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Todos los que pertenecen al mundo del espectáculo saben que la gente que no paga en las sesiones de preestreno es la más difícil de contentar. Por lo general, el hecho de que obtengan gratis la invitación no garantiza su aprecio, o ni siquiera que vayan a mostrarse amables. La persona que paga un buen precio por algo es probable que deposite en ello más valor que el hombre que lo consigue sin coste. Este viejo proverbio se aplica a los espectáculos teatrales y al público invitado a la fuerza.

Pero no esa noche. Aquella multitud no era en modo alguno capaz de permanecer indiferente.

El telón se bajó a las diez menos once minutos, y la ovación continuó hasta que el reloj de Tina señaló la hora en punto. Los artistas de Magyck! tuvieron que saludar con la cabeza muchas veces; luego, los técnicos, la orquesta, todos enrojecidos por la excitación de formar parte de un éxito fuera de serie. Ante la insistencia del feliz y bullicioso público vip, los focos iluminaron el palco donde se encontraban Joel Bandiri y Tina, y se vieron recompensados con una atronadora ronda de aplausos.

Tina sentía correr la adrenalina en su interior mientras sonreía, sin respiración, incapaz de absorber la abrumadora respuesta a su trabajo. Helen Mainway charlaba, excitada, de los espectaculares efectos especiales; Elliot Stryker tenía en cartera un infinito repertorio de cumplidos, así como algunas astutas observaciones sobre los aspectos técnicos de la producción. Charlie Mainway estaba sirviendo una tercera botella de Dom Pérignon, las luces se encendieron y los asistentes, a desgana, comenzaron a marcharse. Tina apenas pudo beberse el champán porque todo el mundo se detenía junto a su mesa para felicitarla.

A las diez y media, la mayoría de la audiencia se había ido, y los que aún quedaban allí hacían cola, avanzando hacia las puertas traseras de la sala. Aunque esa noche no había otra función, como ocurriría cada noche a partir de entonces, los camareros y las camareras estaban muy atareados limpiando las mesas, para volver a colocar manteles nuevos de lino y la cubertería de plata de cara a la función del día siguiente a las ocho de la noche.

Cuando el pasillo de enfrente del palco quedó vacío de gente, Tina se levantó y se reunió con Joel mientras este se acercaba. Lo rodeó con sus brazos y, ante su sorpresa, comenzó a llorar de felicidad. Lo besó con fuerza y Joel proclamó que el espectáculo era «un Gargantúa como nunca había visto otro».

Al llegar a los bastidores, la fiesta de la noche de estreno estaba en todo su apogeo. Los decorados y accesorios habían sido retirados, y habían instalado ocho mesas plegables, con manteles blancos, cargadas de comida: cinco hors d’oeuvres, ensalada de langosta, ensalada de cangrejo, ensalada de pasta, filet mignon, pechugas de pollo en salsa de estragón, patatas asadas, pasteles, tartas, frutas frescas, bayas y quesos. El personal de la dirección del hotel, coristas, bailarines, magos, técnicos y músicos formaban grupos alrededor de las mesas, probando de todo un poco, mientras que Philippe Chevalier, el jefe principal de los cocineros del hotel, lo vigilaba todo personalmente. Sabedores de que tenían preparado ese auténtico festín, pocos de los presentes habían cenado previamente; y, por supuesto, los bailarines habían comido poco, o, en la mayoría de los casos, nada en absoluto desde su ligero desayuno. Todos lanzaban exclamaciones sobre la comida y se amontonaban en torno del bar portátil. Con el regusto de los aplausos aún fresco en todas las mentes, la fiesta llegó pronto a su pleno apogeo.

Tina se mezcló con los grupos, fue de aquí para allá, al frente y al fondo del escenario, surcando la multitud. Dio las gracias a todo el mundo por su contribución al éxito del espectáculo. Y felicitó a cada uno de los miembros del reparto y a los técnicos por su dedicación y profesionalidad. En varias ocasiones se encontró con Elliot Stryker, y este pareció genuinamente interesado por saber cómo habían conseguido los asombrosos efectos del decorado. Era un buen oyente y hacía preguntas brillantes. Cada vez que Tina debía desplazarse para hablar con alguna otra persona, lamentaba tener que dejar a Elliot y, cada vez que se encontraba de nuevo con él, permanecía a su lado más tiempo. Tras su cuarto encuentro, perdió la cuenta del tiempo que llevaban charlando. Finalmente, se olvidó de seguir dando vueltas por allí.

Se quedaron cerca de la columna izquierda del proscenio, alejados del flujo principal de la fiesta. Mordisquearon algunos pastelillos y hablaron un poco más de Magyck!, para pasar después a otros temas: la ley, Charlie y Helen Mainway, los bienes raíces en Las Vegas, o sus películas de superhéroes favoritas.

—¿Cómo puede Batman llevar un traje de goma blindado todo el tiempo y no tener un sarpullido crónico? —preguntó él.

—Sí, pero un traje de goma tiene sus ventajas.

—¿Cómo cuáles?

—Puedes pasar directamente del trabajo de oficina al buceo sin cambiarte de ropa.

—Come comida para llevar a doscientos kilómetros por hora en el Batmóvil, y no importa lo desastroso que se ponga, ya se lavará más tarde.

—Exactamente. Después de un duro día de lucha contra el crimen, puedes emborracharte y vomitarte encima, y no importa. No tienes que pagar facturas para la limpieza en seco.

