usar la fuerza letal. Los problemas, sin embargo, aparecen cuando un sospechoso está accidentalmente inoculado contra el flashbang. De vez en cuando, agentes del swat me cuentan que sus flashbangs no funcionaron con un sospechoso. Cuando les preguntó cuántas utilizaron, me contestan más o menos así: «Bueno, usamos una docena a medida que íbamos registrando cada habitación hasta dar con el sospechoso». Si bien las circunstancias pueden requerir el uso de flashbangs en cada habitación, para cuando llegaron donde realmente se escondía el sospechoso, éste había sido avisado, se había preparado emocionalmente, y estaba inoculado contra el efecto.

Vivimos unos tiempos increíblemente violentos. La tasa de terrorismo interno, los actos terroristas internacionales y las tasas de crímenes violentos están en máximos históricos. Cuando una situación policial se vuelve excepcionalmente violenta, se llama a un equipo táctico. Si va a producirse un tiroteo, normalmente son ellos los que participan, si bien en la inmensa mayoría de casos no se ven obligados a disparar. Cuando lo hacen, hay una tendencia a culpar al equipo táctico por los muertos, si bien culparlos por haber empleado la fuerza letal es como culpar a una aspirina por el dolor de cabeza. El equipo táctico es la solución, no el problema. La National Tactical Officers Association dispone de datos sólidos que demuestran que, de no haber intervenido estos equipos altamente entrenados, el número de personas muertas en acto de servicio sería inmensamente mayor de lo que es ahora.

En el mundo real, cuando un equipo táctico actúa con sus escudos, gases lacrimógenos, granadas aturdidoras, negociadores, y una fuerza apabullante, la mayor parte de las veces no tienen que matar al sospechoso peligroso y los agentes pueden regresar con sus familias por la noche.

Las granadas aturdidoras son una herramienta excelente que salva vidas en estos tiempos trágicos y violentos, pero la mayoría de los policías y soldados no las llevan consigo a diario. Sin embargo, si llevas un arma, tienes un flashbang. Si aprietas el gatillo, emite destellos y un estruendo. Sabemos que un arma de fuego es un instrumento psicológicamente abrumador. Si eres un agente de policía, tienes que entender que en un alto porcentaje de las situaciones de combate, es el criminal el que disparará primero, lo cual significa que iniciarás el combate recibiendo el flashbang. Una mentalidad apropiada y un adiestramiento realista para desarrollar respuestas de piloto automático pueden ayudar a los guerreros a superar este problema.

La teoría del Bigger Bang: «Doin, doin» contra «pum, pum»

Cuando algunos de vuestros hermanos,

Con aullidos de espanto,

Huían del ruido de nuestros propios tambores.

Shakespeare

Coriolano

Napoleón dijo que, en la guerra, «lo moral es a lo físico como tres es a uno». Es decir, que los factores psicológicos son el triple de importantes que los factores físicos. En el combate, uno de los más importantes de estos factores «morales» —o factores de moral o psicológicos, como diríamos hoy en día— es el ruido.

En la naturaleza, el que ladra más fuerte o el que ruge más alto es el que probablemente ganará la batalla. El sonido de las gaitas, la corneta y los gritos de los rebeldes han sido empleados a través de la historia para acobardar al enemigo con ruido. La pólvora fue lo máximo en aullidos, pues ofrecía tanto un ladrido como un rugido. Empleada primero como fuegos artificiales por los chinos y luego en cañones y mosquetes, la pólvora era una matraca que proporcionaba tanto ruido como conmociones. Las conmociones se sentían y oían, y la pólvora proporcionó los efectos visuales del destello y el humo. Ya que la explosión de pólvora y su humo a la deriva se pueden saborear y oler, proporcionaba un fuerte estímulo sensorial que potencialmente podía invadir los cinco sentidos.

Esta es una de las razones fundamentales por las que el primer y torpe mosquete de ánima lisa y avancarga sustituyó al arco largo y a la ballesta. El arco largo y la ballesta tenían un índice de acierto muy superior, eran más precisos y presentaban una exactitud en el alcance mucho mayor en comparación con los primeros mosquetes de ánima lisa. Y a pesar de ello, estas armas militares superiores fueron remplazadas casi de la noche a la mañana (hablando en términos históricos) por unos mosquetes infinitamente inferiores. Pero a pesar de que eran inferiores a la hora de matar, no lo eran a la hora de aturdir y acobardar al contrincante.

