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Capítulo 6

Sede de la DEA – Miami

EL FANTÁSTICO cerebro electrónico de la DEA seguía sacando de sus entrañas todos los recuerdos que durante años había tragado sin descanso. Un alud de información era memorizada todos los días desde muchos lugares del mundo.

Lo increíble era poder recuperarla en forma útil. De eso se ocupaba el teniente Kant. Su estilo sutil para hacer hablar el monstruo electrónico era legendario. Según él, allí estaba todo lo necesario para destruir al narcotráfico. Si no estaba en éste, estaría en otro banco de datos. Hoy no queda nada fuera de las computadoras. Lo difícil es poder usarlo en forma eficiente. Ésa era su tarea.

—Saca a relucir lo que tengamos del Águila –pidió el comandante al teniente Kant.

Extendieron sobre la mesa su expediente y una docena de fotografías logradas con teleobjetivos por los espías de la DEA. Era un arduo trabajo lograr cada una de ellas, similar al del fotógrafo de animales salvajes. Largas esperas en silencio y la mayoría de las veces... nada. Cada fotografía tenía un costo muy alto.

Steward tomó una instantánea y la comparó con la obtenida del ordenador. El parecido era total. Pasó ambas fotografías a su colega Andrés Smith, mientras él revisaba las demás.

En esos momentos el computador comenzó a entregar un largo detalle del Águila:

Nombre: Juan Carlos García Torres. Alias: El Águila.

Nacido en Barrancabermeja, al Noreste de Medellín. Fecha: 18 de Junio de 1952.

Padres colombianos.

Piloto desde los dieciocho años de diferentes aviones. Realizó y aprobó cursos con cazas militares. Abandonó el ejército. Razones: le gustaban más las acrobacias que la guerra. Piloto de líneas de turismo del Caribe y Centroamérica.

Ningún accidente a pesar de sus arriesgadas maniobras en los circos aéreos acrobáticos.

Domina el inglés. Colombiano a muerte. Orgulloso de su raza y de su patria.

Su actividad es conocida por informantes desde Colombia, en forma indirecta. Comenzó con el narcotráfico desde la llegada del doctor Ocampo al poder, quizás motivado por su amistad y para poder comprar su propio avión. Un Beechcraft King Air usado, modelo 1974, que él dejó mejor que nuevo. Voló en muchas ocasiones hacia Norteamérica sin ser detectado.

Su fidelidad, ánimo alegre, cultura y desenvolvimiento social, lo rodearon siempre de amigos.

Uno de ellos, de su misma edad y del mismo lugar de nacimiento, era el doctor Miguel Ocampo Freedman.

El Águila fue el piloto y amigo íntimo del doctor Ocampo mucho antes de llegar a su actual posición. Lo llevaba contratado en sus viajes de negocios y podía decirse que eran como hermanos.

Sus familias eran vecinas y amigas. Fue algo predecible que, al llegar el doctor Ocampo al cargo de presidente del grupo de Cárteles, pasara a ser su piloto privado y secretario de extrema confianza. Era sabido que el Águila daría la vida por su amigo.

¿Pero, sería igual a la inversa...?

Unos golpecitos en la puerta anunciaron la llegada del teniente William Foster. Hizo el intento de saludar, pero se frenó en seco. Con una mueca en la cara se dirigió hacia la mesa de trabajo, levantó una fotografía del Águila y preguntó muy preocupado:

— ¿Qué hacen con las fotografías de mi amigo Alan Carreras? ¿Por qué están aquí? Acabo de acompañarlo del aeropuerto al hospital. Por eso me demoré... No pensaba que ustedes se interesaran por él. Lo conozco bien y no hizo nada malo...

En su rostro podía leerse que era muy desagradable encontrarse con la noticia: la DEA investigaba a quien él consideraba un amigo honesto, sin líos con la justicia.

Sus compañeros lo observaron como pensando: tan temprano y borracho... pero el comandante Parker lo miró con interés. –Teniente, identifíquelo revisando las fotos con más detenimiento. Tómese el tiempo necesario.

