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1. El combate: la fobia universal

Quizás cada batalla en la historia mundial sea diferente de las demás, pero deben tener algo en común si por lo menos podemos agruparlas bajo el término «batalla» ... no es algo «estratégico», ni «táctico» ni «técnico». No es algo que una cantidad suficiente de mapas coloreados revelará, o una colección de estadísticas comparativas sobre fuerzas y bajas, o incluso cualquier conjunto de lecturas paralelas de los clásicos militares, si bien los clásicos iluminan de manera brillante nuestra comprensión de la batalla una vez que hemos llegado ahí. Lo que las batallas tienen en común es lo humano: el comportamiento de los hombres mientras intentan reconciliar su instinto de supervivencia, su sentido del honor y la consecución de un objetivo por el que otros hombres están dispuestos a matarles. En consecuencia, el estudio de las batallas es siempre el estudio del miedo y, normalmente, del valor y, normalmente, también la fe y, a veces, la visión.

Sir Herbert Butterfield

Man on his past

Introduje el concepto de la «fobia humana universal» en trabajos que presenté en las convenciones anuales de la Asociación Americana de Psiquiatría, la Asociación Americana de Psicología y en el Internal Congress of Critical Incident Stress Management. Este concepto no está exento de controversia, pero sí que añade un nuevo nombre a algo que por lo general es bien conocido. Y tampoco es verdaderamente «universal» pues probablemente afecta al 98 por ciento de la población, si bien es razonablemente cercano para las ciencias de la conducta.

Hay que entender que una fobia es mucho más que simplemente miedo. Es un miedo irracional, insoportable e incontrolable sobre un objeto en concreto o un acontecimiento. Antes de hablar de la fobia humana número uno, déjame que te cuente lo que la mayoría de los expertos consideran que es la fobia más común, aunque yo diría que es la segunda: las serpientes.

Las investigaciones sobre las fobias no forman parte de las ciencias exactas. Incluso las definiciones sobre lo que exactamente constituye una «escala de respuesta fóbica» pueden variar enormemente, si bien muchos expertos están de acuerdo en que la fobia más común (después de la fobia humana universal) es a las serpientes. Aproximadamente un 15 por ciento de la población tiene esa respuesta fóbica hacia ellas. Eso significa que, si arrojara un cubo lleno de serpientes en una habitación atestada de gente, aproximadamente un 15 por ciento de las personas sufriría una verdadera respuesta fóbica según la escala. Al ver la masa de serpientes retorciéndose, un mensaje se dispararía directamente de sus ojos a sus pies, esquivando la parte lógica de sus cerebros. Estas pobres personas correrían hacia la puerta sin ningún atisbo de pensamiento consciente y algunos dejarían detrás un rastro de innecesaria masa humana. ¿Y que haría el restante 85 por ciento? Unos se apartarían, otros lucharían contra las serpientes e incluso otros venderían entradas para el espectáculo.

La mayoría de la gente tiene alguna fobia que le supera. Si la tuya no son las serpientes, puede que lo sean las arañas, las alturas o la oscuridad. Sin embargo, la fobia que supera a casi todo el mundo es a la agresión humana interpersonal. Esta es la fobia humana universal. Si apareciera ante otro grupo y vaciara el cargador de una pistola en uno de ellos o le agrediera a machetazos, hasta el 98 por ciento del público promedio experimentaría una verdadera respuesta fóbica.

Pensemos en el caso de John Muhammad y su pequeño amigo Malvo, los «francotiradores» asesinos en serie que actuaron en el área de Washington D.C., en el otoño de 2002. Millones de ciudadanos, literalmente, en varios estados, alteraron su comportamiento diario porque el «francotirador del Beltway»1 aún no había sido detenido. Muchos automovilistas dejaron de repostar en gasolineras de autoservicio y sólo iban a las que tenían dependientes para no tener que salir de su vehículo. Los consumidores corrían literalmente desde sus vehículos a las puertas de las tiendas y, tras efectuar las compras, corrían de vuelta. Los acontecimientos deportivos infantiles fueron restringidos, así como un sinfín de actividades cotidianas. Esto no era un comportamiento racional, sino un miedo irracional e incontrolable; una fobia.