Una vez pregunté en una habitación llena de agentes por qué instrumentos increíblemente superiores para matar como la ballesta y el arco largo habían sido sustituidos por el comparativamente inútil mosquete. Un agente de policía se puso en pie y contestó: «¡La Administración!». La respuesta consiguió una risa general, pero la verdad es que pocas cosas ocurren en el campo de batalla sin una buena razón. En este caso, si estás en la batalla haciendo «doin, doin» con un arco y el otro tipo hace «¡pam, pam!» con un mosquete, si todo lo demás es igual, el que hace «doin» perderá siempre. Algunos estudiosos, que no entienden del todo el importantísimo aspecto psicológico del combate, han asumido que el arco largo desapareció debido a que requería un entrenamiento de toda una vida para llegar a dominarlo. Sin embargo, esta lógica no encaja tan bien con la ballesta. Si se trataba de una cuestión de entrenamiento y coste, entonces el tremendo coste y entrenamiento de toda una vida que requería crear a un caballero montado o a una tropa de caballería hubieran sido suficientes para condenar a esos instrumentos de guerra. Si un sistema armamentístico proporciona el dominio militar (ya sea el caballero, la fragata, el portaaviones, el caza a reacción o un misil nuclear), entonces la sociedad destinará los recursos para conseguirlo. Pero si se encuentra un arma más efectiva, entonces la inmisericorde evolución darwiniana del campo de batalla condenará al arma antigua y abrazará la nueva. Así, los arcos largos y las ballestas se vieron condenados con la invención de los primeros y toscos mosquetes, y las razones psicológicas de ello son, en palabras de Napoleón, «tres veces más importantes que las físicas».

El concepto de abrumar y derrotar a tu enemigo es tan antiguo como los escritos de Sun Tzu de hace 2.500 años. Clausewitz en su libro clásico del siglo xix, De la guerra, dijo que «el shock y el pavor son efectos necesarios que surgen de la aplicación del poder militar y tienen como fin destruir la voluntad de resistencia del adversario». Por supuesto, la campaña «shock y pavor» que empleó la coalición de fuerzas lideradas por Estados Unidos que invadió Iraq en 2003 fue una aplicación a gran escala de este concepto; pero para nuestros propósitos lo aplicaremos aquí en relación con armas pequeñas y con el combate cuerpo a cuerpo.

Probablemente habrás oído hablar de la teoría del Big Bang. Denomino teoría del Bigger Bang a aquella que sostiene que, siendo las demás cosas igual, en el combate el que hace más ruido gana. Los efectos psicológicos de la pólvora pueden ser pensados como un continuo. En lo más alto del continuo encontramos la granada aturdidora, la granada de mano, la bomba aérea y el fuego de artillería. En lo más bajo, la pistola y, en medio, el fusil.

Si has estado en el polígono de tiro y has oído el disparo de un fusil, sabes que la conmoción y el «crack» supersónico de la bala de un fusil pueden ser mucho más impresionantes que los de una pistola. Llevar un fusil a una pelea es el equivalente de llevar una motosierra a una pelea a cuchillo. En ambos casos, dispones de una ventaja de alcance, una ventaja de causar daño y una ventaja psicológica formidable.

Un ejemplo clásico de ello ocurrió en North Hollywood, en California, el 28 de febrero de 1997, cuando dos resueltos ladrones de bancos, fuertemente armados y con chalecos antibalas, dispararon cientos de balas con armas automáticas antes de que la policía los detuviera. Cuando todo hubo acabado, había diecisiete personas heridas y los sospechosos estaban muertos. Lo que sucedió es que había dos idiotas con fusiles de asalto haciendo «¡pam, pam, pam!» mientras los agentes de la policía de Los Ángeles (había más de doscientos en el lugar) respondían al fuego con sus pistolas de 9 mm haciendo «doin, doin, doin». Si todo lo demás es igual, ¿quién gana este tipo de enfrentamiento a tiros? La respuesta es: «¡Pam, pam, pam!». Esa es la realidad del combate. Dicho esto, no es imposible que una persona con una pistola derrote a otra con un fusil; sucede a menudo. Simplemente, es más difícil.

Si eres un agente de policía y el sospechoso lleva un fusil a un enfrentamiento, sería bueno que tú también tuvieras un fusil. Los fusiles están sustituyendo lentamente pero sin pausa a las escopetas en las filas de las fuerzas del orden, y probablemente ya ha llegado el momento en el que todos los agentes deberían ser adiestrados para manejar un fusil y deberían llevarlo en su vehículo. ¿Alguien cree que la amenaza terrorista internacional se va a limitar al empleo de pistolas? No, llevarán fusiles y chalecos antibalas para el enfrentamiento a tiros. El fusil del terrorista atravesará el chaleco de los agentes, mientras que las pistolas de la policía serán física y psicológicamente ineficaces.