El teniente repasó una fotografía detrás de otra, hasta llegar al detalle de la cara ampliada. Suspiró profundamente mientras devolvía el paquete de fotografías, aliviado.

—Disculpen mi confusión. No es Carreras. Pero son tan parecidos que podrían confundir a sus propias mujeres.

Se sentó tranquilamente. Su amigo no tenía problemas. –Hábleme de Carreras –le pidió el comandante.

El teniente Foster lo miró sorprendido. ¿Qué interés podía tener la DEA en un Ingeniero en Petróleo? Pero como lo mandaba el jefe... Comenzó a resumir la vida de su amigo.

—Alan Carreras es mi amigo desde hace muchos años. Nos conocimos en unas vacaciones que hicimos con nuestras familias, en Honolulu. Es muy buena persona, pero tuvo poca suerte. Su esposa y su hija fallecieron en un accidente de tránsito en Oklahoma, cuando él se encontraba trabajando en perforaciones petroleras del norte argentino, en Caimancito, cerca de Tartagal, si mal no recuerdo. Cuando llegó, al cabo de tres días, ya estaban enterradas. De esto hace cinco años. Desde entonces es un solitario. No tiene más familia que sus amigos. Casi todos están en la boca de los pozos petroleros.

Ha viajado con las empresas que lo contratan por todos los lugares donde perforan. Es lo que se dice un experto reconocido. Acaba de llegar desde Medio Oriente, de Arabia Saudita para ser más precisos. Sufrió un accidente al incendiarse el gas de un pozo a medio hacer. Está consciente, pero tiene la cara, el brazo derecho, una pierna y el pecho con quemaduras muy serias. Seguramente necesitará injertos, pero gracias a Dios, los médicos dicen que sobrevivirá.

Una loca idea pasó por la cabeza del comandante Parker. Su oficio era jugar al ajedrez contra los narcos y muchas veces sus peones morían. Nunca había podido hacer un jaque al rey. Pensó que esa jugada merecía analizarse. Y si fuese posible, ganar una dura partida.

—Traigan el expediente del señor Carreras –ordenó a su asistente ante la sorpresa del teniente Foster y del resto del grupo.

—Todo lo tratado y visto en esta reunión es top secret. Lo repito, tal vez innecesariamente, pero es fundamental el más riguroso secreto de esta investigación. Quizás ese señor Carreras sea una pieza fundamental en este juego... –dijo en voz baja, casi para sí mismo, sin que los demás entendieran los motivos.

Se retiraron del salón de reuniones.

El comandante quedó en su sillón y extrajo su pipa. La acarició y llenó de perfumado tabaco que él mismo preparaba y mezclaba con cognac y otras hierbas.

Comenzó a mecerse rítmicamente. Al ritmo de sus pensamientos... y volvió a mirar sin ver. Volvió al interior de su cerebro. Allí podría encontrar algunas respuestas...

Una cosa es segura. El piloto fue ejecutado con una tecnología casi infalible por un experto que conocía de explosivos algo más que la mayoría. ¿Por qué tanto esmero en no fallar?

Otro dato seguro: el piloto era el Águila. ¿Por qué eliminar al amigo de infancia del Jefe y al mejor piloto de los narcos?

Otro dato seguro: fue ejecutado en su propio avión. Eso encajaba mejor. Los narcos no habían perdido ninguno como pensara al principio.

Todo fue estudiado detalladamente. Matar sin dolor. Matar en forma instantánea. Matar en circunstancias en que la víctima se encontraba feliz, haciendo lo que más le gustaba: volar.

Una ejecución de lujo, como un tiro de gracia a un querido caballo desbarrancado. Una acción obligada por las circunstancias y contraria a la voluntad. Parecía leer un letrero luminoso: “Lo mato así porque lo quiero”. Se sentía el afecto hacia la víctima. Veía claramente la mano letal y poderosa del doctor Ocampo...

Nadie habría osado matar a su amigo sin su consentimiento. De eso sí estaba totalmente seguro.

Cazador de narcos

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