Posiblemente estemos viviendo la época más violenta en tiempos de paz. El índice de homicidios no se dispara gracias a la tecnología médica, pero el índice de agresiones con arma blanca o de fuego, el indicador de la frecuencia con la que intentamos matarnos o lesionarnos de forma grave los unos a los otros, puede que esté en su nivel más alto en tiempos de paz. Esto es cierto respecto de todas las principales naciones industrializadas del mundo y, sin embargo, la violencia es increíblemente poco frecuente. El índice de agresiones con arma blanca o de fuego en los Estados Unidos es de sólo cuatro por mil al año. Eso significa que 996 de cada 1.000 estadounidenses pasará un año sin que nadie intente infligirle algún daño físico serio. Cada día, trescientos millones de estadounidenses se topan los unos con los otros, pero el estadounidense medio vivirá toda su vida sin que nadie intente cometer una agresión criminal contra su persona.

Cuando sufrimos la violencia en nuestras carnes, el efecto es devastador. Nos hace añicos. La mayoría de nosotros esperamos que cualquier perro desconocido que nos encontremos muerda. Igualmente, la mayoría de nosotros esperamos que las serpientes nos ataquen. Es lo que se supone que hacen. Pero no esperamos que uno de los millones de ciudadanos con los que interactuamos a lo largo de una vida corriente nos intente matar. Simplemente, no podemos vivir una vida con la expectativa de que cada ser humano con el que nos encontramos pueda intentar matarnos.

Así que, cuando alguien realmente intenta matarnos, simplemente es algo que no es correcto y, si no vamos con cuidado, puede destruirnos. El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (dsm por sus siglas en inglés), la «Biblia» de la psiquiatría y psicología, señala específicamente que, todas las veces que el factor causal de un estresor es de naturaleza humana, el nivel de trauma normalmente resulta más agudo y duradero. Por el contrario, el dsm señala que el trastorno por estrés postraumático no es frecuente y, de darse, resulta leve si es en respuesta a un desastre natural o a un accidente de tráfico. Es decir, cuando el que causa nuestro miedo, dolor y sufrimiento es otro ser humano, nos hace añicos y nos destruye por completo.

Sin control alguno, el estrés extremo es un carnívoro emocional y físico. Mastica con hambre a tantos de nuestros agentes de policía con sus colmillos afilados como cuchillas y lo hace de forma subrepticia y silenciosa en todas las parcelas de sus vidas. Afecta a su rendimiento en el trabajo, a sus relaciones personales y, a la postre, a su salud. Durante la primera y segunda guerra mundial y en la guerra de Corea, el número de soldados retirados de primera línea por causas psiquiátricas fue mayor que el número de muertes en combate.

El estrés del combate debilita a más guerreros que el número de los que mueren en combate. Es en este entorno tóxico, corrosivo y destructivo de la fobia humana universal en donde pedimos a nuestros soldados y policías que vivan, y que mueran. Es el terreno del combate.

Moviéndose ante el sonido de las armas

No hay que temer a la muerte. La muerte, con el tiempo, nos llega a todos. Y todos los hombres están asustados en su primera acción. Y si uno lo niega, es que es un maldito mentiroso. Algunos hombres son cobardes, sin duda, pero luchan igual o, de no hacerlo, les cae la de Dios es Cristo.

El héroe de verdad es aquel que lucha a pesar de estar asustado. Bajo fuego, algunos se sobreponen a su miedo en un minuto; a otros les lleva una hora; para algunos es cuestión de días; pero un hombre de verdad nunca dejará que el miedo a la muerte domine su sentido del honor, su sentido del deber, a su patria y a su hombría.

General George Patton

Dado que los policías y los soldados se adentran en la fobia humana universal, moviéndose intencionadamente en este terreno en el que otros seres humanos intentarán hacerles daño o matarlos, resulta vital que entiendan la naturaleza del terreno y que entiendan el combate.