Consideremos la masacre en la escuela secundaria de Columbine, en Littleton, Colorado, en 1999. Dos chavales vestidos con gabardinas largas y armados con una variedad de armas de fuego, incluida una carabina High Point 995 de diez cartuchos y dos escopetas Savage del calibre 12, fueron al colegio para llevar la muerte a sus compañeros de clase. Cuando todo había terminado, catorce estudiantes, incluidos los asesinos, y un maestro estaban muertos, y otros veintitrés estudiantes y miembros del profesorado resultaron heridos graves.

Los sujetos comenzaron la carnicería enfrente de la escuela cuando un agente de policía destinado al colegio se enfrentó con ellos en un tiroteo. Comenzó bien (un informe señala que alcanzó el cargador de la escopeta de uno de los asesinos), pero pronto se quedó sin munición y tuvo que retirarse, dejando la escuela en manos de los más horrendos asesinos en masa juveniles que nunca hayamos visto. Si hubiera tenido un fusil en su vehículo y hubiera estado entrenado para utilizarlo, ¿hubiera sido distinta la situación en ese colegio?

El sargento mayor Daniel Hendrex (un veterano del ejército estadounidense con dos años de experiencia de combate en Iraq y autor del libro A Soldier’s Promise) me escribió después de que diera una clase sobre «la mente a prueba de balas» en la academia de sargentos mayores del ejército de Estados Unidos. Este veterano militar proporciona un ejemplo excelente de la teoría del

Bigger Bang, cuando el cañón principal de calibre 120 mm del tanque Abrams fue empleado en la guerra en el interior de las ciudades en Iraq. (Cabe recordar que el cañón de 120 mm es descomunal en comparación con cualquier otra cosa empleada en el pasado. En comparación, el temido tanque alemán Tiger, que se empleó durante la segunda guerra mundial, llevaba un cañon principal de 88 mm.) En palabras del sargento mayor Daniel Hendrex:

Quiero agradecerle el haber arrojado luz sobre la ciencia que hay detrás de lo que ya tenía por cierto. La teoría del Bigger Bang tiene para mí un gran mérito. Haber sido sargento primero del Tercer Regimiento de Caballería Armada en Al Anbar durante la invasión de Iraq me llevó a comprender la importancia de este concepto. A continuación sigue un extracto del informe que escribí tras nuestro primer despliegue:

Empleo del cañón principal de 120 mm del tanque en operaciones militares en terreno urbano (mout en sus siglas en inglés): Ninguna emboscada o batalla duraba más de un par de minutos cuando se disparaba el cañón de 120 mm.

De los cuarenta disparos, ninguno fue más allá de los 500 metros y algunos fueron tan cercanos como los 25 metros. El efecto del proyectil heat1 de 120 mm, disparado en operaciones militares en terreno urbano, resulta devastador para la voluntad del enemigo de continuar la lucha. No resulta devastador para la infraestructura de la ciudad: en un enfrentamiento típico se realizaban dos disparos. Lo máximo que se disparó en un enfrentamiento fueron cuatro proyectiles heat.

Presencié la lucha continua (sin mucho éxito) del enemigo contra los Bradleys (con un cañón principal de 25 mm). Estos son armas mortíferas cuando se emplean como tanques, pero la insurgencia continuaba luchando. Creo que un disparo de un cañón principal de 120 mm de un tanque que se escucha y reverbera en los herméticos confines de una ciudad tiene un enorme efecto psicológico sobre la voluntad de luchar del enemigo. No recuerdo ni una batalla que durara más de cinco minutos cuando disponíamos del lujo de tener tanques. Incluso cuando no tenía tanques, mis hmmwv [vehículos tácticos con ruedas] estaban equipados con por lo menos dos AT-4 [cohetes antitanque]. Los AT-4 producían un

efecto similar.

El sargento mayor Daniel Hendrex prosigue diciendo que piensa que «la teoría del Bigger Bang es lo que define mis reflexiones sobre “la escalada de la fuerza” en mi informe tras la misión»:

Escalada de la fuerza: el concepto más difícil de hacer entender a los soldados es enseñarles a no encontrarse en desventaja en caso de un ataque o emboscada. Si los soldados se ven atacados con AK-47 (fusiles de 7.62 mm) y solo pueden responder con una M-4/M-16 (5.56 mm), entonces están en una clara desventaja. Se ensalza al ejército de Estados Unidos por tener la fuerza tecnológica más avanzada y por desplegar el armamento pesado sobre la mesa, pero en el día a día oía y veía que nuestros soldados se ponían en situaciones de desventaja.

