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Capítulo 7

Sede central de la DEA – Miami

EL COMANDANTE Parker había memorizado todos los datos que sus colaboradores le habían aportado, tanto de los laboratorios como del ordenador de la DEA.

Seguía sentado en el extremo de la mesa de roble aún llena de pocillos de café vacíos y algunas colillas de cigarrillo de la reciente reunión. Necesitaba meditar.

Tomó su pipa con ambas manos sobre el pecho y se reclinó mirando al infinito. A su estilo. Viendo qué elaboraba su cerebro. El balanceo rítmico empezó y siguió durante un buen rato, hasta entrar casi en trance.

Estoy entrando a un laberinto... no debo perderme... Para llegar a la salida tengo que mantener mi mano derecha tocando constantemente la pared. Vaya donde vaya. Así nunca me perderé... debo tocar constantemente algo sólido. Algo que sea seguro y confiable.

¿Qué tengo seguro y confiable?

¿Puede ser una treta de los narcos? Totalmente descartado. No hay arenas movedizas...

¿Podría ser una falla humana o del avión y yo estoy viendo visiones? Descartado. El explosivo fue colocado para matar. Es real. Hubo un asesinato.

¿Tengo alguna duda con respecto a la víctima? Tampoco. La identificación ha sido fehaciente. Hasta aquí todo muy sólido.

¿Conozco a su ejecutor?

Por ahora no... Hay indicios contradictorios...

Si mandó al fondo del mar a un piloto, ¿por qué le dejó puesto un anillo nuevo de ochenta mil dólares? Es mucho más lógico que lo dejara en casa hasta la vuelta...

¿Tenía dinero el Águila para esos lujos?

Según nuestros espías, nunca tuvo ni le interesó mucho el dinero. Y menos las joyas... Es muy poco probable que el Águila se haya comprado ese anillo...

Pero, ¿y si no lo compró él? ¿Quién se lo puede haber regalado?

Aquí tengo que pensar dos opciones: la primera, una persona a la que le sobraba el dinero para hacer ese tipo de regalos y... la segunda, alguien que además de eso lo apreciaba mucho. Sería más lógico aún pensar en alguien que cumpliera los dos requisitos juntos...

¿Por qué regalarle un anillo unos días antes de ser ejecutado?...

O la persona que se lo regaló no sabía de esta ejecución, o le concedía el último deseo a un condenado a muerte... Nunca debo cometer la estupidez de subestimar la inteligencia de los narcos... y mucho menos la de Ocampo. Entre hombres no es costumbre hacerse esos regalos. El Águila no era homosexual... Ocampo tampoco…

¿Cuál será la razón...?

Creo que al Águila le hubiese gustado más que esa joya un altímetro o un radar meteorológico moderno...

¿Por qué no le hizo un obsequio de ese tipo?...

Entre los que conozco de sus amistades que pueden darse el lujo de hacer esos regalos están los capos de Cali, de Medellín y el doctor Ocampo...

Entre los tres, el más probable es Ocampo; de los otros no era amigo íntimo...

Otra cosa que me intriga es el polen. Polen de Colombia. Está bien, pero, ¿por qué tiene polen del sudeste asiático? Seguramente porque anduvo por esos sitios hace poco tiempo... Allí se va en avión. Y no de los pequeños. Será fácil rastrearlo.

Debo investigar las partes no sólidas de este laberinto:

¿Estuvo el Águila por el sudeste asiático? Si estuvo, ¿qué lugares recorrió?

¿Compraron el anillo en ese viaje? Si lo hicieron, ¿en qué joyería?

Eso será fácil. Los buenos brillantes no se venden en los mercados de pulgas...

¿Quién pagó los ochenta mil dólares?

Seguramente usó tarjeta de crédito para millonarios o cheques bancarios. Nadie lleva esa cantidad en los bolsillos.

Rastrearemos esos dos caminos...

Si como pienso, fue muerto por saber algo o conocer a alguien muy importante, debe ser un sapo de otro pozo. Entre los narcos todos son conocidos y un piloto es respetado. Tiene lo que diríamos “status propio”.

Debo averiguar qué personajes importantes y foráneos anduvieron por los mismos caminos que el Águila en las últimas semanas. Sobre todo por el sudeste asiático. Si fue el Águila, seguramente también iría el doctor Ocampo. ¿Con qué nombre habrá viajado esta vez?

Si fue Ocampo, es seguro que el viaje fue de negocios. Y para hacer negocios hacen falta dos. ¿Quién es el otro? Pareciera que ese otro es el sapo de otro pozo que buscaba. Quizás allí esté la puerta de salida del laberinto.

Mi principal sospechoso es el doctor Ocampo. Averiguaré cómo andaban las relaciones con el Águila y cómo quedó después de su desaparición.

El comandante repartió instrucciones a sus colaboradores. Debían encontrar respuestas a cada una de sus dudas. Les entregó una lista de interrogantes con cuya solución trataría de solidificar las paredes del laberinto...