—De negro, está vestido para cualquier ocasión.

—... desde una audiencia con el papa hasta un acto conmemorativo al marqués de Sade.

Elliot sonrió. Se terminó su pastel.

—Supongo que estarás por aquí muchas noches a partir de ahora —dijo él.

—No. En realidad no necesito hacerlo.

—Pensé que una directora...

—La parte más importante de la dirección ya se ha acabado. Tendré que comprobar la marcha de las representaciones cada dos semanas, más o menos, para asegurarme de que el tono de la obra no se va perdiendo respecto de mi intención al dirigirla.

—Pero también eres la coproductora —insistió Elliot.

—Es cierto, aunque, ahora que el espectáculo ha comenzado con éxito, la mayor parte de mis obligaciones como productora se centrará en el área de las relaciones públicas y la promoción. Y un poco también en la organización, para que la producción siga funcionando sin problemas. Pero la mayor parte de esas cosas las llevo desde mi despacho. No necesito estar siempre cerca del escenario. En realidad, Joel dice que no resulta saludable para un productor permanecer cada noche entre bastidores..., o ni siquiera la mayor parte de las noches. Dice que no haría otra cosa que poner nerviosos a los intérpretes, y que los técnicos estarían más pendientes del jefe que de mantenerse concentrados en su trabajo.

—Pero ¿serás capaz de resistirte?

—No me resultará fácil alejarme de todo esto. Pero en lo que Joel dice hay una gran dosis de sentido común, por lo que trataré de tomarme las cosas con frialdad.

—De todos modos, me parece que estarás aquí cada noche, por lo menos durante la primera semana.

—No —repuso Tina—. Si Joel tiene razón, y estoy segura de que es así, será mejor que me acostumbre a permanecer alejada del escenario desde el comienzo.

—¿Mañana por la noche?

—Oh, es probable que me asome por aquí en un momento u otro.

—Supongo que irás a alguna fiesta de Nochevieja.

—Odio las fiestas de Nochevieja. Todo el mundo anda borracho y molestando.

—Pues, en ese caso..., mientras vienes y te vas después de echar un ojo a Magyck!..., ¿te parece que tendrías tiempo para cenar?

—¿Me estás pidiendo una cita...?

—Trataré de no sorber la sopa...

—¿Me estás pidiendo una cita...? —repitió ella, complacida.

—Sí. Y hace muchísimo tiempo que no pasaba por estos malos tragos.

—Y eso, ¿por qué?

—Por ti, supongo.

—¿Hago que lo pases mal?

—Me haces sentir joven. Y cuando era joven, pasaba muy malos ratos.

—Qué bonito es eso...

—Intento encantarte.

—Pues lo estás consiguiendo.

Él sonrió con calidez.

—Pues mira, de repente, ya no me encuentro tan aturullado...

—¿Quieres empezar otra vez?

—¿Te gustaría cenar conmigo mañana?

—Claro que sí. ¿Qué te parece a las siete y media?

—Estupendo. ¿Con traje de etiqueta o de calle? —preguntó Elliot.

—Con vaqueros.

Él se llevó las manos al cuello almidonado y a las solapas de satén de su esmoquin.

—Me alegra que digas eso.

—Te daré mi dirección —prosiguió ella, mientras buscaba un bolígrafo en su bolso.

—Podríamos encontrarnos aquí, ver los primeros números de Magyck! y luego ir al restaurante.

—¿Y por qué no al restaurante directamente?

—¿No quieres pasar un momento por aquí?

—He decidido conservar la sangre fría.

—Joel estará orgulloso de ti.

—Si en realidad lo consigo, la que estaré orgullosa seré yo de mí misma.

—Lo conseguirás. Eres valiente.

—Cuando me encuentre en mitad de la cena, seguro que se apoderará de mí una desesperada necesidad de venir a todo correr aquí y empezar a hacer de productora.

—Aparcaré el coche delante de la puerta del restaurante, y, por si las moscas, dejaré el motor en marcha.

Tina le facilitó su dirección, y luego, sin darse cuenta, estaban hablando de jazz y de Benny Goodman, y, más tarde, del vergonzoso servicio que la compañía telefónica de Las Vegas proporcionaba, es decir, hablaban de trivialidades, como si en realidad fuesen viejos amigos. Él tenía una gran variedad de intereses; entre otras muchas cosas, era esquiador y piloto, y conocía historias muy divertidas sobre aprender a esquiar y a volar. Elliot hizo que ella se sintiera a gusto, aunque, al mismo tiempo, también la intrigó. Proyectaba una imagen interesante, una mezcla de poder y gentileza, de sexualidad agresiva y de amabilidad.

Un espectáculo de éxito..., montañas de cheques por derechos de autor..., una infinidad de nuevas oportunidades a su alcance debido a su aplastante primer éxito... la perspectiva de un nuevo y excitante amante...

Mientras enumeraba sus bendiciones, Tina se asombró de cuánta diferencia puede haber de un año a otro en una vida. De la amargura, el dolor, la tragedia y una tristeza insoportable, había dado la vuelta para enfrentarse a un horizonte iluminado por una promesa en ciernes. Por fin, el futuro merecía la pena de ser vivido. Es más, no podía imaginarse que algo pudiese salir mal.

Los ojos de la oscuridad

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