Cualquier otra criatura racional y en su juicio sobre la faz de la tierra huiría ante el sonido de la armas. Unos pocos valientes se arrastran para atender a los heridos y puede ser que unos pocos enajenados se arrastren para tomar fotos. Pero, en general, cuando hay disparos y los cuerpos caen, cualquier otra criatura racional en su sano juicio sale corriendo por patas. Los conejos y los estudiantes, los profesores y las gacelas, y los abogados y las cucarachas, todos se esfuman.

Ahora bien, el bombero, el paramédico e incluso el periodista puede ser que se adentren ante el sonido de las armas, pero no tienen ninguna intención de enfrentarse con el ser humano que está provocando el estruendo. Solo hay un individuo que hace eso: el guerrero. Mientras cualquier otra criatura huye, el guerrero va a doscientos por hora para llegar a un tiroteo.

Loren Christensen cuenta que respondió a un incidente en el que un hombre, armado con una escopeta, estaba en el piso doce de un edificio de oficinas. El parte señalaba que ya había matado a una persona y ahora estaba acechando en el pasillo. Tras sufrir los empujones de la masa histérica que huía, Christensen, dos agentes y tres paramédicos entraron en un ascensor del vestíbulo. Mientras ascendían al horror que les aguardaba, los agentes decidieron un plan rápido para salir del ascensor y adentrarse en el pasillo. Los paramédicos no hicieron ningún plan, sino que se mantuvieron pegados contra la pared del ascensor con una expresión que indicaba que hubieran deseado haberse quedado esperando en el vestíbulo. Cuando las puertas se abrieron de pronto, los paramédicos decidieron sabiamente quedarse atrás, apoyados con más fuerza contra la pared. Los policías, por el contrario, salieron de inmediato del ascensor en busca del asesino.

¿Hay algo que no funciona con esta gente? No, hay algo gloriosamente correcto en ellos. Porque, si no tuviéramos guerreros, hombres y mujeres dispuestos a avanzar en dirección al sonido de las armas y dispuestos a enfrentarse al mal, en el intervalo de una generación muestra civilización dejaría de existir.

Es una cuestión personal

Todo el infierno se desatará por esto.

Shakespeare

Enrique V

Para entender por qué la agresión humana interpersonal es tan tóxica, permíteme primero que te pida que consideres dos escenarios. En el primer escenario, un tornado arranca tu casa y te envía a ti y a tu familia al hospital. En el segundo escenario, una banda entra en medio de la noche, os propina una paliza a ti y a tu familia tan brutal que termináis en el hospital y además os queman la casa hasta los cimientos. En ambos casos, el resultado último es idéntico: te has quedado sin casa y tú y tu familia estáis en el hospital. Entonces, ¿cuál es la diferencia?

Cada vez que hago esta pregunta en presentaciones por todo el mundo, el público contesta lo mismo: el tornado es un acto de la naturaleza; pero cuando es obra de una banda, es una cuestión personal. «¡Es una cuestión personal! Voy a darles caza y matarlos como a perros.» ¿Alguna vez has oído a alguien responder así sobre un tornado?

El ataque de la banda convierte el acto en personal, con el énfasis en la palabra «persona», en el sentido de humano. Procesamos la agresión humana interpersonal de una forma completamente diferente. No es el miedo a la muerte. Todos sabemos que moriremos, pero queremos tener un cierto grado de control sobre cómo moriremos. Podemos aceptar el hecho de morir de viejo, o que un «acto de la naturaleza» pueda quitarnos la vida o la de nuestros seres queridos. Pero no podemos soportar la idea de que alguien «jugando a ser Dios» decida, sin la menor provocación o autoridad, quitarnos lo más valioso que tenemos. Incluso peor es la idea de que alguien decida deliberadamente robarnos las vidas de nuestros seres queridos.