Al cabo de dos días tenía las respuestas.

El águila había volado hacia Taiwán con Cándido Ortiz. En el resto del pasaje no figuraba nadie conocido.

El comandante no desesperaba. –Dejen la lista. Ya aparecerá.

En Taiwán se habían alojado en el Grand Hotel de Taipéi, en una suite de superlujo para tres. ¿Para tres? Los nombres: Juan Carlos García Torres, Cándido Ortiz Goicoechea. Y... Andrés Belgrano Farías.

El comandante se sonrió: este doctor Ocampo tiene más alias que la guía telefónica. Cada viaje uno nuevo. Veamos en la lista de pasajeros del avión... Belgrano Farías... aquí está. Sigamos la pista... desde allí se fueron a Hong Kong. Estuvieron en el Hilton. Miren esto. El chofer de una limusina Rolls Royce recuerda haberlos llevado de jarana a un club más que dudoso...

Seguían leyendo el informe cronológico enviado desde Asia por línea segura. La sucursal de la DEA funcionaba con eficiencia.

— ¡Aquí está! El anillo fue comprado en Hong Kong, en Cartier. Lo pagó con un cheque a nombre de Miguel Ocampo Freedman. Claro... los bancos no aceptan alias ni clientes falsos. Un grave error de nuestro amigo de Bogotá. El vendedor confirmó que le regaló el anillo a uno de sus acompañantes. Y que eligió el mejor brillante que tenían a pesar de que el obsequiado lo rechazaba. Pasaron por Bangkok... ¿para qué?

¿Quién estaba en el hotel de Taiwán en la misma fecha que ellos?

Una larga lista de personas empezó a ser procesada. No encontraron ningún conocido. Pero allí debía estar, salvo que fuese chino o estuviese con nombre falso.

—Extraigan la lista de los norteamericanos.

La computadora seleccionó rápidamente treinta y siete personas. Catorce mujeres y veintitrés hombres.

—Verifiquen la existencia real de esos veintitrés hombres. Veamos si sus nombres son verdaderos o de fantasía. Era una tarea que solamente podía hacer ese monstruo electrónico. Al cabo de unas horas tenían resuelto el enigma.

Todas las personas eran americanos registrados, sólo que uno de ellos había fallecido hacía seis años. Un muerto viajero...

— ¿Quién es?

—Milton Johnson.

—Rastreen ese Milton Johnson, de dónde partió, dónde vive, quién es en la realidad.

Unas horas después...

Milton Johnson salió de California, más precisamente de San Francisco. Allí se pierden los rastros. Solo utilizó el pasaporte para salir y regresar.

No había registros anteriores con ese nombre.

Otro como el doctor Ocampo. Un pasaporte falso para cada día del año. –Busquen la ficha de migraciones. Allí debe poner una dirección. Otra vez la electrónica, ondas que subían a satélites y cruzaban los Estados Unidos en milésimas de segundo, de Miami a San Francisco.

Al cabo de unos minutos, Parker tenía la dirección de Milton Johnson: Palacio Legislativo de San Francisco.

El comandante movió la cabeza... algunos por figurar de muertos se cavan su tumba.

—Averigüen qué senador o diputado de San Francisco estuvo ausente esos días y si conocen el destino de su viaje.

Unos minutos después...

Cinco legisladores salieron esos días.

—Bien, –dijo Parker–. ¿Adónde fueron?

Tres tenían reunión en Washington. Uno estaba enfermo. Se rompió una pierna esquiando. El otro tomó una semana de vacaciones anticipadas. Tenía receta médica. Exceso de stress.

— ¿Cómo se llamaba el estresado?

—Hans Krause, senador nacional por San Francisco.

El comandante marcó el nombre con un grueso círculo rojo, mientras decía:

—Quiero saber vida, obra y milagros de ese senador. Consigan una fotografía suya y verifiquen si fue visto en el Grand Hotel de Taipéi.

Una hora después de haber enviado la imagen electrónica del senador Krause, llegó la respuesta desde la DEA en Taiwán. El conserje del hotel recordaba perfectamente al señor Milton Johnson. Siempre estaba con un travestí pelirrojo.

—Verifiquen lo del travestí. Sería la confirmación de que encontramos al jabalí. Tengan cuidado. Puede ser muy peligroso acercarse. Con un senador nacional de los Estados Unidos no se juega. Necesito que venga inmediatamente el teniente Williams Foster –pidió el comandante a su Secretario, David Kant. Unos minutos después, Foster estaba sentado frente a su comandante.

—Teniente, ¿cómo sigue su amigo, el ingeniero Carreras?

