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3. La pubertad

3.1. El crecimiento en sentido longitudinal (1ª fase puberal; alevines e infantiles, 12-14 años de edad)

El crecimiento longitudinal es la etapa de inseguridad psíquica general.

El crecimiento acelerado de manos y pies, brazos y piernas, así como de la estructura ósea, acarrea a los jóvenes considerables problemas en el ámbito de las destrezas técnicas.

Las pautas de comportamiento típicas de la edad son:

pérdida de confianza en sí mismo,

hipersensibilidad,

oscilaciones del estado de ánimo,

cambios de interés pronunciados,

comportamiento imprevisible,

pulsión exagerada de búsqueda de reconocimiento por parte del entorno.

La pubertad se considera generalmente como la etapa crítica de la edad del desarrollo. Como promedio se señalan a los 12 –13 años de edad para el inicio de estos cambios corporales y psíquicos. Las chicas pasan por su desarrollo puberal con 1 ó 2 años de antelación.

Sin embargo, los procesos de desarrollo de la pubertad comienzan a edades muy diferentes según los individuos. En compañeros de edad del mismo sexo se pueden constatar a veces desajustes temporales de entre 1 y 2 años. En estos casos, hablamos de desarrollos precoces y tardíos.

Esta aceleración del crecimiento en la pubertad afecta en primer lugar la estructura ósea. Ciertamente, en esta etapa del llamado crecimiento longitudinal (1ª fase puberal) los músculos y los órganos crecen también, pero ello tiene lugar con posterioridad. Nos referimos a este segundo momento como la etapa del relleno corporal (2ª fase puberal), que se inicia por lo general entre 12 y 15 meses después de comenzar el crecimiento longitudinal.

Pocos meses después de comenzar los primeros cambios puberales se puede percibir ya la disarmonía de la apariencia corporal. El tamaño de pies y manos y la longitud de brazos y piernas parecen excesivos en relación con las dimensiones del tronco.

Con la aceleración del crecimiento se inicia además la maduración sexual, que ejerce un estímulo fundamental sobre el desarrollo corporal y psíquico del joven.

Inseguridad

Con la aceleración del crecimiento longitudinal comienza una etapa crítica de inseguridad psíquica general.

Debido a la desproporción entre las extremidades y la musculatura, las secuencias motoras y las tareas deportivas dominadas ya antes del inicio del crecimiento resultan más difíciles. El sistema musculoligamentario, de crecimiento más lento, no es capaz temporalmente de realizar los movimientos aprendidos con la exactitud y velocidad acostumbradas.

Estas dificultades en el ámbito de las capacidades de coordinación (técnica del fútbol) tienen un reflejo especialmente negativo en una modalidad como el fútbol, en la cual se deben unir (coordinar) los movimientos del balón con los de la propia marcha. Se tiene la impresión de que los jóvenes, en esta época del crecimiento longitudinal, no son capaces de controlar del todo sus extremidades.

Desde la edad escolar el niño acostumbra buscar, sobre todo con sus capacidades deportivas, el reconocimiento y la consideración dentro de su grupo de edad y ante el entrenador, lo que determina su importancia entre los compañeros y, por tanto, el sentimiento de la propia valía. Si con el crecimiento longitudinal aparecen dificultades súbitas en los instrumentos infantiles de la propia presentación, la confianza del joven en sí mismo comenzará necesariamente a retroceder. Se extienden las dudas, la inseguridad, inhibiciones y sensaciones de miedo. El joven no entiende aún estos problemas. Los cambios y las experiencias de la madurez sexual le plantean preguntas nuevas y, unidos a éstas, nuevos problemas en el trato con sus compañeros de juego. El joven busca explicaciones. La consecuencia es una inclinación perceptible hacia el ego y hacia los procesos que tienen lugar en el propio cuerpo. El ego pasa a ser el punto central de su atención y el principal criterio de valoración de los procesos que ocurren a su alrededor, esto es, el punto de partida de su comprensión y evaluación del entorno.

Hipersensibilidad

La inseguridad crea una especial sensibilidad hacia todos los comentarios y acontecimientos que podrían afectar el propio ego, sobre todo cuando se quiere mantenerla oculta frente al entorno, esto es, de los compañeros de edad y de las personas de referencia.

Este tipo de sensibilidad destruye rápidamente la seguridad en sí mismo, incrementa la irritabilidad del joven y origina cambios en el estado de ánimo de inusual intensidad y frecuencia, que resultan incomprensibles para quienes los ven desde fuera.