Si el ataque es de una granada propulsada por cohete y sólo devuelves el fuego con metralletas, estás en una situación de desventaja. Se requiere una orden de mando para asegurarse de que a nuestros soldados se les dará la mejor oportunidad para sobrevivir y ganar cada enfrentamiento. Si te atacan con armas ligeras, la prioridad estriba en maximizar de forma inmediata las armas colectivas (M240B de 7.62 mm, M2 del calibre .50, MK19 de 40 mm). Si el fuego proviene de granadas propulsadas por cohete, entonces respondes con proyectiles heat de 120 mm o alguna otra arma apropiada (AT-4 o 25 mm). Una granada propulsada por cohete, un proyectil de gran potencia, exige la respuesta más hostil que puedas ofrecer. La mayoría de las granadas propulsadas por cohete se dispararon detrás de paredes de hormigón, o desde el interior de edificios; el fuego de las metralletas no te concede una gran probabilidad de terminar el enfrentamiento o de derrotar al enemigo.

El sargento mayor Daniel Hendrex concluye: «Cuando terminó nuestro año, fuimos reemplazados por una unidad del cuerpo de marines y nos enteramos de que había batallas que duraban hasta catorce horas. Estábamos confundidos por estos informes hasta que nos dimos cuenta de que no disponían del lujo de tener tanques. Gracias, de nuevo, por ayudarme a comprenderlo».

Al final, ganar la batalla en la mente del enemigo es la llave de la victoria. Y la teoría del Bigger Bang es un concepto central que permite aturdir, acobardar, y derrotar a tu enemigo, ya seas un agente de policía que utiliza un fusil para derrotar a un criminal armado con una pistola, o un soldado empleando un proyectil de tanque de 120 mm para derrotar a las tropas enemigas en el campo de batalla moderno.

Visión de túnel: «Es como mirar a través del rollo de cartón del papel higiénico»

Ahora vemos por un espejo y oscuramente.

Pablo de Tarso

Primera epístola a los corintios

La doctora Artwohl descubrió que ocho de cada diez de los agentes entrevistados experimentaron visión de túnel en sus tiroteos. A esto se lo denomina a veces estrechamiento perceptual y, como el nombre indica, bajo un estrés extremo como el que ocurre en un tiroteo, el área de enfoque visual se estrecha como si el agente estuviera mirando la situación a través de un tubo. Christensen y Artwohl refieren el caso de un sargento de policía que contaba que, mientras el sospechoso le disparaba con su pistola, sus ojos estaban enfocados en un anillo que el tirador llevaba en uno de los dedos de la mano que sostenía el arma.

Un instructor de la policía y miembro de un equipo swat en el sur de Florida relata su visión de túnel combinada con la exclusión auditiva cuando estaba forcejeando con un sospechoso armado con una escopeta recortada:

Los dos teníamos una mano en la boca del arma y los dos teníamos una mano en el gatillo. La mayoría de la gente habla de la visión de túnel diciendo que es como mirar a través del rollo de cartón del papel higiénico. Para mí, fue como mirar a través de una pajita para beber un refresco.

(Este es uno de los muchos estudios que indican que, a medida que se incrementa el ritmo cardíaco, la visión de túnel se va estrechando y la exclusión auditiva puede aumentar.) A continuación, prosigue:

Estábamos forcejeando con esta escopeta y de pronto: ¡Bum! El calibre del 12 se dispara en medio de nuestros rostros. ¿Alguien puede pensar en algo más ruidoso que un calibre del 12 en la cara? Lo que me dejó completamente perplejo es que no oí nada, y más tarde no tenía un pitido en los oídos.

Veamos un ejemplo interesante que nos ilumina sobre cómo la visión de túnel puede afectar a la precisión de tiro. Un equipo del swat en Portland, en Oregón, irrumpió en una casa donde había estupefacientes dando órdenes a gritos a dos hombres sentados en un sofá y a un tercero en una silla. El hombre en la silla se puso en pie de un brinco, sacó una pequeña pistola de un bolsillo y la apuntó al agente más cercano. Sin embargo, el agente fue más rápido y disparó una ráfaga con su subfusil MP5 y mató al hombre en el acto.

Después de haber registrado todas las habitaciones sin más incidencias, los agentes le dieron la vuelta al hombre muerto para recoger su arma; no estaba allí.