—Mejor. Está muy quemado, se encontraba muy cerca de la boca del pozo cuando se incendió, pero lo están curando. Se hacen cultivos de su propia piel. Tiene el treinta por ciento de la piel quemada, casi en el límite de lo vital. Ya le implantaron algunos trozos de piel artificial. Es una piel de lo más rara. La fabrican con cuero de ternera, cartílago de tiburón y un material plástico que extraen del petróleo. Como no produce rechazo no se necesitan drogas inmunosupresoras de por vida. Pero no es todo. Están haciendo cultivos de su propia epidermis. Parece fácil pero no lo es. Sacan un pedazo de piel sana del paciente, disuelven sus compuestos duros hasta que se llega al nivel de células independientes, las colocan sobre un tejido que hace de soporte y las alimentan con un caldo especial que permite que crezcan y se reproduzcan hasta que la superficie aumenta diez mil veces. Se corta y se reinjerta al paciente. Lamentablemente sólo podrán usarla donde esté sana la dermis y la hipodermis.

—Teniente, ¿está usted estudiando medicina?

—Disculpe, comandante. Como es de lo único que hablo con mi amigo al final lo aprendí. Le prometo ser más sintético.

—Necesito que me consiga una cita con el ingeniero Carreras lo antes posible. Si es posible hoy mismo. Será sólo un momento, usted vendrá conmigo.

—Comandante, aunque brama de dolor, creo que podemos ir sin pedir audiencia. Es mi amigo y lo recibirá a usted con mucho gusto.

—Andando, entonces –dijo Parker tomando su abrigo y su pipa–, lléveme al hospital.

El ingeniero Carreras estaba en una sala con aire acondicionado y botellas de suero colgadas a sus pies, recostado del lado sano. Se veían grandes porciones de piel marrón rojiza. En algunas partes estaba en carne viva. Debía sufrir mucho...

El comandante lo saludó muy amablemente. Foster lo había presentado como su jefe máximo en la DEA. Carreras pensaba que era una visita de cortesía y agradecía al comandante su atención, pero no era así.

—Señor Carreras –dijo Parker– ¿puedo hablar con usted de un tema altamente confidencial?

El enfermo lo miró sorprendido y luego dirigió su mirada hacia Foster, que desconocía el motivo de la visita del comandante.

—Supongo que sí.

—Cuando le digo altamente confidencial quiero significar que usted debe prometerme que, cualquiera sea su respuesta, olvidará la pregunta que le haré. ¿Me lo promete?

Carreras no esperaba una presión semejante en su estado. Pero estos de la DEA siempre juegan a los agentes secretos, así que a seguirle la corriente...

—Se lo prometo–contestó mirando a Foster como diciendo “qué bicho me has traído...”

—Soy el comandante general de la DEA en Miami. Necesito su colaboración para reemplazar a un narcotraficante que fue eliminado, pero sus verdugos no han podido confirmar su muerte. Lo molesto en su estado por una sola razón. Usted es tan parecido a él que hasta su amigo los confundió en las fotografías. Es un servicio que le pide su patria. Usted no debe hacer nada. Sólo que lo vean vivo. También debería aceptar ser dado legalmente por muerto. El acta de defunción la emitiría nuestro médico. Debe tomar otra personalidad. Incluso en la cirugía estética que se le realice. Luego, al terminar el operativo, usted podrá volver a ser el señor Carreras. ¿Qué me contesta?

Todo fue tan rápido que el enfermo apenas comprendió lo que le pedían. El teniente Foster se acercó a él y le repitió lentamente paso a paso. Carreras contestó: –He sobrevivido a la explosión de gas de un pozo petrolero. Me salvó uno de mis compañeros que estaba delante de mí al salir el fuego. Él y los otros cuatro murieron y yo estoy aquí, aún vivo. Mirando a su amigo le dijo: Tú trabajas en la DEA y sabes cómo es lo que me pide el comandante. Haré lo que tú me aconsejes. Para eso eres mi amigo...

El teniente Foster asumió una responsabilidad que no quería. Pensó en su vida llena de peligros, de noches sin dormir, de trabajos sin horario en los peores lugares del mundo. La muerte caminaba a su lado y aprendió a vivir con ella. Luchaban contra la escoria humana... El motivo del riesgo tenía sentido y si volviese a nacer haría lo mismo.

—Amigo –le dijo–, nosotros hacemos lo que podemos para que otros vivan mejor, para darles a nuestros hijos la posibilidad de tener un hogar sano y feliz. Creo que debes hacerlo. Si salvas a un solo chico de la droga, serás afortunado y tu vida habrá tenido sentido. Si intuyo el plan del comandante, trabajaremos juntos. Creo que vale la pena... pero es tu decisión, no la mía.

— ¡Acepto! –fue la enérgica respuesta de Carreras, que sorprendió a Parker por su fortaleza.

—Desde ahora nosotros te cuidaremos. Gracias, amigo. Admiro tu valor. También cobrarás tus servicios muy bien remunerados. Estás contratado en la DEA.

Se despidieron muy afectuosamente.

En ese momento nació la Operación Anaconda.

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