Detalles accesorios, de importancia secundaria, o una palabra insospechada pueden a veces bastar para sumergir repentinamente al joven en un estado de depresión y apatía. De igual forma, unas palabras dichas de forma inocua pueden provocar una reacción exagerada, agresiva, pues la inseguridad sobre la propia valía en el entorno (inseguridad sobre el papel representado) y la falta de confianza en sí mismo hacen que se valore exageradamente el mínimo incidente, tomado como piedra de toque de las ideas o posicionamientos de compañeros, padres o entrenador respecto al joven.

Comportamiento desequilibrado

En la etapa de inseguridad psíquica general, el joven orienta marcadamente su comportamiento en función de las reacciones y opiniones de sus semejantes. Busca cualquier forma de evitar una apreciación escasa, procurando siempre ocultar la propia inseguridad. Su comportamiento se vuelve desequilibrado, poco previsible. Con formas de comportamiento exageradas, que pretenden fingir ante su entorno el modelo de personalidad elaborado y deseado, el joven cree protegerse de una supuesta situación embarazosa frente a sus compañeros de edad, sus padres o su entrenador.

Las actitudes típicas son, p. ej., una representación exagerada de sí mismo, una conducta estúpida o impertinente. El adolescente procura demostrar independencia y autonomía. Se aparta visiblemente de las costumbres y formas de vida previas, se rebela contra ellas. Se suele hablar en este contexto de “edad del pavo”. El joven quiere dejar claro que no es ya un niño, sino un adulto. Suele aparentar arrogancia, exhibe su fuerza e intenta impresionar en su entorno, y sobre todo a las personas de autoridad como sus padres o entrenador, imitando conscientemente formas de comportamiento y modos de hablar de los adultos.

No es extraño que en el juego y en el entrenamiento se porte deliberadamente como un aguafiestas entre sus compañeros de edad. Las faltas premeditadas, carentes por completo de motivación, la protesta contra sus compañeros de juego, la burla y la provocación del enfado son “peticiones” ocultas de reconocimiento y atención, típicas de esta etapa crítica del desarrollo.

Delante de sus compañeros de edad rechaza, a menudo de forma brusca, los consejos de los adultos por buena que sea su intención, intentando así mostrar a unos y a otros que desea ser tomado en cuenta y tratado como una personalidad autónoma, capaz de pensar por sí mismo y de cuidarse de sí mismo. El que es capaz de impresionar a los adultos, de imponerse frente a ellos, se hace al instante con la consideración de sus compañeros de edad.

No obstante, la falta de experiencia vital y la inferioridad física y mental suelen deparar el fracaso de estos primeros intentos del joven por adquirir un nuevo status de su papel social. La consecuencia es un impulso de obstinación y agresión contra su entorno. El joven se muestra descontento consigo mismo y con sus amigos y compañeros de juegos. A veces se muestra incorregible, difícilmente accesible.

Cambio de intereses

Durante esta etapa crítica del desarrollo los jóvenes cambian con particular rapidez y frecuencia sus objetos de interés y sus preferencias. Lo que no sale bien sobre la marcha no resulta divertido; se dedican a actividades (modalidades deportivas) que les prometen más “éxito”. Esta circunstancia ocurre sobre todo en los ámbitos en los que se esperan determinados rendimientos del joven, ya sea en la escuela, en el aprendizaje o en la asociación deportiva. “No puedo”, se escucha a menudo después de un primer intento fallido. El joven carece de constancia, porque su falta de confianza en sí mismo no le ofrece expectativas de éxito, ni por tanto el pretendido reconocimiento dentro de su entorno social.

Así pues, esta consideración y reconocimiento los buscará en otros ámbitos del comportamiento en su tiempo libre. Le gustará sentirse envidiado por tener una amiga. El cigarrillo se convierte en un símbolo de su condición de adulto y sustituye en muchos casos al rendimiento deportivo.

El joven evita con sumo gusto el “riesgo” del fracaso. Se dedica a intereses y actividades que proporcionan diversión y no están asociados con expectativas elevadas por parte del entorno.

3.2. El crecimiento en anchura (2ª fase puberal; cadetes, 14-16 años de edad)

Con el crecimiento en anchura se superan progresivamente las dificultades en el contacto con el balón y con el propio cuerpo, como también la inseguridad psíquica general.

Se crean las condiciones para una capacidad de rendimiento corporal en rápido crecimiento.

Las formas de comportamiento típicas de la edad son:

retorno de la confianza en uno mismo

pensamiento y acción objetivos y con conciencia de los problemas

posición crítica objetiva frente al entorno.