Mientras los agentes buscaban palmo a palmo por toda la habitación, el agente del swat que había disparado juraba que el hombre empuñaba una pistola. Justo cuando se iban a dar por vencidos, el fotógrafo de la policía reparó en una bolsa marrón debajo de la mesa (un agente contó luego que la había empujado con el pie durante el revuelo para apartarla del camino). Dentro de la bolsa había tuercas y tornillos... y la pistola.

Una investigación ulterior demostró que el agente había visto cómo el hombre sacaba la pistola de los pantalones y la elevaba rápidamente hacia él. En ese instante, la pistola era lo único que preocupaba al agente, era todo lo que vio mientras rociaba con un chorro de plomo caliente la mano que la empuñaba. El fuego concentrado del agente arrancó la pistola de la mano y la lanzó por los aires antes de que acabara introducida de forma limpia en la bolsa con las tuercas y tornillos.

Por supuesto que la prensa quiso hacer ver que alguien había introducido la pistola en la bolsa, pero había una prueba que los medios no conocieron hasta que la policía la reveló durante el proceso oficial de investigación. Dentro del guardamonte de la pistola estaba el dedo índice amputado del hombre. La visión de túnel, junto con la exclusión auditiva y un conjunto de otras distorsiones perceptivas, están comúnmente asociadas con niveles altos de ansiedad presentes por lo general en cualquiera que se vea envuelto en una situación potencialmente letal.

En la mayoría de los casos, al adversario le ocurre lo mismo. Es probable que te esté mirando través del rollo de cartón del papel higiénico o, como otros lo describen, «a través del agujero de un donut». Para aprovecharse de su distorsión visual, muévete rápido a tu derecha o izquierda de forma que, en efecto, desaparezcas o «te esfumes de su pantalla de radar». Para que pueda relocalizarte visualmente, tiene que parpadear, echarse para atrás y mover la cabeza hacia ti. Durante el segundo crítico que necesita para hacerlo, dispones de un breve momento de ventaja. Esta técnica de moverse hacia un lado se enseña en muchos sitios hoy en día y ha demostrado ser extremadamente valiosa en los ejercicios con paint bullets. Comprender el efecto de la visión de túnel nos ayuda a diseñar este tipo de técnicas y comprender cómo funcionan.

Hay razones para creer que podemos adiestrar a los guerreros para que rompan la visión de túnel mediante el uso del escaneo y la respiración tras haber realizado un disparo. Volver físicamente la cabeza y escanear el campo de batalla tras un enfrentamiento parece contribuir a que disminuya la visión de túnel. Incluso si el guerrero permanece en visión de túnel, volver la cabeza le permite ver otras amenazas como si estuviera escaneando con la luz de una linterna. La respiración táctica (que se aborda con detalle más adelante) también ayuda a la persona a mantenerse en calma y a recobrar la compostura. Hacer que las personas en el campo de tiro realicen un escaneo y respiren después de disparar consigue que el procedimiento se convierta en una valiosa respuesta condicionada automática.

Advertir a nuestros guerreros con antelación de que pueden experimentar estos fenómenos reviste un enorme valor. Un policía citado en el libro de Artwohl y Christensen dio un ejemplo clásico de la tremenda ventaja que supone tener esta información:

Me he visto involucrado en tres tiroteos. Antes de los dos primeros, nadie me había enseñado lo que me podía esperar. Rendí bien pero me sentí en shock, desorientado, confuso y, a veces, fuera de control debido a todas las cosas raras que experimenté durante y después del tiroteo. No sabía qué pensar y eso hacía más difícil superarlo durante y después del incidente. Tras el segundo tiroteo, busqué ayuda y aprendí sobre todas esas cosas raras que había estado experimentando. El doctor también me enseñó los principios del adiestramiento para la inoculación del estrés y empecé a utilizarlos para prepararme de cara al futuro. Así que cuando me vi en otra situación, el adiestramiento fue crucial. Esta vez sabía lo que me podía esperar y fui incluso capaz de controlar y compensar la visión de túnel, las distorsiones de los sonidos y otras cosas extrañas que afectaron a mi mente y a mis emociones. También me recuperé mucho más rápido porque sabía que no estaba loco y sabía lo que tenía que hacer para cuidar de mí mismo.

Nuestro objetivo es crear guerreros como este, preferentemente antes de que vayan por primera vez al combate. «Hombre prevenido vale por dos», y debemos enviar a nuestros guerreros al combate lo mejor armados e informados que sea humanamente posible.

1 Por sus siglas en inglés, High Explosive Anti Tank (explosivo antitanque de alto poder).

Sobre el combate

Подняться наверх