La presencia de un asesino en serie en una ciudad puede hacer cambiar el comportamiento de la ciudad entera. El sargento detective Joe Friday que protagonizaba la serie televisiva Dragnet lo explica así:

Los asesinos en serie son como los virus, diferentes cepas destruyen diferentes células. Pero al final todos siguen el mismo patrón. A menos que se los detenga, el huésped muere. En este caso, el huésped es la ciudad y la toxina el miedo.

Un solo asesino en serie puede cambiar el comportamiento de una ciudad entera, pero este año más de 400.000 estadounidenses morirán de una muerte lenta, horrible y que se podría evitar a causa de fumar cigarrillos, y eso no altera el comportamiento de la mayoría de los fumadores. Mi intención aquí no es «cebarme» contra los fumadores. Me gusta fumarme un puro de vez en cuando y, si al final tengo que pagar el precio por eso, es algo que yo elegí. Pero si te apetece entrar en mi casa para causarme a mí y a mi familia una muerte lenta y horrible, la cosa cambia por completo.

Tan sólo la lejana posibilidad de un enfrentamiento interpersonal influencia mucho más nuestro comportamiento que la certidumbre estadística de una muerte lenta y horrible a causa del cáncer. Desde un punto de vista estadístico, esto no es racional.

Una de las fobias más comunes es la de hablar en público, en realidad, un eco distante, un reflejo de la fobia universal. Tememos ponernos delante de grandes grupos de personas y hacer algo que pueda resultar en que nos convirtamos en el objetivo de sus agresiones. De nuevo, esto no es racional; se trata de un miedo irracional, una fobia.

Para entender de verdad la magnitud del terreno del combate tóxico y corrosivo y a aquellos que tienen que funcionar ahí, debemos comenzar por entender el concepto de la fobia humana universal. El psicólogo Abraham Maslow estableció el concepto de lo que se conoce comúnmente como la jerarquía de necesidades de Maslow. Escribió que ciertas necesidades más bajas tienen que ser colmadas antes de que necesidades más elevadas puedan ser satisfechas. Maslow señala que una sociedad se asienta sobre un fundamento y ese es un entorno que resulta razonablemente seguro y sin peligro. Lo que dice Maslow, en definitiva, es que si una nación no puede crear un entorno en el que sus ciudadanos se sientan razonablemente seguros (en particular, respecto de la agresión interpersonal, ya sea de criminales violentos, terroristas o invasores), entonces esa nación ha violado el contrato social y, a la postre, puede llegar a perder su razón de ser. ¿Por qué deberían los ciudadanos pagar impuestos y obedecer las leyes de una nación que no es capaz siquiera de mantener a sus niños a salvo de los pederastas?

Nuestros guerreros son los que crean este fundamento. Son los que se enfrentan a la fobia humana universal, el elemento más tóxico, corrosivo y destructivo que puede impactar en nuestra sociedad. Son el fundamento del edificio, y si el fundamento se agrieta, el edificio se resquebraja y cae.

Cuando empiezas a dudar de la nobleza de tu misión o de la santidad de tu profesión porque tu corazón se te ha vuelto pesado, o sientes enfado, desilusión, o te sientes privado de tus derechos, traicionado o confuso, detente y escucha a las voces... Las voces que se elevan desde un campo en Pensilvania, de una pared en el Pentágono y de un solar de tierra que el mundo ahora conoce como Zona Cero. Porque, si escuchas, podrás oír cómo esas almas te dan las gracias por lo que haces. Oye cómo animan a continuar. Deja que te lleven durante este momento difícil, permite que te alimenten y te den nuevos bríos y deja de dudar. Porque sois guerreros y campeones para aquellos que se fueron antes y para los que ahora son los más vulnerables. Se os admira y respeta, porque sois los mejores en lo que hacéis. Dios os bendiga y Dios bendiga a Estados Unidos de América.

John R. Thomas

First Deputy Superintendent

Departamento de policía de Chicago

1 The Beltway es el nombre de la Interstate 495, una autopista que rodea Washington D.C.

Sobre el combate

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