En la 2ª fase del desarrollo de la pubertad, conocida generalmente como crecimiento en anchura, tiene lugar la recuperación de la armonía corporal y mental. El acelerón del crecimiento longitudinal ha superado su punto álgido y empieza a disminuir progresivamente, mientras que los músculos y los órganos experimentan un fuerte impulso de crecimiento y compensan el “atraso” transitorio que se originó en la época del crecimiento longitudinal.

El final de los procesos de crecimiento tiene lugar mucho después de la etapa puberal. De la condrificación definitiva y la fijación del armazón óseo en su conjunto no se puede hablar hasta pasados los 20 años de edad.

Capacidad de rendimiento deportivo

Con el acelerón del crecimiento de la musculatura aumenta rápidamente la capacidad de rendimiento corporal del joven, sobre todo en los ámbitos dependientes del asentamiento de la fuerza muscular.

Con el aumento de la capacidad de rendimiento deportivo el joven revive aquellos éxitos personales cuya ausencia durante la fase de crecimiento longitudinal fue corresponsable de la pérdida de la seguridad en sí mismo y de la confianza en sus capacidades.

Confianza en sí mismo

Estas vivencias felices ejercen un influjo positivo tanto sobre su desarrollo psíquico como sobre su relación con el entorno. La confianza en sí mismo, uno de los requisitos esenciales para la mejora del rendimiento en el deporte y en todos los demás ámbitos, crece con el tiempo. Con el aumento de confianza en sí mismo el joven es capaz de asentar y fortalecer ventajosamente el sentimiento de la propia valía, esto es, la valoración propia de sí mismo dentro del grupo, tan importante para el desarrollo de la personalidad. De esta forma, se crean para él las condiciones decisivas para dirigir su interés, que se desvía desde el propio ego hacia el entorno.

Pensamiento objetivo

Mientras que hace sólo unos pocos meses el joven valoraba todos los acontecimientos y el comportamiento de sus semejantes desde la perspectiva casi única de sus propias preferencias, deseos y necesidades, con una forma de pensar fuertemente referida al ego (egocéntrica), al acercarse el final de los síntomas de crecimiento de la pubertad va madurando hasta que su personalidad comienza a separar progresivamente persona y objeto, a pensar y actuar de forma más objetiva y razonable.

Esto se ve claramente en un equipo de fútbol cuando se habla, en esta etapa vital, de los objetivos comunes y de las posibles vías para alcanzar el éxito. El joven se compromete más intensamente con el objetivo, y deja de tomar las correcciones y las propuestas de mejora a cargo del entrenador o de otros jugadores como un ataque personal contra él. En lugar de esto, el despertar de la confianza en sí mismo le hace pronto sentirse como un miembro reconocido de su grupo, que puede aportar sus propios pensamientos y examinar y comentar de forma crítica las ideas y propuestas de los demás.

Su forma de análisis, cercana al problema, le permite también comprender y tolerar las diferencias de rendimiento y de carácter entre sus compañeros. Aumenta la disponibilidad y también la capacidad para hablar seriamente sobre sus propios problemas y sobre los de los demás, para ver y admitir las inconveniencias de su comportamiento y para asumir su responsabilidad ante una cosa o un compañero.


Figura 2. Los jugadores quieren saber qué entrenan y porqué lo hacen.

Examen crítico

Con la capacidad para pensar y actuar de forma objetiva y razonable el joven adopta en el trascurso de la 2ª fase de desarrollo puberal una actitud crítica frente a su entorno y frente a las exigencias y actividades de éste. Ya no se da por contento con una formulación. Quiere conocer por propia experiencia las causas, las razones, examinar el contexto y preguntar sobre circunstancias colaterales. Examina la validez de las opiniones y las formas de comportamiento. Para el joven en el final de la etapa de desarrollo puberal las órdenes no son ya tareas que tiene que cumplir, como en la edad escolar, obedeciendo para asegurarse con ello el reconocimiento del entrenador. Ahora las afirmaciones enunciadas y las normas son examinadas con lupa. El joven necesita que le convenzan. Ha de formar su propio juicio. Lo que le convence produce en él un compromiso especial, tesón, constancia y una gran fuerza de voluntad, que muestran a las claras su temperamento aún juvenil.

Su capacidad de comprensión y juicio crítico le capacitan ahora para hacer valer sus propias ideas, objetivos y visión frente a un entorno crítico. Las últimas aportaciones al asentamiento y la consolidación del perfil de la propia personalidad suponen el fin de la maduración psíquica que convierte al niño en un adulto.

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